sábado, 19 de junio de 2010

MANUEL BELGRANO:PALADÍN DE LA NACIONALIDAD

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Capitanía General de la Provincia de Salta

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Por S.E. Don Andrés Mendieta OCSSPSIL
Capitán General para la Provincia de Salta
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A la palabra “Patria” y ni la de los próceres de la nacionalidad no la profesan los políticos, a la clase dirigente, a los legisladores ni menos aún a las autoridades gubernamentales en sus discursos. ¿Será por temor a la comparación o porqué ignoran el pasado argentino?

Dejo en ustedes esta inquietud, que también es la mía…

“Si es necesaria mi vida para asegurar el orden público aquí está mi pecho: Quítenmela”… Y con un “¡Ay patria mía!”, el vocero de la libertad y abanderado de la nacionalidad: Don Manuel Belgrano, se quedó sólo con su inmortalidad aquel 20 de junio de 1820.

Decir Manuel Belgrano, es darle nombre a la veneración y gloria a la memoria. Es decir: Patria, Honor y Libertad. Fue uno de los cerebros más lúcidos, más prudentes, más reflexivos, más equilibrados y mejor informados que hubo en su tiempo en el Río de la Plata. Un austero, dotado de una enorme capacidad de renunciamiento, con el estricto sentido del deber y de la disciplina. Amó la verdad apasionadamente, y su absoluta incapacidad para velar por si mismo le hizo morir pobre.

No tenía medios económicos y las autoridades le negaban toda ayuda. Sólo los amigos le brindaron los socorros indispensables y esto no dejaban de atormentarle.

Cualquier epíteto que se emplease para fijar la gloria de don Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, no alcanza a cubrir su magnitud.

El creador de la Bandera Nacional, es el único argentino que trabajó dieciséis años antes de la Revolución y diez años después también por la Revolución.

Es muy difícil ofrecer una síntesis de una vida tan rica de ejemplos de abnegación, sacrificio, patriotismo y consagración al trabajo sin pausa ni descanso.

Belgrano, sin lugar a dudas, estaba preparado al calor de una enorme vocación de grandeza para acometer la empresa que, a todas luces, debía desembocar, ineludiblemente, en la ruptura de la dependencia colonial y en la autonomía política.

Licenciado en filosofía en el Real Colegio de San Carlos, bachiller en leyes de Valladolid, abogado de la Universidad de Salamanca, poseedor de idiomas, dedicado a los estudios de economía política y derecho público; la especialización lo lleva a abrazar estos campos que no eran los clásicos y que lo destacaron en la secretaría del Consulado de Buenos Aires.

Ahí reside el espíritu innovador, de un modernismo revolucionario en estas tierras, que lo hace bregar por el progreso material de las mismas a través de su lucha por la supresión del monopolio mercantil, por el comercio libre, por la instauración de conquistas técnicas en la agricultura, la navegación y la industria, encarnando intereses que no podían evolucionar por la asfixia impuesta desde la península.

Propuso la creación de una escuela de Comercio, y pronto lanzó una iniciativa en colaboración con el talentoso español Félix de Azara: la Escuela Náutica, instituto que comenzó a funcionar el 26 de noviembre de 1799, y cuyo reglamento redactó el prócer.

Pero había que hacer algo más, y Belgrano fundó la Escuela de Dibujo, en la que “se enseñaría geometría, arquitectura, perspectiva y toda clase de dibujo”.

• Belgrano economista

En esta evocación no podemos sustraernos de las ideas económicas y sociales de Manuel Belgrano. La Revolución Francesa despertó en él ideas de libertad y de renovación. Con el apoyo del virrey Nicolás Antonio de Arredondo gestionó ante la Corte la creación de un Consulado, presentando un memorial en que proponía las ordenanzas y estatutos que estimaba necesarios.

Junto con Juan José Castelli e Hipólito Vieytes participó de un movimiento cultural por el que se definía con vigor inesperado la balbuciente cultura de la capital del Virreinato, y cuyas manifestaciones más significativas, por su fuerza renovadora espiritual, fueron las tres memorias consulares y la traducción del “Resumen de la Fisiocracia”, con que Belgrano señaló sus actividades iniciales como secretario del Consulado.

“Por sus páginas corría –dice el autor- un soplo de fresca vitalidad, que entonaba un ambiente hasta entonces mustio y como desmembrado por la sordidez de los burócratas y de los mercaderes. En ellas resonaban, por primera vez en esta región tan distante del mundo civilizado, los ecos lejanos de la filosofía del siglo”.

En una de sus memorias dice Belgrano que:

“la ciencia del comercio no se reduce a comprar por diez y vender por veinte. Sus principios so0n más dignos y la extensión que comprenden es mucho más de lo que puede suceder a aquellos que sin conocimientos han emprendido sus operaciones”.

Belgrano sostuvo las doctrinas más adelantadas del comercio libre, tal como entonces se entendía. Estaba en contra del monopolio de Cádiz, que años antes había sostenido el comercio de Buenos Aires.

En su primer trabajo, que lleva el título “Medios generales para fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio en un país productor”, Belgrano propone la creación de una escuela de comercio; que se establezca una compañía de seguros marítimos y terrestres; y la creación de una escuela náutica.

En l810 publica artículos donde reproduce sus pensamientos vinculados al comercio, la industria y la educación, donde envolvía una propaganda sediciosa y revolucionaria.

• Belgrano militar

Muchos desconocen la trayectoria de Belgrano militar. Pareciera ser que su evaluación radica cuando en su autobiografía dice: “Mis conocimientos militares eran muy cortos”. Su humildad lo hacía pensar así después de los desastres de Vilcapugio y Ayohuma. En 1797 el virrey Pedro Melo de Portugal lo designó Capitán de Milicias Urbanas de Infantería y, después de las invasiones inglesas, el virrey Rafael de Sobremonte lo asimila en la Legión de Patricios con el grado de Sargento Mayor y, más tarde, Santiago de Liniers lo convoca a su lado en caso de una “nueva invasión”.

Sobre la pericia militar del prócer no fue mezquina por parte de Cornelio Saavedra cuando se refiere a los servicios prestados en el Regimiento de Patricios.

El doctor Alonso Armando Piñeiro durante una conferencia pronunciada en Buenos Aires en 1996 bajo el nombre de “La desconocida competencia militar de Manuel Belgrano”, dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

“Los primeros años del siglo XIX en realidad solamente los hermanos Antonio, Ramón y Marcos González Balcarce tenían una sólida formación especializada, puesto que habiendo ingresado en la carrera a fines del siglo XVIII, se dedicaron totalmente a las armas. Y nos dice un historiador –continúa Piñeiro- al respecto: “… ninguno de los supuestos jefes criollos residentes en Buenos Aires tenían ni la sombra de los antecedentes militares de Belgrano. César Balbiani, Martín Rodríguez, Cornelio Saavedra, Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, Domingo French, Eustaquio Díaz Vélez, en fin, eran todos pacíficos ciudadanos, dedicados a las más diversas actividades y despreocupados de la milicia, hasta setiembre u octubre de 1806, en que fueron designados capitanes, comandantes, tenientes, ayudantes. Para entonces, Belgrano había sido ascendido dos veces, y ostentaba el grado de teniente mayor”.

Más adelante, el disertante puntualiza que Belgrano se preocupó

“seriamente por conocer el arte militar, y ante el triste espectáculo de la falta de oficiales que advirtió con motivo de la invasión inglesa, en 1807, tomó un maestro para que le instruyera en las “evoluciones más precisas y le enseñase por principios el manejo del arma”.

• Belgrano educador

Manuel Belgrano fue un verdadero propulsor de la enseñanza. La instrucción la encaró con su propia tropa. Los soldados debían aprender las primeras letras y, como así, tomar conocimientos sobre las tareas rurales.

Por sus triunfos en Tucumán y Salta la Asamblea General Constituyente del año XIII, con sede en Buenos Aires, decretó otorgarle un premio consistente en un valioso sable y la suma de cuarenta mil pesos en bienes del Estado. Una vez más puso en relieve sus sentimientos a favor de la Patria. Declinó el obsequio disponiendo que con dichos fondos se construyan cuatro escuelas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Con las rentas se pagaría a los maestros y para la compra de libros y útiles para los niños pobres.

Belgrano periodista

A Manuel Belgrano –el primer presidente de la Academia de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca- se lo conoce muy poco como periodista.

A través de sus numerosos escritos aparece como prototipo de periodista revolucionario. Supo ubicarse en la época, y percibir la esencia del quehacer de esa sociedad que ya había iniciado momentos brillantes.

En 1801 participó en la redacción del primer periódico publicado en el Río de la Plata: “El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata” que fundó y dirigió don José Antonio Cabello y Mesa. También su pluma se destacó en el “Semanario de Agricultura y Comercio”, dirigido por Hipólito Vieytes, que circuló en 1802 y ocho años después redactó el prospecto “Correo de Comercio de Buenos Aires”, donde puede leerse una amplia gama de temas, tales como: agricultura, comercio, realengos, economía política, cartas a un labrador, estadística, educación, modos de sostener la buena fe en el comercio y metafísica. Según el mismo Manuel Belgrano sus escritos tenían “un doble fin y una doble intención”.

En cada línea de las notas escritas por el creador de nuestra enseña patria surgía la levadura de la Revolución.

• La Revolución de Mayo

La Revolución de Mayo ya lo sorprendió con la salud algo quebrantada, pero en la reunión de los patriotas celebrada el 24, Belgrano inflamó el entusiasmo de todos con esta afirmación:

“Juro a la Patria y a mis compañeros que si a las tres del día inmediato el virrey no ha sido derrocado, a fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas”.

Al día siguiente, Manuel Belgrano era vocal de la Primera Junta, y poco después partía en la Expedición al Paraguay. A su paso por Entre Ríos y Corrientes, fundó las poblaciones de Curuzú Cuatiá (“Cruce de papeles”, en guaraní) y Mandisoví. No tuvo mayor éxito en esa campaña militar, ya que en Tacuarí (“donde hasta los niños y los ciegos lucharon”, según la expresión de Mitre) cayeron vencidas sus fuerzas, pero brindó una benéfica simiente libertadora que luego germinaría en Asunción, y a su paso dejó numerosas iniciativas de progreso.

Pero por sí sus triunfos posteriores en Tucumán y en Salta; su donación de los 40 mil pesos que en premio a esas victorias le otorgó la Asamblea General Constituyente y que rechazó pidiendo se destinaran para la creación de cuatro escuelas; su actuación en el Congreso de Tucumán que declaró nuestra independencia y el ejemplo de su vida toda puesta al servicio de la Patria fuera poco, su nombre adquiere perennidad por estar ligado al más sagrado de nuestros símbolos nacionales: la Bandera.

Fue breve la vida de Belgrano así como no conoce límites su glorificación por la posterioridad. Pero ya en 1819 estaba seriamente enfermo y cuando se encontraba en Santa Fe donde firmó con Estanislao López los armisticios de Rosario y de San Lorenzo, comenzó a decaer, para empeorar al encontrarse en el campamento cordobés de Cruz Alta días después. El gobernador de la provincia mediterránea, doctor Manuel Antonio de Castro, salteño, lo visitó con un médico, quien diagnosticó una hidropesía muy grave.

Belgrano comprendió que debía radicarse en Tucumán, confiando en los beneficios de ese clima, pero un desdichado suceso apresuró el desenlace funesto que se preveía: el 11 de noviembre de 1819 se amotinan el capitán Abraham González y Bernabé Aráoz, derrocando al gobernador Mota Botello. Los vencedores dispusieron nada menos que Belgrano fuera engrillado, resolución a la que su médico, el doctor José Redhead se opuso resueltamente no sólo por lo que ello demostraba de arbitrario hacia quien nada tenía que ver con los hechos que se registraban, sino por el estado del ilustre patricio, cuyas piernas y brazos hinchados mal hubieran podido soportar el suplicio.

Decepcionado y físicamente destruido, regresó a Buenos Aires, llegando en marzo de 1820, después de un viaje tan dilatado como penoso, dejando de existir nada menos que el 20 de junio de 1820, el funesto Día de los Tres Gobernadores, pues la anarquía había hecho tales estragos que tres autoridades, simultáneamente, se atribuían el poder en la provincia de Buenos Aires.

Sus últimas palabras fueron: “¡Ay, Patria mía!”, y no otras hubiera podido pronunciar quien había vivido, luchando, sufrido y muerto por ella. Refiérese que su médico, el doctor Redhead, declaró posteriormente que el corazón de Manuel Belgrano (que le fue extraído), era de dimensiones inconcebibles para un cuerpo humano: meramente material había sido conformado de manera acorde con los sentimientos de quien por extraordinaria casualidad se llamó Manuel Joaquín del Corazón de Jesús y fue uno de los hombres más admirables de cuantos dio el país, por su nobleza y decoro.

Sus restos están en una urna que corona el sepulcro emplazado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo y su nombre está cincelado indeleblemente en nuestros anales.

• Prócer católico

Como todo hombre superior debió afrontar esa extensa gama de desazones que van desde la burla anónima a las sanciones más antojadizas en las que suelen confraternizar invariablemente los contemporáneos de todo espíritu superior.

Así, el Triunvirato no estuvo de acuerdo con la creación de la Bandera; los hombres que gobernaron Buenos Aires, de abril de 1811, lo llamaron para rendir cuentas sobre las derrotas que experimentó en su expedición al Paraguay, procesándolo y retirándole el grado militar, aunque se lo reivindicó el 9 de agosto del mismo año.

También, cuando en el Congreso de Tucumán, para obtener la adhesión de las provincias norteñas del Alto Perú propuso que se coronara a un descendiente de los Incas, se lo llamó “monarca con ojotas” (o sea, con “ushutas”, las clásicas sandalias que aún se usan en los villorrios del Norte), pero jamás descendió a responder agravios: contestó con obras, con triunfo rotundos para las armas patriotas, y con una pobreza conmovedora, ejemplo y lección que la posteridad no olvida.

Manuel Belgrano fue además un prócer católico porque su testimonios de vida hace presumir que estaban coronados de una protección singular de lo Alto por intercesión de la Madre de Dios , Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se pusieron las armas de la patria.

Así lo reconoció el mismo General Belgrano en un parte oficial elevado al gobierno central el 26 de setiembre de 1812 y en la proclama del 29 del mismo mes, dirigida a los

“pueblos del Perú: “ El Ejército grande de Abascal, les dice a éstos, al mando de Don Pío Tristán, ha sido completamente batido el 24 del corriente, día de Nuestra Madre y Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se puso el de mi mando”.

Y para que nadie dude que el atribuye la victoria de Tucumán a la ayuda del Cielo, el 5 de octubre de 1812, alborozado de un triunfo que no se explica sin la intervención divina, dice al gobierno de Buenos Aires: “Ha visto Vuestra Excelencia que el Todo Poderoso se ha empeñado en protegernos y nos ha distinguido con la más completa victoria”.

Nadie tiene derecho a poner en tela de juicio la sinceridad de las convicciones religiosas del general, Belgrano ni a dudar de la espontaneidad de sus actos públicos de fe, atribuyéndolos a propósito mezquinos.

Para compenetrarse del piadoso recuerdo que de Nuestra Señora de las Mercedes conservaba Belgrano, hasta recordar las palabras que, desde Santiago del Estero, dirigía en 1817 a San Martín:

“No deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa. Acuérdese Usted que es un general cristiano, apostólico, romano…, se lo dice su verdadero y fiel amigo Manuel Belgrano”.

En ello reside su gloria, que lo equipara a San Martín, pues vivió para un ideal supremo, “dándole todo sin pedir, ni aceptar, jamás nada”. Hasta eso Belgrano nunca percibió dinero procedente de los fondos del erario público. Ni cuando fue vocal de la Primera Junta. Nació rico y murió pobre.

¿Será por tantos ejemplos que nos legaron los padres de la argentinidad que las actuales generaciones omiten recordarlos con la unción que ellos se la merecen?

Sólo me queda dirigirme al General Don Manuel Belgrano: ruego a Dios Nuestro Señor que vuestro ejemplo de vida inspire la restitución de aquellos valores que construyen la moral de los pueblos.

Para concluir me despido con un vibrante ¡VIVA LA PATRIA! ¡VIVA MANUEL BELGRANO!
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