sábado, 9 de enero de 2010

Lugartenencia Argentina, Capitanía General de Salta -1810 – Bicentenario de la Revolución de Mayo - 2010- por S.E. Don Andrés Mendieta SOCMHSIL


Capitanía General de Salta
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APORTE DEL PERIODISMO A LA REVOLUCION DE MAYO DE 1810
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Por S.E. Don Andrés Mendieta S.O.C.M.H.S.I.L.
amendieta@cableexpress.com.ar
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Decía Gracián: "Hombre sin noticia, mundo a oscuras". La noticia, reflejada a través de la prensa, representa ya no el pan nuestro de cada día sino el aire que se respira y la comunión espiritual del hombre con el hombre.
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Claro está que el periodismo, por mucha grandeza que haya alcanzado, no es infalible, ni perfecto, ni desinteresado, porque esas cualidades reunidas no están en cosa alguna en este bajo suelo. Pero hay sin duda, sí, un periodismo serio que aspira a la imparcialidad, a la perfección y hace cuanto puede por lograrlo.
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Sobre la historia del periodismo y antes de entrar a mi tema específico diré que las primeras crónicas en el mundo se encuentran en el Antiguo Testamento. Tienen un sentido histórico propiamente dicho. Los sucesos se hilvanan de siglo en siglo; saltan a veces sobre centena de años pero documentan los acontecimientos de la tierra desde sus oscuros orígenes, a través de milenios.
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El proceso de las delicadas dinastías egipcias quedó consignado en los papiros de los escribas. Homero, el aedo ciego, hizo periodismo oral en su Ilíada y su Odisea. Toda la historia romana, en la plenitud del esplendor imperial y en la disgregación de la rápida decadencia, fue documentada por los escritos de historiadores, filósofos, poetas y sabios; emperadores y esclavos; patricios, guerreros o comerciantes, pero, siempre virtuales periodistas.
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En los primeros años de la era cristiana, es la Iglesia, con sus ejércitos de monjes, la que escribe la historia. Cada monasterio era una "sala de redacción".
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El tiempo transcurre a pasos acelerados exigiendo cambios y reformas. En el siglo VI los chinos imprimen sus cartuchos en planchas de madera. En 1455 el alemán Juan Gutemberg vagaba ansioso y esperanzado por las calles de la vieja Estrasburgo en procura de unas pocas monedas con que dar realidad a sus afiebrados sueños.
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Pese al secreto que se guardaba, algunos pobladores hablaban de una fábrica nueva y extraña de espejos. Algo hay de “plomo”, de “formas”, de “prensa”, términos que corresponden a la industria del espejo. Vocablos equívocos, barajados hábilmente por el desconfiado Gutemberg con la mira de despistar a posibles competidores.
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El espejo en cuestión era, sencillamente, el “Speculum humanae salvationis”, librito de devoción muy a la moda entonces y totalmente olvidado hoy.
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Pero el “Espejo de Salvación de la Humanidad” fue, claro está, la Imprenta. Sus primeros cálculos como impresor fue empleando caracteres móviles, de metal a los que aplicaba tinta de grasa, pero chocaba con un inconveniente que malograban sus afanes: el metal que empleada y los que sucesivamente había ensayado, no eran los que podían ofrecer una impresión nítida, uniforme y exacta. Estos inadecuados elementos con el tiempo los fue superando con nueva aleaciones.
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Esa misma Iglesia es la que introduce en América la primitiva imprenta en México en 1533. La primera máquina impresora que hubo en el país fue construida por la Orden de los Jesuitas en la Reducción de Nuestra Señora de Loreto, con madera misionera y tipos de estaño, en el año 1700. La primera publicación impresa aquí fue la traducción al idioma guaraní de un libro del Padre Neumann: "Martirologio Romano” y “Flos Santorum”, entre otros.
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En 1750 la Universidad de Córdoba expuso el deseo de contar con un establecimiento tipográfico oportunidad que los sacerdotes jesuitas Arroyo y Gervasani elevaron la petición al rey con la sorpresa de que, en poco tiempo, en Madrid se otorgó el privilegio.
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Después la impresora fue destinada a Córdoba, al Colegio de Monserrat, hasta que Carlos III dispuso la expulsión de los Jesuitas de España y de todos sus dominios. La máquina fue depositada en los sótanos del establecimiento hasta que el virrey del Río de la Plata, don Juan José Vértiz, la compró y la hizo trasladar desarmada a lomo de mula a Buenos Aires para instalarla luego en la Casa de los Niños Expósitos y para que con su uso "ayudase con las ganancias al sostenimiento de la benemérita institución".
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Desde tiempos remotos en todo el continente, el pueblo anónimamente, expresaba su sentir y sus protestas mediante manuscritos que aparecían clavados o pegados en las paredes. Eran manifiestos donde con ironía agresiva, con burla punzante y con desgarrado descaro se criticaba tal o cual medida de gobierno o la conducta de algunos funcionarios.
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Claro está que esta costumbre -o mala costumbre- de expresión motivó que el gobernante de turno iniciara expedientes en procura de establecer la identidad del autor o los autores.
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También cabe señalar que circulaban hojas impresas de muy poca duración. Por ejemplo, una de ellas en 1764 circuló bajo el título de “Gaceta de Buenos Aires”; en 1776 salió a la luz un manifiesto titulado "La Verdad Desnuda". En él se denunciaba los "excesos" del gobierno del virrey don Pedro de Cevallos y, en la Biblioteca Lázaro, de Madrid, una hoja titulada “Gazeta Argentina” fechada el 8 de enero de 1781, con pie de imprenta de los Niños Expósitos.
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Este tipo de expresiones para muchos no es considerado como un antepasado del periodismo. Pero no obstante ello, para otros historiadores, éste género de opinión fue semilla fértil en la época colonial para llegar a crear conciencia de un árbol que daría su fruto el 25 de mayo de 1810. Estoy hablando de hace 221 años.
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La idea de fundar en el Río de la Plata un periódico de aparición regular corresponde a Santiago Luis Enrique, Conde de Liniers, el 16 de agosto de 1796 solicitó al virrey Arredondo licencia para publicar un periódico semanal, que debía aparecer los domingos. Esta publicación que sería conocida como “Gazeta de Buenos Aires” para dedicarse a difundir noticias afines a las actividades del gobierno, precios de combustibles, comercio, teatro, literatura y artes, como así, necrología. No se conoce que resultado tuvo esta gestión.
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Dos años antes había llegado procedente de Europa el fogoso Manuel Belgrano, con el título de abogado en una mano y en la otra con la designación de secretario del flamante Real Consulado. Necesitaba difundir sus ideas y proyectos contando con el apoyo de un número interesante de compatriotas.
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Desde el Real Consulado Manuel Belgrano surge como savia renovadora para encarnarse con claridad en esta causa, ofreciendo todos sus conocimientos. En el correr de la pluma de sus escritos lucha por la creación de escuelas de primeras letras y de iniciación agrícola e industrial, a lo largo de todos los pueblos. Sabía que todo esto sería sumamente útil para la posteridad. .

Estamos en 1800. Belgrano toma contacto con Francisco Antonio Cabello y Mesa, que se titulaba “Coronel del Regimiento Provincial Fronterizo de Infantería de Aragón, en los reinos del Perú; abogado de la Real Audiencia de Lima” quien se proponía a viajar a Extremadura, su tierra natal. Estaba con problemas de salud, situación que le sirvió al creador de la Banderas para alentarlo a editar un periódico ya que conocía el oficio de imprentero por ya haberlo practicado en Lima.
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Obtenida la autorización virreinal el 1 de abril de 1801 comienza a distribuirse el primer número del “Telégrafo Mercantil, rural, político-económico e historiográfico del Río de la Plata” impreso en los talleres de los Niños Expósitos. En sus ocho páginas aparecieron artículos escritos por Manuel Belgrano y por su primo Juan José Castelli, Domingo de Azcuénaga, por el Deán Gregorio Funes y por José Chorroarín.
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Esta publicación circuló tanto en Buenos Aires como en el interior y en el exterior. Tenía cien suscriptores: diez en Salta, cinco en Mendoza, uno en Córdoba, uno en Santa Fe y uno en Tucumán. También circulaba en Uruguay, Paraguay, Chile, Perú y Bolivia.
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Los artículos del “Telégrafo” traslucían una ardorosa alocución patriótica. En su primer número encabezaba su editorial con los versos de la Sexta Elegía de Tibulo, cuya traducción dice así:
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Al inocente asido a la cadena
La esperanza consuela y acaricia.
Suena el hierro en los pies
Y dale pena, más canta confiada
En la Justicia.
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Según Miguel Solá los suscritores de Salta eran: EL Regidor y Alguacil Mayor de Orán, don Cipriano González de La Madrid; el ministro principal de la Real Hacienda, don Gabriel Güemes Montero –padre de nuestro héroe máximo el general Don Martín Miguel de Güemes; el último gobernador español y encomendero de indios, don Nicolás Severo de Isasmendi; el Coronel de los Reales Ejércitos, Intendente Gobernador y Capitán General de la Provincia, don Rafael de la Luz; el Teniente Asesor de la Provincia, don José de Mediros; el Escribano de Gobierno, Guerra y Real Hacienda, don Juan Antonio Moro; el administrador de Temporalidades, don José Nadal y Guardia; el administrador general y factor de la Real Renta de Tabacos, don Joseph Tomás Sánchez, el Regidor y fiel ejecutor de la Administración de la Provincia, Licenciado Mateo Saravia y, Antonio Agüero, un caracterizado vecino.
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Cuando agonizaba el “Telégrafo Mercantil”, el primer periódico rioplatense, Juan Hipólito Vieytes encaminó a partir del 1 de abril de 1801 una nueva publicación que giró bajo el nombre de “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”. Nuevamente Manuel Belgrano fue un constante animador y colaborador por interpretar sobre la importancia de difundir ideales emancipadores.
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Cabe consignar que en “El Telégrafo” se publicó la importancia que tenía para Salta el comercio de mulas.
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Mientras tanto, en mayo de 1807, en Montevideo apareció “La Estrella del Sur”, bajo la protección del Comandante y General en Jefe de las Fuerzas de Su Majestad Británica en América de Sur. En su primer número-edición bilingüe escrita en ingles-castellano- aparece un artículo bajo la firma de “Veritas”, seudónimo del general William Carr Bedford, donde se leía que: “los ingleses se presentaban ante América latina no como conquistadores sino como salvadores, para redimir a los pueblos de América de la esclavitud”.
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Como contrapropuesta a este tipo de invasión inglesa a la mente de los rioplatenses Manuel Belgrano el 3 de marzo de 1810, funda el “Correo de Comercio”. Este glorioso prócer en sus Memorias refiriéndose a sus escritos dijo: “Mis papeles no eran otra cosa sino una acusación contra el Gobierno español; pero todo pasaba y veíamos ir abriendo los ojos a nuestros paisanos”.
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También se encuentra entre sus páginas la: “Proclama de la ciudad de Salta contra Napoleón Bonaparte” y la “Relación de la jura que hizo la ciudad de Salta, por la exaltación al trono de las Españas del Sr. D. Fernando VII”.
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En plena Revolución de Mayo, cuando la Patria comienza a perfilarse, continúa Belgrano su tarea informativa en “El Correo de Comercio”, condición que le habilita expresarse con probada suficiencia en cuestiones económicas y sociales. En uno de sus artículos puede leerse lo siguiente: “La libertad de prensa es necesaria para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la nación y para su libertad civil. Es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca”.
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Esta publicación que se editó como las anteriores en la imprenta de los Niños Expósitos tuvo circulación hasta el 23 de febrero de 1811 siendo así el único periódico que pasó los tiempos agitados de la hazaña que hoy estamos recordando.
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Hasta la independencia las publicaciones, salvo el “Correo” eran silenciadas por la censura colonial pero, sin embargo, sus raíces, las fecundas semillas que fue esparciendo a su paso, forman las vigorosas ramas del periodismo nacional.
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Permítaseme distraerlos con la vocación periodística –aún poco conocida o estudiada- de Manuel Belgrano. Siempre con la idea de difundir en los pueblos el pensamiento y las noticias de los primeros gobiernos revolucionarios entre sus pertrecho llevaba en sus campañas militares una imprenta volante.
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También cabe nombrar y recordar al “Diario Militar del Ejército Auxiliador del Perú”, periódico promovido por el propio Belgrano para mantener notificados a sus militares y combatientes de los acontecimientos que se iban registrando en las operaciones que efectuaba José de San Martín para conquistar la emancipación política de Chile y robustecer su independencia.
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El 2 de junio de 1810, a sólo ocho días de la gloriosa jornada del primer grito de libertad, la Primera Junta de Gobierno, presidida por el potosino Cornelio Saavedra, dispuso la impresión de un periódico mensual a fin de que anuncie al público el sentir revolucionario bajo el nombre “Gazeta de Buenos Ayres”. Su director fue Mariano Moreno y con dicho periódico quedaban elocuentemente manifiesta la vocación republicana de los hombres a quienes correspondió colocar las piedras cimentares de nuestra nacionalidad.
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Colaboraron con la “Gazeta” el canónigo Manuel Alberti y el doctor Manuel Antonio de Castro –abogado, egresado en la Universidad de Chuquisaca, profesor del General Don Martín Miguel de Güemes-, el primer periodista salteño y año después director de “El Observador Americano”.
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La “Gazeta de Buenos Ayres” a partir del 3 de abril de 1812 pasó a llamarse “Gaceta Ministerial de Buenos Ayres”
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Resulta interesante consultar las carpetas del Archivo Histórico Nacional donde en el Nº 56 del primer periódico aparecido después del grito de Mayo donde revela un parte del gobernador intendente de la Provincia de Salta y comandante general Don Martín Miguel de Güemes mediante el cual se informa, entre otras cosas, de triunfos sostenidos sobre las fuerzas realistas en Huacalera, Ornillos y Tilcara.
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En el mismo ejemplar aparece un aviso llamativo para estas épocas y que dice así: “Se vende una negra con leche para criar, y sin hijo, el que la quiera podrá tratar de su precio con Doña María de la Rosa, que vive treinta y cuatro cuadras de la Imprenta de Expósitos para el sur”.
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He mencionado varias veces a la imprenta de los Niños Expósitos pero ¿qué más sabemos de ella? Les cuento que en 1777 cuando Vieytes resolvió llevarla a Buenos Aires le correspondió pagar la suma de $ 1.000.-, importe que fue abonado por el Gobierno de Buenos Aires. Entre otras de las publicaciones ya enunciadas en 1813 se imprimió por primera vez el Himno Nacional.
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En 1824 esta imprenta fue cedida gratuitamente por el presidente Bernardino Rivadavia al entonces gobernador de Salta general José Antonio Álvarez de Arenales por gestiones efectuadas por don Victorino Solá quien se desempeñaba como Agente de Comercio. Ya en esta ciudad apareció la “Revista Mensual”, dirigida por el poeta Hilario Azcasubi. Además fue imprenta Oficial de Salta hasta 1867, fecha en que ocupó la ciudad Felipe Varela oportunidad que el fervor patriótico del pueblo convirtió los tipos de la imprenta en balas para la defensa.
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La imprenta quedó impedida para continuar trabajando ocasión que impulsó a Tomás Arias Chavarría trasladarse a Buenos Aires para comprar nuevos tipos y, posteriormente, la llevó la histórica reliquia a Cafayate, lugar donde se expone en la actualidad, precisamente en el Museo del Vino.
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En ella se imprimió “El Progreso” en cuyas columnas reflejaba la importancia en la economía de los valles calchaquíes hasta 1891. Luego surge un nuevo afán en la región editándose “El Calchaquí”, “Unión Calchaquí” y “La Verdad”, de vida efímera.

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