lunes, 3 de octubre de 2011

ARGENTINOS OLVIDADOS CAPITAN RUFINO SOLANO (Priorato General de Argentina SOMCLPSIL)

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El Capitán Solano junto al Cacique


El Capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, desempeñando un papel inigualable dentro de toda la historia argentina. Conoció y trató personalmente con notabilidades como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, y hasta el mismísimo Julio Argentino Roca y ministros de sus gabinetes. En el ámbito militar actuó y luchó bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, Coronel Francisco Elias, General Ignacio Rivas, Coronel Machado y en el plano eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado Metropolitano, en la figura de su Arzobispo Monseñor Federico León Aneiros, denominado “el Padre de los indios”.

“El diplomático de las pampas”

Con verdadero arte y aplomo también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías. Mediante ello, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, camaradas militares, e incluso, hasta un Juez de Paz de Tapalqué, en medio de aquella época cuando arreciaban los feroces malones. Asimismo, mediante su labor mediadora y pacificadora, logró evitar muchísimos sangrientos enfrentamientos. Es por ello, que prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” Raúl Entraigas, Op. citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría, colmándolo de merecidos elogios.

Por ese don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, con sus tratados de paz, logró evitar los ataques a la región durante la guerra con Paraguay donde existía mucha debilidad en la frontera.

Si bien era hombre de gran valentía, lo que más lo caracterizaba era su poder de persuasión, no sólo porque hablaba el idioma araucano a la perfección, sino porque además sabía como plantarse ante los caciques y demostrar firmeza, sinceridad y honestidad en su trato. Esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza en ambos bandos. Mediante su atinado manejo de situaciones críticas logró evitar mayores derramamientos de sangre y en este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “el diplomático de las pampas”, ello antes que el General Julio Argentino Roca decidiera llevar a cabo la “Campaña del Desierto” en 1879, operación en la que Rufino Solano no participó. Pero, en su momento, actuó valientemente, como veremos más adelante.

Desempeñando esa función “diplomática”, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indios se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, tanto políticas, militares como eclesiásticas. Cuando venía con alguna delegación, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino u otro de Buenos aires, a veces en los Cuarteles del Retiro, e iba con ellos a las entrevistas, y finalmente los acompañaba de regreso cabalgando nuevamente, rumbo a la frontera.

Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por tres o cuatro soldados e incluso en muchas ocasiones se aventuraba solo. Sabía pasar varios días en las tolderías, era admitido y aceptado allí merced al enorme respeto y consideración que le tenían y eso le sirvió varias veces para retirarse llevando consigo, es decir, rescatando, cautivas y otros prisioneros de los indios.

Por supuesto que, como ya dijimos, este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, y manejaba los términos adecuados para manifestarse con elocuencia y poder de convicción ante los indios. Pero tan valioso como esta virtud, era que también sabía usar en forma adecuada las palabras en español ante sus superiores, tanto militares como del Gobierno Nacional, para lograr así acuerdos justos y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento le permitió siempre regresar a las tolderías y salvar nuevas vidas.

En una ocasión, durante sus recorridas por la frontera, sorpresivamente se encontró rodeado por una gran cantidad de indios. Solano iba con un pequeño grupo de soldados. Todos ellos sacaron sus armas, preparando una rápida huída, mas el Capitán les ordenó que se quedaran quietos, ya que actuando de la manera que intentaban lo único que iban a lograr sería que los “chucearan” de atrás. En lugar de ello, les pidió que lo esperaran, que iría a parlamentar, y se dirigió solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Solo Díos sabe lo que le dijo, la cuestión es que cuando terminó el coloquio se adentraron todos hasta la toldería, y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y además fueron acompañados, escoltados, por los propios indios y su caciquejo hasta las cercanías del fuerte. Lo narrado se encuentra registrado en manuscritos de la época obrantes en acreditados archivos oficiales (Archivo Histórico del Ejército Argentino).

No fue esta la única oportunidad en la que el Capitán Solano estuvo a cinco centímetros de la punta de una lanza, pero su gran habilidad en el manejo de las “relaciones públicas”, lo hizo salir indemne de la difícil situación y, al mismo tiempo, obtener alguna ventaja, como la liberación de cautivos, lo cual no es poco decir.

Estuvo en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre otros. En su actuación militar se lo considera uno de los hacedores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría y San Carlos de Bolívar, entre otros lugares donde le tocó servir.

Por el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de la ciudad de Rosario, Santa Fe, una medalla de oro, en premio por sus servicios rescatando prisioneros y cautivas, a la sazón residentes en esa ciudad. Además se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en sus faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)”. Dicho acontecimiento fue reflejado en las primeras planas de todos los diarios de la época.

Luego de finalizar la conquista, los indios siguieron buscando al Capitán Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las obtuvieron gracias a su influencia, acompañándolos ante el mismísimo Presidente de la República, General J. A. Roca, a efectuar sus petitorios. Así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros. En esos territorios hoy están las ciudades de Catriel, Valcheta y otras poblaciones más, todas ellas en territorio de las provincias de Buenos Aires y de Río Negro.

Blanca Grande, Olavarría. Batalla de San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.

Intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar sus actuaciones en Blanca Grande a las órdenes del Coronel Álvaro Barros y más tarde, a partir de 1868, junto al coronel Francisco Elías, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría. Junto al general Ignacio Rivas, con el grado de capitán, participó en la sangrienta e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la hoy ciudad de San Carlos de Bolívar. En esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pasesé Capitán !!”. Por supuesto, él, como ellos, sabían cual era su lugar.

Su intervención en San Carlos no impidió que este valiente, al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la mismísima toldería del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido, llamado “el Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran. No sólo ello, sino que después de unos días logró retirarse llevando consigo decenas de cautivas a sus hogares. Indudablemente, era un genio del trato y la persuasión.

Este episodio es único y célebre, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, le indicó al Capitán Solano que debía retirarse, porque sabía que inmediatamente después de su muerte lo iban a matar junto con todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas. Escuchando los aterradores gritos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que habló y vio con vida a ese legendario cacique y en circunstancias de riesgo increíble. Por esta verdadera hazaña el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de la Nación y todos sus ministros. Monseñor Aneiros hizo colocar en el Palacio del Arzobispado una placa conmemorativa de este singular episodio.
Su participación junto a la Iglesia.
En su relación con la descollante figura de la Iglesia Argentina, mencionado al principio, el Arzobispo Federico León Aneiros, denominado “el Padre de los indios”, en varias oportunidades, el Capitán Rufino Solano ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes esta autoridad eclesiástica del país mantuvo varias reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en la sede del Arzobispado.

La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento con el aborigen, fue así como en enero de 1859, el padre Guimón, asistido por los padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este cacique. El primero fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos. En el segundo, el P. Guimón expuso los proyectos de su acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”.

Todo hacía suponer la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar éste con el adivino y con los demás jefes, dio una contestación negativa. Durante la tercera entrevista, respondió Catriel: “No queremos recibirlos más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a esta hostil y amenazante respuesta, el misionero decidió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.

Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, llega al Azul el padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del Capitán Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este célebre sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”.
Queda certificada la activa participación e influencia ejercida por Solano, por la existencia de tres cartas dirigidas al capitán: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874, y la otra del cacique Bernardo Namuncurá, del 13 de marzo de 1874.

Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, comenzando la iglesia a tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los aborígenes. Así lo testimonia la afectuosa correspondencia remitida por el Cacique Manuel Namuncurá a Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al Arzobispo.

Fue el propio Padre Salvaire quién, mas tarde, colocó la piedra fundamental de la gran Basílica de Luján, el 15 de mayo de 1887. Fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en el crucero derecho de la Basílica a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.

Es una verdadera injusticia que la derruida tumba del capitán Solano se halle ubicada en el rincón más apartado, recóndito y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, sitio que, sin ayuda, difícilmente se lo puede localizar.

Por la muy meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas grandes figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su preciosa colaboración. Incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001 vino al Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Se puede afirmar, sin dudarlo, que el Capitán Rufino Solano es el militar mas querido y apreciado de la Iglesia.

Hace aún más valiosa y meritoria su intervención, el hecho de que su figura representó el punto de inflexión entre la función del Ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraban en aquella época, por sus disímiles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.

Para comprender mejor y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el contexto y en el paisaje de la época y en nuestra Patria. Por esos días la frontera era lo mismo que pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No había árboles ni otro obstáculo que interrumpiera la visión, si se transitaba se debía pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para protegerse, solo cielo, tierra y distancias. Nada para guarecerse del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía para el caso que hubiera que luchar. Las travesías duraban días, hasta semanas enteras, se debía llevar suficiente provisiones y caballos para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el interminable desierto.

Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Para que no escaparan, a los prisioneros se le despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo; vestían harapos, el hedor era insoportable. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo esto, tampoco era muy diferente la vida en los fortines o de los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

A pesar de la ausencia de memoria de nuestra sociedad, esta formidable persona, el capitán Solano, demuestra que cuando alguien es verdaderamente grande jamás termina siendo olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obstáculos, incluso la ingratitud y el impiadoso paso del tiempo. Ello se debe a que los servicios del capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía, fueron requeridos desde todos los sectores de nuestra olvidadiza sociedad, comenzando por los desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos en poder de los indios, pasando por las máximas autoridades nacionales, tanto políticas como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a la critica situación. Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el “capitán salvador”, y él atendió a todos. Ahí radica la explicación del porqué su recuerdo siempre regresa: porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa.

En efecto, el Capitán Solano, cuyas acciones estaban regadas de un coraje y espíritu de servicio excepcionales, fue una persona real, no es una leyenda ni un cuento, aunque sus actos heroicos lo parezcan, por lo increíble de su intrepidez. Gracias a Dios, Rufino Solano existió en la realidad de nuestra dura historia, porque debido a ello mucha gente pudo seguir con vida. El Capitán Solano vivió y sirvió a su Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires

Rufino Solano era hijo de Don Dionisio Solano, un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional, que actuó a las órdenes del General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte y más tarde fue el jefe de la caravana de familias fundadora de la ciudad de Azul, allá por el año 1832, muriendo también en esta población a una edad superior a los cien años.

A menos de cinco años de la fundación del Azul, nació el capitán Solano en 1837, viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de defunción asentada en registro del cementerio local.

Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, a quien centenares de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, Capitán del Ejército Argentino, y su mayor orgullo fue ser, como él siempre lo decía: “Un fiel servidor de la Patria”.

S.E Comandante Mayor Jus Dr Don Fernando Dasque
Prior General de la República Argentina
Orden Militar de Caballería Ligera del Papa de
San Ignacio de Loyola


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Ad Majorem Dei Gloriam

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