LEGIÓN PATRICIOS DE BUENOS AIRES
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día de la batalla,
el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen, e
incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través
de su intercesión. En esos mismos momentos, Tristán ordenó la marcha hacia la
ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó
la plaza desde el sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas
en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los
Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del
teniente de Dragones, Lamadrid, natural de la zona, que contaba con la
velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna
española. En todo caso, utilizó el viejo Camino Real del Perú para poner
frente a la ciudad, a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.
Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego,
Belgrano –que había dispuesto al alba sus tropas al norte de la ciudad– había
cambiado su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las
maniobras de Tristán, y plantó cara a este en un terreno escabroso y desparejo,
llamado el Campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de
Tristán apenas dio tiempo a este de reorganizar su frente y ordenar montar la
artillería.
Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando
de Balcarce, era más numerosa –contaba con la tropa gaucha recién
reclutada– que la izquierda, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez.
La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el
coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la
central y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección
de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al
mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de
Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie
–demasiado dividida entre las mismas para ser efectiva– siendo su ayudante de
campo el teniente José María Paz.
Fue la artillería revolucionaria la que inició el combate, bombardeando
los batallones realistas de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a
la bayoneta. Belgranó ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes,
acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras
que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la
carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus
guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su
paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal
punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la
retaguardia del ejército enemigo.
Es imposible saber qué efecto hubieran podido tener de cargar desde ese
sitio, en un movimiento de pinzas; compuesta en general por hombres de campo e
ignorantes de la disciplina militar, buena parte de la caballería gaucha rompió
la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos,
incluyendo fuertes sumas en metales preciosos, del ejército realista. Con ello
lo privaron también de sus reservas de munición y de provisiones, con las que
se retiraron del campo de batalla. Solo la sección de Dragones que le daba
apoyo y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvieron el frente, pero
junto con la pérdida de su equipaje ello bastó para confundir y desorganizar
esa ala.
Mientras tanto, al otro lado del frente el resultado era muy distinto:
pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de
los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel José Superí. Sin
embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar
terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el
frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y
dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban
cada unidad.
La providencial aparición de una enorme manga de langostas, que se abatieron sobre los pajonales, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.
Si bien Belgrano había sido arrastrado por el desbande de un sector de
su tropa fuera del escenario de las acciones, el campo de batalla quedó en
manos de la infantería patriota. Al observar que se había quedado sola y sin
las tropas de la caballería, Díaz Vélez logró tomar -junto con un grupo de
infantería de Manuel Dorrego- el parque de artillería de Tristán, con treinta y
nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y centenares
de prisioneros. Tomaron, además, las banderas de los regimientos Cotabambas,
Abancay y Real de Lima. Luego, con la ayuda de las tropas de la reserva y
llevándose también a los heridos, Díaz Vélez hizo replegar ordenadamente la
infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y
trincheras que se habían abierto allí. También reorganizó la artillería y
apostó tiradores en los techos y esquinas, convirtiendo a la ciudad en una
plaza inexpugnable. Encerrado en ella, protegido por las fosas, Díaz Vélez
aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán.
Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado se retiró del campo central
y acampando en el Rincón de Marlopa, intentaba recomponer su tropa cuando
encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las
funciones de observación. Díaz Vélez envió al teniente Paz en busca de
Belgrano, el que le transmitió al general que regresara de inmediato porque la
batalla había sido ganada y que su presencia era necesaria para asegurar el
triunfo definitivo de las armas patriotas, tomando las decisiones que
correspondían. A través de Paz se localizó lo que quedaba de la caballería en
el campo. Se les sumó poco después Balcarce, quien también se atrevió en
calificar de victoria la situación, juzgando que el campo
cubierto de cadáveres y despojos españoles era indicio del resultado, aunque
desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad. Reordenar la
hueste le llevó el resto de la tarde a Belgrano. El general inmediatamente
ordenó la marcha hacia la ciudad para conectarse con Díaz Vélez, quien había
asegurado el triunfo de los patriotas.
Tristán, temeroso de lo que podía esperarle a sus tropas dentro de la
ciudad, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los
primeros disparos enemigos. Hizo un último intento por la vía diplomática,
intimando a Díaz Vélez a rendirse en un plazo de dos horas, bajo amenaza de
incendiar la ciudad. Díaz Vélez le respondió con vehemencia, invitándolo a que
se atreviera, ya que las tropas de la Patria eran vencedoras y que había
adentro 354 prisioneros, 120 mujeres, 18 carretas de bueyes, todas las
municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería, 32 oficiales y 3
capellanes tomados al ejército realista. Agregó que, de ser necesario,
degollaría a los prisioneros, entre los que se encontraban cuatro coroneles. En
la nota que Díaz Vélez le dirigió al jefe realista, el 24 de septiembre de
1812, le manifestó asimismo:
... "Si V.S. se halla con la energía de que se lisongea para
atacar, tema en el resultado los consiguientes de unas armas vencedoras
justamente irritadas. Nuestra caballería en número superior a las fuerzas de
V.S., al mando de mi digno General en Jefe el señor Brigadier Don Manuel
Belgrano, que corta a V.S. toda retirada, concluirá el corto resto de los
despojos que quedan a su mando; y solo serán sus ruinas el cuadro en que se
eleve el estandarte de nuestra libertad" ...
Tristán no se atrevió a cumplir con su amenaza y pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del arrogante coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez le hostigaba su retaguardia en su huida al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas.
Nuestra Señora de la Merced
El General Manuel Belgrano y la Virgen de la Merced.
La Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes es una advocación mariana venerada por los católicos de la Bienaventurada Virgen María.
Es equivalente también el nombre de
Virgen de la Misericordia. Su fiesta se celebra el día 24 de septiembre.
La historia cuenta que el General
Manuel Belgrano durante la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, en
plena guerra por la independencia, puso toda su confianza en Dios y en nuestra
Señora de la Merced, a quién nombró como Patrona del Ejército.
Esa mañana que se libró el combate, el
General estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen.
Después de la victoria, en el parte de guerra que transmite al Gobierno dice textualmente:
"La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos".
El general Belgrano puso en manos de la imagen de la Virgen su bastón de mando.
La entrega se efectuó durante una solemne procesión con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había librado la batalla y proclamó a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército.
Grande abrazo Patricio
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