Tiempo atrás, me encontraba en una pequeña ciudad; como no conocía bien las calles, necesitaba que alguien me indicara cómo dirigirme al centro.
A esa hora no había prácticamente nadie dando vueltas; de pronto, vi a un señor de aspecto informado y me acerqué a preguntarle:
̶ Buen día, señor. ¿Puede usted indicarme cómo ir al centro, por favor?
El señor me respondió:
̶ ¿Centro? En verdad, ¿usted quiere ir a la derecha o a la izquierda?
̶ En realidad, deseo ir al centro, señor. ¿Puede usted indicarme por dónde? ̶ volví a preguntar.
El hombre insistió: ̶ Dígame: ¿Quiere ir hacia arriba o hacia abajo?
El hombre insistió: ̶ Dígame: ¿Quiere ir hacia arriba o hacia abajo?
̶ Yo quiero al centro ̶ le dije.
̶ ¡Usted es un indefinido!
̶ me respondió, secamente ̶ . Decídase ya y diga la verdad. ¿Por qué lado en realidad desea usted ir?
Percibí cierta agresividad en su respuesta, pero no desistí y le dije:
̶ Disculpe, señor, yo sólo deseo ir al centro; dígame por favor cuál es el camino más correcto.
̶ ¡Mentira! ̶ exclamó, con un tono de voz más bien alto
̶ ¡Mentira! ̶ exclamó, con un tono de voz más bien alto
̶ . ¡Usted no puede ir al centro y menos de manera tan derecha; o tal vez tan... ¡derechista!
̶ ¿Por qué no? ̶ pregunté.
̶ Simplemente porque el centro no existe.
̶ ¿Ah, no? ¿Y qué es el punto equidistante de los demás en una circunferencia, por ejemplo?
̶ repliqué.
̶ Veo que usted es un elitista, esos de la clase alta que hablan complicado, ofendiendo al pobre pueblo oprimido, que no entiende ese lenguaje de ricos
̶ sentenció de manera solemne, como hablando a un público que no había, mientras se ponía la mano en el pecho, aparentando congoja.
Casi titubeando, dije:
̶ Pero… ¿Y el punto más lejano de los límites o de los extremos de cualquier cosa, acaso eso no es el centro?
̶ ¡Claro! ̶ dijo, agitando los brazos
̶ ¡Claro! ̶ dijo, agitando los brazos
̶ . Usted se desentiende de los otros, de la realidad; usted es de los cómodos de esa tibia clase media, que nunca toma partido.
Me quedé un instante mirando el sudor que comenzaba a correr por su frente, y me animé a decir:
̶ Señor, me refiero a la zona donde se concentra la actividad comercial.
̶ ¡Capitalista salvaje! ̶ profirió ̶ . ¡Ustedes sólo piensan en el comercio, en el dinero!
̶ Pero no…
̶ traté de explicarle ̶ .
Deseo ir al lugar más concurrido, donde se suele reunir la gente…
̶ ¡Ahá! ¡Usted es un izquierdista!
Ahora entiendo bien.
¡Usted desea agitar las masas, es de los que pretenden patear el tablero y quitarnos todo!
̶ Pero yo sólo quiero ir a donde está la zona de mayor atracción, de mayor interés, donde la gente se pasea, se mira, se conoce ̶ expliqué.
̶ Entonces, usted es un lobbysta… ¡representante de vaya a saber qué intereses!
¡Quiere que todo el mundo lo conozca y le rinda pleitesía, para luego sacar provecho quien sabe cómo!
Con voz calma, le manifesté:
̶ Me parece que usted no me entiende.
El hombre, abriendo al máximo sus ojos, me señaló con su índice.
̶ ¡Ha visto! ¡Se queja de que no lo entienden! ¡Usted es un marginal, de esos que pululan por allí, pudriendo todo!
̶ Para usted, ¿el centro no existe? ̶ le pregunté.
̶ ¡Es incomprensible e inadmisible! ̶ respondió, con un aire muy suficiente.
̶ ¿Y el centro nervioso? ̶ interrogué.
Se sonrió con la mitad de la boca y, levantando una ceja, me respondió:
̶ El nervioso es usted; por algo será..., quizás se trae algo escondido
.
̶ ¿Y un centro sanitario, un centro de diversiones? ̶ argumenté.
̶ ¡Manipulador populista!
̶ gimió, enardecido, salpicando unas gotitas de saliva.
Me quedé helado cuando apareció tan de repente la ambulancia y esos hombres de blanco lo tomaron por la fuerza y se lo llevaron.
Antes de que se marcharan, les pregunté:
̶ ¿Qué le sucede a ese señor?
El que parecía estar a cargo del asunto, me indicó:
̶ Se lo conoce por su apodo; lo llaman José "Etiqueta", pues vive obsesionado por colocar etiquetas a la gente, clasificándola. Se trata de una suerte de psicosis que sufre el pobre José. Le sirve para simplificar todo de manera extrema; así es mucho más fácil para él, pues casi ni tiene que pensar: los etiqueta, sin más. Cuando no logra hacerlo, se desestabiliza terriblemente, pues excede su agotado modelo mental.
Al verlos alejarse, suspiré aliviado y caminé unos metros, donde encontré a otra persona; me alegré de poder hablar por fin con alguien que me respondiera con cordura.
Con aire renovado y gentil, me acerqué y le pregunté:
̶ Buen día. ¿Me puede indicar cómo ir al centro, por favor?
La persona se giró hacia mí; me miró con el ceño fruncido, y me dijo:
̶ ¿Centro?
̶ Y agregó ̶ :
Pero usted... ¿Está a favor, o en contra?
Copyright © 2016 by Ricardo Vanella. Todos los derechos reservados.
(Este artículo se basa en un capítulo del libro "Alimento para pensar, pequeñas reflexiones para prevenir la anorexia cognitiva").
No hay comentarios:
Publicar un comentario