lunes, 16 de agosto de 2010

Recrear el pasado, a veces, puede reencender algún candelabro de esperanza en el presente. Coronel Don David Cabrera Rojo fué el coordinador general

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 El Coronel Don David Cabrera Rojo* en la primer fila al Centro
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En nuestra Argentina actual, despojada de valores y modelos ideales, es oportuno rescatar hechos que estimulen el perdido fervor por metas elevadas y nobles. La Asociación Sanmartiniana de Rosario ya ha organizado varios cruces de los Andes siguiendo algunos de los caminos por los que se desplazó, con miles de mulas, caballos y artillería, el ejército de San Martín, en enero de 1817.

En enero de 2003, se realizó un entusiasta y exigente cruce de las altas montañas andinas. Aquí presentamos parte de la crónica de un periodista que acompañó a los expedicionarios.

Recrear el pasado, a veces, puede reencender algún candelabro de esperanza en el presente.

Informe especial: Cruce de los Andes
Coordinador General Coronel Don David Cabrera Rojo*

Precipicios y un río furioso, última etapa del camino de San Martín

La expedición que emula la gesta del Ejército de los Andes llegó a Chile después de una semana a lomo de mula.

Detrás quedaron los peligrosos planchones de nieve, las pendientes de cuarenta y cinco grados y los senderos de ni medio metro de ancho que asoman a precipicios donde conviene no mirar. El final del camino, después de una semana de marcha demoledora, está a metros: el Cristo Redentor, a 4.200 metros de altura, justo en el límite con Chile.

El domingo pasado terminó allí el quinto Cruce de los Andes a lomo de mula organizado por la Asociación Cultural Sanmartiniana de Rosario. Unos doscientos kilómetros por la ruta sanmartiniana de Uspallata, que empleó el entonces coronel Gregorio de Las Heras al frente de su columna del Ejército de los Andes. La expedición se había iniciado el lunes en la estancia Canota, al pie de la precordillera.
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Ochenta y cuatro expedicionarios de todas las edades, con el apoyo del Ejército Argentino y el Regimiento de Infantería de Montaña 16 de Uspallata (RIM16), rindieron así un homenaje a la gesta del Ejército de los Andes. Como parte del simbolismo del cruce, la marcha fue encabezada por un soldado patricio y otro granadero, portando las banderas Argentina y del Ejército de los Andes. Los seguían las de Chile, Perú y de la provincia de Santa Fe.

Se trató de emular la hazaña de San Martín, que en enero de 1817 inició el cruce por seis pasos distintos. Le llevó veinte días y fue parte de la estrategia conocida como "guerra de zapa" para engañar a los realistas españoles y hacer desparramar sus fuerzas a lo largo de 750 kilómetros de cordillera. Hay que experimentar esos peligrosos senderos para comprender la magnitud de la empresa sanmartiniana. Sus cinco mil hombres cruzaron en una época sin medios de apoyo y al otro lado los esperaba probablemente la muerte.

En esta semana hubo que acostumbrarse a vivir la vida en mula, a superar los miedos a las patadas y los derribos —hubo más de veinte caídas—, a marchar de sol a sol con altas temperaturas, a masticar tierra y polvo. Fue la expedición con civiles más numerosa, con el apoyo fundamental de los infantes de montaña del Regimiento de Uspallata, jinetes expertos; y su sostén para organizar la vida en los campamentos. También una ambulancia siguió lo más cerca que pudo al grupo.

Dos días llevó atravesar la precordillera hasta Uspallata. Tras descansar el jueves en el regimiento, comenzó el viernes la etapa final, 100 kilómetros en tres jornadas. Quedó atrás el valle de Uspallata y a la tarde temprano se alcanzó el río Picheuta, donde una avanzada del Ejército Libertador libró el primer combate contra los realistas. Se marchó casi en paralelo con la ruta a Puente del Inca, que hubo que cruzar varias veces.

Al trote por tramos, ya con mayor confianza en los animales, el grupo llegó a Polvaredas a las siete de la tarde. En este pequeño pueblo donde acampó la columna de Las Heras se hizo noche al reparo de la estación de tren, que dejó de funcionar hace 20 años y redujo la población de 2.700 habitantes a la cuarta parte.

El sábado fue un día con riesgos. "Qué pasa que están todos tan callados", preguntaban los soldados, sabiendo que el miedo sobrevolaba al grupo. Se había salido de Polvaredas siguiendo la trocha angosta del tren y al meterse en la montaña, hubo que atravesar algunos centenares de metros por donde las mulas pasan pisando sin mucho más espacio que el ancho de sus patas. El jefe de la expedición y presidente de la Asociación, el teniente coronel retirado Víctor Hugo Rodríguez, había previamente reconocido el terreno con dos soldados y lo despejaron de piedras.

En medio de estrictas recomendaciones, con un megáfono en la mano, Rodríguez infundía confianza. Se había hablado mucho la noche previa de ese giro pronunciado en el sendero que deja al jinete como suspendido en el aire con su mula, en un impresionante balcón con caída libre al río Mendoza, 300 metros más abajo. El obstáculo se sorteó sin inconvenientes.

Cubierto por el polvo, el grupo alcanzó después el cerro Penitentes y dos horas más tarde arribó a Puente del Inca. Otra vez ducha y cama en la Compañía de Cazadores de Montaña 8, y un regalo inesperado: poder bañarse en las aguas termales que brotan junto al Puente del Inca.

A esa altura, el agotamiento había mellado al grupo. El médico y expedicionario Rubén Sosa atendió más de doscientas consultas en todo el cruce: dolores de cabeza, presión baja o alta por la altura, deshidrataciones, insolaciones, traumatismos —sin consecuencias graves— por las caídas y patadas de las mulas. "El 90 por ciento me consultó, pero siempre con alegría", dijo el doctor.

Hugo Monetti, rosarino de 27 años, es no vidente y éste fue su segundo cruce. Fue un ejemplo de que se puede, por más que él rechace "ser el centro" y haya sido uno más: "Hay que salir y disfrutar del sol, la vida tiene muchas cosas lindas y no podés vivir pensando lo que te falta", dice Hugo, que percibe la oscuridad del precipicio y la claridad de las montañas.

Siempre con horas de sueño escasas, el domingo llegó el esfuerzo final: llegar a Las Cuevas y subir al Cristo Redentor. Hubo que vadear el río Cuevas, donde los soldados tenían listos sus lazos por si alguien era arrastrado por la corriente. Y en la subida, otra vez hubo que entregarse a las mulas en los tramos con planchones de nieve y pendientes. Si una mula hubiese trastabillado, habría sido casi imposible no rodar con ella. Por eso había que inclinarse hacia el monte, para arrojarse hacia ese lado en caso de necesidad.

Por fin en el Cristo Redentor, con un viento frío implacable, hubo una ceremonia y un encuentro binacional donde se cantaron los himnos de los dos países, con vivas a San Martín y a O'Higgins. También se plantó una piedra traída del cementerio de Darwin en las islas Malvinas. Rodríguez y otros tres miembros del grupo son veteranos de la guerra del 82.

Bajar a Las Cuevas tomó otras dos horas. Allí fue la despedida de las mulas. Tercas, mañosas, desobedientes, muchos igual se habían encariñado. En ese día final hubo una boda: dos expedicionarios, Julio Arias y Fernanda Larreteguy, se casaron allí mismo, en la pequeña capilla de Las Cuevas, minutos después de cruzar los Andes. Los ramos fueron armados por sus compañeros con flores de la montaña.

La asociación que encabeza Rodríguez fue creada en 1996 por el presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, el general retirado Diego Soria. La coordinación de este cruce estuvo a cargo del coronel David Cabrera Rojo.

Pero Rodríguez ya piensa en el próximo escalón: una expedición coordinada que atraviese al mismo tiempo los seis pasos de la Campaña Libertadora. Algo nada fácil, pero tampoco imposible. Lo saben los que ya cruzaron los Andes en mula.



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*El Coronel Don David Cabrera Rojo de ilustre familia Cordobesa; es doblemente familiar del Excmo Cte Grl Lavado Roqué, tanto por los Cabrera como por los Rojo. Fueron compañeros de promoción (103) en el Colegio Militar de la Nación.

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