domingo, 13 de septiembre de 2009

LA SALTA DEL MILAGRO HONRA A SUS SANTOS PATRONOS

Por S.E. Capitán General de Salta, Cab Don Andrés Mendieta
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Esta historia comienza el mismo día que Fray Francisco de Victoria, quien estaba acompañado de otros clérigos de diferentes órdenes religiosas, asistió de pura casualidad a la ceremonia de la fundación de Salta , el 16 de abril de 1582, cuando se dirigía a Lima para participar del Concilio convocado por el hoy santo Toribio de Mogrovejo.
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El dignatario ofició una misa en acción de gracias y al observar la profesión de fe demostrada por los concurrentes prometió donar una imagen de un Cristo Crucificado para la iglesia de Salta.
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Al día siguiente participó en la distribución de tierras recibiendo por parte de Lerma las parcelas con destino a la Iglesia Mayor y para el Convento de San Francisco. Victoria tras pregonar la Palabra de Dios entre conquistadores, fundadores e indios continuó viaje.
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En 1590 viajó a España donde tomó contacto con hábiles imagineros donde encargó el Cristo para la Iglesia Matriz Salta y una imagen de Nuestra Señora del Rosario, dedicada para el convento de la Orden de Predicadores de Córdoba.
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-¿Cómo llegaron a América o mejor dicho a Salta?
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En los Archivos de Indias no hay antecedentes vinculados en que barco, de que puerto y la fecha en que fueron embarcados los dos cajones que transportaban las venerables esculturas. En cuanto a la tradición oral ha propagado a través de los tiempos que las dos imágenes llegaron a América de manera milagrosa. Un día de tantos, humildes marineros y pescadores que cumplían sus tareas en las proximidades del puerto del Callao (Perú) vieron dos cajones que venían enfilando hacia las playas del Pacífico.
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Demás está decir que este fenómeno corrió de boca en boca convocando a una aglomeración de vecinos asombrados por el suceso. Enteradas las autoridades de esta noticia enternecedora mandaron la apertura de las cajas y hallaron en el interior de ellos dos singulares imágenes de notoria belleza: un Cristo Crucificado y una Virgen del Rosario.
La primera con destino a Salta y la otra para Córdoba. Ambas arcas llevaban impresas los siguientes rótulos del donante: “El Obispo del Tucumán”.

Se dispusieron cuantiosas ceremonias de veneración a las imágenes durante siete días hasta que el virrey del Perú Hurtado de Mendoza decidió trasladar la bella carga a la Villa del Potosí, trabajo que estuvo a cargo de alrededor de cincuenta “vecinos, caballeros de lustre nobleza”.
El trayecto fue totalmente duro. Los piadosos desafiaron intensos fríos, serranías y montañas superiores a los tres mil metros, copiosa selva habitadas de temibles bestias y la tenaz provocación de las tribus guerreras.
Desde Potosí el 13 de agosto de 1592 salió una nueva procesión con destino a Salta trasladando las reliquias obsequiadas por el obispo Victoria las que arribaron el 15 de setiembre de 1592 .Todo se hallaba preparado para la recepción de las sacrosantas imágenes.
El Gobernador Don Juan Ramírez de Velazco acompañado con su escolta y con una multitud de vecinos salió a encontrarlas hasta el actual “Campo de la Cruz”, en las inmediaciones del monumento a la Batalla de Salta y a las instalaciones militares. Desde ese lugar las imágenes fueron trasladadas hasta el centro de la ciudad para colocarlo en el sagrado templo de la Matriz.

Cien años de un Cristo olvidado

Para concluir y esperando haber cumplimentado vuestro requerimiento quiero puntualizar que debieron pasar cien años que los salteños tuvieron un Cristo humillado, solo y arrinconado.

Hasta que, el 13 setiembre de 1692, antecedido de sordos rumores y de sacudones, la ciudad se sacudió por un violento terremoto seguido de remesones que, por su densidad, se balancearon las torres de las iglesias echando al vuelo el tañido de las campanas de la Compañía de Jesús.

La iglesia Matriz y la de San Francisco sufrieron ciertas grietas en sus paredes que debieron ser derribadas ante el peligro que presentaban. En medio de tanta desasosiego y la impotencias de los pobladores el padre José Carrión, percibiendo un mandamiento divino, pidió que sacaran la imagen del Cristo a la calle, entre penitentes, llantos y súplicas.

Desde la Iglesia Matriz partió una procesión llevando bajo palio al Santísimo Sacramento. Desde el templo de la Merced sale otra de penitencia que lleva la efigie de Cristo Crucificado.

Monseñor Julián Toscano al hacer una narración de lo que aconteció en aquella manifestación de fe dice que: “Los padres mercedarios caminaban con los pies descalzos, ceñidos de burdos hábitos, confundidos con el pueblo que dejaba escapar gemidos desgarradores; la gente sigue sus ejemplos entregándose sin reparos a diferentes actos de mortificación, ya de disciplina, ya cubriéndose el rostro y la cabeza con cenizas, como en los antiguos tiempos de los patriarcas”.

Los jesuitas improvisaron un altar y una cátedra frente al templo con otra imagen de Jesucristo y allí se rezó una misa.

A partir de ese entonces el pueblo de Salta pide al Cristo del Milagro que su misericordia descienda sobre todos como el rocío más tierno de la tierra.
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