El hambre y el militarismo son dos signos visibles de esta hora que vivimos como país. Dos caras de la misma moneda. Podríamos decir que el hambre es el resultado más dramático de la imposición de un modelo económico inviable que nos está arrebatando el derecho a vivir con dignidad, y el militarismo la respuesta sorda y dura del poder que se resiste a aceptar su fracaso y estar éticamente a la altura de la situación.
El militarismo, cada vez más, se ha ido convirtiendo en el modelo de gestión gubernamental que implica un ejercicio arbitrario del poder que desplaza la razón, la palabra, y cualquier espacio institucional y modo democrático de relación, entronizando el lenguaje arbitrario del más fuerte, el de las armas.
Con la palabra hambre queremos señalar la falta en nuestras familias del pan nuestro de cada día, lo más básico, lo necesario para estar de pie y con salud. Esto a la mayoría, estructuralmente, les está negado. Y cuando se accede a una bolsa de comida se tiene que pasar por una serie de humillaciones denigrante para nuestra condición humana: horas de colas, lluvia, sol, insultos, agresiones, restricciones, abusos, maltrato, discriminación política y un gran etcétera. Los relatos son escandalosos y ocurren en todos los rincones del país, con registros mediáticos limitados y con información escasa y maquillada por parte de las instituciones públicas competentes en la materia, que desconocen el hecho.
La narrativa cotidiana no se puede ocultar, toca a la puerta, roba el sueño, viaja en transporte público, camina por las calles, llora, desespera, escarba en los basureros de la ciudad. “José, taxista de sesenta años y cuarenta en el oficio, levantó a sus hijos a punta de volante. Todos profesionales. Dos de sus hijos emigraron este año, uno a Colombia, otro a Costa Rica. Él ha asumido la carga de cinco nietos, mientras sus hijos se sitúan en el extranjero. José vive con insomnio pensando cómo hacer para llevar el pan a sus nietos. Taxiar ya no es negocio. El carro pide más de lo que da. Lo que gana solo alcanza para medio comer. Su esposa Eugenia tiene una artritis avanzada, no puede ir a las colas a comprar, menos ahora que ya no dan preferencias a los enfermos y tercera edad. José pasa todo el día en la calle taxiando en su carro viejo. Las veces que hace la cola del CLAP pierde el día de trabajo. No es negocio. Por eso, no le queda otra alternativa que comprar en el mercado negro donde la inflación se come su presupuesto. Muchas veces se acuesta con hambre para que sus nietos coman algo”. “Elena es una joven de 27 años, madre soltera con tres niños, está amamantando y algunos días desesperada comparte el pecho con todos sus hijos, saca energía de su instinto maternal, esa fuerza misteriosa le sostiene”. “Anderson tiene doce años, se inscribió en la escuela de boxeo porque allí le dan algo de comer. A la mamá no le gusta a idea porque dice que ꞌlos boxeadores terminan locosꞌ. Pero impotente, no le ha quedado más remedio que aceptar que su hijo intercambie golpe por comida”. “Un hombre joven se desplomó en la calle. Tocaron a la puerta de las hermanas. La religiosa compró unos cambures y le dio de comer. Poco a poco el hombre volvió en sí. Llevaba dos días sin comer. Agradeció. Se levantó y se fue en silencio. Uno de los presentes comentó: “Lleva dos días sin comer, tiene tres hijos, trabaja, gana sueldo mínimo, lo que gana apenas le alcanza para dar de comer a sus hijos”. El trabajo regular y asalariado no da para vivir”. A este propósito, el Observatorio de Conflictividad Social (OCS) registró para el mes de agosto 139 protestas por el derecho a la alimentación, 25 por ciento de las protestas registradas en el país, 36 más que en agosto de 2015, 32 saqueos y 57 intentos de saqueo.
Pero para las élites del partido-gobierno, que ha quebrado el aparato productivo por la vía de la expropiación y monopolización estatal, estos relatos de hambre son parte de la narrativa de la guerra económica que tiene como objeto minar la credibilidad del proceso revolucionario. Para ellos estas historias no son una realidad, sino una matriz de opinión propia de sus enemigos nacionales e internacionales que pretenden detener la “revolución bonita” y la gestación del hombre nuevo y la sociedad nueva. Están tan ensimismados en su ficción de país y en el resguardo de sus intereses de poder, que el señor Presidente en sus alocuciones, con craso cinismo, se ha venido mofando del hambre del pueblo, diciendo, con pseudo humor: “La dieta de Maduro nos pone duro”. Recordemos que ya en mayo, ante la OEA, la canciller Delcy Rodríguez declaró a los medios internacionales que “más de 300 medios vendían que Venezuela no tenía que comer y que los supermercados estaban vacíos. Solo los medios alternativos lograron desmentir esta infamia y mostraron las imágenes de los anaqueles llenos”, razón por la que concluía la canciller “es irrespetuoso considerar que en nuestro país hay una crisis humanitaria”[i]. Esta es la visión y ficción sobre la que han montado sus políticas de Estado completamente de espaldas a la situación cotidiana que vive la gente. En contraste y coherente con las historias del hambre, Datanálisis, en su monitoreo más reciente, calcula en 42 % la caída de poder de compra de los venezolanos ante el comportamiento de los precios, el desabastecimiento de productos regulados en 77,8 % y la inflación de alimentos en el mercado negro en 2.375,4 %.
Como respuesta a esta situación, la Iglesia ha venido exigiendo la apertura de un corredor humanitario que posibilite el acceso tanto de alimentos como de medicinas mientras exige se negocien y concierten las medidas necesarias para reactivar y progresivamente estabilizar el aparato productivo. El Gobierno se ha negado. No está dispuesto ni a reconocer la crisis, ni sus efectos humanitarios. Por el contrario, considera que esta decisión vulnera la soberanía nacional que en realidad no es otra cosa que sus intereses de grupo y, en consecuencia, ha militarizado el acceso a la alimentación concentrando la distribución de alimentos en el Ministerio de la Defensa, quedando ahora un general encargado de la distribución por cada uno de los dieciocho rubros alimenticios elegidos. Tragicomedia nacional. Sin embargo, paradójicamente, en la práctica han venido tomando medidas de apertura de las fronteras colombo-venezolana y brasileña-venezolana creando un corredor de abastecimiento por la vía de la importación de particulares y de sectores boliburgueses, fortaleciendo las economías vecinas, mientras el aparato productivo nacional sigue paralizado y lo poco que queda activo, estrangulado y amenazado por la presencia militar.
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