sábado, 14 de febrero de 2009

La propuesta de la restitución de la Monarquía Inca.


Entre los varios hechos que oculta la historia oficial argentina -una de las más mentidas del planeta- la propuesta de la restitución de la Monarquía Inca efectuada por el General Manuel Belgrano en el Congreso de Tucumán, el 6 de Julio de 1816 y aprobada por el mismo el 31 de julio del mismo año, es en general tratado como un disparate, una boutade del Gran General. Todos descalifican la intención expresa de Don Manuel de devolver el poder americano a los dueños originarios y legítimos del mismo:los indios americanos y a la cultura mas importante producida en Sud América hasta hoy; los Incas, los constructores del Incario. El caso más nítido se produce con quien sería el mayor divulgador del proyecto, Don Bartolomé Mitre, quien explica minuciosamente en su Historia de Belgrano las razones y profundas convicciones que alentaban la idea en nuestros próceres. ‘Pero la monarquía incásica era todavía algo más que un ideal: era un modo convencional, y según el consenso universal, el único modelo humano digno de admirarse y de imitarse como lo es racionalmente hoy la democracia americana(..)"Los Incas" de Marmontel, habían generalizado en el mundo que el imperio del Cuzco era la realización del sueño de la edad de oro, el asilo de la inocencia primitiva, el tipo ideal de civilización humana, y los conquistadores europeos eran los bárbaros que la habían ahogado en sangre, y este era el libro del vulgo de los lectores. El proyecto de restauración de la antigua monarquía de los Incas, como coronación de la revolución americana, fue promovido por Belgrano y acogido por el Congreso de Tucumán. Era una idea que estaba en la cabeza de muchos pensadores y tenía su razón de ser, sino en los hechos, por lo menos en la imaginación, que a veces gobierna a los pueblos más que el juicio. Entrañaba empero un plan político, que tenía su filiación histórica, y que encontraba eco así en las poblaciones indígenas, como en las ideas que en aquella época circulaban respecto de la identidad de causa entre los antiguos ocupantes del suelo y los nuevos revolucionarios hijos de la tierra. La revolución americana, radical en sus propósitos y orgánicamente democrática por la índole misma de los pueblos, fue no sólo una insurrección de las colonias hispanoamericanas contra su metrópoli sino principalmente de la raza criolla contra la raza española.(..)




En sus proclamas en sus boletines, en sus bandos, en sus manifiestos, en los artículos de su prensa periódica, en sus cánticos guerreros, los patriotas de aquella época invocaban con entusiasmo los manes de Manco Cápac, de Moctezuma, de Guatimozín, de Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, de Caupolicán y de Rengo, como a los padres y protectores de la raza americana. Los Incas, especialmente, constituían entonces la mitología de la revolución. Su Olimpo había reemplazado al de la antigua Grecia: su sol simbólico, era el sagrado de Prometeo, generador de patriotismo. Manco Cápac, el Júpiter americano que fulminaba los rayos de la revolución y Mama Ocllo, la Minerva indígena que brotaba de la cabeza del padre del nuevo Mundo fulgurante de majestad y gloria.(..)

En 1816, en medio del polvo del combate y el delirio sagrado de la lucha a muerte entre dos razas, no es de extrañar que el ideal fuese la continuación o la renovación del antiguo imperio del Cuzco. Pese a este despliegue argumental y erudito explicando el alto valor de la propuesta de Belgrano, Mitre agrega: ‘A este plan es imposible concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, ni aun en su tiempo; extravagante en la forma e irrealizable en los medios, concebido sobre falsas ideas, con más inocencia que penetración política y con tanto patriotismo como falta de sentido práctico,(..)

El Congreso había perdido la noción de la realidad, en cuanto a límites y vivía en una región poco menos que fantástica, puramente fantasmágorica, respecto a la unidad territorial que representaba en teoría, hacía más vagas sus fronteras, al intentar fundir un vasto imperio sudamericano en el hecho de designar al Cuzco como capital.En 1917 Mitre abandona su rol de historiador para entrar al de ideólogo de la oligarquía porteña vencedora de la larga guerra civil iniciada en 1810 y en la cual Belgrano era uno de los derrotados por el partido de Mitre. Se exaspera, pierde la línea, apela a su racismo habitual, habla de ‘monarquía en ojotas’, ‘este es un rey de patas sucias’ para terminar denostando al General Belgrano de la manera más ruin: ‘Era una risa homérica cuyos ecos llegaban hasta Tucumán. El nombre de Belgrano, el más puro de todos, quedó tiznado.. Mitre no puede disimular su odio contra esta propuesta americanista y popular, que intentaba quebrar el control hegemónico de Buenos Aires, eliminando su rol balcanizador sobre la unidad continental. Rol en el que el mismo Mitre jugó un papel determinante al servicio de los imperios británico y brasileño. Y es que una cosa es mirar la historia desde otra perspectiva de la construcción burguesa -fuera esta probritánica o proespañola o incluso independiente ‘pero sin los salvajes’ al estilo norteamericano como proponían el ‘demócrata’ Sarmiento o el nacionalista Palacio- y una muy distinta es mirarla desde la perspectiva de las masas oprimidas y desear que esas masas ocupen el poder en forma igualitaria como propusieron Moreno, Castelli, Belgrano, Artigas y Güemes. Otro panorama mental encontramos en el Perú, Bolivia y, a veces en el Norte argentino.

Allí la presencia de la numerosa población indígena, más la fuerte tradición de la cultura incaica, superior en la época de la conquista a la europea que trajeron los españoles -revitalizada posteriormente por las misiones Jesuíticas- constituyen la base para una revisión indigenista que rectifique algunos de los acontecimientos pasados. El continentalismo español había sido precedido por un continentalismo quichua, que debía necesariamente pesar en el nacimiento de la nueva nación americana planteado en 1780 y en 1810.
De allí que a Don Manuel le cayeran críticas por igual de liberales y revisionistas, acusándolo de ‘iluso’, de ‘poco serio’, de ‘propuesta disparatada’, de ‘monárquico’. De ‘conspiración de generales’ lo llamó la prensa probritánica porteña capitaneada por Manuel de Sarratea usando la pluma mercenaria de Pazos Silva, dado que los involucrados en la idea eran los Generales Belgrano, San Martín y don Martín Miguel de Güemes.

El mismo ex secretario de don Manuel en el ejército del Norte, Tomás Manuel de Anchorena lo acusará de monárquico cuando Belgrano proponga la monarquía Inca, pero aceptará de muy buen grado -como el resto de los directoriales porteños- la propuesta de coronar al príncipe De Luca o a algún miembro de la familia real española.

Posición que alentaba desde Londres el espantado don Bernardino, desconsolado ante la perspectiva de tener ‘un rey de la casta de los chocolates’ un ‘cuico’ La historia oficial esconde que el Congreso aprobó esta medida ‘por aclamación’ , pero por mayoría simple y no por los fuerte boicot de los diputados porteños que no podían concebir ‘tamaño disparate: ¿Un Indio en el trono? Finalmente Buenos Aires logrará destruir el proyecto trayendo el Congreso a Buenos Aires, cambiando la voluntad de algunos diputados y reemplazando a los que no querían mudar de opinión. Tomás Manuel de Anchorena no deja dudas sobre como cayó el planteo de Belgrano sobre los hombres de Buenos Aires y qué pensaba la ‘gente decente’ al respecto: "Los diputados de Buenos Aires y algunos otros nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea, pero viendo que el general insistía en ella, sin embargo de varias observaciones que se le hicieron de pronto, aunque con medida, porque vimos brillar el contento en los diputados cuicos del Alto Perú, en los de su país asistentes a la barra y también en otros representantes de las provincias, tuvimos por entonces que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento, quedando al mismo tiempo admirados de que hubiese salido de boca del Gral. Belgrano."



exterminador de ‘civilización o barbarie’ No por casualidad la línea que terminará difundiéndose de esta corriente francamente revolucionaria, no será la de Astesano, sino la de Abelardo Ramos, que más allá de sus grandes aportes a la historia hispanoamericana terminará reivindicando a Roca como fundador del estado nacional, negando o justificando el genocidio tehuelche, araucano y pampa. Astesano profundizando lo señalado por José Carlos Mariátegui, ubicará al indio como el eje central de la emancipación y al socialismo del Incario como base de una nueva sociedad en América. Así lo habían pensado nuestros próceres que soñaban en una revolución popular, india gaucha, mestiza y negra. Con el pueblo que había, no con otro traído de Europa.

Si la revolución debía liberar y democratizar la vida de las masas, en primer lugar debía ser la de las masas indias, negras y mestizas. Ese era el pensamiento liminar de Moreno, de Castelli, de Belgrano, de San Martín, de Monteagudo, de Güemes y de Artigas. De allí que ellos sean los grandes derrotados de la emancipación americana, hecho por supuesto negado por la historia mitrista. De allí nuestra revolución inconclusa, vaciada de contenido, transformada en una nueva dominación imperial, primero Británica y luego norteamericana. Causa y efecto de la fragmentación de la nación hispanoamericana. De allí que la segunda emancipación sea asignatura pendiente y aflore en cada encrucijada histórica de Nuestra América y pueda ser cantada por Túpac Amaru, por San Martín, por Bolívar, por Artigas, por Belgrano, por Sucre. Pero también por Martí, por Ugarte, por Sandino, por Perón, .

La propuesta del Rey Inca encierra la idea de la nación continental que Mayo había alumbrado en el Plan Revolucionario de Moreno, que Castelli intentó con su marcha al Norte.El Plan Continental es la piedra angular de la estrategia sanmartiniana y de su estrecha alianza con Belgrano, Güemes y O’ Higgins. El Plan se inscribe en el tono sudamericano de la Declaración de la Independencia que fue hecha a nombre de las ‘Provincias Unidas en Sud América’ y no ‘del Río de la Plata’ como tergiversará el mitrismo, exterminador de ‘civilización o barbarie’ No por casualidad la línea que terminará difundiéndose de esta corriente francamente revolucionaria, no será la de Astesano, sino la de Abelardo Ramos, que más allá de sus grandes aportes a la historia hispanoamericana terminará reivindicando a Roca como fundador del estado nacional, negando o justificando el genocidio tehuelche, araucano y pampa. Astesano profundizando lo señalado por José Carlos Mariátegui, ubicará al indio como el eje central de la emancipación y al socialismo del Incario como base de una nueva sociedad en América.
Así lo habían pensado nuestros próceres que soñaban en una revolución popular, india gaucha, mestiza y negra. Con el pueblo que había, no con otro traído de Europa. Si la revolución debía liberar y democratizar la vida de las masas, en primer lugar debía ser la de las masas indias, negras y mestizas.

Ese era el pensamiento liminar de Moreno, de Castelli, de Belgrano, de San Martín, de Monteagudo, de Güemes y de Artigas. De allí que ellos sean los grandes derrotados de la emancipación americana, hecho por supuesto negado por la historia mitrista. De allí nuestra revolución inconclusa, vaciada de contenido, transformada en una nueva dominación imperial, primero Británica y luego norteamericana. Causa y efecto de la fragmentación de la nación hispanoamericana.

De allí que la segunda emancipación sea asignatura pendiente y aflore en cada encrucijada histórica de Nuestra América y pueda ser cantada por Túpac Amaru, por San Martín, por Bolívar, por Artigas, por Belgrano, por Sucre. Pero también por Martí, por Ugarte, por Sandino, por Perón, por Allende, por Fidel, por el Che y por Chávez. La propuesta del Rey Inca encierra la idea de la nación continental que Mayo había alumbrado en el Plan Revolucionario de Moreno, que Castelli intentó con su marcha al Norte.El Plan Continental es la piedra angular de la estrategia sanmartiniana y de su estrecha alianza con Belgrano, Güemes y O’ Higgins. El Plan se inscribe en el tono sudamericano de la Declaración de la Independencia que fue hecha a nombre de las ‘Provincias Unidas en Sud América’ y no ‘del Río de la Plata’ como tergiversará el mitrismo.

El Plan de Belgrano, San Martín y Güemes está en perfecta sintonía con la Carta de Jamaica de Simón Bolívar de setiembre de 1815. No otro era el pensamiento que Miranda -preso en Cádiz- insistía en los mensajes a sus discípulos, en particular a su más querido O´Higgins, por entonces en Mendoza con el Libertador. El Precursor también insistía en la necesidad perentoria de declarar la independencia. En julio de 1816 el único territorio en América no reconquistado por España era el de la Provincias Unidas del Río de la Plata. Tucumán -lejos de Buenos Aires y más cerca del Cuzco- era el lugar donde en 1812 Belgrano había salvado la Revolución.

Era lógico entonces que todo intento libertador Continental partiera de allí. La propuesta del Rey Inca debía ser bien tomada por las masas indias guaraníes y charrúas que componían la mayoría de las tropas artiguistas y que estaban emparentadas desde tiempos inmemoriales con el Incario, cuya esencia solidaria habían revivido bajo los jesuitas en las misiones.

La cuestión de Rey Inca resolvía también de un solo golpe el problema de todos los problemas que cargaría de manera insoluble la Revolución Americana: la distribución igualitaria y democrática de la tierra.

El 9 de julio, Belgrano ya reasumido como jefe del Ejército del Norte por expreso pedido de San Martín, presidió en San Miguel el acto popular de celebración de la declaración de la independencia : ‘Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de cinco mil milicianos de la provincia se presentaron a caballo armados de lanza, sable y algunos con fusiles, todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras.(..). El general Belgrano arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio en la América meridional, gobernado por los descendientes de (que todavía existen en el Cuzco) de la familia imperial de los incas. (..) Los indios están como electrizados con este nuevo proyecto y se juntan en grupos bajo la bandera del sol. Están armándose y se cree que pronto se formará un ejército en el alto Perú de Quito a Potosí, Lima y Cuzco.

Doña Inés Azurduy y Padilla, una hermosa señora de ventiséis años, que manda un grupo de mil cuatrocientos indios en la comarca de Chuquisaca, ganó el mes pasado una victoria sobre los realistas, tomando una bandera y cuatrocientos prisioneros.

Los pueblos están armados en masa y enérgicamente dispuestos a contener los ambiciosos amagos de la tiranía. Si estos son los sentimientos generales que nos animan, con cuanta más razón lo serán cuando restablecida la dinastía de los Incas, veamos sentado en el trono y antigua Corte al legítimo sucesor de la corona. El Plan pensaba en la gran nación americana, la Patria Grande. Dicha nación tenía como sustrato esencial y aglutinante de la americanidad, los 1000 años del Incario. Una nación organizada en base a un socialismo de estado con propiedad estatal de la tierra, el agua, las simientes, las herramientas, los recursos y los productos. Estado que se extendió durante esos mil años entre Panamá y Mendoza abarcando el grueso de Sud América y constituyendo la mayor cultura extendida por el continente y base real de la idea de una sola nación americana. Mucho más aun, si se considera que dicha cultura fue la más justa conocida hasta hoy en la humanidad. La única que sació el hambre de todos sus miembros, destinando su organización social para atender a los ancianos, los huérfanos, las viudas y los inválidos. La única basada en la solidaridad y la propiedad común que permitió el florecimiento de una cultura que desconocía el hambre y la necesidad, que distribuía sus recursos entre todos sus habitantes en función de sus necesidades. Cultura infinitamente superior a la precapitalista y esclavista, -luego capitalista y esclavista- que trajeron los españoles, portugueses e ingleses a América, esclavizando y exterminando a las nueve décimas partes de la población originaria. El mayor genocidio que conoce la historia.

Sobre los mil años del Incario y su extensión territorial continental construyeron nuestros próceres fundantes la idea de la gran nación americana. Una nación extendida desde México hasta el Cabo de Hornos, tal cual soñara Miranda.

En particular una nación que abarcara casi toda Sud América con capital en el Cuzco, como planteó Belgrano en Tucumán. Porque la otra parte de la propuesta de Don Manuel que la tornaba insoportable para Buenos Aires, consistía en que dicha nación -que incluía las actuales Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, podían adherir también Venezuela y Colombia- tendría por capital a la ciudad sagrada de los Incas: el Cuzco. Casi la misma propuesta de Moreno en su Plan Revolucionario. La misma de Castelli antes de marchar a Lima y ser derrotado en Huaqui por la traición saavedrista. La que propondrá San Martín desde Lima en 1822, cuando envíe infructuosamente a Antonio Gutiérrez de La Fuente a negociar con Buenos Aires, luego de entrar victorioso en el Perú. La misma propuesta que hará Simón Bolívar cuando culmine la obra iniciada por Don José. Toda América sabe que fue Rivadavia -es decir el jefe del partido probritánico porteño; el Cavallo de entonces- quien saboteó a San Martín primero y a Bolívar después, impidiendo que la América española fuera una sola nación. Es hora que los argentinos lo sepamos y lo asumamos.

Algo quedó sin embargo de tamaña epopeya y sueño tan maravilloso: el escudo nacional y nuestra bandera exhiben orgullosas -aunque lo desconozcan la mayoría de los argentinos y argentinas- el Sol de los Incas, el sol de Túpac Amaru, el sol de Manco Cápac.


Tal vez todavía puedan ser ciertas las coplas escritas en las paredes de Oruro y de la Audiencia de Charcas, cuando la rebelión del Gran Túpac, nuestro padre fúndante, en 1780:

Ya en Cuzco con empeño
quieren sacudir, y es ley,
el yugo de ajeno rey
y reponer al que es dueño.
El general Inca viva,
jurémosle por rey
porque es muy justo y de ley
que lo que es suyo reciba

 GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA


San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que  el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo  Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.

 

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