La Legión de Loyola
(CHRISTIFIDELIS LAICI,58)
“El dogma de la Revolución Francesa: libertad,
igualdad, fraternidad, es otro evangelio que difunde la incredulidad, el olvido
de Jesucristo, Palabra del Padre” afirma en este artículo el Arzobispo Emérito
de La Plata, Argentina.
[ELCAMINO]
Noticia difundida por EFE que “la prensa” titula así: “El Papa convoca
a 30 [premios] Nobel para reflexionar sobre la fraternidad” [Nota
de EL CAMINO: los resaltados son nuestros].
Se trata de un encuentro
Mundial sobre la Fraternidad Humana, cuyo lema es Be Human (Sé
humano, en inglés). El objetivo es “elaborar un nuevo
pacto mundial sobre fraternidad y un nuevo código del ser humano, además de
anunciar un gran evento sobre la fraternidad durante el Año Santo, a celebrarse
en 2025”.
La lista de invitados incluía, entre diversos personajes, a la líder
indígena guatemalteca Rigoberta Menchú, el director de la NASA, Bill Nelson, el
alcalde de Nueva York, Eric Leroy Adams, y a la activista mozambiqueña a favor
de la infancia Graca Machel, viuda de Nelson Mandela. “Se procurarán diseñar
propuestas concretas para comenzar a cambiar la historia, estimular las
reformas que faltan, comprender dónde el principio de fraternidad está presente
ya en la vida social, y discernir los parámetros necesarios para medirlo”
explicó la Santa Sede, que añadió que el 11 de mayo, en el único acto a
desarrollarse en el pequeño Estado, Bergoglio recibirá a los participantes en
una audiencia privada.
La Santa
Sede –para envidia de la Masonería universal– ha adoptado la ideología de la
Revolución Francesa: “liberté, egalité, fraternité”. ¿Dónde habrá sido
archivado el mandato de Jesús a Pedro y a los Once, de hacer que todos los
pueblos sean discípulos suyos, es decir cristianos? El sucesor de Pedro es,
lamentablemente, quien lleva a la Iglesia de Roma por ese camino errado que
debe seguir la Iglesia toda.
Existe un modo de reaccionar según la tradición:
el Apóstol Pablo reprochó a Pedro su hipocresía, ya que comía con los venidos del
paganismo, pero cuando llegó Santiago, primo del Señor y jefe de la Iglesia de
Jerusalén, empezó a “judaizar”. En la Carta a los Gálatas dice Pablo (2, 11):
“le resistí en la cara” (kata prosōpon autō antestēn) y llama a esa
conducta “simulación” (hypókrisis).
La
tradición ha deparado una autoridad máxima al pontífice romano, pero los
cardenales, con todo respeto, pueden hacerle ver el peligro de que Roma
adopte el dogma de la Revolución, cosa que no han hecho los Papas desde
Gregorio XVI, quien en la encíclica Mirari Vos ha condenado
con energía el contagio con el liberalismo. Hay que recordar a Pío IX, su
encíclica Quanta cura y el Syllabus o
catálogo de errores modernos. Se destaca también el magisterio de Pío XII y de
sus sucesores.
La Iglesia ha ido reformulando y actualizando su
doctrina sin vulnerar su arraigo en la tradición. Juan Pablo II expresó
ampliamente el camino de la Iglesia con motivo del ingreso en el siglo XXI.
En el Encuentro sobre la Fraternidad, el Papa
Francisco, al recibir en audiencia a los participantes, dijo: “en un planeta en
llamas, ustedes se reunieron con la intención de reafirmar su «no» a la guerra
y su «sí» a la paz, testimoniando la humanidad que nos une”. La reunión ha
contado con personalidades del mundo de la ciencia, la política, el arte y el
deporte; reflexionaron sobre la fraternidad humana y cómo “construir un
mundo en paz” en el futuro.
En su discurso, el Sumo Pontífice citó a Martin
Luther King: “hemos aprendido a volar como las aves, a nadar como los peces,
pero no hemos aprendido todavía el simple arte de vivir juntos como hermanos”.
También insistió en que la palabra clave para la convivencia es la “compasión”.
La intención del Encuentro fue “generar un movimiento de fraternidad”. “Es
necesario volver a reconocerse en la humanidad común y poner en el centro de la
vida de los pueblos la fraternidad”.
El gran
Ausente ha sido Jesucristo. Para juzgar lo que significa esta ausencia, basta recordar la obra de
San Pablo, especialmente sus Cartas a los Efesios y a los Colosenses. Cristo
es todo para la Iglesia. Me vuelven a la memoria dos
significativas expresiones de Pablo VI: “nosotros esperábamos una floreciente
primavera, pero ha sobrevenido un crudo invierno” y “parece que por alguna
rendija el humo de Satanás se ha introducido en la Iglesia de Dios”. El
Pontífice expresaba así su desencanto después del Concilio Vaticano II.
Existe
una verdadera fraternidad entre los cristianos: el Apóstol en sus Cartas emplea
frecuentemente el término “hermanos” (adelphói) para referirse a sus
destinatarios; es un misterio de gracia fundado en el único bautismo, que
confesamos en el Credo, y que exige la caridad (la agápē) en el comportamiento mutuo.
La evangelización es el
proceso que extiende a la Iglesia como fraternidad. Puede decirse que se la
expresa en la Oración del Señor: llamamos a Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre nuestro, con un plural que excluye el
individualismo. Desde la mirada cristiana podemos considerar analógicamente
hermanos a todos los hombres, en cuanto creaturas de Dios, el único creador de
todos, Padre de las almas.
Es esta
una ocasión para recordar que Pedro es la cabeza del proceso de evangelización
que protagoniza la Iglesia naciente. Saulo, convertido en Pablo se une a
él. El Apóstol de los gentiles, recuerda que no hay otro Evangelio
más que el que ha sido confiado a los Once; lo que sucede es que hay algunos
que deforman el Evangelio de Cristo, lo contaminan con la “otredad”
–si puede hablarse así–.
La persona de Pedro encuentra su continuidad en los
sucesores, los Papas de Roma. Me viene ahora a la memoria la indicación de San
Bernardo al Papa Eugenio III, que había sido discípulo suyo: “Qué cosa tenían
en mente tus predecesores para interrumpir la evangelización mientras todavía
se difunde la incredulidad, ¿por qué motivo la palabra que corre velozmente se
ha detenido? Recuerda que no sólo te debes a los cristianos, sino también a los
infieles, judíos, griegos y paganos”.
El dogma
de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad es otro evangelio
que difunde la incredulidad, el olvido de Jesucristo, Palabra del Padre. El sucesor de Pedro, y la
Iglesia toda no puede adoptarlo ni pactar con él en una falsa paz. La Palabra
que corre velozmente no debe detenerse.
La misión
de la Iglesia, como continuidad de la obra redentora de Cristo, se dirige a la
consagración del mundo. Este concepto recubre una doble realidad:
por un lado, el mundo bueno, obra de la creación de Dios y por otro esa especie
de “segunda naturaleza” –que decía Blaise Pascal–, el mundo del pecado, la
vanidad y la mentira, la alienación del hombre, ámbito en el que se despliega
la acción del enemigo.
Este mundo debe ser arrancado del mal y
conducido a Dios por la Palabra, que es Cristo. Ésta es también la misión
del sucesor de Pedro y de toda la comunidad de los fieles. Su precio es la Cruz
de Cristo y la disposición de los discípulos al martirio.
Una
cuestión queda abierta acerca del destino de Israel y la predicación a los
judíos, en medio de una misión que desde el comienzo estuvo dirigida a procurar
la conversión de los paganos. Pero se debe tener en cuenta la misteriosa
paganización del mundo cristiano. En este contexto teológico ha de ubicarse la
posición de la Iglesia ante el dogma de la Revolución Francesa.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, viernes 24 de mayo de 2024.
Memoria de María, Auxilio de los Cristianos.–
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.