sábado, 17 de junio de 2023

Dr. Luis Gūemes el defensor de la salud. El apellido Gūemes es ilustre en toda la extensión de la República Argentina. Difunde familia Roqué Güemes

 


Lazos familiares de Don Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano PhD, con la familia Güemes: i. ISAAC3 ROQUÉ GÜEMES, b. 1846, Córdoba, Córdoba, Argentina; d. 29 de marzo 1920, Córdoba, Córdoba, Argentina. 10. ii. ENRIQUETA ROQUÉ GÜEMES, b. 1847, Córdoba, Córdoba, Argentina. iii. CONSTANCIA ROQUÉ GÜEMES, b. 10 1849, Córdoba, Córdoba, Argentina; m. PABLO C BELISLE, 09 Jun 1892, Córdoba, Córdoba,



Sin lugar a dudas el apellido Gūemes fue, es y será ilustre en todas sus dimensiones; no solo en la Prov de Salta sino en toda la extensión de la República Argentina.

Este apellido no sólo fue defensor de nuestra frontera norte sino que también defensor de la salud de la población toda.

Vamos a conocer su historia

Luis Güemes nació en Salta el 6 de febrero de 1856. Fue hijo de don Luis Güemes y Puch y de doña Rosaura Castro y Sanzetenea y nieto del héroe don Martín Miguel Juan De Mata Güemes (Martín Miguel de Güemes). Ingresó de niño a la Escuela de la Patria en Salta; como alumno de instrucción primaria se caracterizó por su curiosidad y el empeño en adquirir conocimientos. Por su espíritu indagador lo apodaban “el preguntón”.

Cursa el Colegio Secundario en la ciudad de Salta demostrando una dedicación extraordinaria. Recibe de su principal maestro, el boliviano Zubieta (profesor de filosofía), un premio por su trabajo ejemplar. Concluye sus estudios en 1873.

Durante un tiempo siguió los cursos de la Escuela de Agronomía. Sus vacaciones escolares las pasaba junto con sus hermanos en un predio rural del Valle de Lerma llamado El Carmen de Güemes, que había sido de sus antepasados. Luis Güemes adoraba la chacra y se entretenía con algunos viejos gauchos veteranos del tiempo del General que le enseñaron a ser jinete, a tocar el clarín, a tirar el sable; se ejercitaba en cortar leña y hacer zanjas lo que desarrolló su cuerpo que tenía gran vigor.

El General don Martín Miguel de Güemes decía de Buenos Aires: “estaba el centro de la vida, del porvenir y del progreso de los pueblos argentinos” (por ello rechazó la propuesta de un acuerdo de guerra contra Buenos Aires propiciada por Ramírez, el caudillo entrerriano). Luis Güemes, decidido a estudiar medicina, parte hacia Buenos Aires en 1873 en compañía de los Tedín y de su hermano Domingo.

Encontrándose como estudiante de los primeros cursos en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, estalla la revolución del ´74; con su hermano Domingo se engancha como soldado raso en las filas del gobierno marchando junto al sargento Antonio Emilio siguiendo toda la campaña hasta su final en La Verde. Pasados los años, este sargento ya viejo y enfermo recurrió al famoso médico quien lo recogió y le pasó una pensión hasta el día de su muerte.

La vida de Luis Güemes como estudiante de medicina fue apretada, lo que lo obligaba a sufrir privaciones. Aprovechaba sus visitas matinales al acorazado “El Plata” para poder almorzar; por la noche se acostaba temprano para olvidarse de la hora de la comida; había suprimido la cena no por razones dietéticas sino por falta de recursos. Su vida es modesta y humilde; se queja en cartas dirigidas a su familia de las dificultades que tiene para estudiar. Tiempo después, consiguió pensión en una mala fonda de la calle Belgrano, cuyos dueños, un matrimonio español, tuvieron consideración para con el joven estudiante. Ya médico de posición, les llevó a su casa y les donó una propiedad.

Esta escuela de pobreza templó su espíritu, le hizo comprender y respetar el gran problema de la indefensión y el desamparo, lo condicionó para soportar sus propios sufrimientos físicos y morales y atender a los demás.

Se graduó de médico en 1879 con una Tesis patrocinada por el Decano Dr. Pedro A. Pardo denominada “Medicina Moral”. Aquí expone el valor antropológico y humanístico de la pareja médico-enfermo; define el valor ético-moral del ejercicio profesional que no se aprende en los tratados de deontología médica ni en los sesudos libros de ética; define el valor moral del médico que es indisoluble con su persona (se es tan buen médico como se es como persona). Para Güemes, las enfermedades tenían también un tratamiento moral.

El Dr. Pedro A. Pardo le brindó a Luis Güemes – totalmente carente de recursos – su consultorio para iniciarse en el ejercicio de la medicina. Para ser buen médico – decía Güemes –“es necesario estudiar toda la medicina, y estudiarla de una manera precisa, sistemática y progresiva”.

Por necesidad interior de profundizar sus conocimientos, una vez ahorrados los dineros necesarios, viajó a Europa y se inscribió como estudiante de medicina en París. Allí siguió, por segunda vez, la carrera médica, año por año, hasta obtener su título de médico en 1887. En Francia recibió la influencia de tres de los médicos clínicos de mayor prestigio de la segunda mitad del siglo XIX: Potain, que a través de sus lecciones clínicas en la Charité le educó el oído para los ruidos normales y patológicos del corazón y los pulmones; Bouchard, profesor de patología general, lo entrenó en los problemas de la autointoxicación, el artritismo y la patología de la arteriosclerosis y sus principios terapéuticos; Dieulafoy, que le enseñó las diversas facetas de las enfermedades y la patología del apéndice. Las bases de la cardiología le fueron impartidas por Peter; Tillaux, Pozzi y Terrillon fueron sus maestros en clínica quirúrgica; en medicina operatoria fue discípulo de Farabeuff y Charcot lo subyugó con sus espectaculares lecciones en la Salpétriere. Su tesis de París, “Hemato Salpinx” fue, seguramente, inspirada por el profesor Terrillon cirujano de gran prestigio y uno de los primeros en proclamar las ventajas de la asepsia. Güemes alternó en París con numerosos visitantes argentinos que frecuentaban su pobre

bohardilla del Barrio Latino y que se veían atraídos por sus conocimientos y fama creciente. Participó en las inacabables discusiones de aquélla época entre Pochet y Pasteur, de Virchow con Koch, de Klebs con Virchow. Analizaba las propuestas de todos y llegó a pensar que el verdadero fundamento de la enfermedad es su lesión orgánica; la enfermedad es un proceso de materia y energía; el proceso de la enfermedad es la consecuencia específica de la causa que la determina. Güemes consideró a la medicina como un humilde y heroico oficio que permite saborear el placer del incógnito: “La medicina, sin duda, es difícil pero no incierta, por más que en su marcha ha sido lenta; cuanto más la estudiamos, más nos convencemos de cómo ha llegado y puede llegar aún a mayor grado de perfección y de certidumbre”.

Güemes agotaba el examen de los enfermos y trataba de desentrañar las leyes conocidas o desconocidas que hacían a las enfermedades en una actitud solitaria, silenciosa y humilde. Estando a solas consigo mismo en una sala de clínica médica de un Hospital de París auscultando el corazón de un paciente, se le aproximó un colega tan modesto como él y le preguntó si había hecho algún hallazgo. Sí – le dijo Güemes -; escuchaba el soplo de Duroziez. De manera que usted se interesa por los suspiros de un corazón enfermo. Sí –contestó tímidamente Güemes -. Pues bien, le contestó el colega; yo soy Duroziez.

Prosiguió realizando estudios de perfeccionamiento en Austria, Alemania e Inglaterra pero sus responsabilidades familiares y profesionales determinaron su regreso a la patria en 1888. Este regreso no fue motivado por el ofrecimiento de una Cátedra de Cirugía que le ofrecen desde Buenos Aires durante su estancia en París; Güemes se sentía clínico, amaba el arte del diagnóstico y la terapéutica sencilla.

Médico en Buenos Aires, Luis Güemes atiende no sólo en la Capital Federal sino también en el interior y en países vecinos. Su consultorio estaba lleno desde la escalera de entrada hasta la sala; multitud de enfermos esperaban días y noches para ver “al mago de la medicina”. Mas que un consultorio era un vestíbulo de un santuario antiguo (Cranwell). Las consultas empezaban por la tarde y duraban toda la noche hasta la aurora.

En el año 1895, es designado Miembro de la Academia de Medicina en reemplazo del Dr. Mauricio Catán donde expone su trabajo “La exactitud en medicina”; las enfermedades, decía, están sometidas, todas, a leyes más o menos precisas y si alguna vez éstas se nos escapan, es porque no nos encontramos todavía en condiciones de comprenderlas. Espíritus existen que creen que la exactitud sólo se encuentra en los laboratorios y en los anfiteatros, y que una vez llegados a las puertas del hospital, el médico entra en la región de lo vago y de lo incierto. Pero la verdad, es que en la clínica el arte se confunde con la ciencia y aún cuando en aquél haymucho de personal, es indudable que existe también la exactitud. La observación de los hechos es la base de la clínica, pero no basta observar lisa y llanamente, es preciso observar bien. La medicina es una ciencia difícil, un arte delicado, un humilde oficio, una noble misión”.

En 1897, la Universidad de Buenos Aires le crea la Cátedra de Medicina Clínica con sede en la Sala V del Hospital de Clínicas. A las 11 de la mañana, las campanadas anunciaban que el Profesor Luis Güemes había llegado al Hospital; se vestía con blusa blanca y se dirigía a la cama de un paciente recién ingresado, practicaba un examen detallado, completo y exhaustivo – era un maestro de la semiología -, formulaba un diagnóstico y si no creía poder hacerlo decía“hemos llegado hasta aquí, ahora esperemos la evolución”. Detestaba los diagnósticos ligeros y rápidos y el mal o incompleto examen del paciente. Jamás mortificó a sus enfermos con palabras duras, tristes o con juicios irrevocables; nunca se le oyó una palabra sobre la salud de sus clientes. Nunca reprobó a un alumno hasta que se retiró de la cátedra en 1921. Por entonces se le veía como un hombre de mediana estatura; robusto; cabeza grande; calva pronunciada; cara pálida; barba corta castaño-oscura; ojos celestes, claros , vivaces e indagadores; su voz era baja de palabra amable, gesto cariñoso y cortés; cultos modales. Tenía un carácter fuerte y probablemente, en ocasiones, violento pero dueño de sí mismo, casi nunca perdía el dominio y la serenidad.

En 1912 es nombrado Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires. Sin tener militancia política, se vió precisado a representar a la Provincia de Salta por elección como Senador Nacional (1907-1916). Este período lo tuvo como promotor de numerosas leyes y proyectos algunos de los cuales alcanzaron sanción como la construcción del Hospital Naval y la realización del Ferrocarril Transandino Salta-Antofagasta. Fuerzas conservadoras lo proclaman candidato a la Presidencia de la República; Güemes rehusó esta distinción ante su vocación médica y universitaria.

La muerte de Luis Güemes fue su última lección de clínica, de terapéutica y de moral. Planteó“su caso” ante los colegas y después de analizar los diagnósticos posibles llegó a uno definitivo; no se equivocó en el diagnóstico de su propia enfermedad; consideró su tratamiento tanto fastuoso como inútil; se negó a recibir asistencia; aceptó su final fatal. Ni remedios, ni exámenes, ni consultas y con Rainer María Rilke pensó “yo debo morir de mi propia muerte y no de la muerte de los médicos”. La muerte de los médicos es la muerte tormentosa o dulce que ellos preparan, regulan, aplazan o precipitan (Loudet).

Murió con resignación y acatamiento al orden de las leyes naturales sin dar el dramático espectáculo de verse apagada su inteligencia antes que su corazón. Falleció en la Capital Federal el 9 de diciembre de 1927.

Luis Güemes, ejerció, durante largo tiempo, el patriciado de la medicina argentina. Su vida médica se caracterizó por la prudencia, el sentido crítico y un sabio y oportuno silencio reflexivo; parecía impasible, frío e insensible ante los pacientes. Bajo este continente se escondía el hombre cálido, sin apresuramientos, enemigo de la audacia, buscador permanente del diagnóstico seguro transitando, advertida y lúcidamente, por el ríspido camino del error clínico. Luis Güemes fue el hombre de la duda y el paladín de la certidumbre clínica. “Como médico, había sido la autoridad que, por más dilatado lapso, ha merecido el acatamiento máximo de la República” (Mariano R. Castex). “Esta gran figura de la medicina nacional tuvo por clientes a los poderosos de su país y, por protegidos a todos los desdichados” (Daniel J. Cranwell).

En 1935, se coloca en el frontispicio de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires un monumento a su memoria realizado en bronce por el gran escultor Agustín Riganelli con la mención de “gran médico, gran profesor y gran clínico”.

Luis Güemes perteneció a esa raza de grandes médicos armoniosamente completos, exigentemente morales, argentinos profundamente comprometidos con su profesión, su gente y su tierra; le hicieron compañía los Abel Ayerza, José María Ramos Mejía, Marcelino Herrera Vegas, Pedro Mallo, Pedro A. Pardo, Juan B. Señorans, Domingo Cabred, Angel M. Centeno, Carlos Bonorino Udaondo, Facundo Larguía...

Luis Güemes no escapó ni renunció a sus raíces y logró, pese a su formación europea, mirar y trabajar para adentro de su país y de su tierra argentina, sin alardes, sin grandes enunciados retóricos circunstanciales, con la justeza y el silencio reflexivo de los grandes espíritus.

Este trabajo fue rehecho parcialmente. Publicado en su versión original en el libro “Ensayo sobre historia de la medicina en Salta”; Edit. Círculo Médico de Salta; Págs. 3-8; agosto; 1983. Adhesión a los Cuatro Siglos de la Fundación de Salta. Obtuvo el Premio “Historia de la Medicina en Salta” del Círculo Médico de Salta y Sociedad de Escritores Salteños.

Como dato anecdótico un Sanatorio privado de la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre: “Sanatorio Gūemes” como así también El Hospital Interzonal General de Agudos "Dr. Luis Güemes", en Haedo, (Buenos Aires).

También un monumento ubicado en la antigua Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, obra del escultor Agustín Riganelli, inaugurado el 7 de diciembre de 1937 lleva su imagen

El estadio del Club Atlético Central Norte de Salta se denomina "Dr. Luis Güemes"

Fte: LEONARDO STREJILEVICH (Portal Informativo de Salta)

Quiroga, Marcial. El doctor Luis Güemes.

Cranwell, Daniel J. Nuestros grandes médicos: Rafael Herrera Vegas, Pedro N. Arata, los Ayerza, Roberto Wernicke, Luis Güemes, Pedro Lagleyze, Ángel M. Centeno. Buenos Aires

Comentarios al posteo a cargo de Diego Weinstein

 

 MIEMBRO FAMILIA ROQUÉ GÜMES


viernes, 16 de junio de 2023

Nombramiento del CN Alfredo Massarelli, como miembro de número del Instituto Güemesiano Asociación Civil, que lleva el nombre del Director Nacional (Ph.D) de la Gendarmería Argentina

 


Lazos familiares de
 Don Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano PhD, con el Héroe Nacional y Director Nacional de Gendarmería Ph.D., General Don "Martín Miguel de Güemes". i. ISAAC3 ROQUÉ GÜEMES, b. 1846, Córdoba, Córdoba, Argentina; d. 29 de marzo 1920, Córdoba, Córdoba, Argentina. 10. ii. ENRIQUETA ROQUÉ GÜEMES, b. 1847, Córdoba, Córdoba, Argentina. iii. CONSTANCIA ROQUÉ GÜEMES, b. 10 1849, Córdoba, Córdoba, Argentina; m. PABLO C BELISLE, 09 Jun 1892, Córdoba, Córdoba,


El dia de la fecha se hizo presente en la sede del Instituto Güemesiano – Asociación Civil, el Señor Coronel Don Alfredo Massarelli, quien fue investido con la presea güemesiana por el Señor Presidente Comandante Mayor GNA Aviador (RE) Prof. Don Salvador Roberto Martinez. 


El Cte Pr Don Carlos Gustavo Lavado Ruíz y Roqué Lascano Ph.D. entonces Secretario del Centro de Oficiales Retirados de Gendarmería Nacional COR, Académico IDEÓLOGO junto a Don Martín Miguel de Güemes Arruabarrena, chozno del prócer de la creación del INSTITUTO GÜEMESIANO ASOCIACIÓN CIVIL. Con sede en el COR.






sábado, 10 de junio de 2023

HISTORIA MILITAR HISPANOAMERICANA. Discurso pronunciado por el señor General Don Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte (Roque Sáenz Peña, Argentino), uno de los sobrevivientes de la Batalla de Arica, también conocida como el asalto y toma del morro de Arica, el 6 de noviembre de 1905 , en la inauguración del monumento a Bolognesi en la Plaza que lleva su nombre

 
Discurso pronunciado por El General Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte (GENERAL ROQUE SÁENZ PEÑA, ARGENTINO , UNO DE LOS SOBREVIVIENTES DEL MORRO DE ARICA ) , el 6 de noviembre de 1905 , en la inauguración del monumento a Bolognesi en la Plaza que lleva su nombre
Coronel Bolognesi:
Uno de tus capitanes vuelve, de nuevo a sus cuarteles, desde la lejana tierra atlántica, llamado por los clarines que pregonan tus hechos esclarecidos desde el Pacífico hasta el Plata y desde el Amazonas hasta el seno fecundo del golfo de México, que les presta su acústica sonora para repetir tu nombre sobre otras civilizaciones y otros pueblos que nos han precedido en la liturgia de la gloria y en el culto de los próceres y de los héroes. Yo vengo sobre la ruta de mi consecuencia, siguiendo la estela roja de mi Coronel, fulgor de grana que conmovió el Pacífico con las tempestades de la guerra y que hoy contemplo alumbrada por los resplandores de la paz en el fausto concierto de la gratitud y en la marcha triunfadora del engrandecimiento nacional.
Regreso con distancia de un cuarto de siglo, pero vuelvo sin olvidos y sin retardos, porque llego en la hora justa de tu apoteosis, que tampoco la posterga la lentitud de tu pueblo, ni trataron de omitirla las nuevas generaciones que recibieron bajo el casco guerrero de sus progenitores el ósculo final de la partida, brindando las mezcladas sonrisas de la orfandad al culto perenne de la patria a su defensa y a su integridad; y si han sido necesario cinco lustros para modelar tu efigie en la pasta candente de los inmortales, es porque los grandes hechos que consagran los pueblos agradecidos, deben ser definitivos, indiscutibles e infalibles y este juicio solemne y supremo sólo puede pronunciarlo la posteridad porque la gloria es un fruto de lenta maduración, que no han de fecundarlo los mismos soles que le vieron florecer.
Llegamos, pues, a honrar los actos que te dieron el renombre en la hora justa y en su momento histórico cuando ya no gravitan sobre la tierra sino escasos eslabones de tu generación y pueden contarse, sin esfuerzo, los soldados inválidos de tu epopeya, diseminados y dispersos como las tablas de la nave que desunió con furia la tempestad, para recomponerse sobre la playa hospitalaria en la mañana serena y en las horas del sol que disipan y calman los huracanes. Son, en efecto, otros hombres los que me es dado mirar al pie de tu monumento; son otras fisonomías las que me estrechan las manos y me confunden en abrazo popular y efusivo, a título de amigo tuyo, como si fuera el portador de tu palabra postrera, depositario de tu voluntad suprema, confidente o mensajero de tus anhelos o designios; pero aquí se encuentran todos los sobrevivientes, que recibieron el ejemplo de tus virtudes cívicas, tus enseñanzas del honor militar y el deber austero y probo que consumó tu inmolación; y éllos atestiguan, como yo, que en el fragor de la batalla como en las inquietudes de la defensa; como en la hora doliente del sacrificio, el Coronel Bolognesi era un alma suspendida sobre el alma de su Ejército, para comunicarle sus alientos, su inspiración y su fe; era brazo y era ideal, patriotismo y deber, desprendimiento y heroísmo, que en las abstracciones de su mente como en la vaguedad de su mirada, dirigida más sobre el firmamento que sobre la tierra parecía hablar con la posteridad como invisible interlocutor que no escapaba al contacto ni a la visión patriótica de sus soldados, cuando monologaba con la gloria o interrogaba al destino de su patria, reproduciendo sobre las altiveces del peñón bravío, el diálogo interminable de los vientos y de las olas.
Señores:
Le conocí batallando sobre el Cerro de Dolores, contraste que conmovió su espíritu y quebrantó su cuerpo debilitado ya por las fatigas de la marcha y por el duro batallar de aquella tarde sin sol para las armas del Perú. Llegó a Tarapacá y al desmontarse de su caballo de guerra cayó postrado por altísima fiebre, hasta que el nuevo toque de generala le hizo olvidar la congestión y sus delirios, y quebrantando la consigna médica, tal vez la única consigna que no cumplió en su vida de soldado, trepó la altiplanicie y conquistó el laurel marcial que la adversidad le negara en San Francisco.
Fué en Arica donde me honró con su amistad, en esa relación íntima de una guarnición bloqueada por las fuerzas de mar y estrechada en aro férreo, por un ejército de tierra; el servicio de guarnición fué pesado como el aislamiento que incomunicó esas tropas con el resto del mundo y en esa vida cariñosa e íntima del hogar militar, brotaron vínculos, crecieron afectos, como crecen las flores cultivadas en suelo generoso, y la vida corrió grata en la fraternidad de la carpa y del vivac; el espíritu del jefe penetraba el interior de los cuarteles, doblaba la vigilancia, preparaba las armas y la defensa con serenidad no interrumpida, y casi podría decir con alegría, hasta la mañana del día en que cruzó la débil corriente del Azapa un oficial parlamentario. La frente de Bolognesi se vió cargada de sombras como si todas las tinieblas se hubiesen conglomerado ante la siniestra idea de una capitulación; y en aquella actitud llamó a su junta, cedió la palabra al parlamento y esperó con arrogancia mezclada de zozobra el voto de la defensa que no se hizo esperar; aquel fue más que unánime, porque fue explosivo y estalló como la protesta de un agravio para encender la frase histórica que debiera pronunciar el gentil hombre de cabellos nevados, de sable roto y espuelas punzadoras; habló con los pesares disipados, con las zozobras borradas de su mente y el corazón desbordante de paternal orgullo, porque allí estaba, para él, la gran familia peruana, reducida en el peñasco silencioso a sus verdaderos hijos de armas.
¡Pelearemos hasta quemar el último cartucho! provocación o reto a muerte, soberbia frase de varón, con digno juramento de soldado, que no concibe la vida sin el honor, ni el corazón sin el altruísmo, ni la palabra sin el hecho que la confirma y la ilumina, para grabarla en el bronce o en el poema como la graba y la consagra la inspiración nacional. Y el juramento se cumplió por el jefe y por el último de sus soldados, porque el bicolor nacional no fue arriado por la mano del vencido sino despedazado por el plomo del vencedor. Lo que vino después ya lo sabéis; el sacerdote de ese altar granítico, el guerrero y el señor de esas alturas, fundió en plomo su inmortalidad, esfumándose en los cielos y dejando en la sonrisa de su labio yerto la plácida expresión de un varón justo que ha rendido la vida en el sagrario y que abandona la tierra bendiciendo a su patria y a sus soldados.
Ningún corazón peruano discutirá la conveniencia del esfuerzo heroico; la arrogante actitud de Bolognesi no se mide con el cartabón del éxito ni con las mercenarias exigencias del cálculo; ella se siente y se sueña y se realiza y se confunde con el alma de su progenitor, y es por eso que los lauros marciales de Bolognesi no tuvieron una gestación penosa, ni fueron frutos de la larga elaboración; más que una foja de servicios comunes o vulgares, es un fuerte contacto con el destino, un rayo de inspiración y de luz en la hora triste del crepúsculo,cuando el alma se repliega sobre si misma, cuando la naturaleza se vuelve silenciosa y la plegaria de la patria asoma el labio con recogimiento y emoción, y así se te consagran manes de Bolognesi, con ese gesto sublime de tu vida militar. Por eso las manos de tus soldados te presentan las armas nacionales, vencedoras en Tarapacá y vencidas en Arica, pero no rendidas!!; y por eso la bandera bicolor, sostenida por las manos de otras generaciones y otros hombres,flora al soplo y al aliento de la gratitud peruana, saludando tus proezas y tus virtudes:las últimas valen las primeras porque la corona cívica discernida al ciudadano, no obscurece las palmas del soldado, ni tampoco desmerecen a su contacto; y si la evolución de las ideas suprimiera el poder militar de las naciones; si la humanidad extirpara en un gran día los excesos de la guerra; si la voz de la razón constituyera con el alma democrática el patrimonio o el lema de nuestros pueblos, haciendo del arbitraje la noble magistratura de la familia latinoamericana; si la obra de los tiempos llegara a convencernos que las naciones llamadas a prevalecer no son las que cuentan más soldados, sino las que revisten más obreros y mejores ciudadanos, ese gran desideratum de los hombre de bien no conmovería tu estatua sobre tu asiento de granito, porque la justicia, el estoicismo y el severo patriciado habrían sobrevivido a los perfiles marciales de tu efigie; y a cambio del soldado heroico te llamaríamos el primer ciudadano de tu tiempo, sino fuera que la memoria de Grau debe ir a tu diestra, porque no cabe en la penumbra del cuadro contemporáneo.
Coronel Bolognesi:
Tus sobrevivientes te saludan sobre el pentélico sagrado, y somos tus sobrevivientes, porque la selección siniestra de la muerte decapita la flor y no la hierba que ha de perecer también en el desgaste común de las vegetaciones imperfectas;pero todos rodeamos tu monumento; y si he surcado dos piélagos para traerte la ofrenda de mi corazón es porque tu noble patria tenía el derecho de exigir que no faltara a esta cita ninguno de sus soldados, y todos, todos los que vivimos, hemos dejado caer de nuestra manos los instrumentos de trabajo, y desandando el camino sobre la presa de la vida, venimos a refrescar en el recuerdo, que es la fuente de la juventud lejana, las horas gratas de tu dulce amistad y a sentir las emociones y regocijo de tu pueblo en esta fiesta nacional, porque a los muertos ilustres no se lloran; SE SALUDAN, SE ACLAMAN Y SE VENERAN.
Mi Coronel:
Recuerdo tu benevolencia y recibe los homenajes de esta palabra amiga, de esta voz que no os fué desconocida, última sombra ensangrentada que miró tu pupila moribunda, última mano que estrechó la tuya en el altar trocado en vasto osario, y que hoy te hace la venia, saludando tu inmortalidad, y te presenta estas armas que la juventud argentina me ha entregado al partir, juventud que ama lo grande, como admira lo heroico, porque tuvo su cuna en los grandes ejércitos patriotas que trasmontaron los Andes y llegaron hasta el Ecuador en gloriosa cruzada libertadora. Esa juventud no ha olvidado nuestra génesis ni desestima su estirpe; busca la solidaridad, tiende los brazos a través de las cordilleras y los mares, para acercarse a este pueblo generoso que don José de San Martín declaró libre por la voluntad de los hombres y la justicia de su causa, defendida por Dios, y sé que en la hora solemne de vuestros recuerdos nacionales nobilísimo pueblo del Perú, también laten vuestros corazones y también se agitan vuestras manos para saludar desde el Rímac a las nuevas generaciones de los hijos del Plata; pero estas armas que me honro en presentarte son también las de tu ejército y las de tu pueblo, porque las puso en mis manos el congreso de tu nación con el grato asentimiento del congreso argentino, donde se han vuelto a escuchar sentimientos y votos calurosos por la felicidad y grandeza del Perú.
Mi gran AMIGO:
Es tan intensa mi emoción como mi gratitud, asistiendo a tu apoteosis al frente de tu ejército, que el excelentísimo gobierno ha confiado a mi comando como un homenaje a tí, por la amistad con que me honraste, pero que es también insigne honor y altísima distinción discernida a quien la recibe, la estima y la agradece en su nobilísimo significado.
Señor Presidente de la República:
La expresión de mis afectos y de mis sentimientos en este día no quedaría completa si no agregara los que debo y tributo a vuestro gobierno y a vuestra persona, al honorable Congreso de la Nación a vuestro ejército y al nobilísimo pueblo del Perú.
: “Ofrecí al Perú lo único que tenía, mi caballo, mi espada y mi vida, al caballo me lo mataron en la refriega; la espada…se desprendió de mi brazo herido y mi vida me la devolvió el Perú en el Morro de Arica...”; con estas palabras Roque Sáenz Peña, ciudadano argentino, oficial del ejército peruano, defensor del Morro de Arica y posteriormente presidente de la República Argentina (1910-1914) fue el invitado de honor a la inauguración del monumento a Bolgnesi el 06 de noviembre de 1905 ; las palabras de su discurso se han convertido en una pieza literaria de narrativa heroica .....


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Ad Majorem Dei Gloriam

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