lunes, 28 de mayo de 2012

“La dignidad del hombre no es fruto del reconocimiento del Estado”

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Orden Militar de Caballería Ligera del Papa
"San Ignacio de Loyola"


HOMILÍA PRONUNCIADA POR EL PBRO. DR. AMADEO JOSÉ TONELLO,
 RECTOR DEL SEMINARIO MAYOR
NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED Y SAN JOSÉ
EN EL TEDÉUM EN ACCIÓN DE GRACIAS
POR LOS 202 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
CATEDRAL DE TUCUMÁN, 25 DE MAYO DE 2012



1. Celebramos hoy un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Para los argentinos es una fecha trascendental. Más allá de las diversas interpretaciones históricas del hecho, es innegable que se trata del primer movimiento hacia la conquista de nuestra libertad como nación. Es verdad, y para los tucumanos es especialmente significativo, que los hechos de Mayo de 1810 deben ser considerados en el contexto histórico más amplio de la Declaración de la Independencia en nuestra ciudad en 1816. Por eso, el Bicentenario argentino no es un momento puntual, sino un tiempo privilegiado de meditación y acción que debemos prolongar hasta 2016. Tal vez, en el inmediatismo que muchas veces nos caracteriza, nos hemos quedado en los festejos de 2010. Sin embargo, una consideración histórica más completa nos va proyectando desde 1810 a 1816; particularmente, este año 2012 celebramos el bicentenario de la Batalla de Tucumán, que libró el general Manuel Belgrano junto a todo un pueblo, y no sin una providencial intervención de la Virgen, para asegurar la causa de la libertad. Tucumán debe desde ahora preparar el bicentenario de la Independencia con espacios de auténtica reflexión sobre los valores fundantes de nuestro ser nacional. Y entre esos valores destaca aquél que resultó decisivo para la gesta de Mayo de 1810: la conquista de la libertad. Se trata de un anhelo no sólo individual, sino colectivo; un deseo no sólo de nuestro tiempo, sino de todos los tiempos.

2. Sin embargo, antes que nada es preciso determinar el auténtico sentido de la libertad. En nuestro tiempo, no pocos de los conceptos fundamentales se encuentran desvirtuados, falseados. Para muchos, la libertad es uno de los valores supremos. Sin embargo, a menudo se entiende la libertad como una desvinculación de los principios, de los límites, de las normas. Ser libres sería cortar con todo, arrasarlo todo. Ser libres sería poder negociarlo todo, hacer que todo, incluso los ideales y las convicciones, pueda ser objeto de trueque e intercambio. Ser libres sería cortar con la historia, la moral, las tradiciones. ¿Puede ser éste un verdadero concepto de libertad? La experiencia actual nos demuestra que esa idea de libertad es falsa. Que conduce a la injusticia, a la opresión. Que es fuente de nuevas y temibles esclavitudes, como la droga, la inseguridad o los vicios. Que lleva a la disfuncionalidad e incluso a la descomposición social. Así, muchas aparentes conquistas de la libertad de nuestro tiempo se revelan ambiguas y deben ser objeto de revisión.

3. ¿Cuáles son los fundamentos de la verdadera libertad? El primero de ellos es la verdad. No podemos ser libres si no partimos de la verdad sobre la persona humana, que es digna e valiosa por sí misma. Cristo afirmó: “La verdad los hará libres” (Jn 8, 32). La verdad que nos trajo Cristo es que el hombre es una realidad de valor infinito. Es, como dice el Concilio Vaticano II, “la única creatura que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et Spes, 24). La dignidad del hombre no es fruto del reconocimiento del Estado. Es anterior a cualquier declaración. Tampoco se funda en la capacidad económica, política, social o cultural de los diferentes sujetos. Se basa en el hecho de que cada ser humano, aunque él mismo lo niegue o lo ignore, tiene una relación constitutiva con Dios. La dignidad humana ha de ser el criterio decisivo a la hora de evaluar y/o modificar las leyes fundamentales que organizan nuestra vida en común. Porque una cosa es actualizar un instrumento legal para ponerlo a tono con las exigencias de nuestro tiempo; y otra cosa muy distinta es tomar decisiones que puedean terminar por vaciarlo de contenido. La reflexión sobre las reformas a los Códigos Civil y Penal, así como de las leyes esenciales que regulan la vida en sociedad, deben tener muy en cuenta estas premisas.

4. Luego de la verdad, el segundo fundamento de la libertad es la filiación. En la Antigüedad, el hijo se contrapone al esclavo. El hijo es dueño de su casa, tiene derecho a la herencia; el esclavo es como un objeto, es propiedad de otro. El hijo es persona, el esclavo es cosa. Para el cristianismo, el hombre es libre en tanto que es persona; es libre cuando se reconoce hijo. Ante todo, cuando descubre que es hijo de Dios. Pero también cuando se reconoce hijo de su patria. La palabra “patria” significa “tierra de los padres”. La patria es nuestra madre, somos sus hijos. Tenemos con ella un vínculo irrevocable. Ella nos da libertad. Por eso, una libertad que sólo sirva a deseos individuales y egoístas es un contrasentido. La libertad es para el amor: amor de la familia, amor de los conciudadanos, amor de la patria. Y por ello, no es posible la verdadera libertad cuando no existen posibilidades reales de vivir en armonía y paz con los demás habitantes de la Nación, es decir, cuando prevalece la inseguridad, la agresividad, la intolerancia pública o privada con las opiniones ajenas. Si ser libres en la Argentina tiene algún sentido, es porque somos todos hermanos: y no hay fraternidad posible sin filiación; sin sentido de pertenencia y referencia a nuestros orígenes.

5. Por eso, el tercer fundamento de la libertad es nuestro bagaje histórico de valores compartidos. Hace 25 años, cuando visitó nuestra provincia, nos decía Juan Pablo II: “Desde su nacimiento como Nación, que fue sellado en la casa de Tucumán, la Argentina ha ido adelante guiada por ese instinto certero que relaciona estrechamente la libertad de sus gentes con la fidelidad a esa herencia que son vuestras tierras, vuestro patrimonio, vuestras nobles tradiciones” (Juan Pablo II, Homilía en Tucumán, 8-IV-1987, n. 5). Es imposible ser libres sin identidad. La identidad de nuestra patria se forjó en la simbiosis de los mejores valores de los pobladores originarios y el rico aporte de la civilización y la fe venidas de España. Estos valores no pueden ser negados. Estos valores no quitan la libertad sino que la fundamentan. Entre ellos encontramos especialmente: el respeto incondicionado de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la justicia y la solidaridad, la familia constituida por la unión permanente del varón y la mujer y fundada en el matrimonio, la conquista de condiciones dignas de vivienda, trabajo y salud para todos, de manera que no haya excluidos. Desde estos valores es posible el desarrollo y el auténtico progreso. Sin estos valores, más que libertad, lo que se consigue es la decadencia, y aún hasta el suicidio de un pueblo. La historia lo prueba en tantas ocasiones. Y los innegables signos de disfuncionalidad social que ensombrecen nuestro presente nos lo atestiguan. ¿Cómo venceremos los flagelos del alcohol y de la droga, si no fortalecemos las familias? ¿Podremos hablar convincentemente de los derechos humanos si no respetamos el derecho a la vida de los no nacidos? ¿Será posible superar la inseguridad sin trabajar por condiciones de vida más justas y equitativas para todos? ¿Cómo podremos asegurar la debida promoción de la mujer y de la infancia si a la vez favorecemos el desenfreno y la corrupción de las costumbres, sobre todo en lo que toca a la sexualidad? Sin lugar a dudas, los argentinos nos debemos un serio espacio de reflexión sobre las consecuencias sociales de muchas de nuestras opciones. Y en esto la responsabilidad cabe primordialmente a los gobernantes, pero no sólo a ellos, sino a todos. De modo particular, los cristianos debemos interrogarnos permanentemente sobre nuestro compromiso social, que es parte esencial de nuestra fe. Nos lo decía Juan Pablo II en aquella misma ocasión: “La libertad se cumple a través del amor, del amor de Dios, del amor de nuestros hermanos. Esta es la verdadera libertad. Sin esa dimensión ética, espiritual de la libertad, una persona no es libre de veras, es sometida, es un esclavo de sus pasiones, de sus pecados; no es libertad. Es libertad cuando la persona humana cumple todo aquello que es el bien, como nos enseña San Pablo. Y el bien mayor entre todos los bienes es el bien del amor. Del amor de Dios, del amor de los hermanos” (ibidem, n. 7)

6. Como hijos de Dios e hijos de la patria, reconocemos con gratitud que la libertad y la independencia nacionales son un don de Dios. Todo don implica el agradecimiento, y a la vez también la responsabilidad y el empeño. Hay que comprometerse para ganar cada vez más plenamente la libertad, que los hombres de Mayo de 1810 quisieron para nuestro pueblo y que nosotros debemos dejar a las generaciones venideras. Que la libertad, basada en la verdad de la filiación divina y en los valores, sea entonces objeto de nuestra reflexión y fin de nuestros esfuerzos comunes, de cara al Bicentenario de la Independencia que se aproxima. Así sea.



Pbro. Dr. Amadeo José Tonello

25 de mayo de 2012


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