sábado, 10 de junio de 2023

HISTORIA MILITAR HISPANOAMERICANA. Discurso pronunciado por el señor General Don Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte (Roque Sáenz Peña, Argentino), uno de los sobrevivientes de la Batalla de Arica, también conocida como el asalto y toma del morro de Arica, el 6 de noviembre de 1905 , en la inauguración del monumento a Bolognesi en la Plaza que lleva su nombre

 
Discurso pronunciado por El General Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte (GENERAL ROQUE SÁENZ PEÑA, ARGENTINO , UNO DE LOS SOBREVIVIENTES DEL MORRO DE ARICA ) , el 6 de noviembre de 1905 , en la inauguración del monumento a Bolognesi en la Plaza que lleva su nombre
Coronel Bolognesi:
Uno de tus capitanes vuelve, de nuevo a sus cuarteles, desde la lejana tierra atlántica, llamado por los clarines que pregonan tus hechos esclarecidos desde el Pacífico hasta el Plata y desde el Amazonas hasta el seno fecundo del golfo de México, que les presta su acústica sonora para repetir tu nombre sobre otras civilizaciones y otros pueblos que nos han precedido en la liturgia de la gloria y en el culto de los próceres y de los héroes. Yo vengo sobre la ruta de mi consecuencia, siguiendo la estela roja de mi Coronel, fulgor de grana que conmovió el Pacífico con las tempestades de la guerra y que hoy contemplo alumbrada por los resplandores de la paz en el fausto concierto de la gratitud y en la marcha triunfadora del engrandecimiento nacional.
Regreso con distancia de un cuarto de siglo, pero vuelvo sin olvidos y sin retardos, porque llego en la hora justa de tu apoteosis, que tampoco la posterga la lentitud de tu pueblo, ni trataron de omitirla las nuevas generaciones que recibieron bajo el casco guerrero de sus progenitores el ósculo final de la partida, brindando las mezcladas sonrisas de la orfandad al culto perenne de la patria a su defensa y a su integridad; y si han sido necesario cinco lustros para modelar tu efigie en la pasta candente de los inmortales, es porque los grandes hechos que consagran los pueblos agradecidos, deben ser definitivos, indiscutibles e infalibles y este juicio solemne y supremo sólo puede pronunciarlo la posteridad porque la gloria es un fruto de lenta maduración, que no han de fecundarlo los mismos soles que le vieron florecer.
Llegamos, pues, a honrar los actos que te dieron el renombre en la hora justa y en su momento histórico cuando ya no gravitan sobre la tierra sino escasos eslabones de tu generación y pueden contarse, sin esfuerzo, los soldados inválidos de tu epopeya, diseminados y dispersos como las tablas de la nave que desunió con furia la tempestad, para recomponerse sobre la playa hospitalaria en la mañana serena y en las horas del sol que disipan y calman los huracanes. Son, en efecto, otros hombres los que me es dado mirar al pie de tu monumento; son otras fisonomías las que me estrechan las manos y me confunden en abrazo popular y efusivo, a título de amigo tuyo, como si fuera el portador de tu palabra postrera, depositario de tu voluntad suprema, confidente o mensajero de tus anhelos o designios; pero aquí se encuentran todos los sobrevivientes, que recibieron el ejemplo de tus virtudes cívicas, tus enseñanzas del honor militar y el deber austero y probo que consumó tu inmolación; y éllos atestiguan, como yo, que en el fragor de la batalla como en las inquietudes de la defensa; como en la hora doliente del sacrificio, el Coronel Bolognesi era un alma suspendida sobre el alma de su Ejército, para comunicarle sus alientos, su inspiración y su fe; era brazo y era ideal, patriotismo y deber, desprendimiento y heroísmo, que en las abstracciones de su mente como en la vaguedad de su mirada, dirigida más sobre el firmamento que sobre la tierra parecía hablar con la posteridad como invisible interlocutor que no escapaba al contacto ni a la visión patriótica de sus soldados, cuando monologaba con la gloria o interrogaba al destino de su patria, reproduciendo sobre las altiveces del peñón bravío, el diálogo interminable de los vientos y de las olas.
Señores:
Le conocí batallando sobre el Cerro de Dolores, contraste que conmovió su espíritu y quebrantó su cuerpo debilitado ya por las fatigas de la marcha y por el duro batallar de aquella tarde sin sol para las armas del Perú. Llegó a Tarapacá y al desmontarse de su caballo de guerra cayó postrado por altísima fiebre, hasta que el nuevo toque de generala le hizo olvidar la congestión y sus delirios, y quebrantando la consigna médica, tal vez la única consigna que no cumplió en su vida de soldado, trepó la altiplanicie y conquistó el laurel marcial que la adversidad le negara en San Francisco.
Fué en Arica donde me honró con su amistad, en esa relación íntima de una guarnición bloqueada por las fuerzas de mar y estrechada en aro férreo, por un ejército de tierra; el servicio de guarnición fué pesado como el aislamiento que incomunicó esas tropas con el resto del mundo y en esa vida cariñosa e íntima del hogar militar, brotaron vínculos, crecieron afectos, como crecen las flores cultivadas en suelo generoso, y la vida corrió grata en la fraternidad de la carpa y del vivac; el espíritu del jefe penetraba el interior de los cuarteles, doblaba la vigilancia, preparaba las armas y la defensa con serenidad no interrumpida, y casi podría decir con alegría, hasta la mañana del día en que cruzó la débil corriente del Azapa un oficial parlamentario. La frente de Bolognesi se vió cargada de sombras como si todas las tinieblas se hubiesen conglomerado ante la siniestra idea de una capitulación; y en aquella actitud llamó a su junta, cedió la palabra al parlamento y esperó con arrogancia mezclada de zozobra el voto de la defensa que no se hizo esperar; aquel fue más que unánime, porque fue explosivo y estalló como la protesta de un agravio para encender la frase histórica que debiera pronunciar el gentil hombre de cabellos nevados, de sable roto y espuelas punzadoras; habló con los pesares disipados, con las zozobras borradas de su mente y el corazón desbordante de paternal orgullo, porque allí estaba, para él, la gran familia peruana, reducida en el peñasco silencioso a sus verdaderos hijos de armas.
¡Pelearemos hasta quemar el último cartucho! provocación o reto a muerte, soberbia frase de varón, con digno juramento de soldado, que no concibe la vida sin el honor, ni el corazón sin el altruísmo, ni la palabra sin el hecho que la confirma y la ilumina, para grabarla en el bronce o en el poema como la graba y la consagra la inspiración nacional. Y el juramento se cumplió por el jefe y por el último de sus soldados, porque el bicolor nacional no fue arriado por la mano del vencido sino despedazado por el plomo del vencedor. Lo que vino después ya lo sabéis; el sacerdote de ese altar granítico, el guerrero y el señor de esas alturas, fundió en plomo su inmortalidad, esfumándose en los cielos y dejando en la sonrisa de su labio yerto la plácida expresión de un varón justo que ha rendido la vida en el sagrario y que abandona la tierra bendiciendo a su patria y a sus soldados.
Ningún corazón peruano discutirá la conveniencia del esfuerzo heroico; la arrogante actitud de Bolognesi no se mide con el cartabón del éxito ni con las mercenarias exigencias del cálculo; ella se siente y se sueña y se realiza y se confunde con el alma de su progenitor, y es por eso que los lauros marciales de Bolognesi no tuvieron una gestación penosa, ni fueron frutos de la larga elaboración; más que una foja de servicios comunes o vulgares, es un fuerte contacto con el destino, un rayo de inspiración y de luz en la hora triste del crepúsculo,cuando el alma se repliega sobre si misma, cuando la naturaleza se vuelve silenciosa y la plegaria de la patria asoma el labio con recogimiento y emoción, y así se te consagran manes de Bolognesi, con ese gesto sublime de tu vida militar. Por eso las manos de tus soldados te presentan las armas nacionales, vencedoras en Tarapacá y vencidas en Arica, pero no rendidas!!; y por eso la bandera bicolor, sostenida por las manos de otras generaciones y otros hombres,flora al soplo y al aliento de la gratitud peruana, saludando tus proezas y tus virtudes:las últimas valen las primeras porque la corona cívica discernida al ciudadano, no obscurece las palmas del soldado, ni tampoco desmerecen a su contacto; y si la evolución de las ideas suprimiera el poder militar de las naciones; si la humanidad extirpara en un gran día los excesos de la guerra; si la voz de la razón constituyera con el alma democrática el patrimonio o el lema de nuestros pueblos, haciendo del arbitraje la noble magistratura de la familia latinoamericana; si la obra de los tiempos llegara a convencernos que las naciones llamadas a prevalecer no son las que cuentan más soldados, sino las que revisten más obreros y mejores ciudadanos, ese gran desideratum de los hombre de bien no conmovería tu estatua sobre tu asiento de granito, porque la justicia, el estoicismo y el severo patriciado habrían sobrevivido a los perfiles marciales de tu efigie; y a cambio del soldado heroico te llamaríamos el primer ciudadano de tu tiempo, sino fuera que la memoria de Grau debe ir a tu diestra, porque no cabe en la penumbra del cuadro contemporáneo.
Coronel Bolognesi:
Tus sobrevivientes te saludan sobre el pentélico sagrado, y somos tus sobrevivientes, porque la selección siniestra de la muerte decapita la flor y no la hierba que ha de perecer también en el desgaste común de las vegetaciones imperfectas;pero todos rodeamos tu monumento; y si he surcado dos piélagos para traerte la ofrenda de mi corazón es porque tu noble patria tenía el derecho de exigir que no faltara a esta cita ninguno de sus soldados, y todos, todos los que vivimos, hemos dejado caer de nuestra manos los instrumentos de trabajo, y desandando el camino sobre la presa de la vida, venimos a refrescar en el recuerdo, que es la fuente de la juventud lejana, las horas gratas de tu dulce amistad y a sentir las emociones y regocijo de tu pueblo en esta fiesta nacional, porque a los muertos ilustres no se lloran; SE SALUDAN, SE ACLAMAN Y SE VENERAN.
Mi Coronel:
Recuerdo tu benevolencia y recibe los homenajes de esta palabra amiga, de esta voz que no os fué desconocida, última sombra ensangrentada que miró tu pupila moribunda, última mano que estrechó la tuya en el altar trocado en vasto osario, y que hoy te hace la venia, saludando tu inmortalidad, y te presenta estas armas que la juventud argentina me ha entregado al partir, juventud que ama lo grande, como admira lo heroico, porque tuvo su cuna en los grandes ejércitos patriotas que trasmontaron los Andes y llegaron hasta el Ecuador en gloriosa cruzada libertadora. Esa juventud no ha olvidado nuestra génesis ni desestima su estirpe; busca la solidaridad, tiende los brazos a través de las cordilleras y los mares, para acercarse a este pueblo generoso que don José de San Martín declaró libre por la voluntad de los hombres y la justicia de su causa, defendida por Dios, y sé que en la hora solemne de vuestros recuerdos nacionales nobilísimo pueblo del Perú, también laten vuestros corazones y también se agitan vuestras manos para saludar desde el Rímac a las nuevas generaciones de los hijos del Plata; pero estas armas que me honro en presentarte son también las de tu ejército y las de tu pueblo, porque las puso en mis manos el congreso de tu nación con el grato asentimiento del congreso argentino, donde se han vuelto a escuchar sentimientos y votos calurosos por la felicidad y grandeza del Perú.
Mi gran AMIGO:
Es tan intensa mi emoción como mi gratitud, asistiendo a tu apoteosis al frente de tu ejército, que el excelentísimo gobierno ha confiado a mi comando como un homenaje a tí, por la amistad con que me honraste, pero que es también insigne honor y altísima distinción discernida a quien la recibe, la estima y la agradece en su nobilísimo significado.
Señor Presidente de la República:
La expresión de mis afectos y de mis sentimientos en este día no quedaría completa si no agregara los que debo y tributo a vuestro gobierno y a vuestra persona, al honorable Congreso de la Nación a vuestro ejército y al nobilísimo pueblo del Perú.
: “Ofrecí al Perú lo único que tenía, mi caballo, mi espada y mi vida, al caballo me lo mataron en la refriega; la espada…se desprendió de mi brazo herido y mi vida me la devolvió el Perú en el Morro de Arica...”; con estas palabras Roque Sáenz Peña, ciudadano argentino, oficial del ejército peruano, defensor del Morro de Arica y posteriormente presidente de la República Argentina (1910-1914) fue el invitado de honor a la inauguración del monumento a Bolgnesi el 06 de noviembre de 1905 ; las palabras de su discurso se han convertido en una pieza literaria de narrativa heroica .....


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