sábado, 21 de noviembre de 2009

PALABRAS DEL Dr VIGLIANI EN EL LMGSM


Estimado miembro de la ASOCIACIÓN CIVIL ABOGADOS POR LA JUSTICIA Y LA CONCORDIA.


Tenemos el agrado remitirle al pie la desgrabación del breve discurso pronunciado por nuestro asociado Dr. Oscar A. Vigliani, el día 30 de octubre pasado, en la plaza de armas del Liceo Militar General San Martín, frente al cuerpo de cadetes, director, oficiales y profesores del Instituto y noventa egresados de la Promoción 17ª., en ocasión de celebrarse el cincuentenario del egreso de esa Promoción, alocución que hace alude a la lucha contra la subversión y a prisioneros políticos del régimen.


Lo saludamos cordialmente.

Mariano Gradín - Secretario Alberto Solanet - Presidente

Señor Director, señoras, señores, liceístas:

Festejamos hoy el cincuentenario del egreso de la Promoción decimoséptima del Liceo Militar General San Martín y, consecuentemente, 55 años de su ingreso.

Pongo el acento en el ingreso por dos motivos:

  • En primer lugar, fue el acontecimiento común a todos los ex cadetes acá presentes porque algunos, por distintas razones, no concluyeron el quinto curso;
  • Por otra parte, fundamentalmente, ese ingreso fue el paso previo y trascendente que nos invistió, en 1955, del carácter de cadetes del Liceo Militar, que hasta el día de hoy llevamos indeleblemente impreso en el corazón; fue el paso que nos concedió el orgullo de vestir el uniforme del Instituto.

Orgullo que queda demostrado por esta nutrida concurrencia de canosos veteranos -algunos llegados de lugares tan lejanos como Misiones, Usuahia, San Martín de los Andes, Córdoba, Paraguay y Estados Unidos- que en una especie de peregrinación laica venimos, al cabo de 55 años del ingreso, a homenajear a lo que fue nuestra escuela, nuestro hogar, y el ámbito inolvidable en el que nació una amistad que el curso del tiempo agigantó y transformó en hermandad.

Lo paradójico del caso es que venimos a rendir tributo a un Instituto en el que afrontamos una dura educación.

  • No era fácil responder a la exigencia de un nivel de rendimiento intelectual y físico que dejaba poco margen al descanso.
  • No era fácil, a tan temprana edad, estar alejados del calor familiar, levantarse invariablemente a las seis de la mañana para cumplir con las obligaciones a las que estábamos sometidos bajo una rigurosa disciplina;
  • No era fácil interrumpir el sueño nocturno para hacer las guardias llamadas “imaginarias”.

Pero esa paradoja de venir a rendir tributo a la dureza se despeja si advertimos que, en realidad,

  • era admirable un régimen que, sin concesiones demagógicas, imponía una educación fundada en un justo sistema de premios y castigos que alentaba al cadete virtuoso a perseverar en el empeño y al revoltoso a rectificar su conducta, impulsando a todos a un continuo perfeccionamiento;
  • era admirable un régimen que imponía un respeto irrestricto al orden, a la jerarquía y al prójimo fundado en una serie de valores necesarios para una vida armoniosa;
  • era admirable una educación de cuya dureza surgió la templanza que nos preparó y nos ayudó para enfrentar los avatares de la vida. Nadie se entrena con éxito en la bonanza.

Hace 2.300 años, Aristóteles enseñaba en su “Ética a Nicómaco” que la templanza era una de las virtudes cardinales, junto con el conocimiento intelectual, la justicia, la prudencia y la valentía.

Esas virtudes, heredadas y perfeccionadas por el cristianismo, conformaban las pautas y valores vigentes en este Liceo Militar y en las Fuerzas Armadas de la Nación;

  • esas Fuerzas Armadas que, nacidas en los albores de la Nación, consolidaron con su presencia el territorio nacional y aseguraron las fronteras;

  • que durante la vigencia del servicio militar obligatorio crearon conciencia de argentinidad en cientos de miles de hijos de inmigrantes llegados a estas tierras; que alfabetizaron al iletrado; que curaron al enfermo en un relevamiento sanitario anual que abarcaba toda la población masculina del país; que enseñaron normas de urbanidad básica a quiénes no habían tenido la suerte de gozar de educación;
  • esas Fuerzas Armadas que llevaron los mencionados criterios de orden, de respeto a la jerarquía y al prójimo, imprescindibles para la convivencia humana razonable, a ámbitos en que eran desconocidos;
  • esas Fuerzas Armadas que llevaron, en síntesis, la luz de la civilización a los más remotos lugares del país y cuyos hombres, por centenares, dieron la vida por la Patria, como el Capitán Rubén Márquez –liceísta cuyo nombre enaltece esta plaza de armas- caído en 1982 en Malvinas y el soldado Luna, muerto en 1975 defendiendo el Regimiento de Formosa contra el terrorismo subversivo.
Dijo el Mariscal Foch, héroe francés de la Primera Guerra Mundial: “es el balance de aciertos y errores lo que permite juzgar la eficacia de una gestión y no la falta de errores de quién por inacción no ha sido capaz de tener aciertos”.

Y el balance histórico de nuestras fuerzas armadas –más allá de sus errores- es altamente positivo, siendo para nosotros, los ex cadetes, una honrosa distinción ser sus reservistas.

Vaya también una voz de agradecimiento a nuestros educadores civiles y militares, la mayor parte de los cuales descansan en la Casa del Padre junto con nuestros compañeros fallecidos, cuyos nombres enunciamos en el acto religioso, ese pelotón hoy formado en el cielo, que está espiritualmente presente.

También recuerdo particularmente a cuatro compañeros.

El primero, Carlos Hanssen, trabajó entusiastamente hasta poco antes de fallecer, superando los padecimientos de su enfermedad, para reunir a los integrantes de la Promoción, haciendo un esfuerzo que no olvidaremos.

Los otros tres merecedores de una mención son el Teniente Coronel Jorge Fariña, el Capitán de Navío Médico Jorge Magnacco y el General de División Eduardo Cabanillas. Estos soldados, después de destacadas carreras militares, plenas de méritos que el Estado les reconoció al ascenderlos a esas jerarquías, hoy se encuentran privados de su libertad por razones de carácter político.

Termino rogando a Dios que este Instituto continúe siendo la fortaleza donde se guardan, se enseñan y se defienden valores trascendentes que, así como constituyeron nuestra guía, sirvan de faro luminoso a muchas generaciones futuras.
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