Lazos familiares de Don Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano PhD, con la familia Güemes: i. ISAAC3 ROQUÉ GÜEMES, b. 1846, Córdoba, Córdoba, Argentina; d. 29 de marzo 1920, Córdoba, Córdoba, Argentina. 10. ii. ENRIQUETA ROQUÉ GÜEMES, b. 1847, Córdoba, Córdoba, Argentina. iii. CONSTANCIA ROQUÉ GÜEMES, b. 10 1849, Córdoba, Córdoba, Argentina; m. PABLO C BELISLE, 09 Jun 1892, Córdoba, Córdoba,
Sin lugar a dudas el apellido Gūemes
fue, es y será ilustre en todas sus dimensiones; no solo en la Prov de Salta
sino en toda la extensión de la República Argentina.
Este apellido no sólo fue defensor de
nuestra frontera norte sino que también defensor de la salud de la población
toda.
Vamos a conocer su historia
Luis Güemes nació en Salta el 6 de
febrero de 1856. Fue hijo de don Luis Güemes y Puch y de doña Rosaura Castro y
Sanzetenea y nieto del héroe don Martín Miguel Juan De Mata Güemes (Martín
Miguel de Güemes). Ingresó de niño a la Escuela de la Patria en Salta; como
alumno de instrucción primaria se caracterizó por su curiosidad y el empeño en
adquirir conocimientos. Por su espíritu indagador lo apodaban “el preguntón”.
Cursa el Colegio Secundario en la
ciudad de Salta demostrando una dedicación extraordinaria. Recibe de su
principal maestro, el boliviano Zubieta (profesor de filosofía), un premio por
su trabajo ejemplar. Concluye sus estudios en 1873.
Durante un tiempo siguió los cursos
de la Escuela de Agronomía. Sus vacaciones escolares las pasaba junto con sus
hermanos en un predio rural del Valle de Lerma llamado El Carmen de Güemes, que
había sido de sus antepasados. Luis Güemes adoraba la chacra y se entretenía
con algunos viejos gauchos veteranos del tiempo del General que le enseñaron a
ser jinete, a tocar el clarín, a tirar el sable; se ejercitaba en cortar leña y
hacer zanjas lo que desarrolló su cuerpo que tenía gran vigor.
El General don Martín Miguel de
Güemes decía de Buenos Aires: “estaba el centro de la vida, del porvenir y del
progreso de los pueblos argentinos” (por ello rechazó la propuesta de un
acuerdo de guerra contra Buenos Aires propiciada por Ramírez, el caudillo
entrerriano). Luis Güemes, decidido a estudiar medicina, parte hacia Buenos
Aires en 1873 en compañía de los Tedín y de su hermano Domingo.
Encontrándose como estudiante de los
primeros cursos en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, estalla la
revolución del ´74; con su hermano Domingo se engancha como soldado raso en las
filas del gobierno marchando junto al sargento Antonio Emilio siguiendo toda la
campaña hasta su final en La Verde. Pasados los años, este sargento ya viejo y
enfermo recurrió al famoso médico quien lo recogió y le pasó una pensión hasta el
día de su muerte.
La vida de Luis Güemes como
estudiante de medicina fue apretada, lo que lo obligaba a sufrir privaciones.
Aprovechaba sus visitas matinales al acorazado “El Plata” para poder almorzar;
por la noche se acostaba temprano para olvidarse de la hora de la comida; había
suprimido la cena no por razones dietéticas sino por falta de recursos. Su vida
es modesta y humilde; se queja en cartas dirigidas a su familia de las
dificultades que tiene para estudiar. Tiempo después, consiguió pensión en una
mala fonda de la calle Belgrano, cuyos dueños, un matrimonio español, tuvieron
consideración para con el joven estudiante. Ya médico de posición, les llevó a
su casa y les donó una propiedad.
Esta escuela de pobreza templó su
espíritu, le hizo comprender y respetar el gran problema de la indefensión y el
desamparo, lo condicionó para soportar sus propios sufrimientos físicos y
morales y atender a los demás.
Se graduó de médico en 1879 con una
Tesis patrocinada por el Decano Dr. Pedro A. Pardo denominada “Medicina Moral”.
Aquí expone el valor antropológico y humanístico de la pareja médico-enfermo;
define el valor ético-moral del ejercicio profesional que no se aprende en los
tratados de deontología médica ni en los sesudos libros de ética; define el
valor moral del médico que es indisoluble con su persona (se es tan buen médico
como se es como persona). Para Güemes, las enfermedades tenían también un
tratamiento moral.
El Dr. Pedro A. Pardo le brindó a
Luis Güemes – totalmente carente de recursos – su consultorio para iniciarse en
el ejercicio de la medicina. Para ser buen médico – decía Güemes –“es necesario
estudiar toda la medicina, y estudiarla de una manera precisa, sistemática y
progresiva”.
Por necesidad interior de profundizar
sus conocimientos, una vez ahorrados los dineros necesarios, viajó a Europa y
se inscribió como estudiante de medicina en París. Allí siguió, por segunda
vez, la carrera médica, año por año, hasta obtener su título de médico en 1887.
En Francia recibió la influencia de tres de los médicos clínicos de mayor
prestigio de la segunda mitad del siglo XIX: Potain, que a través de sus
lecciones clínicas en la Charité le educó el oído para los ruidos normales y
patológicos del corazón y los pulmones; Bouchard, profesor de patología general,
lo entrenó en los problemas de la autointoxicación, el artritismo y la
patología de la arteriosclerosis y sus principios terapéuticos; Dieulafoy, que
le enseñó las diversas facetas de las enfermedades y la patología del apéndice.
Las bases de la cardiología le fueron impartidas por Peter; Tillaux, Pozzi y
Terrillon fueron sus maestros en clínica quirúrgica; en medicina operatoria fue
discípulo de Farabeuff y Charcot lo subyugó con sus espectaculares lecciones en
la Salpétriere. Su tesis de París, “Hemato Salpinx” fue, seguramente, inspirada
por el profesor Terrillon cirujano de gran prestigio y uno de los primeros en
proclamar las ventajas de la asepsia. Güemes alternó en París con numerosos
visitantes argentinos que frecuentaban su pobre
bohardilla del Barrio Latino y que se
veían atraídos por sus conocimientos y fama creciente. Participó en las
inacabables discusiones de aquélla época entre Pochet y Pasteur, de Virchow con
Koch, de Klebs con Virchow. Analizaba las propuestas de todos y llegó a pensar que
el verdadero fundamento de la enfermedad es su lesión orgánica; la enfermedad
es un proceso de materia y energía; el proceso de la enfermedad es la
consecuencia específica de la causa que la determina. Güemes consideró a la
medicina como un humilde y heroico oficio que permite saborear el placer del
incógnito: “La medicina, sin duda, es difícil pero no incierta, por más que en
su marcha ha sido lenta; cuanto más la estudiamos, más nos convencemos de cómo
ha llegado y puede llegar aún a mayor grado de perfección y de certidumbre”.
Güemes agotaba el examen de los
enfermos y trataba de desentrañar las leyes conocidas o desconocidas que hacían
a las enfermedades en una actitud solitaria, silenciosa y humilde. Estando a
solas consigo mismo en una sala de clínica médica de un Hospital de París
auscultando el corazón de un paciente, se le aproximó un colega tan modesto
como él y le preguntó si había hecho algún hallazgo. Sí – le dijo Güemes -;
escuchaba el soplo de Duroziez. De manera que usted se interesa por los
suspiros de un corazón enfermo. Sí –contestó tímidamente Güemes -. Pues bien,
le contestó el colega; yo soy Duroziez.
Prosiguió realizando estudios de
perfeccionamiento en Austria, Alemania e Inglaterra pero sus responsabilidades
familiares y profesionales determinaron su regreso a la patria en 1888. Este
regreso no fue motivado por el ofrecimiento de una Cátedra de Cirugía que le
ofrecen desde Buenos Aires durante su estancia en París; Güemes se sentía
clínico, amaba el arte del diagnóstico y la terapéutica sencilla.
Médico en Buenos Aires, Luis Güemes
atiende no sólo en la Capital Federal sino también en el interior y en países
vecinos. Su consultorio estaba lleno desde la escalera de entrada hasta la
sala; multitud de enfermos esperaban días y noches para ver “al mago de la
medicina”. Mas que un consultorio era un vestíbulo de un santuario antiguo
(Cranwell). Las consultas empezaban por la tarde y duraban toda la noche hasta
la aurora.
En el año 1895, es designado Miembro
de la Academia de Medicina en reemplazo del Dr. Mauricio Catán donde expone su
trabajo “La exactitud en medicina”; las enfermedades, decía, están sometidas,
todas, a leyes más o menos precisas y si alguna vez éstas se nos escapan, es
porque no nos encontramos todavía en condiciones de comprenderlas. Espíritus
existen que creen que la exactitud sólo se encuentra en los laboratorios y en
los anfiteatros, y que una vez llegados a las puertas del hospital, el médico
entra en la región de lo vago y de lo incierto. Pero la verdad, es que en la clínica
el arte se confunde con la ciencia y aún cuando en aquél haymucho de personal,
es indudable que existe también la exactitud. La observación de los hechos es
la base de la clínica, pero no basta observar lisa y llanamente, es preciso
observar bien. La medicina es una ciencia difícil, un arte delicado, un humilde
oficio, una noble misión”.
En 1897, la Universidad de Buenos
Aires le crea la Cátedra de Medicina Clínica con sede en la Sala V del Hospital
de Clínicas. A las 11 de la mañana, las campanadas anunciaban que el Profesor
Luis Güemes había llegado al Hospital; se vestía con blusa blanca y se dirigía
a la cama de un paciente recién ingresado, practicaba un examen detallado,
completo y exhaustivo – era un maestro de la semiología -, formulaba un diagnóstico
y si no creía poder hacerlo decía“hemos llegado hasta aquí, ahora esperemos la
evolución”. Detestaba los diagnósticos ligeros y rápidos y el mal o incompleto
examen del paciente. Jamás mortificó a sus enfermos con palabras duras, tristes
o con juicios irrevocables; nunca se le oyó una palabra sobre la salud de sus
clientes. Nunca reprobó a un alumno hasta que se retiró de la cátedra en 1921.
Por entonces se le veía como un hombre de mediana estatura; robusto; cabeza
grande; calva pronunciada; cara pálida; barba corta castaño-oscura; ojos
celestes, claros , vivaces e indagadores; su voz era baja de palabra amable,
gesto cariñoso y cortés; cultos modales. Tenía un carácter fuerte y
probablemente, en ocasiones, violento pero dueño de sí mismo, casi nunca perdía
el dominio y la serenidad.
En 1912 es nombrado Decano de la
Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires. Sin tener militancia política, se
vió precisado a representar a la Provincia de Salta por elección como Senador
Nacional (1907-1916). Este período lo tuvo como promotor de numerosas leyes y
proyectos algunos de los cuales alcanzaron sanción como la construcción del
Hospital Naval y la realización del Ferrocarril Transandino Salta-Antofagasta.
Fuerzas conservadoras lo proclaman candidato a la Presidencia de la República;
Güemes rehusó esta distinción ante su vocación médica y universitaria.
La muerte de Luis Güemes fue su
última lección de clínica, de terapéutica y de moral. Planteó“su caso” ante los
colegas y después de analizar los diagnósticos posibles llegó a uno definitivo;
no se equivocó en el diagnóstico de su propia enfermedad; consideró su
tratamiento tanto fastuoso como inútil; se negó a recibir asistencia; aceptó su
final fatal. Ni remedios, ni exámenes, ni consultas y con Rainer María Rilke
pensó “yo debo morir de mi propia muerte y no de la muerte de los médicos”. La
muerte de los médicos es la muerte tormentosa o dulce que ellos preparan,
regulan, aplazan o precipitan (Loudet).
Murió con resignación y acatamiento
al orden de las leyes naturales sin dar el dramático espectáculo de verse
apagada su inteligencia antes que su corazón. Falleció en la Capital Federal el
9 de diciembre de 1927.
Luis Güemes, ejerció, durante largo
tiempo, el patriciado de la medicina argentina. Su vida médica se caracterizó
por la prudencia, el sentido crítico y un sabio y oportuno silencio reflexivo;
parecía impasible, frío e insensible ante los pacientes. Bajo este continente
se escondía el hombre cálido, sin apresuramientos, enemigo de la audacia,
buscador permanente del diagnóstico seguro transitando, advertida y
lúcidamente, por el ríspido camino del error clínico. Luis Güemes fue el hombre
de la duda y el paladín de la certidumbre clínica. “Como médico, había sido la
autoridad que, por más dilatado lapso, ha merecido el acatamiento máximo de la
República” (Mariano R. Castex). “Esta gran figura de la medicina nacional tuvo
por clientes a los poderosos de su país y, por protegidos a todos los
desdichados” (Daniel J. Cranwell).
En 1935, se coloca en el frontispicio
de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires un monumento a su memoria
realizado en bronce por el gran escultor Agustín Riganelli con la mención de
“gran médico, gran profesor y gran clínico”.
Luis Güemes perteneció a esa raza de
grandes médicos armoniosamente completos, exigentemente morales, argentinos
profundamente comprometidos con su profesión, su gente y su tierra; le hicieron
compañía los Abel Ayerza, José María Ramos Mejía, Marcelino Herrera Vegas,
Pedro Mallo, Pedro A. Pardo, Juan B. Señorans, Domingo Cabred, Angel M.
Centeno, Carlos Bonorino Udaondo, Facundo Larguía...
Luis Güemes no escapó ni renunció a
sus raíces y logró, pese a su formación europea, mirar y trabajar para adentro
de su país y de su tierra argentina, sin alardes, sin grandes enunciados
retóricos circunstanciales, con la justeza y el silencio reflexivo de los
grandes espíritus.
Este trabajo fue rehecho
parcialmente. Publicado en su versión original en el libro “Ensayo sobre
historia de la medicina en Salta”; Edit. Círculo Médico de Salta; Págs. 3-8;
agosto; 1983. Adhesión a los Cuatro Siglos de la Fundación de Salta. Obtuvo el
Premio “Historia de la Medicina en Salta” del Círculo Médico de Salta y
Sociedad de Escritores Salteños.
Como dato anecdótico un Sanatorio
privado de la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre: “Sanatorio Gūemes” como
así también El Hospital Interzonal General de Agudos "Dr. Luis
Güemes", en Haedo, (Buenos Aires).
También un monumento ubicado en la
antigua Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, obra del
escultor Agustín Riganelli, inaugurado el 7 de diciembre de 1937 lleva su
imagen
El estadio del Club Atlético Central
Norte de Salta se denomina "Dr. Luis Güemes"
Fte: LEONARDO STREJILEVICH (Portal
Informativo de Salta)
Quiroga, Marcial. El doctor Luis
Güemes.
Cranwell, Daniel J. Nuestros grandes
médicos: Rafael Herrera Vegas, Pedro N. Arata, los Ayerza, Roberto Wernicke,
Luis Güemes, Pedro Lagleyze, Ángel M. Centeno. Buenos Aires
Comentarios al posteo a cargo de
Diego Weinstein