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Soberana Orden Militar de
Caballería Ligera del Papa de
San Ignacio de Loyola
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El desayuno ambulante quiere ser una mínima respuesta a una realidad que nos lastima y que no nos deja “instalarnos”. Es el comienzo de algo, algo que nos va ganando el corazón –la compasión- y que nos va haciendo más creativos, más osados. Nos lleva a, por ejemplo, querer saber cuántos y cuáles son los refugios a los que esta gente podría ir si se lo planteamos de buena manera –no a la fuerza- y si hacemos algo porque esos refugios ofrezcan un mejor servicio. Y haciendo algo más en los refugios, otro ejemplo más, se nos ocurrirá algo más. Vaya a saber qué. Vaya a saber a quién. Sabemos que hay algo –Alguien- que nos conduce, que nos anima.
El desayuno ambulante, en ese sentido, es un acto de amor (den gratis lo que gratis recibieron), pero también de fe (Cristo está en el pobre), y también de esperanza (algo mejor podremos hacer).
El desayuno ambulante es una experiencia humana que permite cantidad de situaciones; por ejemplo, ofrece un “plan canje”… que generalmente no funciona, pero igual más de una vez se propone. ¿En qué consiste? Vos me das esa botella de vino (o lo que sea) y yo te doy este vaso de café calentito y este pedazo de pan con dulce de leche. Por ahora, no tenemos éxito con esta propuesta; pero lo seguiremos intentando. Y, mientras tanto, sabemos que algo sembramos con esa propuesta.
El desayuno ambulante te sorprende con relatos de vida de fe en la calle. Alguna vez en la Olla Fija, le oí a uno decir que el pertenecía a la Iglesia Católica Callejera. Esta vez, cerca del Juan XXIII, nos encontramos con un amigazo que nos contó lo mucho que reza, de los amigos curas que tiene, y de que hasta él mismo más de una vez se ha planteado ser cura. Ahora no, porque está en pareja. Y el cuento seguía con una cordura im-pre-sio-nan-te, hasta que contó que entre las cosas a las que había tenido que renunciar fue a la suma de un millón de dólares que tuvo que pagar no sé por qué necesidad de su pareja. Venía todo tan bien… pero nada quita la frescura y hondura de todo el relato.
El desayuno ambulante te obliga a seguir diálogos que no tienen, supuestamente, ninguna lógica, ya que te encontrás con gente que no está en todos sus cabales, pero que igual quiere conversar, y por más desopilante que sea lo que dice, te dan ganas de contar algo aún más desopilante como para continuar ese diálogo de locos. Es que acaso Hurtado no decía también que había que ser “locos por Cristo”. Algo de locura interior hay que tener para seguir con humor y simpatía ese tipo de “diálogos”.
El desayuno ambulante te exige tener habilidades como para no sentirte “atacado” cuando alguien te pide de mala manera que le alcances un pan o cuando alguien se cansa de las pocas preguntas que uno puede hacer para romper el anonimato y el frío, como el pobre viejo que se paró enojado y empezó con que “si vienen a conversar, nos vamos”. ¿Cómo no responderle rápidamente “no, preferimos que tomen este calentito antes que seguir conversando”? Aunque en el fondo queramos las dos cosas: alimentar el cuerpo y el corazón.
El desayuno ambulante te permite caer en la cuenta de que la gente no es insensible ante la realidad de la calle. Nos pasó que un hombre en un autazo nos paró en medio de la 18 de julio a pedirnos que le acercáramos algo al pobre viejo que estaba a mitad de cuadra, con zapatos sin medias. Era el mismo viejo que se había retobado ante nuestras preguntas. Pero el hombre del auto, al menos lo había visto también. Ya buscará su manera de alimentarlo también él.
El desayuno ambulante te regala la oportunidad de mirar al que sufre la situación de calle; pero no cualquier “mirar”. Es un mirar desde el corazón. Poniéndose en su lugar, en su situación. Lo aprendí de uno de los más experimentados en este servicio, que al pasar me dijo que a él lo que más le interesaba ver era cómo la persona pegaba el primer bocado al pan o sorbía el primer trago de café: ahí te das cuenta cuánto frío pasó de noche, ahí te das cuenta lo duro que pudo haber sido ese rato previo de intemperie.
El desayuno ambulante te permite caer en la cuenta de cuán agraciada es tu vida, de cuántas cosas se te han regalado, y de cuántas cosas se te ha pre-venido. Lo constaté cuando el “Gordo” José, el mismo que no aceptó el plan canje, nos preguntó si nosotros antes también habíamos estado en la falopa. Y es que con esos nuevos chalecos verdes, tranquilamente podíamos parecernos a los de un centro de rehabilitación. Pero no, gracias a Dios, no. Y entonces, preguntó, ¿por qué hacen esto? Por pura gratuidad, por sabernos agraciados y cuidados.
El desayuno ambulante, igual que las ollas, te permite en-ten-der muchos de los escritos de Hurtado referidos a la presencia de Cristo en el pobre; escritos que te quedan escrupulosamente lejanos cuando no te animás a hacer “algo”, como despertarte un poco más temprano un día, como empezar el día de otra manera. Y así el día se te hace evangelio, y tu vida es también buena noticia, para vos, para otros.
Ignacio Rey Nores SJ
Gran Maestre - Prepósito General Orden de Loyola
Fundación Proteína y Cultura Contra el Hambre y la Desnutrición
Fundación Proteína y Cultura Contra el Hambre y la Desnutrición
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