miércoles, 11 de mayo de 2022

El populismo jesuita. Perón, Fidel, Chávez, Bergoglio, de Loris Zanata (2021), Profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia (Italia). Soberana Compañía de LOYOLA SCL



¿Quién dijo que en el siglo XX morirían los relatos? ¿Que solo la contienda entre religiones mantendría el espíritu de confrontación que en plena guerra fría había desgarrado al mundo? ¿Ese nombre era el de Samuel Hungtington, el del choque de las civilizaciones, o era el del japonés educado en Stanford (EE UU), el del fin de la historia, un tal Francis Fukuyama? 


El libro de Loris Zanatta, El populismo jesuita, cuyo subtítulo se encarga de enumerar cada uno de sus “héroes” malditos (Perón, Chávez, Fidel, Bergoglio), viene a confirmar que la pugna entre relatos está más viva que nunca. 


Profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia (Italia), Zanatta hace tiempo que dedica sus días al estudio de las repulsas y atracciones entre liberalismo y catolicismo en tierra americana. 


Precedido por El populismo (2014) pero con un tono mayor de divulgación (lo cual lo hace fácilmente digerible) y de confrontación (lo cual lo convierte en instrumento de la actual cruzada antipopulista), la tesis del autor en esta oportunidad es que los elementos genéticos del populismo del siglo XX hay que hallarlos en la cristiandad católica hispana que los jesuitas implantaron en América en el siglo XVII. 


De ahí el “populismo jesuita”. Pero el autor advierte: no es que los jesuitas hayan sido “populistas”, sino que es en su “imaginario” o “mentalidad” donde hay que ir a encontrar el germen proliferante que engendró a sus líderes del futuro (Perón y Eva, Chávez, Castro) y pastores de iglesia (Bergoglio). 


Caracterizada por su unanimismo, jerarquía y organicismo corporativo, la estructura política y teológica de la Compañía de Jesús sirvió a un único propósito: desviar a los pueblos americanos de un destino que pudo haber sido “normal y exitoso”, como todos aquellos que siguieron la senda correcta (protestante y capitalista, a todos los efectos). 


Esos tres componentes tienen un fundamento, no sólo ontológico sino teleológico: es el pueblo entendido como organismo natural y comunidad de fe. En la medida en que es sustrato originario y modelo al que siempre se debe retornar, ese núcleo debe permanecer petrificado, debe ser inmune a la historia. 


A partir de allí (de acuerdo con el hilo que trama el relato), el enemigo declarado del imaginario populista es todo aquel que amenaza desintegrar esa sustancia pura: la libertad de mercado, el estado liberal, la ciencia. Para evitarlo, ha contado con sus dos brazos ejecutores: la Iglesia y el poder militar. 


De este modo, el elemento contaminante del populismo jesuita se replica y difunde en la tierra que permaneció adherida, más que ninguna otra, a los principios sagrados del catolicismo: América Latina.


¿Cómo se arriba al momento populista? Un presupuesto no declarado de este escrito es que la historia se mueve, ya sea por utopías fundadas en pulsiones (“venganza”, “esperanza”, sed de “revancha”), ya sea por un mecanismo ciego que opera de manera pendular, de modo tal que a periodos oscuros (populistas, religiosos) le siguen periodos iluminados, secularizantes, en los que el estado liberal se impone junto a la economía de mercado y la propiedad privada. 


Los caracteres que alientan estos periodos se obtienen de manera aséptica, a través de un análisis de laboratorio, es decir, aislando sus componentes, no auscultando la historia. Luego vienen las inferencias “lógicas”. 


De este modo se concluye que las desviaciones populistas, caracterizadas por su sesgo fanático y protofascista, rechazan el progreso, la innovación, el pluralismo y la libertad; desdeñan la ciencia, la civilización e ignoran a sus padres: Newton, Smith, Locke. 


Los pueblos por los que el espíritu del protestantismo no ha pasado (y por ende, tampoco el capitalismo), no sólo no han superado la barbarie sino que persisten en ella. Difícilmente se encuentre, a lo largo del libro, alguna mención a la lucha de los pueblos, a la construcción consciente (pensada, querida y deseada) de proyectos que sirvan a la emancipación, a la construcción comunitaria de un ethos común.


En ningún caso (siquiera cuando se trata del peronismo) se hace referencia a la ampliación de derechos o al bienestar material que supuso el momento populista para sus pueblos. Ninguna mención de la miseria y desigualdad a que llevó la implementación de políticas neoliberales en la región. 


No hay atisbo siquiera por entender la historia a partir de coordenadas geopolíticas que articulen el rol de los estados, de las corporaciones económicas y sus intereses sobre la región, de los Estados Unidos y su implicación en los golpes de estado, de la reducción de América Latina a patio trasero de la historia, al Plan Cóndor y su papel en la gestación de las dictaduras militares que asolaron el continente. 


No hay en este escrito sujetos de la historia: los periodos populistas, generalmente reparatorios de las atrocidades que a nivel social y económico llevaron a la bancarrota, como los neoliberales, son apenas una peripecia, movimientos en el péndulo de la historia, no proyectos concretos llevados a cabo por sujetos políticos. 


Son entelequias, muy lejanas a comunidades que padecen, sobre-viven, resisten, luchan, se organizan y crean. 


En este relato maniqueo, los pueblos americanos y sus comunidades indígenas resultan injustamente condenados a la imitación servil, la obediencia, la pasividad, la falta de originalidad, a la fe. Se pasan por alto rebeliones, resistencias y modos singulares de organizar la propia economía, y esas otras formas de creación que llamamos arte y literatura.


Ciertamente, este libro ha rebasado los estándares de rigor que exige la academia. No le habla a ella sino se dirige al público, a la “gente”, a ese sujeto para el cual no existen los matices y que abreva en una identidad excluyente y no contaminada. 


Sin embargo, más allá de sus intenciones, invita a la academia a desmontar la orfebrería de este constructo singular a partir de la identificación de las estrategias que lo convierten, como se dijo en un principio, en un relato más. 


Si bien es cierto que toda discursividad científica se hibridiza por la presencia de componentes narrativos (lo cual no desmerece su valor científico o documental), este libro, que combina astutamente algunos datos fiables con entelequias, valoraciones y una visión sesgada de la historia, invierte la carga necesaria de cientificidad. 


Y al hacerlo, no sólo falta a la “verdad” (ese concepto tan vapuleado en el último tiempo) mutilándola, traicionando hechos, adulterando versiones, desconociendo datos  o simplemente enmascarando los propios presupuestos  (inherente  a  toda  construcción  teórica metadiscursiva que pretenda cierta honestidad), sino que, poniéndose del lado del “bien”, incurre en el maniqueísmo que denuncia en el enemigo que se propone destruir


Las contradicciones performativas son flagrantes, recurrentes y fácilmente detectables: el sujeto liberal es transparente, activo y no dependiente; el sujeto populista es sujetado.


Sin embargo, cuando el autor declara (como si estuviese abriendo el paraguas ante posibles objetores), que el trazo con el que va a construir su versión del populismo, es grueso, que va a haber simplificaciones y lagunas (“el texto corta sin piedad el aparato bibliográfico”) demanda al lector que crea en él, porque “sé de lo que hablo” (sic: p. 11). Es decir, construye un lector equivalente a aquel que, supuestamente, inviste el populismo: un infante que tiene que creer lo que otro dice porque es “autoridad”. 


Este posicionamiento es, huelga aclararlo, exactamente contrario al sostenido por la Ilustración, empezando por Kant (y que el autor ensalza sin medias tintas).


Un tips que puede servir para todo investigador que quiera juzgar el valor académico de un escrito: revisar la bibliografía, ese aparato mutilado “por mor de la fluidez”. 


Pues basta asomarse a las fuentes consultadas para descubrir que casi todo el material es anglosajón, que sale de las usinas académicas de los Estados Unidos e Inglaterra. En el capítulo que compendia los componentes del populismo (unanimismo, jerarquía, organicismo) hay escasísima mención de autores latinoamericanos; brillan por su ausencia teóricos del populismo como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o Jorge Alemán. Casi no hay textos en idioma español. 


Lo cual nos da la pauta de que para el autor basta con mirar desde lejos el fenómeno, sentarse en una biblioteca de Oxford y hablarle a la academia italiana; que no es necesario recurrir a la voz de los protagonistas de la historia, a los sujetos de las luchas, a aquellos que sostuvieron y aún sostienen la bandera del populismo. 


Su voz, en este escrito, no sólo se desoye: está literalmente arrasada. De haber consultado esas otras fuentes, de haber tenido una actitud verdaderamente “plural”, atenta a las diferencias, habría advertido, o hubiese debido poner ante el gran público, la tesis exactamente opuesta. 


Pues el populismo latinoamericano en la voz de aquellos teóricos, y muchos otros (v.g., Paula Biglieri, Luciana Cadhaia, Valeria Coronel, Eduardo Rinesi, etc.) no sólo se destaca por rechazar todo sustancialismo (la cadena equivalencial de demandas teorizada por Ernesto Laclau se caracteriza por su heterogeneidad), sino por su origen contaminado, impuro, no ligado a ninguna etnia, a ninguna religión, a ningún color de piel.


El populismo latinoamericano no solo no ha sido excluyente sino que ha abrazado un ideal de igualdad formal y material que los propios liberalismos han visto como amenaza, y por eso muchos de sus líderes (Lula da Silva, Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff, Rafael Correa, Milagro Sala, entre otros) han sido injustamente perseguidos, sentenciados por juicios oprobiosos e incluso, en algunos casos, encarcelados.


El idioma de los argentinos supo inventar el término “sanata” para aludir a la verbosidad repetitiva e insolvente que poco tiene para aportar salvo que resulte operativa a un propósito. En este caso, blindar, a partir de la construcción de falsos enemigos, el reino venidero del fascismo neoliberal. 


Lo notable de este tiempo es que esos productos provengan usina de la academia, desde cuya autoridad y poder de fogueo se construyen las versiones que luego serán a su vez simplificadas y distribuidas por los medios masivos de comunicación. 


De ahí proviene hoy, de esos laboratorios implicados con los intereses de las grandes corporaciones, la versión empobrecida del populismo que vemos replicar en boca de quienes lo denostan sin argumentos, sólo con clichés. Son estos nuevos relatos los que garantizan que se naturalice aplastar a los pueblos que salen a las calles porque los ronda la miseria, ignorar sus legítimas demandas y mutilar toda su potencia creativa.


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