Los mega incendios son cada vez más frecuentes en el mundo, según un informe presentado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) durante la última Conferencia Internacional sobre Incendios Forestales. Acerca de los alcances de estos eventos que tienen un alto impacto en el ambiente, conversamos con Fernando Epele, coordinador del Plan Nacional de Manejo del Fuego.
La situación es preocupante. Basta pensar en una geografía dominada por el fuego para que nos asalten las terribles imágenes de las ciudades australianas en 2009 -el famoso “sábado negro” en el que murieron 173 personas- y de Rusia en el verano de 2010 -durante el cual perdieron la vida otras 62 y se quemaron más de dos millones de hectáreas-, por mencionar solo los más colosales siniestros de los últimos tiempos. Según la investigación de la FAO, los incendios a gran escala son consecuencia principalmente de las actividades humanas y es factible que el cambio climático pueda llegar a intensificarlos, realidad peligrosa si se tienen en cuenta las proyecciones del clima y que, además, forma un círculo vicioso, ya que la gran emisión de gases de los incendios acelera el calentamiento global.
Pese a ser un problema que se repite en todos los continentes, los motivos que los generan difieren en los distintos puntos del planeta. En el hemisferio norte son las causas naturales las principales responsables de los incendios, mientras que en el sur suelen estar relacionados con las actividades culturales. El ingeniero forestal Fernando Epele explica que probablemente la razón de que los rayos sean los causantes de los incendios en la región septentrional del planeta se deba a que es una zona de tormentas eléctricas muy activas y frecuentes, con una gran descarga de energía. En el sur, por el contrario, más del 90% se produce como consecuencia de las prácticas propias del trabajo en el campo. “En la Argentina, por ejemplo, una de las razones más generalizadas es el uso del fuego para tareas rurales, a fin de eliminar vegetación para poder utilizar productivamente un terreno. Cuando las quemas se realizan en temporadas de gran sequía, su propagación se vuelve incontrolable”. Y al respecto recuerda la multiplicidad de fuegos que se registraron en 2008 en la zona del Delta del Paraná, originados en actividades productivas de quema de pastizales para adaptar los suelos a la ganadería, “una costumbre instalada en la conciencia del productor como modo de mejoramiento de pasturas”. Entre las consecuencias de estos episodios, destaca que los habitantes de las zonas urbanas y rurales de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires y de la Capital padecieron durante semanas la presencia de humo pero, y aquí viene lo positivo, “fue el disparador de la Ley de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental para el Control de Actividades de Quema que rige en todo el país y está orientada a prevenir incendios, daños ambientales e incluso riesgos para la salud. Esta ley, aunque no elimina el uso del fuego, exige el pedido de autorización, hecho que permite tener un plan de contingencia ante la posibilidad de un problema”, explica.
ENTRE LA EXTENSIÓN Y LA DIVERSIDAD
A lo largo de su territorio, la Argentina posee distintas regiones geográficas que -con sus climas, paisajes y actividades diversas, entre otros factores- hacen que los incendios forestales se produzcan en distintas épocas del año y por causas disímiles. “A partir de junio-julio, empieza la temporada de incendios en el centro-norte del país (en las provincias de San Luis, Córdoba, Santa Fe, Formosa y Jujuy), mientras que en verano el peligro se traslada a la Patagonia, la región pampeana y la región noreste. El régimen de fuego responde a este patrón estrechamente relacionado con las lluvias”.
UN SISTEMA FEDERAL
Dependiente de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, el Plan Nacional de Manejo del Fuego es el encargado de brindar recursos, capacitación y coordinar acciones en todo el país, ya que no tiene jurisdicción y sus unidades operativas pertenecen a las provincias y a los parques nacionales. “Cada provincia está obligada a desarrollar una organización local que debe contar con brigadas, torres de detección, vehículos, gente capacitada, vestimenta, un sistema de registro y evaluación del peligro, etc.”, manifiesta el responsable máximo. Y explica que el plan cuenta con cuatro programas de trabajo: apoyo de combate; registro y prevención; interfase; evaluación de peligro; y alerta temprana. Este último es un sistema que permite conocer el grado de riesgo que está dado por varios indicadores -temperatura, humedad, viento, sequía, entre otros- obtenidos de las 180 estaciones meteorológicas de todo el territorio nacional. Los datos son volcados a un semicírculo donde se marca con colores el nivel de peligro, señal visual que sirve tanto para la población como para los combatientes, que implementan las medidas operativas propias de cada nivel. Estos programas, que funcionan en todas las provincias, son asistidos tanto en lo referente a capacitación como al equipamiento necesario por el Plan Nacional, cuya central está en Buenos Aires. “El país está dividido en seis regiones y tiene una estructura descentralizada, con dependencias en distintos puntos del territorio. Formamos un sistema federal y a nivel nacional asistimos cuando la situación lo requiere”, manifiesta. “Identificamos cuatro niveles de complejidad de incendios, cada uno de los cuales requiere del uso de determinados recursos, ya sean locales, regionales, nacionales o interregionales, que es el nivel máximo que podemos atender con recursos propios”. Y aunque al hablar de gravedad uno se imagina inmensas extensiones de fuego, Epele aclara que la dimensión no es lo único importante, ya que un incendio de magnitud puede llegar a controlarse implementando los recursos necesarios, mientras que uno menor, si afecta de modo directo a la población, puede ser mucho más complicado. “Pensemos un siniestro de estas características -aunque sea chico en cuanto a amplitud- en un lugar como Cariló o el Delta, donde pueden quemarse viviendas, morir gente, entre otros desastres”.
CADA INCENDIO, UN DESAFÍO
Cuando el fuego no programado o no controlado afecta la vegetación, nos encontramos ante un incendio forestal. Si se trata de una zona no boscosa, entra dentro de la categoría de incendio rural y, por último, cuando involucra las estructuras edilicias y la gente, se denomina de interfase. Cada uno posee características distintas. Unos son muy dramáticos por la gran pérdida de masa forestal aun en espacios reducidos, otros porque abarcan grandes extensiones de terreno con los consecuentes daños ecológicos a flora, fauna y los suelos, y los últimos porque involucran a los vecinos y pueden exigir medidas extremas como evacuaciones o sufrir pérdidas de vida. “En Argentina tenemos casos emblemáticos”, afirma Epele y menciona Bariloche o la zona del Bolsón en Río Negro; varias localidades de Chubut; la costa atlántica -Cariló, Gesell, etc.-; o el valle de Punilla en Córdoba. “Son solo ejemplos de lugares críticos, algunos verdaderas bombas de tiempo, donde las urbanizaciones se realizan en terrenos silvestres, entremezcladas con la vegetación”. Esta particularidad obliga a que para desarrollar un programa de manejo de fuego, al dimensionamiento de riesgo usual deba sumársele el involucramiento de la población local y la cooperación de las autoridades, que deben tomar conciencia para poder orientar a los vecinos. “Es indispensable que la gente sepa cómo actuar ante una eventual crisis y qué medidas puede tomar individualmente, si el fuego avanza sobre su vivienda, más allá de saber que hay una organización que de ser necesario los va a evacuar”.
El ingeniero Epele hace hincapié en lo importante que sería tener en cuenta el problema de los incendios en la planificación urbanística. “Los asentamientos urbanos se fueron estableciendo sin tener en cuenta los riesgos y por ello muchas veces debemos adaptarnos a lo que ya está establecido. La gente quiere vivir en un ambiente lo más natural posible, pero es necesario tomar conciencia y hacer las modificaciones pertinentes”. Y aunque aclara que hay condiciones en las que el fuego es imparable, hay otras circunstancias (“las más frecuentes”) en que la presencia de barreras como rutas, áreas verdes o zonas despejadas puede lograr que la propagación sea menos intensa.
FUEGO Y DESPUÉS
Terriblemente dañinos, los incendios forestales destruyen la biodiversidad además de impactar en el suelo, el agua y la atmósfera, aumentando la desertificación, contaminando los recursos hídricos y el aire con la emisión de gases de efecto invernadero. A modo de ejemplo, el titular del Plan Nacional de Manejo del Fuego menciona las devastadoras consecuencias que dejó el voraz incendio que en marzo de este año arrasó con más de 200 hectáreas de pinares, bosques nativos y viviendas en Lago Puelo y El Hoyo, al noroeste de la provincia de Chubut, obligando a la evacuación preventiva de varios pobladores. Respecto de los trabajos de restauración posteriores a un evento de estas características, detalla que, entre otros, deben aplicarse “técnicas para prever deslizamientos propios de la falta de vegetación y realizar siembras de pastos y especies que estaban antes del fuego para acelerar la recuperación”. Y advierte que una cuestión muy importante es que no haya pastoreo de las áreas quemadas. “Cuando las zonas son muy extensas no es posible hacer un trabajo de plantación, pero clausurándolas para el pastaje, ya se tiene un 80% de la recuperación asegurada. Una nueva técnica es sembrar semillas envueltas en barro seco, que actúa como barrera protectora, ayudando y acelerando el ciclo”. De estar involucradas las casas, se da otro proceso que incluye su reconstrucción con mayores medidas de seguridad y materiales adecuados, además de trabajar con la vegetación y el involucramiento de los vecinos.
-Por último, ingeniero, ¿el fuego es un problema ambiental?
-Sí, hay que dejar de verlo como una situación de emergencia para tomarlo como un factor del ambiente que debe ser atendido con la amplitud de aspectos que abarca. Muchas veces forma parte de los ecosistemas, hay áreas forestales que dependen del fuego para su ciclo de proceso ecológico, algunas especies requieren de su presencia para poder abrir y germinar y no olvidemos la cantidad de material vegetal seco y muerto caído que necesita la quema periódica. Esta presencia no es negativa sino que permite bajar la carga de combustible que puede afectar con efectos dañinos la vegetación.
-¿Qué podría ocurrir, entonces, si se suprimiera por completo?
-Esto ocurrió en EE. UU. a principios del siglo XX, cuando se organizaron las primeras brigadas de manejo de fuego. Se lo logró controlar, se creó una gran carga de combustible y se advirtió que era una bomba de tiempo. Era una condición antinatural de manejo de bosque, ya que el control tan exhaustivo logró cargarlo de hojas y material seco año tras año, hasta que en los 90 un incendio destruyó un tercio de un parque nacional.
-¿Es por eso que ya no se habla de combate sino de manejo del fuego?
-Exacto. El fuego hay que respetarlo, hay que estar preparado, hay que tener conciencia de que es un factor que acompaña nuestra vida y que debemos manejar. Es una cuestión filosófica.
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