.
Soberana Orden Militar de Caballería Ligera del Papa de
San Ignacio de Loyola
Caballeros Americanos Siglo XXI
.
El Señor lo llamó hace dos días y ya lo extraño. Cuando se pronuncie mi nombre -si supero el juicio- me estará esperando a la derecha del Padre.
Por Gustavo Perramon Pearson
“Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de su destino; mientras que los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan su porvenir”.
Presidente Nicolás Avellaneda
El pasado 29 de mayo murió repentinamente en esta ciudad de Bahía Blanca, el Clte. (RE) Veterano de Malvinas, don CARLOS HUGO ROBACIO. El Señor Dios, en quien creía, le concedió la gracia de una “buena muerte”, lo que implica, además de la propia de las almas limpias, el irse de este mundo, silenciosamente, sin molestar a nadie, con la misma sencillez y modestia, el mismo perfil bajo, que fue característica de su estilo de vida.
Fue un distinguido oficial de la Marina de Guerra de extensa carrera, a quien le tocó intervenir en situaciones clave de nuestra historia contemporánea, particularmente en el hecho más importante del siglo pasado en nuestra Argentina: el intento de recuperar las usurpadas Islas Malvinas.
Entre los cometidos más notorios -no necesariamente los más importantes- que asumió fue integrante de la custodia personal del Presidente D. Arturo Frondizi, con quien mantuvo extensas pláticas sobre política continental y argentina. Lo principal de esa temática -excluido aquello sobre lo cual debió guardar la reserva propia del cargo y del honor militar-, ya fue recogido por historiadores. Se desempeñó también como Sub Director de la Escuela de Suboficiales de la Armada, y fue asimismo Secretario Ayudante del entonces Comandante en Jefe de la Armada Almirante Lambruschini, cuya hija fue asesinada en un atentado de la guerrilla; y ya con el grado de Cap. de Fragata, cumplió comando en una de las más importantes unidades del arma, el Batallón de Infantería de Marina N°5 (BIM5), con asiento en Río Grande, en la isla de Tierra del Fuego.
Fue este destino el que le permitió demostrar su capacidad de organización y su don de mando. Habiéndola recibido no en las mejores condiciones, la trasformó en una unidad de elite, conocedora del terreno, disciplinada, con equipamiento moderno y un alto nivel de adiestramiento.
Luego del 2 de abril, producido el desembarco de nuestras tropas, se ordenó el traslado del BIM5 a nuestras Islas Malvinas. Iniciadas las hostilidades, tuvo esta unidad un brillante desempeño, reconocido principalmente por las tropas enemigas.
Sus integrantes fueron los únicos que llegaron a la lucha cuerpo a cuerpo y combatieron 5 o 6 horas más, hasta agotar la munición, desoyendo la orden de rendición. (Antes, habían solicitado apoyo para un contraataque que fue expresamente desautorizado). Luego, en ordenado repliegue, siendo el último en hacerlo su Comandante, volvieron a Puerto Argentino, marchando con las armas al hombro y con el marco de hombres de los tres Regimientos con los que se enfrentaron, como homenaje al valor demostrado. Éstos estaban convencidos de haber logrado al fin vencer la formidable resistencia de por lo menos un Regimiento y los miraban desplazarse en formación, asombrados al constatar que se trataba nada más que de un Batallón, integrado por conscriptos, y con escasas bajas en proporción a su número.
Este desempeño mereció numerosas distinciones para la Unidad y para su Comandante, la principal de ellas, la Medalla de Honor del Congreso AL HEROICO VALOR EN COMBATE.
El Almirante Robacio era uno de los pocos argentinos vivientes que encarnaba en su persona todo lo mejor de nuestros ideales de amor a la Patria, de heroísmo, de entrega generosa y gozosa a la vez, de todo su ser; de su VIDA si hiciera falta, para servirla.
Es imposible mencionar la gesta de Malvinas sin que su nombre aparezca asociado de inmediato a las acciones que demostraron la capacidad y el profesionalismo de su gente.
El valor, la disciplina y el comportamiento en el campo de batalla de ese grupo de elite, se convirtieron con el tiempo en el paradigma de lo que puede lograrse, aun en inferioridad de condiciones, cuando se cuenta con excelente adiestramiento, una motivación superior y una excelente capacidad de conducción en sus mandos
Terminadas las hostilidades, volvieron las Unidades a sus lugares de origen y se fueron conociendo y divulgando los pormenores de las conductas, tanto de la oficialidad como de la tropa. Grandezas y miserias, por supuesto. Tanto en la vida social corriente como en tiempos de guerra, las situaciones límite desnudan a las personas, y afloran juntos, por un lado, el pánico, los temores y la cobardía, por otro, los liderazgos, la valentía, el coraje y la generosidad.
El entonces Capitán de Fragata Robacio pasó a convertirse en un hombre-símbolo ante la opinión pública, resumiéndose en él -a más de las propias- las virtudes de todo el Batallón.
Pero las propias eran muchas. Era antes que nada una gran persona. Severo pero justo, inspiraba confianza y confidencia, lo que descongelaba la brecha jerárquica con los conscriptos, sin mengua del respeto y la disciplina. Conocía a cada uno de sus soldados por su nombre (eran varios centenares) y los cuidaba como si fueran sus hijos. Las cartas que aún hoy seguía recibiendo son conmovedoras. Expresan cariño y agradecimiento. Orgullo de haber servido en esa Unidad y bajo sus órdenes.
Por ellas nos enteramos de que, en las largas vigilias previas al combate, visitaba uno por uno en su “pozo de zorro” a sus soldados; que cuando escasearon las raciones ordenó servirlas en orden inverso a las jerarquías (más de una vez se quedo él sin comer); que busco y enterró personalmente a “sus” muertos, llegando al extremo de despojarse de las insignias de su grado, para lograr vencer la resistencia de los británicos, que no autorizaban su presencia en una tarea “que no era para oficiales” y menos de su jerarquía. Y cuentan que se lo vio derramar lágrimas al besar una frente o cerrar los ojos de alguno de sus “hijos”. Retiró las identificaciones y objetos personales de cada uno de ellos y los entregó él mismo a sus padres, al regresar a la isla.
Su prestigio y su autoridad provenían mucho más que de su rango militar de su ejemplaridad. Vivía como decía y pensaba que había que vivir Era un hombre de Fe, lo que se descubría fácilmente por su conducta. Duro, severo y exigente podía reclamar esas conductas a los demás pues él mismo era ejemplo de ellas.
Convertido sin quererlo en la cabeza visible de todo lo bueno de Malvinas, se sintió obligado a ponerse al frente de una nueva gesta: luchar contra la desmalvinización, y evitar que triunfara la Argentina cobarde y exitista.
Se avergonzaba de esas autoridades que optaron por esconder a los combatientes que regresaban, en vez de acogerlos con el cariño y la gratitud que se merecían. Con lo que coincidimos, y agregamos: Y lo siguen mereciendo quienes, habiendo jurado defender a la patria y seguir siempre su bandera hasta perder la vida, fueron fieles a ese juramento.
Sus hombres después de su familia, eran su orgullo y tomó sobre sus espaldas la tarea de reunirlos, aglutinarlos, e instarlos a mantener en alto el espíritu que los aunó durante su paso por el BIM5, y a reinstalar y acrecentar el orgullo de haber sido combatientes.
Aceptó ese desafío, tarea que lo llevó a recorrer el país entero, aprovechando cada invitación, acto académico, o motivo de encuentro. Fueron más de un centenar los Centros de excombatientes que visitó o contribuyo a formar. Fácticamente, el último hace una semana, en Caleta Olivia, Provincia de Santa Cruz; viaje que le fue desaconsejado, pero que insistió en realizar.
Fue objeto de agasajos, homenajes y distinciones de toda naturaleza. Hombre sencillo y humilde de corazón, no se cansaba de aclarar que no era ni debía ser su persona la destinataria de los homenajes, sino sus hombres, su tropa, de quienes fueron los atributos de valentía y arrojo que se quiere honrar.
Recibió como respuesta las más notables expresiones de respeto y cariño. Después de casi treinta años, más de 200 de sus veteranos del BIM5 se reunieron el año pasado en Río Grande, para recordar aquellos meses de 1982 y reafirmar su orgullo como argentinos por haber participado en esa gesta.
Una vez retirado del servicio activo, el Almirante decidió radicarse en Bahía Blanca, en donde tenía ya parte de su familia y buenos amigos.
Lejos del fárrago porteño, acomodó sus papeles, sus mapas y sus notas y escribió, junto con el Encargado de su Batallón, el Suboficial Mayor D. Jorge Hernández, un libro testimonial, Desde el frente (500 páginas y ya va por la 3ª edición), apasionante relato de las acciones de guerra en Malvinas.
Resulta de lectura imprescindible para los que desconozcan porqué el BIM5 sí pudo, y otros no, luchar de igual a igual con el invasor inglés, y para apreciar lo que es un modelo de adiestramiento y conducción.
Tuve el honor de colaborar con él, mientras lo escribía, y en la lectura final, asesorándolo en todo lo relacionado con el Derecho Internacional de los Conflictos Armados (D.I.C.A.), cátedra de la que fui titular en el Instituto Universitario Naval, en Puerto Belgrano durante más de dos décadas. (En el aspecto literario, había cumplido esta tarea nuestro común amigo, también fallecido, el miembro de la Academia Argentina de Letras, Doctor Dinko Cvitanovic).
Este libro es hoy día parte de la bibliografía más analizada en las Escuelas de Estado Mayor de los principales países de América y Europa.
Pero no concluyó aquí su patriótico empeño. Mantuvo correspondencia con varios de sus homólogos británicos, para verificar sus datos sobre las operaciones, y ese epistolario generó una relación de mutuo respeto y simpatía, la que se consolidó cuando se produjo el encuentro personal.
Fue invitado en 2006 para el coloquio organizado por las Universidades de Nottingham Y Bologna sobre “Las Bases comunes postconflicto en las relaciones anglo-argentinas”, que reunió a diplomáticos, académicos, periodistas y escritores de veinte naciones con veteranos de Guerra de Malvinas. Allí hizo escuchar su autorizada voz cargada de experiencia, con la seriedad académica del caso, pero con su toque personal vehemente y apasionado, reafirmando nuestro indeclinable reclamo de soberanía sobre el archipiélago, Su firmeza y simpatía, arrancaron cerrados aplausos.
Carlos Hugo Robacio fue un amigo entrañable. Nos conocimos hace más de treinta años, relación que se hizo amistad y fue creciendo desde su radicación en Bahía Blanca, luego de su retiro (¿Por qué será que la muerte nos obliga a usar el pretérito?).
Nuestra amistad se hizo intensa, cercana, nuestros encuentros casi cotidianos. La ardua tarea que acometió con su libro nos unió mucho más, si se podía. Participó de mi pena cuando mi viudez y de la alegría de mis segundas nupcias. No hubo tropiezos, ni nubarrrones, fricciones ni descontentos que la quebraran.
No se trataba de pensar igual y no tener diferencias, lo que sería absurdo. Hubo por supuesto, “peleas” muy duras, producto de dos caracteres fuertes y de la tozudez que ambos nos atribuíamos. Más de una vez nos despedimos “para siempre”, pero sabiendo que nos encontraríamos al día siguiente.
Podemos preguntarnos cómo es posible que una amistad tan honda se haya gestado en los años maduros, desmintiendo la tradición que afirma que los verdaderos amigos son los de “toda la vida”.
La explicación puede surgir de lo que respondamos a otra pregunta: ¿Que es un amigo? Un amigo es aquel a quien se lo siente siempre en comunión de vida, con quien, en el espíritu, las cosas esenciales están compartidas. Esto ocurrió desde el principio con Hugo Robacio.
El afecto común es como un paraguas que ampara todo aquello que constituye la relación. Pase lo que pase ninguno se va a sentir juzgado por el otro sino mas bien comprendido y alentado. En la amistad viril –una forma también del Amor¬- prima la satisfacción del bien del otro, aun a costa del propio. No hay segundas intenciones.
La amistad es un gran misterio de dar y recibir. Recibí de Hugo mucho más de lo que pude darle, pero no importa; la amistad no es un “do ut des” ni cuestión de suma-resta-saldo. Todo es suma.
Puede parecer un lugar común, pero pocas veces resulta tan ajustada, como en el caso de Carlos Hugo Robacio, la cita de San Pablo en la Segunda Epístola a Timoteo:
He peleado hasta el fin el buen combate,
concluí mi carrera, conservé la fe.
Y ya está preparada para mí la corona de
justicia, que el Señor, como Justo Juez, me dará.
El Señor lo llamó hace dos días y ya lo extraño. Cuando se pronuncie mi nombre -si supero el juicio- me estará esperando a la derecha del Padre.
Con lenguaje terreno puedo decir que perdí un amigo. Sólo me consuela la convicción de que la Patria ganó definitivamente un prócer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario