domingo, 20 de marzo de 2011

Santos guerreros.(Orden de Caballería San Ignacio de Loyola)

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QUIENES SOMOS

Los Caballeros de la Orden, soldados de Dios, somos laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión.

Herederos de

Misioneros y educadores, viajeros y descubridores, cartógrafos y geógrafos, hombres de teología y espada, de ciencia y espiritualidad, conspiradores políticos o pacificadores, los jesuitas han sido, desde la fundación de la Compañía de Jesús una de las órdenes religiosas más importantes y controvertidas de la cristiandad; efectivamente, un grupo muy influyente a nivel mundial.

Los Jesuitas conquistaron Sud América para la Iglesia de Roma
(dijo Lord Maculay)


Bandera de las Américas, adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional Americana de
Montevideo el 13 de diciembre de 1933

Se dedicaba a los gastos de la guerra contra los infieles


Santiago es el patrono de y tuvo, en el pasado, una sólida orden de caballería con su nombre, hoy millones de fieles le guardan una devoción especial. En la catedral de Santiago de Compostela se halla una imagen del santo de gran tamaño, y una pequeña escalera permite a los fieles llegar por detrás hasta la altura de sus hombros, allí se le da un abrazo formal al santo. Para fortalecer el carácter militante del santo está la advocación de Santiago Matamoros, y en los combates simbólicos, que se prolongan hasta hoy en España y en gran parte de América Latina, para Semana Santa, aparecen contingentes de bailarines, unos vestidos con ropas de colores y caras tiznadas que son los moros, los otros con ropas blancas en su mayoría, son los cristianos, y en bailes que simulan la guerra, los cristianos llevan la peor parte hasta que aparece Santiago, sobre un caballo de utilería y con la ayuda del Santo, los cristianos ganan y derrotan a los moros. Esta ceremonia, datada ya en el siglo XI, continúa hasta nuestros días reflejando la profundidad en la que está fijado en las devociones populares, el Santo Guerrero.


En 1521 un soldado español fue herido durante el sitio de Pamplona por una bala que le destrozó un pierna. Durante su larga convalecencia tuvo en sus manos un libro religioso que le cambió la vida, y el militar Ignacio de Loyola, se transformó en San Ignacio de Loyola, uno de los santos con mayor trascendencia social en los últimos 500 años de la vida de la iglesia católica.

San Ignacio no se desprendió de los esquemas militares que le forjaron en su juventud, y llamó Compañía a la orden que fundó. Los que la dirigen se llaman Generales, y en toda su organización se respira una orientación de disciplina militar. Sin embargo, hay que reconocer que los jesuítas fundados por Ignacio han sabido proceder con gran sabiduría y equilibrio para ejercer la disciplina militar con que se ejerce el mando, aunada a la mayor flexibilidad apostólica, al menos en líneas generales y actitudes predominantes. El jesuíta no es un espartano, un profesional de las armas. El teólogo protestante Paul Tillich que los critica con severidad, reconoce a la vez que son los primeros hombres modernos de la iglesia de la contra-reforma. De modo alguno los jesuítas encarnan el espíritu integrista y violento, militarista para decirlo en una palabra, sino por el contrario, el de la mayor flexibilidad conceptual que fue visible desde el inicio de la Compañía, y particularmente durante la experiencia que vivieron en la evangelización de China, en el siglo XVII. En esa circunstancia llegaron al límite conceptual más crítico entre evangelización y cultura, en el intento de hacer comprender la figura y mensaje de Cristo en una sociedad culturalmente distante. "De quién están hablando", dijo un mandarín chino cuando un jesuíta predicaba en chino en la corte de Pekín. "De un hombre que murió como delincuente durante la dinastía Hua", le contestó otro. Esa era la barrera a vencer, el filtro de la cultura, que Pablo pudo superar pasando el mensaje al griego, y no lo pudieron cumplir los jesuitas en China, por imposición de la curia romana.


"Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, y como día de jornalero son sus días", dice amargamente el AT. Las centenas de citas militares del libro no pesan en el discurso de Cristo, y llama precisamente a los que tienen penas, amarguras y sombras en el corazón, para que se les dejen a El.

De modo que el cristiano no es un hombre blindado, agobiado por el peso de las armas, al menos no debería serlo, y la iglesia lo invita a una fiesta, una recordación fraterna, un ágape. No hay lugar para la espada. No es la comida conjunta de los iguales lacedemonios. Es una cena en la que todos están invitados, y el que no va es porque ignora la invitación.

Al entrar al actual siglo existe signos en el catolicismo, y específicamente en la iglesia argentina que ha perdido terreno la visión militarista de la religión, al menos han perdido protagonismo una corriente de la jerarquía que propugnaba la guerra santa en la década del 70. Paz a los muertos, pero al menos tengamos presente que treinta años atrás teníamos Abades como Jerónimo de Perigord, el Obispo de Valencia en tiempos de Cid.

Debemos tener prudencia para observar "los signos de los tiempos", por que así como son visibles las señales de retroceso del militarismo religioso, se puede comprobar a la vez, que en las dos otras religiones del Libro, como llamaban los teólogos del Islam al cristianismo, el judaísmo y a ellos mismos, existe fuertes signos integristas y racistas que interactúan entre sí, y el cristianismo siempre estuvo imbricado con estas dos religiones.

El fuerte retorno del islam a Europa no muy visible en la Argentina, salvo que se pueda contemplar la nueva mezquita del barrio de Palermo en Buenos Aires que exhibe un poderío material destacado, coloca un ingrediente religioso en la mesa, al que el catolicismo tendrá que metabolizar con dos, y solo dos, respuestas posibles: la resistencia violenta, o la espiritualidad pluralista. Hasta el momento la respuesta de Francia y ahora de España han sido dubitativas generando nuevos conflictos que, en su forma más superficial surgen como problemas sociales o de códigos culturales, pero que envuelven una matriz religiosa.




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Ad Majorem Dei Gloriam

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