La caridad cristiana, que nos manda procurar eficazmente, el
bien de Dios, el bien de la Iglesia, el bien de los pueblos cristianos, nos
manda por lo mismo empuñar la espada para defender eficazmente estos bienes
cuando no haya otro modo de asegurarlos.
Si no ha llegado todavía, quizá no esté lejos el momento en que, si no queremos
ver proscrito el nombre de Dios, incendiados los templos, vilipendiados los
sacerdotes, violadas las vírgenes por la chusma desatada, sea necesario ceñirse
los lomos y empuñar la espada.
Si por sentimentalismo o por cobardía nos resistimos a pelear con denuedo,
tendremos que vivir esclavos de una minoría rabiosa de judíos que después de
habernos vilipendiado en lo más sagrado nos sujetará a la tiranía del deshonor.
La caridad misma lo exige. Porque no pueden decir que aman verdaderamente a
Dios, a la Iglesia, a su Patria, a sus hijos e hijas, aquellos que rehúsan
adoptar aquel medio único que asegure el respeto inviolable de Dios, de la
Iglesia, de la Patria, de los hijos e hijas.
Medio único, doloroso pero indispensable. como lo es el uso del bisturí para
cortar la gangrena que inficiona.
Si el uso de la espada implica una villanía cuando se usa para exterminar al
inocente, en cambio cuando se emplea para restaurar los derechos de la Verdad y
de la Justicia importa los honores del heroísmo.
Padre Julio Meinvielle, El judío en el misterio de la historia,
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