sábado, 16 de abril de 2011

La Guerra del Paraguay por S.E. Caballero de Gracia Don Juan Carlos Raffo SOMCHSIL

Ya no es sorpresa cuando la Presidente de la Nación apela a la historia distorsionadamente para evocar tramos que son “mentiras”. Seguramente no lo hace por ignorancia sino para teñir de infamia lo que fueron gestas heroicas.
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Como correntino amante y orgulloso de mi historia, no puedo dejar pasar por alto el disfraz que hace de la guerra con el Paraguay, reivindicando la persona del dictador Francisco Solano López, a quien por razones de prudencia, los mismos hermanos paraguayos no lo enaltecen tanto.
Pacho O’donel
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Pero para que no asome mi nombre como el de un reaccionario liberal o “mitrista”, inserto lo que su ideólogo de turno, distorcionador hace poco por agenda y feriado turístico de la Vuelta de Obligado, el médico Pacho O’donel, dijo en su artículo del diario La Nación hace no más de tres años:
“Una visión historiográficamente demagógica pretende consagrar a López como un héroe romántico, contrapuesto a la inhumanidad feroz de sus enemigos. Como si toda guerra no fuera inhumana y feroz y no consistiera en vencer y destruir al enemigo. Como si las hubiera humanitarias y moderadas. Lo cierto es que el Mariscal llevó la masacre de sus compatriotas más allá del límite que la lógica indicaba, por su obstinada negación a aceptar la derrota y rendirse”.
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Debemos despejar, con la mayor objetividad reclamable, incógnitas de aquella conflagración, que se inscribe entre las más sangrientas de la historia mundial. Hacia 1862, y tras la enigmática batalla de Pavón, nuestro país buscaba su destino bajo las riendas de la triunfante provincia de Buenos Aires. Su líder, Bartolomé Mitre, tendría, ya con el cargo de presidente de la nueva nación -terminado el conflicto con la confederación provincial- la enorme responsabilidad de organizar una república. La tarea no era sencilla.
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Está claro que el conflicto con Paraguay, contrariamente a lo que algunos afirman, fue un accidente indeseado por Mitre y los suyos, pues no sólo interrumpió y complicó la consolidación de su proyecto de organización nacional sino que lo puso en riesgo, por la impopularidad de la contienda. Es también insostenible la hipótesis de que la Guerra de la Triple Alianza fue promovida por Gran Bretaña y que los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay acataron sumisamente su interés de que Paraguay se incorporara al libre comercio, y así disponer del algodón que las hilanderías industriales inglesas necesitaban, a partir de las dificultades con su habitual proveedor, Texas. Porque lo cierto es que éste había sido reemplazado, a cañonazos, por Egipto.
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Bloqueo a la bahía de Guanabara y las relaciones entre Brasil y Gran Bretaña estaban rotos desde que esta última bloqueara la bahía de Guanabara y apresara varios buques.
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Francisco Solano López, quien había sucedido en 1862 a su padre, Carlos Antonio, en la presidencia del Paraguay quien venía gobernando desde 1844, asumió una actitud agresiva como forma de superar la asfixia provocada por sus inmensos vecinos, Brasil y Argentina. Por ejemplo, erigiendo la fortaleza de Humaitá, que amenazaba con controlar la libre navegación del Paraná.
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En diciembre de 1864 y enero de 1865, tropas paraguayas tomaron posesión de varias fortalezas y poblaciones del Mato Grosso brasileño y, en abril de 1865, ocuparon la ciudad de Corrientes. Las acciones bélicas fueron iniciadas por López. Tanto fue así, que el secreto Tratado de la Triple Alianza se firmó recién el 1º de mayo de 1865.
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La situación política interior de Paraguay fue, y eso no aparece justamente valorado en los principales estudios sobre el conflicto, una de las principales causas de la guerra, pues López intentó, al mejor estilo de toda dictadura, una “huida hacia adelante” cuando se sintió presionado por una creciente opinión pública que reclamaba una organización constitucional, lo que hubiera significado renunciar a porciones importantes de su poder omnímodo.
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¿Por qué ingresó la Argentina en la guerra?
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Lo cierto es que no tuvo otra alternativa. Sabiendo que Brasil estaba decidido a ella, lo que el futuro auguraba a nuestro país era un Paraguay ocupado por el Imperio y un Uruguay que, inevitablemente, sería devorado por tan insaciable expansionismo y, por ende, un desbalance geopolítico en la región intolerablemente desfavorable para nuestro país. Esas distintas motivaciones marcaron el espíritu bélico en ambos países: Brasil, galvanizado por la concreción de un antiguo proyecto expansionista; la Argentina, beligerante a contrapelo, obligada a serlo contra su voluntad.
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