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Orden de los Caballeros de
Su Santidad el Papa
San Ignacio de Loyola
Los Jesuitas conquistaron Sud América para la Iglesia de Roma
(dijo Lord Maculay)
Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén
El miércoles 14 de noviembre, a las 20.30 horas, la ficción y la realidad se dieron cita en la Iglesia San Martín de Tours, en el coqueto barrio porteño de Palermo. El templo estaba repleto de gente elegante y perfumada. Y la expectativa por lo que iba a suceder recalentaba el ambiente tanto como los 30 grados que se registraban puertas afuera.
Todas las miradas estaban puestas sobre el portón, que se abrió cuando la música sacra se apoderó del espacio advirtiendo que la ceremonia había comenzado. Y así fue.
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A paso rápido en comparación con los ingresos parsimoniosos de las novias, comenzaron a entrar de a uno, en fila, los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro de la Argentina, enfundados con el mismo uniforme que usaron sus antepasados medievales en la época de las Cruzadas. Eran 52 hombres, vestidos con túnica blanca en la que resaltaba la cruz roja en el pecho, símbolo de las heridas de Cristo, que había sido creada por Godofredo de Bouillón en la primera Cruzada, el 15 de julio de 1099, cuando lograron tomar posesión de Jerusalén.
Algunos llevaban espadas. Otros estandartes con banderas de la Orden. Todos tenían la cabeza cubierta con boinas negras similares a las que usaban los artistas renacentistas. Tras ellos, ocho hombres vestidos de traje negro, que serían sumados a la Orden durante esa ceremonia. Luego cuatro mujeres, de riguroso luto, peinados recogidos con peinetas y cubiertas por mantillas antiguas. Alguna un tanto pintarrajeada. Son las Damas del Santo Sepulcro en versión criolla. Cerrando la caravana, digna de una película de Fellini, estaba ni más ni menos que monseñor Héctor Aguer, arzobispo de la Plata, con su vestimenta color morada y un cuasi birrete que incluía un enorme pompón en el vértice. Es que Aguer es el Cardenal Gran Maestre de la Orden en la Argentina, por mandato expreso del Vaticano. Los caballeros se sentaron adelante, en los primeros bancos que estaban reservados para ellos. Los ocho hombres que se sumarían a la Orden también se sentaron en ese sector. En los laterales, se ubicaron representantes de otras organizaciones de caballería que también tienen vigencia en la Argentina: los Caballeros de la Soberana y Militar Orden de Malta, vestidos con túnicas coloradas con galones dorados. Y los de la Orden Dinástica de San Mauricio y San Lázaro, dependientes del duque de Saboya, que usan vestimenta negra y no dependen del Vaticano. De hecho, desde Roma sólo se le da entidad a las otras dos órdenes mencionadas, pese a que existen más de 400 en todo el mundo que se adjudican tareas de defensa de Tierra Santa, según consta en un relevamiento efectuado por el propio Vaticano.
La ceremonia continuó con lecturas de evangelios y un sermón en el que Aguer se encargó de aclarar que "la Orden de los Caballeros no es un club social ni una sociedad de amigos elegantes, sino un camino de santidad en el que la fe es la principal arma para afrontar la cruzada cristiana en el siglo XXI".
Sorpresa. Luego llegó el momento más esperado, ya que la investidura de nuevos Caballeros se realiza reproduciendo el rito de ordenación de la era medieval. Los hombres son llamados uno por uno, por su nombre, y ahí empezaron las sorpresas.
Entre los candidatos a ordenarse estaban Roberto E. Hornos, juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal Económico; Eduardo Bustamante, diplomático de la Cancillería Argentina; Guillermo Lascano Quintana, miembro activo del derechista Club del Progreso y Raúl Crespo Montes, fundador del colegio San Juan El Precursor, entre otros renombrados personajes con apellidos patricios.
Los hombres se arrodillaban a los pies de Aguer, sobre el altar, de espaldas al público. "En virtud del mandato recibido, yo te constituyo Caballero de la Orden del Santo Sepulcro", les decía monseñor, mientras otro Caballero daba un espaldarazo sobre el hombro del iniciado. También se le entregaba una cruz de Jesucristo "para que el Señor te proteja en la batalla" y la capa, con la que eran inmediatamente investidos con la ayuda de sus pares.
Finalizada esa ceremonia, se llamó a otros seis Caballeros al altar, ya que por orden del Vaticano serían elevados de rango a la condición de Comendadores, cuya función no varía de la de Caballeros, pero el ascenso es considerado un honor. Ellos fueron Alejandro Allende, del prestigioso buffet de abogados Allende&Brea; José M. Ledesma, diplomático, Rodolfo Lanús de la Serna, miembro de la Academia del Mercado de Capitales de la Universidad del Salvador; Alberto David Leiva, abogado investigador del Conicet; Juan Isidro Quesada, historiador, hacendado y descendiente directo del coronel que llevó su nombre; y Eduardo Santamarina, comisionista de Bolsa e integrante del consejo académico de la ONG
El Caballero que posee el máximo rango dentro de la Orden, al margen de Aguer, es Isidoro J. Ruiz Moreno, que ocupa el puesto de Lugarteniente. Es doctor en Derecho, autor de libros sobre campañas militares en la Argentina, entre casi 20 títulos, vicepresidente del Centro de Genealogía de Entre Ríos, docente de la UBA y de la Escuela Superior de Guerra y siguen los títulos.
La Orden en la Argentina había desaparecido en 1982. Y recién hace doce años volvió a la carga. Hoy son 52 Caballeros y 5 Damas. En el mundo, la Orden aglutina a 25 mil personas. Y el furor literario que generó El Código Da Vinci reavivó el interés por estos agrupamientos, y su consecuente crecimiento. No obstante, se trata de agrupaciones muy elitistas que no suman adeptos como los clubes de fútbol.
Para ser un Caballero de la Orden del Santo Sepulcro hay que reunir exigentes condiciones. En principio, se debe ser cristiano y tener vida moral ejemplar, y una destacada carrera profesional. Eso para empezar a hablar. Además, sin que se lo mencione (no es elegante hablar de dinero) es condición necesaria tener alto poder adquisitivo, es su misión principal mantener económicamente la vida y el progreso de los cristianos que están en Jerusalén.
Según explicaron a NOTICIAS algunos de los miembros de esta Orden, el monto anual que deben afrontar como miembros es variable, dependiendo de las necesidades y de la realidad económica del país. Y lo fija y ajusta anualmente el propio Vaticano. Para este ejercicio, los Caballeros deberán pagar cada uno 2.000 dólares, en dos cuotas, que se están terminando de cancelar en estos días, según precisó uno de ellos.
"Esa contribución es la base mínima, después hay quienes quieren hacer mayores aportes y por supuesto que pueden hacerlo", explicó uno de los Caballeros, quien detalló que con esos fondos se construyen hospitales, escuelas y se cubren otras necesidades de los cristianos en Tierra Santa.
Aspirantes. Los títulos en esta orden no son heredables y para poder ingresar el interesado debe ser presentado por algún Caballero a quien le conste que esa persona es digna de ser aceptada. El Caballero que presenta hace la propuesta formal en una reunión cerrada del grupo, e inmediatamente los encargados de Admisiones se ponen a averiguar los antecedentes morales, profesionales y familiares del sujeto en cuestión. Si pasa los controles, se envía al Vaticano una solicitud de admisión. Y en Roma se vuelve a hacer la investigación sobre el potencial integrante. Si el perfil se ajusta, se envía el visto bueno y esa persona podrá ser sumada a la curiosa sociedad.
Los Caballeros que ingresan firman un juramento el día anterior a la ceremonia de admisión. Esto ocurrió el lunes 13 en el Colegio Mallinckrodt. Allí se "velaron las armas", un rito simbólico en la actualidad, pero que cumplían los Caballeros guerreros antes de cada Cruzada. Ese día, los ocho futuros Caballeros permanecieron en retiro espiritual y firmaron su compromiso en un pergamino que fue enviado al Vaticano para su archivo.
Los ahora Caballeros juraron defender la fe cristiana aún a costa de su propia vida, mantener una vida austera y dar ejemplo de virtud en la vida cotidiana, además de sostener económicamente el Santo Sepulcro, eje central del movimiento.
Los Caballeros tienen sus rutinas en la Argentina. Se reúnen una vez por mes a debatir temas de actualidad, que son expuestos en forma rotativa. La reunión debería realizarse en la sede que se le asignó a la Orden en la Basílica de San Francisco (ya que son los monjes franciscanos los que operan en la zona del Santo Sepulcro). “Pero por razones de comodidad, nos reunimos en el Jockey Club”, destacó el Caballero Rodolfo Argañaraz Alcorta, abogado penalista.
Tienen un uniforme de gala, que pueden usar para fiestas e incluso para llevar a la tumba. Es oscuro, similar al de un oficial del Ejército, aunque un tanto más vistoso. Y se lleva con un gorro militar con plumas de ganso. No está mal usarlo en los viajes al exterior, buena ocasión para honrar su título, atendiendo a una dama de la Orden con gentilezas propias de un verdadero Caballero. "Cuando voy a España me asignan a la duquesa Carmen Franco, hija del general Franco" destacó Argañaraz con orgullo.
Saben ellos que el pecado puede hacer mella en tanta pompa. Porque un comportamiento incorrecto los expulsaría del seleccionado guardián. Aunque nadie, claro, llegó tan lejos. l
Por Victoria Álvarez Benuzzi - Fotos: Andrés Settepani y Cedoc