Publicado por Organización Patriótica Aurora
La celebración de Semana Santa en mucho ha cambiado desde los tiempos de la colonia al presente. Mientras que en aquella etapa era tomada en su sana y genuina esencia como la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, hoy, en cambio, es interpretada como "un momento para descansar o tomarse vacaciones" en algún sitio tranquilo y lejos del ruido urbano.
También contribuyó -y contribuye- el histórico ensañamiento contra la Iglesia Católica por parte de sus enemigos declarados, tales como la doctrina masónica y, desde luego, el ateísmo hábilmente maniobrado por las usinas que responden a los elementos más recalcitrantes y fanatizados del autoproclamado pueblo elegido.
Pero como todo esto lo venimos comentando en diferentes posteos y noticias que enviamos a través de nuestra casilla de correos, ahora queremos que usted, lector, conozca que en tiempos lejanos de nuestra Patria, la devoción por el catolicismo fue grandiosa, y aún mayor se proyectó ante cada nueva llegada de Semana Santa, según lo consignaron relatos de viajeros y crónicas de aquel entonces. Dice así:
LO QUE VIO "UN INGLES"
Un curioso testimonio lo brinda un desconocido viajero inglés que anduvo por Buenos Aires entre 1820 y 1825, de cuya vivencia escribió un libro titulado "Cinco Años en Buenos Aires". Respecto del Jueves Santo decía que "una muchedumbre de personas de ambos sexos se amontona en las puertas, especialmente en la catedral obstruyendo la entrada. Están arrodilladas -prosigue el curioso visitante- y rezan el rosario en profundo recogimiento". Hacia 1821, y para la misma fecha sagrada, refiere haber visto imágenes y otros objetos religiosos en las esquinas de las calles principales, lo mismo que prisioneros engrillados pidiendo limosna. Otro tanto ocurría con la exposición pública de estatuas con la figura de la Vírgen, de Jesús y de cruces.
Tres años más tarde, anotará el autor de "Cinco Años en Buenos Aires" lo que sucedía en otro Jueves Santo criollo: “En 1824 cerca de la iglesia de San Juan, vi un hermosa estatuita de la virgen, y envidié los besos que recibía de las encantadoras muchachas. Esa noche los componentes de la Banda Militar lucían sus uniformes de gala y los tambores estaban de luto. Atravesaron la Plaza y las calles con paso solemne, tocando una música más melancólica que la marcha de la muerte de ‘Saúl’…”.
DOS O TRES MATES, PERO BIEN CEBADOS…
El ayuno era respetado. Un cronista, Juan Cruz Ocampo, dejaba entrever que hacia las décadas de 1870 y 1880 el ayuno del Jueves y Viernes Santo era cumplido con total rigor. Afirma Ocampo que la mayoría de las señoras pasaban el ayuno “con dos o tres mates, pero bien cebados, única compensación a lo exiguo del alimento”. Otro cronista de la misma época fue Carlos Alberto Carranza, quien afirmaba que ni el Jueves ni el Viernes Santo se carneaba animal alguno, añadiendo que algunos fieles exageraban la abstinencia puesto que no comían carne desde el lunes de Semana Santa, y, que en cuanto al pescado, era relativamente permitido, debiendo conformarse con legumbres, en especial porotos y garbanzos, pero eso sí, “nada de vino”.
El acostumbramiento de regalar huevos de pascua el Domingo de Cuasimodo parece que ya entonces se practicaba, comenta el propio Carranza. Éstos consistían “en huevos comunes, pero pintados de diversos colores y, a veces, con simbolitos religiosos”, advierte.
UN RELATO DE CUARESMA EN TIEMPOS DEL RESTAURADOR DE LAS LEYES
El comerciante inglés William Mac Cann escribió en 1853 un libro titulado “Viaje a Caballo por las Provincias Argentinas” en donde dejó sentadas sus experiencias cuando el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Muy presumiblemente este comerciante inglés haya permanecido en el país hasta, en febrero de 1852. Mac Cann relata su experiencia personal al momento de ingresar al templo de la Merced, en Buenos Aires, en la última semana de Cuaresma:
“Entré al templo y me fue dado contemplar tres imágenes, casi de tamaño natural, colocadas sobre sendas plataformas y cubiertas por baldaquines adornados con oropeles y flores artificiales. Una de las imágenes, la más próxima a la puerta, representaba a la Virgen, vestida de blanco, teniendo en una de sus manos un cáliz y en la otra un libro. En el centro de la nave veíase la imagen de Cristo azotado, y cerca del altar se levantaba la figura de una Santa. A ambos lados de la nave estaban muchas mujeres –pobres en su mayoría- sentadas o arrodilladas sobre trozos de alfombras; unas tenían en las manos libros de oraciones, otras rosarios, y todas denotaban una gran devoción. La imagen que atraía la mayor atención era la del Cristo”. Y prosigue en su relato el comerciante inglés: “Un buen número de monjes, religiosas, novicias y monaguillos, andaban de aquí para allá, muy atareados. De una puerta, junto a un altar, salieron unos cuantos músicos, con violines y otros instrumentos; les seguían varios monjes y otros eclesiásticos revestidos de ricos ornamentos. Algunas personas del público levantaron las imágenes en hombros, rompieron a tocar los violines y la procesión avanzó hacia la puerta del oeste. Al salir a la calle, se le unió una guardia de honor y todo el conjunto se puso en marcha con dos bandas de música que tocaban alternativamente. Rodeaban las imágenes hombres y niños provistos de velas encendidas y faroles suspendidos de largas pértigas”. Este fantástico relato concluye con la siguiente vivencia: “Por momentos, la música cesaba y cantaban los monjes con voces muy altas pero armoniosas. Dos o más monaguillos, llevando, cada uno, un crucifijo, recibían las ofrendas de los fieles. Estas consistían, principalmente, en monedas de cobre de escaso valor. Como empezaron a caer algunas gotas, amenazando lluvia, la procesión no cumplió ese día todo su recorrido y volvió a la iglesia”.
Afirma en un trabajo el escritor Félix Luna lo que sigue: “La Semana Santa era observada antes con gran recogimiento, devoción y ayuno o abstinencia. Hoy, en cambio, para mucha gente no constituye sino la oportunidad para salir de holgorio o pasar unos días de descanso en lugares de turismo”. Una lastimosa gran verdad, desde luego.
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
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