Soberana Orden Militar de Caballería Ligera del Papa de
San Ignacio de Loyola
Caballeros Americanos Siglo XXI
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Queridos hermanos:
En el marco de esta Semana Social, celebramos la Santa Misa en las vísperas de la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, el profeta precursor del Señor. Al celebrar su nacimiento, celebramos al mismo Jesucristo, hacia quien se orientaban las palabras de todos los profetas. La vida entera del Señor es el pleno cumplimiento de todo lo anunciado durante siglos por los profetas, de los cuales, según palabras del mismo Jesús, Juan el Bautista es el mayor: "Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista" (Mt 11,11). Sabemos que Juan dio testimonio de la verdad y coronó su vida con el martirio, pues debió enfrentarse con los poderosos, denunciando la transgresión de la ley de Dios.
Las lecturas de la Sagrada Escritura nos ayudan a entender nuestra propia misión de cristianos comprometidos con nuestra fe en las actuales circunstancias de nuestra sociedad.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Jeremías, describe su vocación en términos que se aplican a todo profeta del Antiguo Testamento. Pero esos mismos términos son también válidos para caracterizar e inspirar la misión profética de la Iglesia de todos los tiempos, así como la conducta de todos los bautizados y confirmados en la fe.
Lo primero que nos llama la atención es la providencia de Dios: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta de las naciones" (Jer 1,5). Aunque el hombre no es un simple títere en las manos de Dios, sino que está llamado a jugar un verdadero protagonismo, no caben dudas de que Dios se ha anticipado con su iniciativa y que su designio salvador incluye la libre respuesta humana. Bajo el predominio de la voluntad divina, Dios y el hombre actúan en alianza.
Lo segundo que podemos destacar es que en la experiencia del profeta, existe una verdadera desproporción entre la misión asignada y sus fuerzas o capacidades humanas tal como él las percibe. Alega su torpeza para hablar, vinculada con su juventud: "¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven" (Jer 1,6).
Pero el mismo Dios le hará tomar conciencia de que será revestido de una fortaleza regalada. El profeta hará la experiencia de que Dios está a su lado. No debe temer. Debe colaborar desde su obediencia: "... tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos" (Jer 1,7).
De ahora en adelante, encontrará su identidad en el servicio a la Palabra divina, y el centro de sus motivaciones estará fuera de él, en el cumplimiento fiel de la voluntad salvadora de Dios para su pueblo. Su vida no será cómoda sino arriesgada. Prevalecerá siempre la misión recibida por encima de sus gustos e inclinaciones. No cuentan sus gustos subjetivos en primer lugar, pues él está entregado a la verdad objetiva que está en Dios: "Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar" (Jer 1,10).
Con su palabra, el profeta no sólo arranca y derriba, sino que edifica y planta. Debe salir de sí mismo y ayudar a otros a la conversión a la voluntad de Dios. Interpreta la historia a la luz del plan divino y de la Alianza pactada entre Dios y su pueblo. Su vida es dramática y suele acabar mal, según el modo de pensar de los hombres.
En la plenitud del tiempo, Cristo lleva la profecía a su cumbre insuperable. Él es el Verbo de Dios, su Palabra plena y definitiva. Ante Pilato dirá: "Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar un testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Se define a sí mismo como luz (cf. Jn 8,12; 12,46) y a Nicodemo le dirá: "En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas (...) el que obra conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,19.21).
Continuadora de la misión profética de Cristo, la Iglesia va atravesando la historia difundiendo la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. No hablamos sólo del cielo, aislando nuestra esperanza trascendente de las cosas temporales. Nuestra fe en Dios y en la vida eterna, nos lleva a proyectar esta luz sobre nuestra vida temporal y sobre todo lo relativo al bien común de la sociedad, con las implicancias morales y los compromisos que se derivan para nuestra convivencia social. En lo temporal, en efecto, decidimos nuestra eternidad y ésta se anticipa en el tiempo.
Como bien sabemos, la preocupación de la Iglesia por los problemas sociales se remonta a sus mismos orígenes y se vincula con el Evangelio. En los tiempos modernos, no obstante, es preciso reconocer que la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII ha constituido un acontecimiento histórico, al impulsar iniciativas y estudios mediante los cuales se buscaba acompañar desde una perspectiva cristiana y católica los cambios acelerados que se producían en la sociedad.
Desde entonces dicho cuerpo doctrinal no cesó de crecer, en diálogo directo con las nuevas circunstancias históricas y sus implicancias políticas, económicas y culturales, y se fue enriqueciendo con el aporte de los papas sucesivos, hasta nuestros días.
Entre un capitalismo salvaje que desprotegía a los trabajadores y un socialismo revolucionario que propiciaba la lucha de clases, la doctrina social de la Iglesia defenderá junto al derecho a la propiedad privada también la función social de los bienes y de los medios de producción, y hablará con claridad sobre la justa relación entre el capital, el trabajo y el salario. Los derechos del trabajador, considerados a la luz de la moral inspirada en el Evangelio, ocuparán en este vasto cuerpo de doctrina un lugar destacado.
Sin aportar soluciones técnicas, la Iglesia presenta la luz de los principios que deben iluminar la búsqueda constante de soluciones a una realidad compleja. Convoca a pensar sobre presupuestos sólidos, consciente de que un pragmatismo sin principios morales vuelve inhumana la convivencia. Invita también al diálogo, sabiendo que los principios deben ser confrontados con la realidad para volverse operantes.
Nuestra patria conoció en su pasado etapas de grandeza que le dieron renombre merecido. Familia, educación y trabajo fueron sus más sólidos cimientos para la construcción de una nación que producía admiración al mundo.
Hoy es más urgente que nunca recuperar el valor de la familia, amenazado por ideologías que bajo el signo del progreso nos conducen a un grave retroceso moral y social. Otro tanto decimos de la educación, aspecto en el cual hemos brillado en el pasado y por el que hoy sentimos profunda decepción y fracaso.
En cuanto al trabajo, tema central de estas jornadas, las actuales circunstancias nos llevan a un esfuerzo de reflexión y de compromiso renovado. Vivimos en nuestra patria horas de tensión y queremos contribuir al bien de la paz social. A la situación general del país se suma la grave crisis de nuestro puerto marplatense.
Sabemos que el trabajo está en el mismo centro de la cuestión social desde el principio. Hoy en día es necesario recrear una cultura del trabajo estable que supere soluciones provisorias, como sería el trabajo precario o una cultura de la dádiva. Hace a la dignidad del hombre y, al mismo tiempo, es derecho y deber de un ciudadano honorable. Mediante él se defiende la vida y la familia. La Palabra de Dios nos lo muestra como un deber y una necesidad: "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma" (2º Tes 3, 10; cf 1Tes 4, 11), decía el apóstol San Pablo. Y el libro del Génesis nos habla del trabajo como inherente a la naturaleza humana y no como simple consecuencia del pecado del hombre (Gn 1,26-28; 2,15).
Lo que el pecado ha añadido y sigue añadiendo, es el conflicto y la discordia. Por eso, deseo repetir aquí palabras ya dichas en otra oportunidad respecto del mismo problema local que ya lleva varios meses sin resolverse; palabras que juzgo también válidas en el horizonte más amplio del país:
"Al asomarme a los problemas del puerto y de la actividad pesquera, sé que las dificultades pueden ser muchas. Sé también que quedan involucradas muchas personas con puntos de vista muy variados y a veces en confrontación abierta. Es entonces cuando debe brillar la virtud del diálogo, que puede ser a veces prolongado y debe ser paciente, donde todas las voces e intereses sean escuchados. Sólo del diálogo paciente y de la voluntad de negociar podrá surgir una solución superadora, donde a veces todas las partes deben ceder algo en vistas a un bien superior a los propios intereses.
Me dirijo a todos los actores, dando por supuesto que existe buena voluntad en empresarios y trabajadores, sindicatos y representantes de la gestión política, así como de las fuerzas de seguridad. Todas las voces son valiosas y las manos de todos deben unirse para sacar al puerto adelante, para que éste sea muy próspero y trabajen unos y otros con la alegría de saber que llevan el pan a sus mesas con dignidad. Detrás de cada dificultad hay, en definitiva, rostros de hombres, mujeres y niños que esperan" (Mensaje a la comunidad pesquera, 29 de enero de 2012).
Queridos hermanos, sabemos que "si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles" (Sal 121,1). Pero también sabemos que Dios nos puso en esta tierra para trabajar juntos en la construcción de un mundo mejor. Toca a nosotros el corresponder con presteza y fidelidad a su invitación. Quiera él regalarnos luz para encontrar los caminos de la justicia y del amor, y fortaleza para perseverar en el esfuerzo de la concordia.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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