“Siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la
sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos. También
son esos que critican las determinaciones de los jefes. Por fortuna dan conmigo
que me río de todo y hago lo que indica la razón, la justicia y la prudencia y
no busco gloria, sino la unión de los americanos y la prosperidad de la
Patria”.
Ruda
repuesta del creador de la bandera nacional a quienes lo juzgaron por haber
dispuesto que los restos de los muertos -patriotas como realistas- fueran
enterrados en una misma fosa cobijados por la cruz de Cristo, donde podía
leerse “a los vencedores y vencidos”.
Belgrano, después de su triunfo en
Tucumán y con la intención de oprimir al ejército vencido verificar -según Bernardo Frías- que: “las tropas se hallaban impagas y las
cajas del ejército estaban vacías” requirió un nuevo gesto de patriotismo a los
vecinos mediante un sacrificio monetario. Doña Isabel Aráozrefugiada en Tucumán junto a su esposo el
teniente coronel de voluntarios de Salta Santiago
Figueroa se quitó de un
collar de perlas de desmedido valor como una ayuda para el ejército; actitud
que fue imitada por Francisco de
Gurruchaga, José de Moldes, Mariano Benítez, Bernabé Aráoz, Francisco Aráoz,
Francisco Lezama y el
gobernador tucumano Francisco
Ugarte, entre otros, que
entregaron significativas suma de dinero, caballares y mulares.
Muchos
sostienen que los colores azul y blanco de nuestra bandera fueron testigos y
aliento de los héroes. Este emblema parecía haber sido creada por Belgrano
inspirándose en los colores de la Virgen predilecta o los del cielo; “los que
irradian también la pureza del alma de la que la concibió”.
El 12 de
enero de 1813 partió Belgrano desde Tucumán al mando de tres mil entre soldados
y milicianos detrás el ejército dirigido por el vencido militar Juan Pío de Tristán y Moscoso, nacido en Arequipa (Perú), que Huía hacia Salta.
Este paladín de la nacionalidad, de firme convicción
católica, al iniciar la marcha con el mayor entusiasmo destacó que: “de
su disciplina y subordinación me prometo; Dios mediante, los resultados más
favorables, y sobre todo del gran aprecio que hace de sus bayonetas, habiendo conocido
la importancia de esta arma, y que a su presencia, los enemigos abandonarán el
puesto”. Este plan
concluía confirmando su fe en que echaría al hostil de las regiones que invadía.
Trasponer el río Pasaje fue muy arriesgado por el caudal
colérico de agua que remolcaba pedrejones y tupidos árboles, en ese
caliente y lluvioso verano. Se innovaron puentes con pontones firmes sobre
toneles untados con alquitrán.
El 13, después de un día de descanso, ante las exiguas
disponibilidades para el pago a los efectivos se abonó a unos cuantos
cuatro pesos; a otros tres y hasta dos a otros tantos. El general Manuel
Belgrano ordenó la formación sobre la ribera del Pasaje de los jefes, oficiales
y soldados para prestar juramento de fidelidad a la Asamblea del Año XIII; acto
presidido por la bandera celeste y blanca, lábaro que a partir de esos momentos
ondeó al frente del Ejército del Norte.
Con respecto al símbolo izado el 27 de febrero de 1812 a
orillas del Paraná el Triunvirato desautorizó a Belgrano y le ordenó que izara
una bandera española. El mandato fue desoído o desconocido por Belgrano y la
volvió enarbolar en Jujuy, celebrando el segundo aniversario del Movimiento de
Mayo. Una vez más el gobierno de Buenos Aires amonestó al prócer ante visible
rebeldía; jurando éste que “destruiría la bandera izada en
Rosario y que manifestaría a quienes por ella indagasen, que la retenía
para izarla después de una gran victoria”.
En el acto del 13 de febrero Díaz Vélez tomó el pabellón
y Belgrano, desenvainando su espada, expresó: “Éste será el escudo de la
nueva divisa con que marcharán al combate los defensores de la Patria”. Formando una cruz con el asta
de la bandera y su sable fue besada por cado uno de los presentes.
Después de un desfile Belgrano con su espada talló en un árbol: “Río
Juramento”, como aviso de este evento,
La batalla del 20 de Febrero
Tristán con el deseo
de obstruir cualquier intentona que Salta fuera ecobrada dispersó
soldados armados por diferentes accesos a la ciudad, utilizando además la
intuición de prácticos baquianos de la zona. Reza el refrán popular: “hasta al
mejor pescador se le escapa la presa” no ser tomó en cuenta el enmarañado
ingreso por la Quebrada de Castañares. Esto ocurrió en la lluviosa noche del
17.
La
formación soportó en su avance por el desfiladero el agua de los afluentes y
los derrumbes de los cerros. La senda plagada de obstáculos fue vencida gracias
al tesón y al empeño de los bravos militares. A fuerza y pulmón lograron
remolcar las doce piezas de artillería y cincuenta carretas cargadas con
municiones, alimentos, pertrechos y todos aquellos elementos para la gran
campaña.
Sería
injusto aquí olvidar aquel decidido personaje vinculado a una tradicional
familia quien, por sus facciones, era conocido: “Chocolate”. Estoy reseñando al capitán José Apolinario Saravia,
ayudante de Manuel Belgrano, gran conocedor de la zona, quien condujo a las
fuerzas patriotas por la abrupta quebrada hasta situarlas en Chachapoyas y después
en Castañares. Propietario de Castañares era don Pedro José Saravia, padre del
capitán que permitió a Belgrano ocupar una posición de privilegio frente a las
tropas realistas que avasallaron la ciudad.
A su valerosa
actuación antes y durante la batalla hay episodios que refrendan la lealtad de “Chocolate” Saravia. Valiéndose
del color cobrizo de su piel y su rostro lampiño, como la mayoría de los
indígenas, se disfrazó de leñatero vistiendo con calzón, hojotas y un sombrero
rústico y viejo. Con este ropaje me colaba a la ciudad arriando una recua de
burros cargados de leña, único combustible utilizado en aquellos tiempos. Con
su voz ronca y desentonada ofrecía su mercancía a un precio sumamente alto con
el propósito que nadie la comprara. En su andar advertía los desplazamientos
de los invasores.
Una vez que había
reunido la información regresaba al campamento de Belgrano donde el jefe
patriota, utilizando los datos producidos procesaba el plan para recuperar la
ciudad.
Algo para recordar
No existía calma en la
ciudad. Los invasores en permanente movimiento. Tristán se alojaba en la casa
de Costas (ex calle del Comercio), al lado del Cabildo; algunos oficiales en
una vivienda ubicada de dos planta levantada a pocos metros del Tagarete de
Tineo (hoy avenida Belgrano); otros junto a la tropa en los templos de San
Francisco y de la Iglesia Matriz o en el Convento de los Mercedarios (20 de
Febrero y Caseros –La Caridad Vieja y del Comercio). Los monárquicos dejaban
pasar las horas recostados con las armas en mano al aguardo de una virtual
acometida de los patriotas.
En la noche del
19, antes de la batalla, en la casa de Hernández (hoy Museo de la Ciudad,
Alvarado y la Florida -barranca del río Primero y de Las Angustias- se cumplió
una reunión social a la que asistieron distinguidas damas y oficiales españoles
ocasión que sirvió para tentarlos a desertar ante un virtual combate;
huyendo por la casa de Juana Moro de López. Definida la lucha marcharon
hacia las lomas de Medeiro, y allí, desleales, gauchos, peones y mujeres ataron
a las colas de los caballos y al galopar levantaban tierra que hicieron temer
que habían arribado refuerzos para las fuerzas de Belgrano. Una vez más, esta
“picardía criolla”, obligaron a Pío Tristán cambiar permanentemente la
estrategia de defensa de la ciudad conquistad.
La
acometida fue muy dura. Se inició a las 11 de la mañana. Belgrano mostraba
sufrir una fuerte dolencia y a pesar de la cual montó su caballo para dirigir a
sus hombres. Díaz Vélez cayó entre los heridos por el fuego de fusilería. La
fogosidad puesta de manifiesto por los patriotas poco a poco fue minando el
espíritu de los enemigos. El suelo del monte, del campo, las calles y el centro
de la ciudad, estaban bañadas de sangre americana. Americanos componían los dos
ejércitos, además, los jefes de los mismos también eran americanos.
Belgrano
le hizo llegar a Tristán el siguiente mensaje: “Se despedaza mi corazón
al ver derramar tanta sangre americana; haga cesar inmediatamente el fuego en
todos los puntos que ocupan sus tropas, como yo voy a mandar que se haga
en todos los que ocupen los míos”. A
la mañana siguiente los españoles entregaron sus armas bajo juramento donde se
condicionaba que desde el general en jefe hasta el último tambor no
volverían tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la
Plata, en las que se comprendían Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz.
Como
saldo de esta encarnizada lucha los relistas sufrieron la pérdida de 17 jefes y
oficiales, tomados prisioneros en el campo de batalla; 481 muertos; 114 heridos
y rendidos 2.666, incluso 5 oficiales generales y 93 entre teniente y capitán.
Además los vencidos entregaron 10 piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200
espadas, pistolas y carabinas, todo su parque, maestranza y demás pertrechos de
guerra. Las bajas del Ejército del Norte alcanzaron a 113 muertos, 433 heridos
y 42 contusos.
Desde
estas páginas elevamos las plegarias al Señor y la Virgen de Milagro por las
almas de los caídos, como así para que reine el amor y la paz en todo el mundo.