Como es
lógico, ante el desconocimiento las cosas parecen ponerse cada vez más
difíciles para funcionarios, analistas políticos y periodistas
occidentales frente a la creciente expansión del terrorismo, más aún
cuando se trata de abordar y lidiar con algo que nunca han podido entender.
Días
pasados, el primer ministro británico, David Cameron, pidió a los medios de
comunicación ingleses no utilizar el término Estado Islámico para
referirse al ISIS (conocido como Da’esh en
árabe), porque según él, el Califato basado en Raqqa, Siria, no es islámico. En
otras palabras, Cameron está erigiéndose como autoridad en cuanto a lo que es
islámico y lo que no. Aplausos para Cameron y misericordia para su ignorancia.
En el
otro extremo de estas declaraciones, el primer ministro francés, Manuel Valls,
habla de “islamofascismo” y afirma que Occidente está ingresando en una “guerra
de civilizaciones” con el islam. Pareciera que el primer ministro galo
desconoce que no hay más que una sola civilización: la humana; lo otro, tal vez
a lo que quiso referirse desde el grotesco de su declaración, debe ser puesto
en el marco de una confrontación cultural, pero nunca civilizacional.
Cameron
continúa la política de su antecesor, Tony Blair, quien declaró, luego de los
ataques islamistas en Gran Bretaña, que: “aunque los ataques no tenían nada que
ver con el islam, fueron cometidos por musulmanes” e invitó a “los líderes de
la comunidad islámica” a Downing Street para discutir “qué hacer con esa
situación”.
El primer ministro Valls, por su parte, parece olvidar que el
islam, aunque engloba varios aspectos culturales, es una religión y no una
civilización.
Si bien
es importante comprender de qué estamos tratando, es aún más importante no
malinterpretar el desafío para sortear el obstáculo de etiquetar el terror del
estilo Da’esh como islámico. Lo concreto es que estas personas piensan que
explicar algo que va en contra de la corrección política podría generar gritos
de victimización sobre islamofobia, de allí que algunos funcionarios y comentaristas
occidentales construyen su análisis en el aspecto sectario del fenómeno desde
donde siempre es más fácil agradar y endulzar oídos. Así es que nos bombardean con
seminarios, ensayos y discursos que tratan de explicar los horrores del ISIS y
grupos similares como parte de una guerra sectaria en los feudos sunitas y
chiítas que datan de hace quince siglos.
Sin
embargo, el análisis de una guerra sectaria es improcedente y defectuoso. No
hay duda de que gran parte de la violencia en el Medio Oriente de hoy tiene un
aspecto sectario. Aun así, lo que tenemos no es una guerra de sectas islámicas, sino guerras entre grupos
sectarios.
Nadie
ha nombrado al ISIS como representante de todos los sunitas (que son el
85 % de los musulmanes de todo el mundo). Y, de hecho, hasta el momento
ISIS ha masacrado a más sunitas que a miembros de cualquier otra secta o
religión. El Califato ha decapitado a más de los suyos que al kuffar (infiel).
En el otro extremo del tablero, nadie ha nombrado a los mullah’s
khomeinistas de Teherán como líderes de todos los chiítas. Y, el régimen
khomeinista ha matado a muchos más chiítas que los miembros de cualquier otra
secta o religión (según ONG de derechos humanos, el número de personas
ejecutadas desde que Khomeini tomó el poder en Irán asciende a más de 150.000).
Igualmente absurdo es presentar a la comunidad alawita (o
Nusayri) de Siria como una rama del chiismo, ninguna autoridad teológica chiíta
ha hecho eso nunca. Incluso el régimen baasista del presidente Bashar Al-Assad
nunca ha antepuesto credenciales religiosas, su ideología ha sido siempre
secular y supuestamente socialista.
El respaldo de Irán en Yemen no se puede explicar en términos
sectarios tampoco. Los huzíes pertenecen a la secta zaidí que, aunque
originalmente fueron exportados de Irán a Yemen, nunca ha sido considerada como
genuinamente chiita.
En
cualquier caso, los huzíes, aunque representan una buena parte de la comunidad
zaidí, no pueden equipararse con esa fe en su conjunto. El apoyo de Teherán
para ellos está motivado políticamente, como lo es el caso de Assad en Siria y
de Hezbollah en el Líbano (Días pasados veía un conocido presentador de
internacionales -casi autoproclamado en experto- de un influyente canal de
cable de Buenos Aires confundiendo zaydis con yazidis, insistiendo en que el
expresidente de Yemen, Ali Abdulah Saleh es un yazidi.).
No hay duda de que las armas y el dinero de Teherán van a una
serie de grupos chiítas, que incluye desde Hezbollah en Líbano hasta Hazaras en
Afganistán. Sin embargo, también eso es compatible con algunos grupos sunitas,
incluyendo al Hamas y la Yihad Islámica Palestina. Lo propio en Afganistán,
donde Irán protegió y financió por años a Gulbuddin Hekmatyar -sunita del
Hiz-al- Islam-, a pesar de que había masacrado a un gran número de chiitas
afganos en los noventa.
Desde 2004, Teherán también ha mantenido contactos con los
talibanes, un grupo terrorista afgano militante y declaradamente antichiita.
Irán también está entrenando y armando a combatientes kurdos Peshmerga´s (casi
todos ellos sunitas) para luchar contra el ISIS.
En el otro lado de la línea, varios adversarios del régimen
iraní, entre ellos algunas potencias sunitas, han apoyado a los grupos chiítas
contra el régimen en diferentes momentos. El dictador iraquí Saddam Hussein
protegió, financió y armó los Muyahidines del Pueblo (chiitas) y en un momento
los envió a luchar dentro mismo de Irán.
Con
esto, espero ayudar a clarificar que no es suficiente ser chiíta de cualquier denominación. Si no se
adora y se sigue al guía supremo, usted será considerado peor que un musulmán suní. En el
otro extremo, ser un musulmán sunita no es suficiente garantía para vivir una
vida razonablemente humana en zonas controladas por el ISIS si no promete
fidelidad al Califato.
Lo que
hacen los khomeinistas, los talibanes, Al-Qaeda, Hezbollah, ISIS, Boko
Haram, Hizb-al-Islam y otros grupos terroristas es comercializar su discurso
con una narrativa religiosa. Incluso
pueden estar motivados sinceramente por las interpretaciones rivales del islam.
Lo que no pueden reclamar es la representación exclusiva del islam como tal.
Ellos son parte del islam, pero el islam no es solo de ellos.
Estos grupos son movimientos políticos que utilizan la violencia
y el terror en la búsqueda de objetivos políticos. Pretenden hacer la guerra
contra el “infiel” e incluso pueden ser sinuosamente sinceros en esa
afirmación. Pero lo que ellos están librando, básicamente, es una guerra contra
los propios musulmanes, independientemente de las escuelas teológicas o de las
sectas.
• The Prof. George
Chaya serves as Advisor in the Commission of International Relations of the
Argentine Congress, is academic advisor in Iberoamerica-Spain Foundation in
Arabs Islamic affairs, is a University prof. in Masters Courses on middle East,
has authored several books, and has appeared in a variety of national and intl.
broadcast and print media.
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