miércoles, 2 de mayo de 2012

La guerra psicológica. Por el Doctor Ramón Carrillo, tres clases pronunciadas en 1950 ante señores Jefes y Oficiales.




Versión taquigráfica tomada por la Subsecretaría de Informaciones de la Nación, durante las tres clases pronunciadas en 1950 ante los señores jefes y oficiales de la Escuela de Altos Estudios. Integra la serie de sus exposiciones en diversos ámbitos que fuera compilada como Contribuciones al Conocimiento Sanitario del Hombre.


I. — EL FACTOR PSICOLÓGICO EN LA GUERRA

Agradezco al señor general los conceptos con que acaba de ponerme en posesión de esta cátedra, en la que desarrollaré tres clases sobre la Guerra Psicológica. De más está decir que me siento absolutamente cómodo entre los señores jefes y oficiales que tienen la bondad de escucharme, ya que en otras partes he repetido que guardo los mejores recuerdos de mis trabajos de profesor en varias instituciones militares. Mi propósito es ahora trasmitirles algunos conocimientos sobre un tema que, a pesar de su enorme importancia, hállase casi por completo desconectado entre los hombres de armas y los hombres de ciencia. Me apresuro a expresar que la llamada, elementalmente, guerra de nervios —tanto en la paz incierta de hoy, como en plena contienda, sólo puede ser eficaz y posible mediante la más estrecha coordinación entre médicos y militares.

Antes de entrar a este salón, conversaba incidentalmente respecto a la posibilidad de realizar un estudio relacionado también con la guerra bacteriológica. Tal vez se inicie pronto, pues en los calamitosos tiempos modernos, la amenaza de una tremenda guerra microbiana que estuvo a punto de estallar durante la última hecatombestá siempre latente a pesar de todos los esfuerzos humanitarios que puedan oponérsele. Mas, por ahora, trataremos el conocimiento y la utilización de la psicología como arma de guerra, considerándola en su doble aspecto: ofensivo y defensivo.

Sobre la base de elementos objetivos y subjetivos proporcionados por los psicólogos en general, y por los psiquíatras en particular, y mediante la puesta en práctica de los recursos modernos, es como luego, militares y gobernantes, han logrado crear, con características propias, esta nueva arma de lucha que es la guerra psicológica. Esta, en síntesis, como veremos en seguida, no es sino el suscitar en el adversario un clima mental, una atmósfera, diríamos así, consciente o inconscientemente, de prederrota, de inevitable fracaso de todos sus propósitos.

Qué se entiende por guerra psicológica

Para tener un conocimiento exacto de lo qué se entiende por guerra psicológica y cómo debe ser empleada, es necesario remontarse al examen de la psicología de las masas populares, de las tropas y de sus jefes, en el instante en que debe estallar la contienda. Debemos conocer muy bien los elementos constitutivos de todos sus estados psicológicos, en sus distintas etapas, pues todos ellos, a su vez, nos dan, también, el propio clima psicológico y nos permitirán utilizar hasta el máximo los grandes resortes de esta arma novísima  cuya cátedra deberá ser obligatoria a poco andar en todos los institutos militares de estudios superiores, como este que me honra hoy escuchándome.

La GP es un arma ofensiva y defensiva.

La guerra psicológica puede llevarse a cabo mediante dos escuelas: la norteamericana y la alemana. Digo escuelas y debería decir estilos, pues es más exacto por hoy, ya que en verdad no hay aún dos academias perfectamente delimitadas. Someramente, puede decirse que el estilo norteamericano, más re¬ciente, adolece de serias deficiencias que lo tornan excesivamente primario, pues se funda —casi con exclusión en un concepto propagandístico.

El estilo alemán, al que hay que agregar el actual estilo soviético, es más profundo, más doctrinario, y llega por lo tanto más hondo al espíritu de las masas, combatientes o no. La pro¬paganda, para esos estilos, es meramente un aspecto mecánico de la guerra psicológica: un elemento subsidiario, no intrínsecamente fundamental.

Porque, repito, el objetivo primo de la guerra psicológica es crear, en el o los adversarios, un clima mental, una serie de sentimientos que, conduciéndolos por las sucesivas etapas del miedo, del pánico, de la desorientación, del pesimismo, de la tristeza, del desaliento, en fin, los lleve a la derrota. Y viceversa, crear en el medio propio un clima neutralizador de esos sentimientos. El clima de la rabia, con todos sus matices. En una palabra: un clima de derrota y otro de victoria, de donde tenemos los dos aspectos de la guerra psicológica: el ofensivo y el defensivo, que por la parte contraria debilita al adversario y por la propia lo exalta.

La guerra psicológica en la historia

Para comprender cómo ocurre esto, hagamos, en primer término, algunas consideraciones sobre los antecedentes de lo que hasta hoy se llama guerra de nervios y debe ser considerada más amplia y científicamente como guerra psicológica.

Si nos remontamos a la historia americana, veremos que en las distintas etapas de la misma se consignan antecedentes, episodios y hechos que demuestran que los grandes jefes —entre ellos, San Martín han utilizado los resortes psicológicos en forma magistral. El concepto de guerra de nervios es sinónimo de guerra de zapa, que era la terminología utilizada por San Martín, uno de los creadores de la guerra psicológica moderna. Y tanto es así que en la Escuela de Altos Estudios, de Berlín, fueron estu¬diadas las campañas emprendidas por el Libertador bajo este punto de vista. El Gran Capitán fué realmente un creador del sistema, porque es indudable que el manejo y utilización de los factores psicológicos, en su guerra de zapa, no fueron inspirados por ningún antecedente recogido en las escuelas militares españolas, porque en ellas no se enseñaba. Ese sistema fué creado instintivamente por nuestro prócer.

San Martín, en el Perú, manejó exclusivamente el factor psicológico. Pudo, de esa manera, llegar a Lima sin disparar un solo tiro y con la única pérdida de pocos, muy pocos hombres, registrada en combates aislados de escasísima importancia.

La baja de 2.100 hombres, que en esa campaña tuvo, fué ocasionada por el paludismo y otras pestes, lo cual demuestra que su verdadero enemigo no fué el ejército español, sino ese flagelo. Al final de esta clase volveremos sobre este tema.

La Biblia refiere diversos hechos acaecidos en la antigüedad y entre ellos se destaca el caso de Gedeón. Este personaje bíblico excluyó a 25.000 soldados de entre los 40.000 que tenía que seleccionar para integrar su ejército, porque sus hombres confesaron, después de una serie de interrogatorios, que tenían miedo a la lucha. Hizo así una selección psíquica, psicológica.

El ejército de Gedeón quedó integrado, entonces, por 12.000 hombres. Posteriormente comenzó a practicar entre sus soldados la selección física, mediante una prueba que consistía en tomar agua de un arroyo sin doblar las rodillas; aquéllos que no fueran capaces de hacerlo eran excluidos. Como resultado de esta nueva prueba, solamente integraron sus contingentes trescientos solda¬dos. Gedeón, teniendo en cuenta que la empresa que iba a acometer era sumamente delicada e importante, aplicó un cri¬terio selectivo muy riguroso y estricto. Pero obsérvese que, en principio, le guió un concepto superior al físico. El ánimo de su ejército fué su interés primordial.

Posteriormente, los ejércitos recurrieron al número, dando preferencia entonces a la constitución física del soldado. Las guerras del siglo que corre han puesto de nuevo en primer término a la inteligencia: esto es, que no importa tanto la capacidad orgánica, en cierto modo anatómica del soldado, sino su espíritu, su psiquis.

Acabo de hojear un tratado del famoso estratego von Klaussewitz, bien conocido por los jefes y oficiales que me escuchan. Busqué en él elementos actuales sobre el factor psicológico de la anteguerra y de la guerra propiamente dicha. No encontré nada sobre el tema. Y si en los textos modernos, y en los magistrales como el de von Klaussewitz, prologado por von Schliessen, no hay nada, difícilmente los encontremos en parte alguna. Por ello andamos un poco a tientas.

En efecto, en toda la historia militar se ha comprobado que casi todos los jefes han recurrido a métodos instintivos, que tenían una configuración psicológica de gran eficacia. Repito, pues, que tales jefes militares han utilizado, de una manera efectiva, el sistema instintivo. De la misma manera, también, han recurrido ya sea al engaño, el camouflage, e, incluso, a la difamación, como arma para desprestigiar al enemigo. También se valieron, en muchos casos, de la persuasión, y en otros, como en el caso de los rusos, de la intimidación.

Sistematización moderna de la GP

Todo esto se ha usado, no en una forma sistemática y organizada, sino, por el contrario, en una forma puramente instintiva, de donde resulta que, a través de la historia militar, sólo hay vagos antecedentes acerca de lo qué es la guerra psicológica. Realmente, este tipo de guerra organizada sistemáticamente, como tal, con fines precisos y objetivos determinados, recién surge como consecuencia de la última contienda mundial, guerra planificada por los alemanes, y ahora, con antecedentes inmediatos, por los soviéticos.

Desgraciadamente, sobre cómo han trabajado los alemanes para organizar su guerra psicológica, tenemos pocas referencias oficiales. Ellas forman parte, seguramente, de reglamentos y manuales secretos; pero indiscutiblemente el resultado a que llegaron no puede ser más importante. Porque ya se sabe que consiguieron mantener, aún en los momentos más terribles y más cercanos a la catástrofe, la moral necesaria en el pueblo para que éste siguiera trabajando, colectivamente unido y fuerte; y en el combatiente, el mismo espíritu de lucha de las primeras resonantes victorias, aun durante la retirada de Rusia. Es decir, que en Alemania, el clima psicológico de la guerra, jamás llegó, ni remotamente, al pánico. El frente interno, primordial, ya en trance de derrota, no perdió su cohesión, su fortaleza aní¬mica, hasta el último minuto, aún frente al derrumbe mismo. El cómo acaeció esto no es baladí. Respondió a una técnica, a una labor psicológica fundamentalísima cuyo secreto no nos ha llega¬do. Pero sí sabemos, como dato incontrovertible, que la Wermacht tenía adscripto un cuerpo de cinco mil hombres de ciencia, todos ellos altamente especializados en materia psicológica y que el Ministerio de Propaganda trabajaba en coordinación con ese cuerpo, hasta que factores eminentemente políticos, de mero prestigio, rompieron la unidad de acción.

La psicología individual y la colectiva

Lamentablemente, no conocemos los antecedentes de la guerra psicológica alemana. Ni los norteamericanos los tienen. Apenas el coronel Kelm da vagas referencias de ella, más bien periodísticas. En las revistas especializadas sobre psicología, no hay nada concreto tampoco. Empero, puede afirmarse que, para que la guerra psicológica se desarrolle y adquiera las posi¬bilidades de transformarse en una poderosa e inestimable nueva arma ofensiva y defensiva, se ha hecho imprescindible un gran avance en el estudio y conocimiento profundo de la psicología individual y de la psicología colectiva.

Se ha hecho, sobre todo, imprescindible el conocimiento íntimo, diríamos así, de la psicología popular en la época de la guerra, así como también el aprovechamiento íntegro de la infor¬mación; en una palabra, de todos, absolutamente todos, los medios técnicos de la difusión —prensa, radio, cine, comunicaciones, televisión. Unido a todo esto aun, el concepto absoluto de la guerra total; de la guerra en que intervienen los factores políticos, los económicos, la doctrina filosófica, la geopolítica, la nueva estrategia atómica, etc.

Sólo la conjunción, la coordinación más estrecha entre todos esos factores, y el más hondo conocimiento del alma humana, ya sea individual como colectiva, puede hacer posible, eficiente y quizá insuperable, antes, durante y aun después de la victoria y de la derrota, la guerra psicológica.

Los efectos psicosociales de la guerra

No tengo por qué añadir nada a este respecto. La hora que vive el mundo ¿qué es, en resumen más que una tremenda y científicamente planeada "guerra psicológica"?

Para lograr la mayor eficiencia de la nueva arma, hay que llegar hasta el fondo del ser humano, partiendo asimismo del conocimiento de los efectos psicosociales que produce la guerra en toda colectividad. Como nunca, en efecto, hay que tener en cuenta en tal circunstancia, que es de suyo anormal y desordenada, en qué forma adquieren una primacía fundamental en la vida del ser, la necesidad y los instintos. Aquélla se agudiza al extremo; éstos, en sus tres conceptos, que son: conservación, reproducción y sociabilidad, se subvierten de modo casi integral, de tal manera que necesidad e instinto son pasibles de nuevos procesos que hay que adaptar y ajustar; esto corresponde tanto a los hombres de ciencia como a los conductores militares. En una palabra, al ini¬ciarse la guerra, simultáneamente se produce un verdadero desequilibrio psicológico en el hombre y por ende, en la colectividad.

Tal fenómeno debemos conocerlo antes para no andar en tanteos y pruebas. En sus trabajos el coronel norteamericano Kelm, organizador de la GP o guerra psicológica en su país, narra los esfuerzos por él realizados para llevar adelante algunas de sus iniciativas. Se le rieron en las barbas, por ejemplo, cuando organizó un servicio de camiones equipados con transmisores, altoparlantes y equipos de morteros lanzapanfletos que acompañaba a las fuerzas combatientes. Rechazáronle su método; pero ya en los campos de batalla, asediados los soldados norteamericanos por las transmisiones radiotelefónicas clandestinas y las lluvias de panfletos, logró el coronel Kelm montar su organiza¬ción sin mayores obstáculos.

Desorden de los conceptos de necesidad e instinto

Pues bien: ¿qué es lo que ocurre apenas declarada la guerra? Ya lo hemos dicho; se alteran y desquician todos los principios y conceptos que tocan necesidad e instintos.

Pensemos, en efecto, que la guerra actual es una lucha integral, de pueblo contra pueblo, antes que de ejército contra ejército. Más todavía: de bloques de pueblos contra otros bloques de pueblos. Esa lucha depende de otras de carácter industrial, técnico, económico, tanto que ya no es exacta la con¬cepción napoleónica de que la guerra la gana el ejército que tiene más artillería.

Hoy, la capacidad total de producción de un pueblo y el alma de ese pueblo son lo que puede decidir la victoria. Por lo pronto, la mayor posibilidad de producción es la que hace posible satisfacer tanto las necesidades de los combatientes como de los no combatientes. Ya se sabe que sin la satisfacción de las necesidades primarias no hay ejército ni pueblo que soporten una guerra. Por lo demás, no puede desconocerse esta verdad. En la guerra integral entre varios pueblos, sobreviven los más débiles. ¿Por qué? Porque los hombres físicamente deficientes no combaten. Los que luchan son los fuertes. Luchan y mueren. Los débiles llegan al fin de la lucha indemnes, porque han permanecido bélicamente inactivos. Esta es otra subversión notoria que debe tener en cuenta el hombre de ciencia.

Desorden social causado por la guerra

Es indiscutible que el estado bélico produce en los pueblos un desajuste psicológico total en lo que tiene atinencia con los instintos. Los hombres y los pueblos reaccionan de modo distinto al de las épocas de paz o normales. La guerra cambia toda la organización social, la transforma y le da nuevo sentido y otro rumbo. El trastrueque es radical y, por lo tanto, las reacciones psicológicas son también absolutamente distintas. A nuevas situaciones individuales y colectivas, nuevas situaciones sociales, afectivas, legales, de vida, en fin.

Aparentemente, el orden social anterior sigue intacto, aunque se mantenga bajo normas diferentes por la autoridad militar. Pero el sistema de vida y el de toda actividad, en todos los sectores, es totalmente distinto. Así como toda la actividad productiva, industrial, económica y técnica de la Nación está enderezada a respaldar a sus ejércitos, así también la actividad integral del hombre, combatiente o no, está dirigida a un nuevo fin. El trastorno, dicho elementalmente, es inmenso y el desorden del viejo orden incomparablemente mayor. ¿Cómo, entonces, no va a gravitar todo ello en forma decisiva sobre los pueblos en guerra?

La movilización de los ejércitos imprime a la vida todo un ritmo desacostumbrado, extraño para la población. El ejército, se sabe, tiene un sistema propio de ordenamiento y dirección. Toma a los hombres por su capacidad y no por su, diríamos, jerarquía social. El que antes de la contienda era el patrón, puede ser en la guerra subordinado de su empleado o de su obrero. El rico puede codearse con el pobre y hasta con el mísero y serle inferior jerárquico. La disciplina lo vence todo. Pero todo esto, indiscutiblemente, es desacomodo de un orden anterior y tiene sus implicancias notorias en la psiquis de todos los seres.

Los efectos psicológicos de la guerra

En una palabra: las distintas etapas por las que atraviesa durante la contienda bélica el régimen de vida social traen, como consecuencia, un cambio fundamental en las actividades normales del hombre. El primer efecto de ello se evidencia en la destrucción de la vida afectiva: los hábitos adquiridos cesan, los vínculos familiares se distorsionan, las amistades se interrumpen, las con¬vicciones políticas y las mismas creencias religiosas se truecan  o se agudizan, que es lo mismo.

Vale repetir: la guerra trastrueca todos los vínculos del hombre y el resultado lógico de ello es un estado particular en la población que se traduce en una desconfianza recíproca co¬lectiva, especialmente en los primeros tiempos.

Es tan profundo y orgánico el cambio que produce la guerra en un pueblo, y de naturaleza tan grave, que concluida aquélla las formas de vida anterior jamás pueden ser restauradas. Con¬secuencia: las tranformaciones colectivas determinadas por la guerra son irreversibles, pues una vez producido el cambio no se puede volver a la situación previa, al orden anterior. La guerra, en fin, obliga a substituir las formas evolucionadas de la vida social por otras más primitivas: la fuerza, naturalmente, substituye poco a poco al derecho.

El retorno a las formas sociales primitivas

DEFINICIÓN. En síntesis, podemos afirmar, hasta aquí, que la guerra es ya, de hoy en más, una lucha social de pueblo contra pueblo; que implica siempre una revolución social interna; que, paradojalmente, sobreviven los débiles; que los cambios sociales producidos durante la lucha son irreversibles; y que durante la contienda se regresa a formas sociales primitivas. Esto nos lleva como de la mano a estas conclusiones:

Triunfarán en la guerra quienes mejor satisfagan las necesidades primarias del pueblo y quienes eviten, por el dominio de los instintos. la desadaptación del pueblo a la nueva situación.

Por lo tanto, toca al ejército el "adaptar" al pueblo al estado bélico  como a los gobernantes, mediante la técnica psicológica defensiva, el crear en las masas la ilusión de un porvenir superior. Ya volveremos sobre todo esto.

Efectos psicológicos inmediatos y mediatos

Ahora vamos a referirnos a los efectos psicológicos puros;los hay inmediatos y mediatos. Los primeros son los siguientes: la población, ante el hecho bélico que importa un trastrueque en su orden de vida, sufre una especie de neurosis colectiva, es decir, de leve desequilibrio mental. Como consecuencia de ese desequilibrio, los más débiles se transforman rápidamente en alienados y semialienados, a tal extremo que se puede afirmar sin ambages que una población que entra en guerra llega a tener un porcentaje del 10% de desequilibrados.

Todo aquel que tiene una condición psicológica congénitamente débil cae, inmediatamente, en un estado de neurosis. Más aun, el solo anuncio de una guerra llena los hospitales de aliena¬dos.

Los más "fuertes", en cambio, que constituyen el 90% restante, no caen en ese estado; pero sufren a su vez de un estado particular de ansiedad, dominante en los sanos. Ese estado de ansiedad es determinado por la incertidumbre.

Un tercer efecto es el siguiente: todos los seres regresan a los sentimientos más primarios porque ya aparecen los elementos básicos de la guerra psicológica que empiezan a señalarse cada vez más nítidamente. Una parte de ese 90 % sale de los límites de la ansiedad y entra en los del temor, que también evolu¬ciona por diferentes etapas que luego veremos detalladamente— hasta llegar al pánico. Asimismo del estado de ansiedad, otra parte del 90%, por otras etapas pasa al estado de rabia, que es el arma psicológica para la agresión; y de la rabia al furor. Otro estado es el de elación. Baste decir ahora que todo ello prepara el terreno para que en la población individual y colec¬tivamente considerada se produzcan reacciones imprevistas.

Hay un cuarto efecto: una parte de la población calcúlase en un 6% aparentemente permanece impasible; no tiene ansiedad, ni preocupaciones, ni incertidumbre. Ese 6%, sin embargo, es el más peligroso, porque se halla en un proceso psicológico que se llama del "todo o nada". El hombre no actúa, pero brusca e imprevistamente reacciona con violencia y en un instante descarga todo su furor.

Aquí no hay etapas intermedias y previsibles que valgan.

El quinto efecto es el siguiente. A medida que pasa el tiempo en la guerra los hombres se despersonalizan, lo que constituye una agresión a la personalidad humana. ¿Por qué se "despersonalizan"? Sencillamente, porque las normas militares, forzosamente, son iguales para todos. No interesa lo que el hombre ha sido antes, sino lo que debe ser a los fines de la guerra. La organización bélica absorbe todo y a todos. Esta despersonalización trae como consecuencia una cantidad de desadaptados que con rapidez pasan a ser elementos de perturbación, aún dentro del ejército. Esos son los que hay que eliminar de allí, y con presteza, y neutralizar afuera, por¬que son focos de indisciplina, de desorientación y de contagio.

El sexto y último de los efectos psicológicos inmediatos consiste en la mutación brusca de funciones individuales a las que ya nos hemos referido y que determinan en el estado de guerra una inversión o desajuste serio de la vida social y de la moral colectiva.

Todos estos efectos, repetimos, son inmediatos y se producen en la población apenas iniciada la guerra.

La vida en clima de guerra

Pero vamos a la etapa crónica. La guerra se ha prolongado y el ejército ha conseguido el ajuste psicológico necesario para que la población afronte la situación en las mejores condiciones. Se ha trabajado, por la autoridad militar y médica, minuciosa¬mente; se ha eliminado a los desadaptados y se ha reeducado en tal forma a la población, que puede vivir, diríamos así, "normalmente" en la guerra.

¿Qué efectos se producen en ese nuevo estado? El primero es la fatiga. La población cae en la indiferencia y en la falta de entusiasmo. La gente ya no siente preocupaciones. El "qué me importa", el "qué-me-importismo" aparece nítidamente, como muy bien lo describe Mira y López en su Psiquiatría de Guerra, que es una de las fuentes de mi información. Pero, no obstante, la población en tal estado puede ser recuperada.

El segundo efecto es más grave: y es el del estupor, estado irreversible. El individuo no reacciona ante nada. Estamos, pues, ante la población vencida. En una palabra: es imposible mantener la estructura social, moral y psicológica de la colectividad.

En síntesis, los efectos psicológicos inmediatos son:

1º, aparición de desequilibrios mentales; 2º, ansiedad e incertidumbre; 3º, regresión al temor y a la rabia; 4º, reacciones violentas imprevistas; 5º, despersonalización; 6º, mutación o in¬versión de las jerarquías.

Los efectos psicológicos mediatos producidos por la guerra crónica son: la fatiga y el estupor.

Debo decir ahora que al par que el ejército procura mantener el equilibrio de esa nueva sociedad bélica, debe organizarla, puesto que no es la misma de la paz sino otra, con nuevas rela¬ciones, con otros sentimientos y con ideales distintos. El ejército, lógicamente, debe dirigirla — porque en cuanto la desatienda surgirán consecuencias imprevistas. En estos casos siempre hay que tener en cuenta el estado de compensación que se ha logrado, es decir, el equilibrio para sobrellevar la situación de modo que el ejército pueda, de esa manera, proseguir con sus operaciones. Surgen, entonces, dos factores: la descompensación y el desequilibrio de esa nivelación conseguida, que es el miedo. Otro de los factores que hay que estimular constantemente, desde el punto de vista psicológico, es la rabia.

Factores de la descompensación psicológica

EL MIEDO. — Vamos a considerar en seguida la incidencia que tienen el miedo y la rabia en el estado anímico de los individuos.

El miedo es un estado psíquico reflejo, establecido pues inconscientemente, incontrolable, que paraliza las actividades de la guerra y detiene asimismo toda defensa. Se produce cuando el instinto de conservación se ve acosado por un hecho exterior que amenaza la integridad física o moral del individuo. El que tiene miedo, ya se sabe, pierde toda posibilidad de defenderse. Este estado psíquico del miedo atraviesa por distintas etapas ascendentes: la prudencia, la cautela, la alarma, el temor controlable, la ansiedad que puede hacerse angustiosa y hasta desesperada, el pánico y, finalmente, el terror.

La prudencia se manifiesta porque la gente comienza a ser parca en sus expresiones y a mantenerse discreta: es la primera etapa del miedo. Luego, ya surgida la desconfianza en las noticias recibidas, la población queda en estado de cautela. A esto sucede la alarma, que deja de ser una manifestación interna, pues el individuo ya expresa lo que siente, es decir, comienza a exteriorizar su inquietud. En este caso, la población hállase alarmada, o, lo que es igual, ha pasado del estado de prudencia y de cautela al de acción.

Una etapa posterior por la que atraviesa el miedo es el temor, que en el individuo se manifiesta no solamente en la incredulidad de las noticias recibidas sino en la adopción de medidas de defensa. Para ejecutarlas controla ese temor. Cuando, en su inquietud, busca dónde refugiarse o cómo salir de la situación y no logra su objetivo, entra en estado de ansiedad si no divisa ni vislumbra en detalle el objeto temible y de ansiedad angustiosa o angustia cuando lo presiente o avista, de desesperación ante su proximidad, y entonces se mueve y se agita incontroladamente. La etapa subsiguiente corresponde al pánico, que se pone en evidencia cuando el hombre gesticula y pierde completamente el control. De pronto ese pánico lo paraliza de golpe, y el individuo se sienta en un banco y permanece inmóvil: es el terror.

Todo esto que ocurre con un individuo, sucede con la colectividad, con las reacciones de las masas. De manera que hay que neutralizar los efectos de la alarma. En esta escala del miedo, se desencadenan una serie de factores que contribuyen a organizarlo. Una de las causas que determinan la aparición del miedo es la sensación de la carencia de comando y de que las instrucciones que imparte el ejército llegan en forma muy atenuada o con inseguridad o contradicciones. Estos factores determinan inmediatamente la alarma psicológica de la población. Por eso, es necesario adoptar las medidas precautorias indispensables para evitarla.

Lo que posiblemente originó la gran fortaleza del frente interno alemán fué la seguridad y la precisión de las informaciones, que trasuntaban seguridad en el comando.

Por ello también hay que evitar la fatiga de la población. El cansancio mental y físico crean un ambiente propicio para la propagación del miedo.

Otra de las causas que contribuyen a acrecentar el miedo en la población es el misterio que irradia la situación. El anuncio de que existe un arma secreta y de que se ha instaurado un régimen se difunde mediante la propaganda consistente en la multiplicación de rumores. Por eso, los alemanes hicieron una gran propaganda sobre los mortales efectos de sus armas, antes de utilizar¬las. Pusieron en práctica, además, el sistema de los estímulos anormales, consistentes en ruidos y otros procedimientos.

Es un hecho evidente, comprobado en la vida normal, que el silencio absoluto produce miedo, mucho más miedo que el estruendo de las bombas. El ruido absoluto no es comparable, en sus efectos sobre el miedo, con el silencio absoluto. En algunas personas el miedo no es producido por el silencio o el ruido absolutos sino por la brusca interrupción de aquél. Hay que tener en cuenta otro factor, que es la predisposición de ciertas personas al miedo. Éstas reaccionan más fuertemente que otras, a consecuencia de poseer un temperamento menos firme o, como se dice, enérgico: éstos son los emotivos, los impresionables, los sugestionables.

Para neutralizar la acción del miedo es necesario fomentar la rabia, como arma defensiva psicológica.

LA RABIA. La rabia es un estado reflejo justamente contrario al miedo, consciente, controlable, que se puede provocar, y se produce cuando a una persona o a un pueblo se le coarta el cumpli¬miento de una acción o un deseo, o los fines u objetivos de una acción individual o colectiva. Explotando este aspecto fue que los alemanes hicieron su gran propaganda sobre el "espacio vital", porque ese pueblo padecía necesidades biológicas, psicológicas y morales que no podía satisfacer. Eso va produciendo, poco a poco, un impedimento en la acción que desarrollan las personas individualmente y el pueblo como su conglomeración dinámica, obstaculizandoles el cumplimiento de sus fines y objetivos. Esa situación origina como consecuencia el estado psicológico de la rabia, que llega a su máximo cuando está expresada claramente.

Antes de llegar a la rabia se pasa, lo mismo que con el miedo, por diversas etapas. La primera es la que se refiere al resentimiento, que es una forma simple. El resentimiento no se ex¬presa con ninguna acción; es algo que no tiene exteriorización.

Luego sigue el enojo. Este estado psíquico se traduce en palabras. El individuo no sólo está resentido, sino que habla, dice cosas, critica con violencia. De ese estado al de cólera, que es el subsiguiente, pásase al de la agresividad, con la adopción de actitudes injustas.

El estado de "elación"

Y, finalmente, llégase a una etapa intermedia; la ideal.

El hombre se muestra agresivo, pero su agresividad va acompañada por un componente de seguridad, de confianza en sí mismo; y cree firmemente que, sobre todo, está defendiendo una causa justa contra un enemigo odioso y odiado. Ese estado se llama "elación".

La obra maestra de la psicología militar consiste en llevar a los combatientes al mencionado estado anímico. Se tiene que inculcar a la tropa, y en todo lo que de ella dependa, la seguridad de que se lucha por un ideal nobilísimo, por una causa justa, irrenunciable. La elación no es, entiéndase bien, la rabia instintiva, inconsciente, sino la rabia consciente razonada.

Naturalmente que, para llegar al estado de elación, debe realizarse una larga preparación, que ha sido muy bien estudiada en sus detalles, tanto por los norteamericanos como por los ale¬manes. Esa preparación es, desde luego, técnica e intelectual, y abarca a todo el elemento combatiente o que pueda entrar en la lucha

En Méjico, los guerrilleros de Pancho Villa fueron los primeros en emplear una droga: la marihuana, que les producía no tanto el estado de elación, pero sí el de una euforia agresiva, cercana a la rabia; una excitación homicida.

El alcohol se empleaba antes con el mismo objeto. La ciencia psicológica nos ha llevado ya mucho más lejos y más eficazmente que todo ello.

Hay una serie de factores que determinan y favorecen la rabia, entre los que podemos citar los siguientes: la constitución psicológica individual, pues sabemos que existen personas que re¬accionan más violentamente que otras; la proximidad del objeto odiado, que genera rabia sistematizada y creciente. El tercer factor es la agresividad del objeto. En suma: la psicología militar debe llevar a la tropa primero al estado de agresividad y luego al estado ideal de elación. Sobre esto hemos de volver todavía.

En síntesis, los fines de la guerra psicológica, de acuerdo a todo lo que llevo dicho, son dos:

1º Evitar el miedo de los propios combatientes y provocarlo en los enemigos.

2º Provocar la rabia entre los propios y evitar que los enemigos la tengan contra nosotros.

Objetivos de la guerra psicológica

Ya hemos visto que la GP o guerra psicológica opera con dos estados reflejos: el miedo y la rabia, que son, al mismo tiempo, los grandes objetivos del arma psicológica. La guerra psicológica es defensiva y ofensiva. Los planes de la psicología como arma defensiva, son:

1° Conseguir el ajuste más perfecto de la población civil.

2º Realizar la profilaxis del miedo.

3º Eliminar del servicio los psicópatas, esto es, realizar la higiene mental entre los componentes de un ejército en guerra.

4º Conseguir la fanatización en el ejército y de los no combatientes, en base a una doctrina .

¿Cómo se hace el ajuste de la población civil?

Me permitirán ustedes que abrevie y sintetice, pues cada uno de los objetivos de la guerra psicológica requiere volúmenes. Se llega a un ajuste de la población civil mediante la creación de una conciencia popular antebélica de preparación del clima, del ambiente, mucho antes del estallido de la conflagración.

Estados Unidos preparó a su pueblo dos años antes de lanzarse a la última guerra. Hitler empleó varios años más para preparar el suyo.

Hay que explicar por qué se va a luchar y cómo, mediante una doctrina lo más concorde posible con la psicología y los ideales del propio pueblo. El objetivo de la lucha es siempre noble, generoso, elevado y contesta algún acto enemigo que evidencia lo contrario. Y ya en guerra, el pueblo y el combatiente deben estar perfectamente informados. Todo les debe ser comenta¬do, explicado, clarificado. Si se dejan al pueblo y al ejército librados a sus propias reacciones se pierde el control psicológico sobre ellos. Un sistema de difusión permanente de los medios y fi¬nes de la guerra es absolutamente imprescindible. Tanto más se ajustará el pueblo al orden de la guerra, cuanto más amplio sea ese sistema de difusión.

Lo inespecífico y lo específico en la guerra psicológica

Hasta ahora todo lo que he venido diciendo se refiere a principios psicológicos aplicables a "todos" los pueblos. Pero los pueblos, como los hombres en particular, tienen reacciones o modos de ver —como quien dice un carácter nacional que le es propio, específico. Cuando se hace la guerra psicológica no basta conocer estos principios generales, sino también las normas especiales que resultan de la raza, la organización social y jurídica, las tradiciones, religión, creencias y costumbres. De ese modo, los comandos militares deben tener una información com¬pleta y total sobre la psicología propia del pueblo adversario. Hay una psicología de los japoneses, otra de los rusos y alemanes, otra de los franceses, que condicionan lo inespecífico universal con lo específico local.
Todo ello debe ser considerado en la plana de un estado mayor, sea regular o revolucionario.

Cómo realizar la profilaxis del miedo

El segundo aspecto de la guerra psicológica, ya hemos dicho que consiste en la profilaxis del miedo, para lo cual debe tenerse en cuenta lo específico y lo inespecífico. Es de una importancia fundamental. Debe llevarse a cabo una perfecta selección de los rumores y las dudas de la población, para destruirlos de inmediato. La mínima duda genera inmediatamente la desconfianza y la cautela. Débese informar siempre tanto de los triunfos como de las derrotas. Éstas con la mayor habilidad posible, para lograr la tonificación del espíritu público.

Otra preocupación constante en la profilaxis del miedo es evitar que trascienda, desde los comandos, la más mínima duda sobre el triunfo final. Hay que impedir por todos los medios la propagación de noticias que puedan inducir al pueblo y a la tropa a dudar de la dirección bélica. Todas las noticias, aun las malas, deben ofrecerse con verdad. Hay que explicar tanto las victorias como las derrotas y más éstas que aquéllas; hasta hay que convertir las derrotas circunstanciales en victorias finales.

Uno de los factores importantes que tienen verdadera incidencia en la tranquilidad de todos es la demostración de que en la guerra no existen privilegiados, de que todos tienen los mis¬mos deberes. Hay que organizar los cuerpos de psicólogos y distribuirlos entre los distintos sectores sociales, para alentar al puelo y orientarlo hacia la lucha victoriosa.

El pasado debe ser olvidado. No será más: el futuro más promisorio es lo que cuenta.

Mahoma hizo su guerra santa prometiendo el paraíso de las huríes a sus guerreros.

El objetivo de la guerra es siempre lograr un porvenir halagüeño, en contraposición a un pasado ignominioso y a un presente intolerable. La doctrina de la guerra tiene su basamento sobre estos dos conceptos. La guerra psicológica debe atenerse a ellos exclusivamente.

En cuanto a la higiene mental, ella es tarea enorme. Los psicópatas, los neurópatas, los semialienados, los fronterizos, constituyen un factor de sumo peligro y de perturbación en todos los órdenes de las actividades humanas. En caso de guerra hay que eliminar su influjo poco a poco de la población civil, a medida que se los contiene con el apoyo terapéutico más adecuado al caso. Del ejér¬cito, en cambio, su influencia hay que eliminarla drástica, fulminantemente, lo que allí es posible por baja, pero debe comenzar inmediatamente la terapéutica, apoyo y contención del civil. Las bajas mentales tienen enorme gravitación en la tranquilidad popular. En tesis general, la gente se impresiona más ante un amigo que ha enloquecido que ante un amigo muerto. La baja mental produce siempre un gran shock psicológico en la familia, máxime en el estado de guerra.

La GP como arma ofensiva

Consideraremos ahora cómo actúa la guerra psicológica, en su carácter de arma ofensiva o agresiva.

Ya hemos dicho que debe provocarse el miedo en el adversario. Para inducir al miedo al sector antagónico, se emplean dos procedimientos. Uno es la propaganda negra, que se lleva a cabo por medio de comunicaciones practicables o panfletos clandestinos; tiene por objeto sembrar la desorientación en el contrario y agobiarlo con informaciones falsas, rumores, mensajes, etc. La quinta columna, a su vez, procura el desconcierto completo del bando adversario, también mediante informaciones falsas y panfletos y con los servicios de espionaje y contraespionaje.

Toda la guerra psicológica ofensiva debe tender a debilitar y quebrar la moral de guerra del adversario, desbaratando su ajuste psicológico. Todo ello debe realizarse por innúmeros procedimientos. El periodismo juega aquí su papel más importante. Tiene que polemizar con el adversario y destruirle toda su argumentación de guerra, para destruir su doctrina. Recuerden uste¬des que Goebbels llegó a convencer a millones de que el mundo debía optar entre el fascismo o el nacionalsocialismo, y el comunismo. Al propio tiempo, evitó que el pueblo adversario odiara al invasor. Alemania lucha decía Goebbels no contra el pueblo enemigo, sino contra sus gobernantes, de los cuales Alemania ayuda a ese pueblo a liberarse. Lo mismo dijo más tarde, refiriéndose a los alemanes, la propaganda inglesa. El pueblo era el bueno y pésimos sus gobiernos, sus clases dirigentes. Toda esta gama de argumentaciones constituyen la guerra psicológica agresiva.

Desarrollo técnico de la GP

Estoy absolutamente convencido de que la GP debe incorporarse a los Reglamentos militares de estrategia general y tácticas de campaña, y crearse un organismo adecuado.

Los organismos militares de la guerra psicológica de Estados Unidos son recientes. Apenas hállanse en los primeros pasos, y eso sólo en el campo de la organización de la propaganda, que es completamente distinto a la organización psicológica de la guerra. El modelo norteamericano, en aquel aspecto, es magistral. pero no llega al hecho psicológico, repetimos.

He hecho confeccionar este gráfico en el cual puede advertirse un proyecto, más o me¬nos orgánico, de lo que podría ser la organización sistematizada de guerra psicológica y de propaganda.

Los asesores son elementos de enorme importancia en la guerra psicológica, pues son los que imparten las doctrinas en base a las cuales se desarrollará el arma nueva. Este cuerpo de ase¬sores tiene que estar integrado por intelectuales, periodistas, hombres de ciencia, filósofos, aprovechándose así también la poca aptitud de los mismos para la lucha en el frente de batalla. La coordinación de las informaciones especiales, de los estudios psicológicos, psicotécnicos y de psiquiatría, tienen que ser llevados con suma dedicación para que constituyan un complemento eficaz y coadyuven al triunfo.

La propaganda de la lucha tiene que responder a sus distintas formas: la gráfica, la informativa, la oral, etc., y su estructura debe ser realizada por especialistas.

Por lo demás, es el ejército el que debe controlar el efecto que produce la guerra psicológica en el adversario, es decir, debe tener el control de sus resultados como asimismo un índice, utili¬zando para ello a los prisioneros, los cuales deben ser interrogados minuciosamente. La información que de ellos se obtiene es siempre la mejor.

En la última guerra, los prisioneros aliados en poder de los alemanes llevaban consigo panfletos contra Roosevelt, Churchill, el capitalismo, el imperialismo, etc., lo que prueba que los leían. La réplica norteamericana fué enviar al campo alemán panfletos-salvoconductos. Y fué grande la cantidad de soldados alemanes que más que por acción bélica, por el panfleto-salvo¬conducto, llegaron a trasponer las líneas y convertirse en prisioneros de los norteamericanos. Pero debemos reconocer que el invento del panfleto-salvoconducto fué obra de los alemanes.

Podría extenderme mucho sobre esto, pero lo haré en otra clase. Quiero reproducir aquí, por hoy, una frase del ya mencionado coronel Kelm. Dice así:

"En la próxima guerra atómica, la GP será más importante que en la segunda guerra mundial, antes, durante y después de las operaciones bélicas".

La campaña de San Martín en el Perú como ejemplo de GP

Quiero cerrar esta primera clase, que han tenido ustedes la gentileza de escuchar, con una reseña lo más sintética posible de la campaña de nuestro general San Martín en el Perú. Todos la conocemos, y ustedes, por cierto, más detalladamente.

El historiador don Ricardo Rojas la llama "guerra mágica". Por su parte, el historiador peruano Paz Soldán, la calitica de "fenómeno extraordinario". Y añade: "San Martín derrotó a un ejército poderoso con la fuerza sola de la opinión y de la táctica, sostenida con ardides bien manejados". Pacífico Otero, a su vez, en su monumental obra sobre el Libertador, abunda en casi un tomo sobre esa campaña, modelo de la "calma latente y dinámica" de nuestro héroe máximo.

Yo califico a esa campaña del Perú como un ejemplo típico de la guerra psicológica. Durante ella, San Martín adopta y sigue imperturbablemente las medidas que, de acuerdo a lo que acabo de exponer, tienden:

1º A evitar el odio y el miedo del pueblo y de los jefes adversarios.

2º A crear una nueva moral en el pueblo que va a libertar: moral que ha de poner a ese pueblo en estado de rabia contra su gobierno "extraño", y en estado de amistad con quien va a liberarlo.

3º A determinar el estado de elación de su propia menguada tropa.

4º A organizar la 5ª columna entre los jefes del ejército realista.

5º A obtener la total división política de sus contrarios.

6º A determinar la elación en el pueblo peruano.

7º A organizar la 5ª columna en Lima.

Cómo se prepara el espíritu público

Una relación, como digo sintética, bastará para dar consistencia plena a mi aserto: la campaña sanmartiniana en el Alto Perú es un modelo para entonces, hace más de un siglo— de verdadera guerra psicológica. Comencemos por decir que, en el año que ella duró, San Martín perdió 50 hombres en batalla, y 2.400 por enfermedades de la región, las que estaba lejos de su posibilidad impedir.

Y bien. En 1820 desembarca el Libertador en el Perú. Se encuentra ante un pueblo que ya conoce, lo mismo que conoce la moral de los jefes adversarios. En efecto, por uno de sus agentes secretos, Bernaldes, cuando aun San Martín hallábase en Chile preparando su objetivo final, que era el Perú liberado, conoce el estado de espíritu de la población, de sus clases y castas, además de las informaciones y estadísticas militares. Bernaldes le escribe: "Si el Ejército Libertador se encontrase a seis leguas de Lima y el Visir (así denomina al Virrey de la Serna) ordenase una corrida de toros, los limeños se desentenderían de aquella amenaza y darían preferencia a la corrida".

Quiere decir que a la población peruana no le importaba mucho ser liberada. Eso acuciaba sólo a los pocos patriotas que se debatían en un medio, si no hostil, indiferente.

San Martín no se inmuta. En otras recomendaciones a los enviados suyos, les manifiesta que: "toda conmoción popular tiene tres tiempos, y es así cómo, en los momentos de ejecu¬ción, se suele pecar por imprudencia, en los momentos posteriores se peca por nimia o necia confianza". "Un plan revolucionario, añade, debe ser preparado de otro modo, y conocida su dis¬posición, ésta no debe tener más parte que en el acto indivisible de la ejecución".

La sagacidad psicológica de San Martín es admirable. Sabe que no es posible un levantamiento del Perú, antes de la llegada del Ejército Libertador, y aconseja a sus emisarios dividir la aten¬ción del enemigo. De ninguna manera aprueba un movimiento intempestivo, y dice que la multitud no puede ser movida sino magnificando sus temores o alentando sus esperanzas. Para esto no hay que hacer promesa "que no se pueda o no se deba cumplir". Recalca que "el objeto de la Revolución es la felicidad de todos". Este "slogan", como se diría hoy, va a repetirlo incansablemente, por todos los medios.

Proclamas y panfletos revolucionarios

Ya llegado al Perú, monta su imprenta móvil y ordena distribuir sus proclamas al pueblo peruano. En éstas, fija entonces el carácter y sentido de su campaña, estableciendo la diferencia que existía entre la guerra por la libertad de América y la tiranía realista. Analiza los sucesos en la península, y satiriza los esfuerzos del que ya llama "el último Virrey del Perú", para "prolongar su decrépita autoridad". Concluye con esta categórica afirmación: "Yo vengo a poner término a esta época de dolor y humillación".

Otra proclama va enderezada a la nobleza española residente en Lima, que recelaba de los propósitos de San Martín, asegurándole que su acción no iba "contra sus justos privilegios". El objetivo era, pues, no tenerla de enemiga.

Redactadas e impresas las dos proclamas, se cumple otra orden de San Martín: "Que no quede iglesia, monasterio, plaza, taberna, bodegón, oficina, café, paseo, barbería ni lugar alguno de concurrencia donde no se repartan proclamas en una misma noche simultáneamente y de suerte que ni el poder del Virrey, ni el de la Inquisición, puedan socorrerse con esta inundación y el espíritu público empiece a ilustrarse y a hacerse sentir a pesar de toda pesquisa".

Obsérvese la técnica del Libertador. Todavía no ha dado un solo paso bélico, pero ya ha metido varias cuñas en la moral del pueblo al que va a libertar. Ya veremos cómo procede con los realistas.

Simultáneamente, San Martín se ocupa de sus tropas, cuyo estado moral después de las victorias de Chacabuco y Maipo es excelente. Les dice en otra proclama: "Soldados: acordáos que toda la América os contempla en el momento actual y que sus grandes esperanzas penden de que acreditéis la humanidad, el coraje y el honor que os han distinguido siempre, dondequiera que los oprimidos han implorado nuestro auxilio contra los opresores. El mundo envidiará vuestro destino si observáis la misma conducta que hasta aquí; pero desgraciado el que quebrante sus deberes y sirva de escándalo a sus compañeros de armas. Yo lo castigaré de un modo terrible y desaparecerá de entre los otros con oprobio e ignominia".

Este final en tono violento, que dice del carácter de San Martín, tiene el propósito —igual que otras medidas de severidad adoptadas de devolver a los pueblos "la confianza en la moralidad de la causa revolucionaria, que había dejado recuerdos poco favorables después de la primera campaña de Cochrane". Esto expresa el historiador chileno Gonzalo Bulnes. Y aquí permítaseme un párrafo del historiador nuestro, Pacifico Otero.

Dice así:

"A los pocos días de encontrarse el Ejército Libertador en Pisco lugar de desembarco de San Martín en tierra peruana, la villa recobró su aspecto y animación habituales. Pronto corrió la voz, por toda la comarca, que los batallones que habían desembarcado no eran hordas bárbaras y que confiados en su protección y en la bondad de su acogida podían retornar a sus casas los fugitivos. Más de mil personas volvieron, pues, a sus lares, y se abrieron nuevamente sus tiendas y sus pulperías. La conducta del Ejército Libertador desautorizó la falsedad de las imputacio¬nes con que lo había denigrado injustamente el Virrey; y con su buen trato aumentó sus filas con no pocos adeptos. Era ésta, por así decirlo, la primera victoria que ganaba San Martín en tierra peruana. Su sombra fué para ésta una sombra auspiciosa y bajo su amparo comenzó a salir de su estado letárgico un pueblo que, a pesar de su patriotismo instintivo, no podía romper sus ataduras coloniales y reclamaba manos extrañas para darse su libertad política".

San Martín espera los acontecimientos, sin precipitarse jamás. El Virrey le envía un emisario. Éste se reúne con el general en Miraflores. Las deliberaciones acerca de los móviles del Li¬bertador prosiguen diez días, y, por supuesto, no se concreta nada. El objeto es ganar tiempo, pues así consigue San Martín desembarcar toda su tropa, con la artillería y demás elementos, sin encontrar obstáculo armado. Ya ido el emisario, envía San Martín una carta personal a Pezuela, expresándole que lamentaría mucho iniciar las hostilidades si no llegaran a entenderse. Le achaca todos los sufrimientos que deberá soportar el pueblo peruano por culpa suya. Lo que persigue San Martín es indispo¬ner a ese pueblo con la autoridad del Rey en el Perú. Y a fe que lo consigue con sobras. El que va a dar libertad al Perú crea la nueva bandera peruana y el escudo, oficialmente. Distingue a los patriotas con especiales muestras de consideración. Ofrece una nueva concepción de la vida futura, en un clima de autodeterminación política, de gobierno propio y de felicidad para todos.

Su propósito real es siempre ganar tiempo, pues su ejército se diezma por las epidemias; las fuerzas realistas son mayores en número y en poderío bélico. Arenales se interna por la Sierra y Cochrane espera frente al Callao con sus buques, a que el bloqueo rinda sus beneficios previstos. Por otra parte, el propio panorama americano era desfavorable para los propósitos sanmartinia¬nos. Sin autoridad Buenos Aires, el respaldo de San Martín era muy débil.

Características de la guerra de nervios

La obra maestra del Libertador, en el Perú, es la organización de la hoy llamada 5ª columna entre los jefes del ejército adersario. Sabía que entre los que acompañaban al Virrey Pezuela había ambiciosos y disconformes, no sólo con la autoridad, sino con la propia corona española. Pezuela representaba la tendencia monárquica: el general De la Serna, en cambio, con los jefes más jóvenes, a los liberales.

Reanuda San Martín su guerra de zapa, o de nervios, o psicológica, como debemos entender hoy. Fomenta la enemistad entre los representantes de las dos tendencias. A De la Serna le es¬cribe: "No vengo a derramar sangre, sino a fundar la libertad y el derecho. Los liberales del mundo somos hermanos en todas partes".

Se plantea el problema, que no es el de España contra América, sino el del absolutismo contra el liberalismo. De tal modo, el descontento contra el Virrey cunde en sus propias filas. El batallón "Numancia" el más fuerte y célebre se desbanda. Un levantamiento de De la Serna contra el Virrey que se empeña en luchar contra San Martín, le cuesta el cargo. Vése obligado a di¬mitir y ocupa entonces su lugar De la Serna. Éste hállase convencido de que la resistencia contra el Libertador es casi imposible, y así lo detalla a la Corona, pidiéndole refuerzos. Entre tanto procura atraerse la buena voluntad de San Martín, y le envía emisarios. Así se realiza la Conferencia de Torre Blanca, otro fracaso, naturalmente, de los realistas y otro triunfo psicológico de San Martín.

Entre tanto, el bloqueo del Callao prosigue. San Martín, contra los propósitos de Cochrane que anhela librar batalla, lo contiene y le escribe a O'Higgins, en carta explicativa de su conducta: "Pienso entrar en Lima con más seguridad que fiando el éxito a la suerte de una batalla". En otra, dice: "Los dividiré a los realistas— y ganaré tiempo. Me han muerto 1.600 hombres las pestes y siguen muriendo a razón de 100 por día". Y con todo esto, ya al finalizar 1820, a menos de un año de su desembarco, San Martín, sin haber librado batalla alguna la de Pasco fué un encuentro, tenía dominado moral, militar y políticamente al Perú.

Lima no estaba conquistada aún, pero le pertenecía todo el litoral peruano, desde Pisco a las playas más lejanas del norte. La Sierra hallábase dominada también. El ejército español subordi¬na su táctica a los movimientos cautelosos de San Martín.

En este estado se realiza en Punchauca la entrevista del Virrey De la Serna con San Martín, cuyos detalles abrevio por ser de ustedes bien conocidos. Los discursos de ambos también. El plan monárquico urdido por San Martín no tuvo más alcance que el protocolar y diplomático. El nombramiento de un regente era inaceptable para la Corona, y en cuanto a la no iniciación de las hostilidades los jefes realistas tampoco podían aceptar el plan de De la Serna

Todo sucedió como estaba previsto por el Libertador y narrado a O'Higgins. Y ya los acontecimientos se precipitan. Convencido de la desmoralización del adversario, San Martín rodea con sus fuerzas a Lima; asiste desde la bahía, a bordo del "Moctezuma", a la labor de los patriotas; De la Serna clama por que San Martín levante el bloqueo y negocie. La población limeña lee con avidez la última proclama del Libertador ofreciéndole el gobierno propio y concitándolo a la revuelta. La promesa de liberación de los esclavos e indios concluye por destruir la organización colonial. A nuevos requerimientos después de abandonada Lima por De la Serna, el Libertador levanta el bloqueo y envía alimentos a sus adversarios, a sus propios cuarteles: "Los soldados dice en un panfleto más— son enemigos nuestros en el campo de batalla solamente".

El efecto causado entre las tropas y en el pueblo por el gesto de San Martín es inmenso. A pesar de todos los requerimientos de los patriotas, niégase a atacar a la ciudad de los virreyes. "Sólo entraré en Lima invitado por su pueblo", dice. La respuesta de San Martín enardece a los peruanos. De la Serna huye y ante la formal invitación de una comisión de vecinos, patriotas y autori¬dades municipales y eclesiásticas, San Martín hace su entrada triunfal en Lima, el 9 de julio de 1821, "sin haber disparado un solo tiro".

Hemos seguido a vuelo de pájaro una campaña psicológica más que bélica, de nuestro genial San Martín, que causa admiración por su penetración del alma del soldado y del alma de un pueblo. Lo que viene a probar que, si según el mariscal Foch la guerra es acción, lo que es axiomático, ella nos lleva a estas conclusiones:

1º La guerra es un arte simple y todo ejecución. De las cosas ejecutables por un ejército, lo más difícil es la guerra de nervios.

2º Siendo acción en la guerra material, los hechos dominan las ideas y las palabras. Su ejecución está sobre la teoría.

3º En la guerra psicológica, las ideas y las palabras son las armas. Su ejecución es difundirlas.


II. — LA TÉCNICA DEL FACTOR PSICOLÓGICO EN

LAS FUERZAS ARMADAS



Releyendo la versión taquigráfica de la anterior clase, me encuentro con que tal vez he sido un poco minucioso en diversos pasajes y un poco impreciso en otros. Sin embargo, hemos podido definir y señalar las bases sociales de la guerra psicológica en general, así como de modo especial sus efectos en la población civil, dedicándonos preferentemente a ésta, pues es indudable que tal guerra va enderezada a lograr sus objetivos: sanear el conglmerado social en que se actúa, vale decir, colocar en el mejor espíritu a los ciudadanos de todas las esferas, hasta llevarlos al estado de elación, y, al propio tiempo, destruir hasta donde sea posible la moral adversaria. En este caso, tanto de la población civil como de la combatiente.

Fijamos, asimismo, los objetivos bien determinados de la guerra psicológica, estudiando las reacciones anímicas y psíquicas de los individuos y de la colectividad. Presentamos, en fin, un proyecto de organización de la GP para uso de las fuerzas armadas. Como en este sentido todo está por hacerse, y desgraciadamente no se poseen antecedentes valederos y sí sólo algunos resultados, claro es que esa organización y planificación de la GP llevará un tiempo largo y sólo será posible con la conjunción armónica de técnicos psicólogos y psiquíatras y de oficiales y jefes de las tres armas.

Por otra parte, la guerra total ya es previsible. No podemos olvidar esto, ni que la guerra previsible ya nos rodea con acciones que para muchos aún no parecen bélicas pero aunque no suenen clarines lo son, como tampoco que una guerra hay que ganarla desde el primer momento, no importa cuáles sean sus primeros resultados.

Lo ya expuesto nos lleva al tema de esta segunda clase dedicada a los señores jefes y oficiales.

Comenzaremos por tratar del concepto moderno de la tropa y de la moral de guerra en general: seguiremos con la selección psicológica de los oficiales, como fundamento de la guerra psicológica defensiva en las fuerzas armadas; veremos luego cómo se procede a la selección psicológica de la tropa y, finalmente, trataremos de la moral en el frente de batalla y en la retaguardia.

1º Concepto moderno de la moral de la tropa y de la moral de la guerra en general

Lejos está de mi propósito referirme al concepto moderno, de la moral de la tropa, más que en sus aspectos salientes. En toda época, cualquier combatiente tiene que llevar dentro de sí la seguridad absoluta de que lucha por una causa justa, de que el enemigo es el que se opone al logro de sus principios de justicia y de felicidad, y de que sus jefes los llevarán, indefectiblemente, a la victoria, tras la cual brillará un porvenir mejor. La sola valentía no es un principio moral, sino psicológico. La valentía se adquiere hasta por contagio. Es, en realidad, un estado de ánimo. La moral combatiente, en cambio, es un complejo de factores, todos de índole, diríamos así, espiritual, aunque el fin de la guerra siempre sea una conquista.

Se lucha, repetimos, por defender un derecho, por atacar una violación del derecho, por imponer una doctrina, por impedir el triunfo de otra que ataque o ponga en peligro lo que se consideran fundamentos de la familia, del hogar, de la sociedad, de la nación, de la patria, en fin.

"Una guerra siempre es justa y lícita, sea ofensiva o defensiva. Si es justa y lícita —y todo los tratadistas están de acuerdo en esto es moral. Luego, la guerra es moral, y el que lucha, soldado de una causa moral." A inculcar este concepto tiende no la mera propaganda bélica, sino la guerra psicológica, en colaboración estrechísima con el poder político.

Más aún: en los tiempos que corren, se torna de evidencia innegable que las simples o geniales concepciones estratégicas cuentan en principalísimo modo para la guerra. Pero más que nunca, sin una fuerza armada y una población no combatiente que no haya sido llevada, por todos los medios, a ese estado ideal de elación a que nos hemos referido y sobre el cual volveremos, sin ese estado, repito, el triunfo en la contienda resultará muy problemático. Sin buscarla, aunque no oigamos clarines ni veamos como tales los actos de guerra, vamos a la guerra total. Luego la moral de la tropa debe ser total también. Lo mismo que la de los civiles.

En el pasado, el concepto del honor, el del valor personal, contando, pues, también con la defensa de una causa noble y justa, produjo los hechos extraordinarios que todos conocemos y admiramos. Ni la mayoría numérica, ni el material de guerra, ni las condiciones logísticas desfavorables, siquiera, pudieron por ejemplo, derrotar a Leónidas en las Termópilas.

Recuerdan ustedes. Jerjes ataca Grecia, en la segunda guerra médica. Esparta y Atenas lucharon con indecible furor ante los invasores. Leónidas, en el desfiladero de las Termópilas, por la traición de Efialtes, vése tomado entre dos fuegos. Sólo contaba con 300 soldados, a quienes arengó Leónidas: "Esparta nos ha confiado un puesto y debemos permanecer en él". 20.000 hombres de Jerjes y Efialtes cayeron antes que Leónidas y los suyos perdieran su vida bajo una lluvia de piedras y dardos lanzados desde lejos por los bárbaros. Las frases del héroe espartano están grabadas en los siglos. "Si quieres someterte le expresa Jerjes a Leónidas en un mensaje yo te daré el Imperio de Grecia". Leónidas responde: "Prefiero morir por la patria antes que esclavizarla". En otro mensaje: "Rinde tus armas". Leónidas escribió al pie: "Ven a tomarlas". Antes del último combate, y ya seguro de su fin, Leónidas hizo que sus hombres tomaran un pequeño alimento porque "esta noche cenaremos con Plutón".

Grecia honró a los lacedemonios de las Termópilas con esta inscripción en la tumba que recogió sus restos: "Pasajero, ve a decir a Esparta que aquí hemos muerto por defender sus leyes".

Según se ve, fué aquella una causa justa, una moral íntegra, una fuerza victoriosa aun en la derrota.

Milcíades, en la batalla de Maratón, con un ejército de 11.000 hombres diezmó a los invasores persas, fuerzas compues¬tas de 110.000 hombres. El enorme bloque de mármol que los persas habían llevado a Maratón para hacer un trofeo, sirvió luego a Fidias para crear su estatua de Némesis, diosa de las justas venganzas. De esa batalla, díjose después, nació un gran pueblo: el griego.

¿Para qué seguir? El gran Alejandro conquista, con 30.000 hombres, el Asia entera. Aníbal, en Cannas, con 50.000, derrota a 200.000 romanos. Pizarro solamente cuenta con 300 hombres para conquistar el Imperio incaico. En todos estos casos, la moral combatiente es la misma y su temple de acero. Grandes generales, mejores estrategos, pero una fuerza combatiente imbuida de espíritu. Se lucha por el hogar, por la patria.

Definición moderna sobre la guerra

Adviertan ustedes que los ejemplos que acabo de enumerar y que son por ustedes conocidos se refieren a la concepción clásica de la moral combatiente de la tropa, de los ejércitos. El valor, el arrojo, la decisión, constituyen esa moral, forjada primero en el individuo y reflejada luego en el soldado.

Pero Ios tiempos bélicos son hoy distintos a los de antaño y, cada vez más, una guerra abarca a toda la nación, para acercarse a la concepción de la guerra total, ya bien definida en las etapas postreras de la última contienda. Sin entrar en mayores apreciaciones, antaño, los más geniales conductores de ejércitos comandaban un relativamente escaso número de soldados, miles ape¬nas. Los ejércitos de la actualidad son formados por millones. La diversificación de las armas, las especialidades técnicas, el campo amplísimo de la estrategia y de la táctica, acrecen todavía los innumerables problemas.

Hoy, como ayer, un conductor guerrero puede llegar a ser el ídolo de sus hombres, pero este caso no es sino excepcional. Los comandos de ahora están muy alejados de la masa de comba¬tientes, de modo que su contacto es más difícil. La atracción magnética de un gran estratego queda reservada a sus más directos colaboradores. El valor personal, que tanto influye siempre como ejemplo, ese valor que galvanizaba antes a los soldados, hoy no tiene reflejos sobre los mismos. La trasmisión de las ideas se realiza de modo indirecto y complicado. Los estados mayores no están forzosamente en la línea de fuego.

Si no hay una doctrina de guerra ampliamente elaborada y difundida, el combatiente sabrá cada vez menos, en plena guerra, por qué lucha. A eso ya se agrega la insoslayable acción psicológica, holgadamente anterior a la guerra armada, del adversario, cuyos esfuerzos por influir preparatoriamente en todo posible conflicto no habrán dejado de fomentar el egoísmo, la inmadurez instintiva y el relajamiento moral en quienes podía prever que alguna vez tomarían las armas en su contra. Y todo ello hace que tanto la moral de la tropa como su mantenimiento y aun su acrecentamiento paulatino, respondan a otros principios.

La última guerra nos ofrece dos ejemplos notables, por su contraste, acerca de lo que es ahora una buena o una mala moral de los combatientes. Estamos aún muy cerca de los acontecimien¬tos pasados. La bibliografía de la contienda es inmensa y no toda imparcial, por cierto. Pero, no obstante ello, puede señalarse co¬mo ejemplo típico y magnífico de moral combatiente la de los ejércitos alemanes, de 1935 a 1944 y hasta el último día de la guerra, tanto en las victorias magníficas como en las derrotas abruma¬doras  tanto más abrumadoras cuanto más cerca estuvieron esos ejércitos del triunfo final. Esa moral combatiente se mantuvo incólume en todos los campos de combate: en el aire, en el mar, en la tierra, en las estepas rusas, en las mejores y en las más tristes horas. Todo ello acontecía mientras había refuerzos de material humano o bien cuando ya no era posible conseguirlo; cuando la alimentación, la vestimenta, el armamento, eran sobreabundantes, o cuando escaseaban cada día más.

La caída total de Alemania, y por lo tanto la derrota aplastante de sus ejércitos, y todavía el derrumbe político definitivo, encontró al combatiente alemán como si recién, a banderas des¬plegadas, entre coros marciales y bajo la admiración de sus conciudadanos, iniciara la marcha hacia el campo de batalla.

El contraste lo dan, rotundamente, la pésima moral de las tropas combatientes francesas e italianas. En ambos casos, el resultado no puede ser peor. Los ejércitos franceses ante la pri¬mera "blitzkrieg" germana bajan la guardia y la resistencia. Su escasa actividad bélica termina en una pasividad tremenda y en una derrota sin resistencia alguna. El caso del combatiente ita¬liano, por lo demás, es idéntico. Luego de las primeras victorias, los contrastes subsiguientes mellan la moral de jefes y soldados. El potencial de agresividad de los ejércitos italianos se diluye día a día hasta su desaparición total.

Acabo de leer dos libros que les recomiendo: "Italia fuera de combate", del periodista español Herraiz; y "Los caminos mágicos", escrito éste en alemán por el general polaco Homltson, que, según mis noticias, aparecerá en versión castellana muy pronto bajo el título "La guerra nazi-soviética". En el primero, es posible comprender las enormes fallas psicológicas en que incurrió la conducción militar italiana. En el segundo, la clarividente concepción psicológica alemana, hasta que el ré¬gimen político se resquebraja y los comandos militares se supeditan a erradas y temerarias concepciones de prestigio, que nada tienen que ver con el arte y la ciencia de la guerra.

Sobre la marcha de los acontecimientos se puede improvisar algo, pero nunca una conducta ni una moral combatientes. Ello es tarea inmensa, de tiempo y de colaboración, en los planes larga¬mente estudiados, concebidos íntegramente y puestos en práctica sin hesitación y sin pausa.

Afirmamos que la preparación psicológica para la guerra se realiza en los tiempos de paz y que es durante la guerra cuando se recogen los frutos de esa larga labor psicológica sobre civiles y soldados, tanto propios como a través de las influencias ejercidas durante esa "paz"  adversarios.

Como dije en mi anterior clase, se llama moral de la tropa combatiente su estado de "elación". Esto es, cuando el soldado, individual y colectivamente considerado, carece del mínimo te¬mor y de la mínima duda; cuando tiene una inquebrantable confianza en sus jefes mediatos e inmediatos, cuando mantiene la disciplina en todos los aspectos de su vida y acrecienta su agresividad frente al enemigo, cuando, en una palabra, sabe a conciencia plena, que luchando defiende su vida y la de los suyos, que defiende a su Patria y que alcanzará un porvenir mejor.

El hombre tiene siempre vigilante su "instinto de conservación" y la guerra no lo atempera, sino que lo acrecienta. A ese "instinto de conservación", que puede ser negativo bélicamente considerado, hay que transformarlo paulatina pero firmemente en un instinto social. El soldado debe comprender que lucha por solidaridad con sus semejantes que también luchan o también sufren los rigores de la guerra. Una de las maneras de llegar a ese instinto social es valorizando el sentimiento patriótico, laten¬te en todo ser normal. La otra es dando al soldado una doctrina de guerra. No olviden ustedes que los psiquiatras somos técnicos en materia de reacciones psicológicas del ser, tanto como en materia de las relaciones psicológicas entre los hombres, como así entre éstos y la comunidad entera.

Por eso podemos afirmar que la guerra se hacía antes con hombres, luego se hizo con materiales, más tarde con un gran conductor, y ahora se hace con todo ese conjunto de elementos acrecentado al máximo. A todo esto hay que agregar, empero, ideas, conceptos y una firme doctrina que abarque la totalidad del ser individual y del ser nacional.

Componentes de la moral de guerra

Vamos ahora a enumerar los componentes de la moral de guerra, de guerra moderna se sobreentiende, los que se pueden dividir en cuatro grupos, a saber:

A) Un componente defensivo individual, que comprende la "selección" psicológica de los oficiales y la selección psicológica de la tropa.

Esto se complementa por componentes agresivos que comprenden a su vez: la doctrina de guerra, la "preparación" psicológica de los oficiales y de la tropa y la técnica de la guerra psicológica.

B) Un componente psicológico de la zona militar, tomado en su conjunto.

C) Los componentes psicológicos de la retaguardia o de la población civil y su estilo de vida y, finalmente,

D) Un componente activo y ofensivo, de incidencia colectiva. Estudiaremos esto, distribuyendo el tema en varios capítulos.

Selección psicológica de los oficiales

Esta selección, que es básica, se realiza en los tiempos de paz en los institutos militares y en los tiempos de guerra en los campos de entrenamiento. Yo considero que en éstos ya hay que te¬ner realizado todo lo anterior.

Ya hemos dicho que, en materia de GP está todo por aprenderse y son pocos los antecedentes que se hallan a nuestro alcance. Los modelos alemán, soviético y norteamericano, si no son del todo impenetrables, por lo menos, como es natural, son celosamente reservados. Sin embargo, tenemos el modelo alemán que, a nuestro entender, es el mejor.

La base hallábase en el Instituto o Laboratorio de Psicología Militar, cuya organización y principios no son conocidos, pero tampoco, como he dicho, impenetrables a nuestra sagacidad y a nuestros estudios técnicos. Dicho instituto, creado en los tiempos del régimen nacional-socialista, fué dirigido siempre por un alto jefe militar y por una comisión asesora de psiquiatras y psicólogos oficiales. En el año 1939 los especialistas de la materia eran 2.000 e inmediatamente después de la movilización ese número se elevó a 5.000.

El Instituto de Psicología Militar dictaba cursos y preparaba médicos y oficiales, indistintamente. Publicaba una Revista de Psicología Militar que alcanzó a constituir una verdadera biblio¬teca, de valor inapreciable. Desgraciadamente, no he logrado conseguir ni un tomo siquiera de esa colección. Los maestros psicólogos alemanes crearon el concepto de "Soldatemtum", cuyo equi¬valente castellano sería "espíritu militar". ¿A qué tiende ese espíritu militar? A fundamentar una actitud, una conducta psicológica, diríamos mejor, profunda e instintiva, en virtud de la cual, el hombre-soldado vive para dar todo por su Patria; a agrandar, a aumentar ese espíritu, ante el peligro y a aumentarlo más aun en la lucha y en el contraste; a determinar sus factores formativos, a identificarlos también en los posibles adversarios de modo de obstaculizar en ellos su fructificación, promoviéndola en cambio en el propio pueblo.

En resumen, se enseña a todos a vivir en la paz, pero en actitud de soldado, es decir, con espíritu de sacrificio, con espíritu de deber, con disciplina, con subordinación a ideas superiores y con respeto profundo a las jerarquías, y se influencia a los posibles enemigos dificultando que sus hijos desarrollen cualidades similares. Ustedes conocen el concepto de "Nación en armas". Apliquemos, pues, a ese concepto, el caudal de la ciencia psicológica, y tendremos el ideal hacia el cual debemos tender desde ya.

El objetivo principal del Instituto de Psicología Militar a que aludo, era el determinar las características psicológicas del buen jefe.

¿Cómo lo hicieron los alemanes? Pues descubriendo algo así como la piedra filosofal: estudiando a fondo, minuciosa y exhaus¬tivamente la psicología es decir la medida de la "fuerza" del es¬píritu de sus grandes jefes: Moltke, Blücher, Scheimhorts, Gneisenau, etc. Del conjunto de las virtudes psicológicas de aquellos grandes conductores, dedujeron y determinaron el prototipo ideal del jefe militar alemán.

Las virtudes de este prototipo, son:

1º Completo dominio de sí mismo.

2º Poder de sugestión sobre los demás.

3º Decisiones reflexivas y rápidas.

4º Tendencia heroica y "amor a los valores puros".

5º Capacidad de sacrificar las propias comodidades.

Nosotros, los argentinos, tenemos un prototipo ideal, que reúne todas las virtudes señaladas, en grado excelso: es el general don José de San Martín. En la anterior clase demostré la pro¬fundidad psicológica de nuestro héroe en su campaña del Alto Perú. Pero, desgraciadamente yo no conozco que se haya realizado hasta hoy un estudio psicológico de San Martín, a los fines militares de configurar el prototipo argentino.

Las virtudes del Libertador, como jefe militar, han sido estudiadas muy parcialmente, siempre en relación con los hechos de la historia; esto es, para fines históricos, didácticos; no para con¬figurar el prototipo ideal del militar argentino.

Claro es que todos ustedes, señores jefes y oficiales, por íntima devoción, toman como modelo las virtudes sanmartinianas, y así podemos enorgullecernos de nuestro ejército todos los argen¬tinos. Pero yo me refiero aquí, a un estudio en abstracto de las condiciones y el espíritu de San Martín, para concretar luego las mencionadas virtudes autóctonas.

Ese estudio, seguramente, se hará  y sólo extraeremos beneficios de él.

Principios fundamentales de la selección

Indiscutiblemente, se impone la creación de nuestro Instituto de Psicología Militar. No es que se trate de calcar nada de lo ya hecho. Pero puede adaptarse, mejor dicho, debe adaptarse si es que existe algo hasta ahora.

Yo no conozco al Instituto Alemán. Apenas se tienen de él vagas referencias. Sin embargo, de lo ya expuesto surge la necesidad de la creación de un instituto de tal naturaleza en la Ar¬gentina, el cual, además de su objetivo tendiente a formar el prototipo ideal del jefe, tendría que determinar, como es obvio, los principios en que debe fundarse la selección para obtener el material humano con el cual se obtendrá dicho prototipo.

Para un hombre de la ciencia psicológica, no es difícil establecer dichos principios, que son dos: de conformación y de reacción.

Expondré aquí, en forma simple, esos principios.

De Conformación: como ustedes saben, en cuanto a capacidades la personalidad hu¬mana es un compuesto de 3/4 de dotes congénitas y de 1/4 de dotes adquiridas (por la educación y la cultura).

Para determinar los principios de conformación, son necesarios varios medios de observación y de la consiguiente determinación. El plantel de examinandos del Instituto debe ser obser¬vado en su conducta natural, vale decir, en su hábito, en su modo de ser, en sus reacciones simples, domésticas casi. Este método de observación, si carece de carácter científico a primera vista, es im¬portantísimo. No olvidemos que en un medio natural es difícil que el ser altere su psiquis o la modifique. Ni está prevenido, ni disimula; es tal cual es. La observación directa es larga, requiere sagacidad, pero da los primeros buenos resultados. Con ella sola ya hay un principio cierto de selección.

La observación posterior se realiza por medio de los tests, sobre los cuales no voy a explayarme aquí. Sin ser sus resultados definitivos, ni mucho menos, sirven para una determinación de que hablaré oportunamente.

Los tests miden los sentidos, las reacciones sensorias del ser. En verdad, son algo mecánicos, y no hay que olvidarse que la psicología es la medida de la fuerza del espíritu, y que el espíritu es algo más complejo y grande que los sentidos. Mi experiencia personal de lo que se llama psicología, por ejemplo, en los exámenes para nuestros pilotos aviadores, me han hecho comprobar errores garrafales de los tests. Se puede calificar con diez puntos por medio de los tests y, a la luz de la verdadera psicología, merecer el mismo examinado cero puntos.

Tanto la observación directa y natural, como la de los tests, permiten la determinación de las principales aptitudes del ser, esto es, lo que el individuo ya sabe hacer.

Una nueva observación señala las disposiciones naturales del sujeto: esto es, Io que puede llegar a saber y realizar.

Posteriores observaciones determinan los defectos y el carácter. Tenernos así, naturalmente que apenas "grosso modo" por la índole no especializada de esta clase, señalados los principios de conformación.

Los principios de Reacción son dos: que se refieren a la capacidad de adaptación del sujeto al medio y el don de simpatías afectivas que posee. Estamos ya en algo más complejo, pero nada difícil de realizar. Para todo tenemos un método práctico de exámenes, siguiendo el desarrollo lógico de varias pruebas.

Método práctico de examen

Nos iniciamos con un plantel de futuros oficiales. Las pruebas a que deben ser sometidos, ya en forma directa o en forma indirecta, ya naturalmente, ya científicamente, pueden resumirse en seis: la prueba biográfica, la prueba de los medios de expresión, las pruebas psicológicas o de inteligencia, las pruebas de eficiencia y de voluntad, las pruebas de audacia y, finalmente, las pruebas de mando.

No puedo entrar en detalles, que alargarían desmesuradamente esta clase. Me bastará, para dar una idea general, referirme a las características de las pruebas biográficas. Hay que estu¬diar y analizar los recuerdos infantiles del alumno, tan importantes para cualquier fundamentación psicológica; hay que conocer, aunque sea por las propias referencias, su comportamiento en el hogar, en la escuela, con sus amigos, las lecturas hechas, los juegos y distracciones preferidos. Todo ello da un conjunto de observaciones básicas, cuya alteración no es grande en el desarrollo ulterior del individuo.

Las pruebas de los medios de expresión se refieren a lo siguiente: la capacidad del alumno para la conversación espontánea; su humor, variable o firme, triste o alegre, dicharachero o silencioso, malo o bueno, etc.; su gesticulación, ya sea por visajes faciales, por las manos, los brazos y aun todo el cuerpo: su capacidad de expresión y, en fin, su capacidad de reacción. No podemos negar tampoco el examen grafológico como método práctico de estudio. Tiene revelaciones siempre interesantísimas.

Las pruebas psicológicas o de inteligencia corresponden a los planteos de problemas diversos y a exámenes y observaciones de la memoria y del razonamiento. De las reacciones a estos exá¬menes el psicólogo obtiene ya un verdadero estado del alumno, para determinar su capacitación posterior.

Ese estado se complementa con las pruebas de eficiencia y de voluntad. Las podemos resumir en cinco preguntas al examinando o alumno; claro es que hechas a lo largo del tiempo de un curso, por ejemplo. Las preguntas en cuestión, son: ¿Qué programas o qué propósitos ha tenido en su vida hasta el momento actual? ¿En qué proporción ha cumplido sus propósitos? ¿Cuántas veces los ha intentado? ¿Cuántas ha fracasado? ¿Cuántas ha triunfado?

La índole de las respuestas obliga al psicólogo examinador a elaborar un informe reservado para la superioridad.

En las dos siguientes pruebas entramos ya en las habituales para los señores oficiales. Las de audacia y las de mando son habituales en el nuestro y en todos los ejércitos. ¿Puede realizar una "aventura" difícil? ¿Se anima a ello? ¿La realizaría espontáneamente? ¿La realizada por una orden? La realización ¿sería verdaderamente de una audacia razonada, no de una simple temeridad?

En el caso de la prueba de mando, o "Führer-probe", como la denominan los alemanes, se llega al comando de un grupo de subalternos desconocidos, para una acción determinada. Ustedes conocen todo esto y lo han realizado. Pero estos sus ejercicios habituales, hasta de rutina, en el examen a que me refiero deben ser controlados no sólo por los jefes militares, sino también por los psicólogos.

Todo lo que antecede, realizado en los cursos del Instituto de Psicología Militar, proporciona al comando, sin lugar a dudas, un informe caracterológico cabal del oficial, mediante el cual se llega al diagnóstico y el pronóstico de la personalidad militar.

El Libro de Especialidades del Ejército, donde se enumeran las condiciones psicológicas o aptitudes para el aprendizaje de determinadas armas, es indispensable para la orientación pro¬fesional y para la formación del criterio psicotécnico. Del conjunto de todas estas pruebas surge el prototipo de nuestro jefe. A ello hay que llegar para realzar más aun la vocación y la profesión militares y para la mejor defensa de la Patria, con¬fiada a las armas en última instancia.

Hay que añadir, pues, a la ficha de salud con que hoy contamos, la Ficha Psicológica integrada por las pruebas a que me he referido. Así se evitaría, con tiempo, la incorporación a las fi¬las del ejército de jóvenes que fracasarán indefectiblemente, más tarde o más temprano, así como las bajas prematuras y los fracasados por fallas insanables no atinentes ni a su voluntad ni a su conducta, ni siquiera a su inteligencia, sólo mal encauzadas.

3º Selección psicológica de la tropa

Sabido es cómo se realiza hoy el ingreso de nuestros jóvenes conscriptos a los cuarteles. Por ello no voy a abundar en el detalle de las fallas, hasta ahora no subsanadas. Sin embargo, mi experiencia de muchos años me dice que gran número de los castigos serios en las promociones de conscriptos por actos de indisciplina reiterada, de insubordinación, de mala conducta, se deben a graves anormalidades psíquicas de los mismos. En el futuro, debemos esperar que se llegue —por necesidades de la Guerra Psicológica a realizar también una selección psicotécnica de nuestros soldados antes del ingreso a las filas.

Es lo que constituye la selección psicológica, precisamente, encomendada a médicos especialistas. Las fallas orgánicas no son suficientes para el rechazo de los conscriptos, sino que son las fallas mentales las que deben preocupar de inmediato.

Dos métodos de selección existen: uno directo y otro indirecto.

El primero, a cargo de médicos, estudiado por el doctor Mira y López, es muy complejo y poco práctico. Consiste tan sólo en la observación del futuro conscripto sobre sus lesiones graves —groseras, diríamos así y hasta perceptibles a los más legos en la materia.

El segundo, o sea la selección indirecta, es un sistema norteamericano que consiste en un estudio previo realizado entre la tropa aquí podría hacerse de inmediato con los conscriptos incorporados— realizado por oficiales y suboficiales con nociones bien aprendidas, estudio previo que se prolonga por treinta días.

Ya no se trata de una investigación médica, sino de una investigación psicológica. Todos ustedes, señores oficiales, conocen el elemento humano que llega cada año a los cuarteles, pues bajo vuestra vigilancia directa han pasado millones de jóvenes. De lo que se trata, en el método de selección psicológica indirecta, es de llegar, en el curso de sus treinta días que no perturban ninguna de las prácticas e instituciones del cuartel a eliminar del servicio a los conscriptos que presentan determinadas rarezas y que no son sino índices ciertos de enfermedad mental. ¿Para qué llevarlos a las filas, o dejarlos en ellas cuando deben ser curados? Más aún: su eliminación se impone porque, como ya he dicho, un enfermo mental, o simplemente un perturbado, resulta un factor de indisciplina permanente, de falta de solidaridad entre sus camaradas, y un peligro verdadero en cual¬quier ocasión o inminencia de conflicto bélico.

Las anomalías o rarezas que ustedes han podido comprobar nada más que viendo directamente a la tropa, son las siguientes: dificultad, a veces insanable, de los conscriptos para aprender, así sean las mínimas nociones de la vida y del ejercicio en el cuartel. Indisciplina reincidente, que no se cura con ningún castigo.

El conscripto normal entra en vereda, como se dice vulgarmente, con dos o tres castigos. El raro, a medida que se le castiga, se pone peor y casi siempre va a terminar su conscripción alargada en algún lugar de castigo, como Martín García. Otra "rareza", bien susceptible, es la del soldado taciturno y solitario. A los veinte años, un joven triste no existe, ni menos un solitario. Las penas, a esa edad, se evaporan fácilmente. Ni el alejamiento del centro familiar que supone la conscripción pone taciturno a nadie a esa edad. La causa es otra y es, simplemente, psíquica. El solitario es por lo común también un enfermo. La tartamudez suele señalar, asimismo, una enfermedad no puramente física, igual que la tendencia de muchos conscriptos que sobrellevan iguales trabajos que sus compañeros a dormirse, aunque sea en un banco o de pie.

La ebriedad o alcoholismo habitual a los veinte años supone una tara; las dificultades en la marcha —aparte cualquier dolencia pasajera lo mismo. Exactamente igual que ante un conscripto negligente o un conscripto agresivo, hay que pensar siempre en una anormalidad psíquica. Otra tara, por fin, es encontrarse ante jóvenes sospechosos de prácticas sexuales antinaturales, aunque algunas de ellas, como el bestialismo (uso de ovejas o vicuñas), pueden venir conformadas por su cultura de origen.

Todas estas observaciones de las anomalías o rarezas que, repito, ante un cuerpo de oficiales y suboficiales especializados no pueden durar más de un mes, permiten confeccionar la ficha psicológica del nuevo conscripto, previo a la eliminación de tales "anormales" de las filas. No quiere esto decir que esos "anormales" deban abandonar la conscripción, sino que dentro mismo de las funcio¬nes del cuartel pueden tener otro destino más adecuado para ellos y para la Patria.

Un militar y un psicólogo laborando juntos eligen bien una conscripción cualquiera y pueden dar destino a todos los incorporados.

La misma selección especial se hace para designar, en la guerra, las tropas antitanquistas, las paracaidistas, los agentes secretos de la quinta columna, los guerrilleros, etc.

En tiempo de paz es más fácil hacerlo. Ustedes no pueden desconocer, en última instancia, que una tropa marcial se logra también por selección física. Pues bien: hay una estrechísima vinculación entre las actividades marciales y el estado mental.

Moltke decía: "Déjenme ver cómo marchan por la carretera dos ejércitos y les diré cuál de ellos será el vencedor". Añádase a esto el estado psicológico sano de la tropa y se tendrá un cabal sen¬tido de la importancia fundamental que tiene la selección previa a que nos hemos venido refiriendo.

4º Componentes psicológicos de la zona militar

Voy a permitirme presentarles ahora un esbozo esquemático de una nación en guerra; es rudimentario, pero exacto.

Una nación en guerra está dividida en cinco zonas diferenciadas entre sí.

La primera zona es la de combate de primera línea. La segunda zona es la militar, de comando, etc. de segunda línea. Estas dos zonas están perfectamente discriminadas, tanto por sus elementos como por sus objetivos y funciones. La tercera zona es formada por la retaguardia inmediata, compuesta por los puntos de partida de los abastecimientos, hospitales, etc. La cuarta zona es la retaguardia mediata, compuesta por la pobla¬ción civil, política y dirigente. Estas dos zonas son indiscriminadas, por sus componentes y la multiplicidad de elementos y funciones que entran en juego. La quinta zona se compone de la reta¬guardia alejada, con el resto de la masa civil, hombres de edad, mujeres, niños, inválidos, enfermos, etc.

Antes de proseguir, y hablando en relación estricta con la guerra psicológica, debemos tener principalmente en cuenta que la conducta humana tiene tres formas de reacción involu¬cradas en tres actitudes:

1º La actitud de defensa, que es determinada, en el individuo y en la colectividad, combatiente o no, por el miedo.

2º La actitud de ataque, que es determinada, como ya hemos visto en la primera clase, por el estado de rabia, tanto en el individuo y en la masa social combatiente o pasiva.

3º La actitud creadora, que es determinada por el amor, por una convicción fuertemente arraigada, por una esperanza.

a) Ideas y convicciones que hay que imponer a la tropa.

Atentos a esas tres actitudes de la conducta humana ante la guerra, los principios de la guerra psicológica imponen la labor de llevar a la tropa ideas y conceptos que la habiliten, en grado sumo, para su acción bélica. Solo es apto para eso un conjunto de nociones. Estas ideas y conceptos, también apenas esbozados aquí, han sido pues materia de larga elucidación y estudio bien fundados y se los aplica en toda organización combatiente. A saber:

1º Las tropas no deben entregarse vivas al enemigo. La entrega al enemigo supone la tortura, la vejación y el fusilamiento, es decir, la muerte. Es más honroso y mejor, desde todo punto de vista, morir en el campo de batalla.

2º Las órdenes del comando y de los jefes inmediatos se dan, no para sacrificar al combatiente, sino para protegerlo. Las órdenes deben ser cumplidas ciegamente, aunque parezcan erróneas, pues el comando y el jefe saben perfectamente por qué ordenan algo.

3º El enemigo es "perverso". Siempre el enemigo debe ser odiado, en combate. Además, el enemigo es débil, no tiene dirección, ni abastecimientos, ni protección. Por ello, concluirá derrotado aunque momentánea, circunstancialmente, puede obtener algunas ventajas.

4º La guerra es dura: el pasado ha sido duro. Lo que seguirá a la guerra, después del triunfo, siempre será mejor. El porvenir resplandecerá más rico y feliz, para el soldado, su hogar y su patria. Hay que crear, pues, la esperanza de la postguerra: la utopía postbélica.

Brevemente expuesto, esta esperanza de la postguerra, desde el punto de vista psicológico, para una nación es fácil de lograr. Hay que poner el acento en los objetivos nacionales: su libertad, su gran¬deza, su prosperidad, su sentido de la vida, sus convicciones religiosas, la economía liberada del enemigo o de las tutelas extrañas, la soberanía, etc.

Cuando se trata de varias naciones, unidas en guerra, la esperanza hay que fundarla forzosamente en algo más abstracto. Las cuatro libertades de Roosevelt - Churchill, por ejemplo; el espacio vital de Hitler; la comunización del mundo capitalista de Stalin.

En una palabra, hay que crear en la masa combatiente y en la civil también como veremos, la esperanza, ya de la nación, ya de un mundo mejor. En realidad jamás se tratará de una mentira, sino de una expectativa sincera, un objetivo de verdad puesto como tal, verdad que debe hacerse carne en todos los ciudadanos y en los aliados circunstanciales por todos los medios.

Para llegar a ésto, los medios son innúmeros; pertenecen a la farmacopea propagandista, a ese laboratorio de ideas en que tanto el Poder Político como el Poder Militar de un pueblo de¬ben coincidir armoniosa e inteligentemente para cumplir a conciencia con su deber de conductores de una comunidad.

b) Diferencias psicológicas entre las distintas zonas de acción en la guerra.

Volvamos ahora a nuestro esquema sobre las distintas zonas de acción en la guerra, las que habíamos dividido en cinco. Todas esas divisiones, para el psiquiatra, son también distintas zonas psi¬cológicas y deben ser consideradas, diferenciándolas  como que ellas son distintas en sus elementos humanos, en sus objetivos, en su acción, en su gravitación para el triunfo y en sus medios específicos.

Hemos expresado que las zonas 1 y 2 son de carácter militar discriminadas, en las que actúan tropas y hombres ya seleccionados. Quiere decir, que los efectivos combatientes están forma¬dos por elementos más combativos, los más adiestrados y los más sanos física y moralmente. Todo comando procede así en la concentración de sus fuerzas. Además, psicológicamente, la moral im¬perante en las mencionadas zonas militares es muy elevada. La tropa, y naturalmente con ella sus jefes, oficiales y clases, están más cerca del enemigo: podría decirse que casi lo "tocan". Y, dato más importante, el poderío material de la fuerza combatiente (cañones, tanques, aviones, armas de toda clase) proporciona toavía una mayor confianza y un más pronunciado espíritu de lucha.

Todo eso da el siguiente resultado: la disciplina militar impera absolutamente, y con ella el orden y su consecuencia, el espíritu de solidaridad, de cooperación y sacrificio.

Las reacciones psicológicas, en las dos zonas son, pues, magníficas, pero hay que cuidarlas, mantenerlas y reforzarlas, para lo cual los métodos son casi infantiles, según veremos.

Muy distintas son las tres restantes zonas, indiscriminadas: la 3ª o sea la de abastecimiento y sanidad; la política y la de masas pasivas. En ellas se concentran aparte de los técnicos los comandos políticos que, como es sabido, cuando pueden, perturban; y de hecho siempre ocurre esto en una guerra, si no se hallan perfectamente sincronizados con los comandos militares. La política no es materia disciplinada de suyo y, en circunstancias bélicas, mucho menos.

Además, en dichas zonas se congregan los inaptos, los ancianos, los niños, las mujeres que los atienden, los enfermos, los cobardes camuflados, los extranjeros, los agentes secretos y los quintacolumnistas destacados por el enemigo. Por otra parte, y aunque parezca ba¬ladí mencionarlo, el acceso a las tres zonas y el mayor contacto entre ellas se realiza por medio de las mujeres, que cohesionan los hogares y lógicamente se convierten en vehículo de todas las noticias del frente y de los sucesos políticos malos y buenos.

El resultado es que en las tres zonas es más notoria y visible la indisciplina por la heterogeneidad de sus elementos, por su falta de solidaridad y de cooperación y por las diversas turbaciones, neurosis y psicosis de la masa en cierto sentido inactiva y al margen de la realidad de la guerra.

Es un axioma que en toda guerra la retaguardia debe reforzar la zona militar, bélica propiamente dicha, y que si ello no sucede, el fracaso es inevitable. Todos los derrumbes comienzan no en el campo de batalla al fin y al cabo subsanables sino en cuanto el "plafond" moral y psicológico de las grandes masas pasivas comienza a descender.

¿Quién puede controlar con todo rigor ese "plafond"? No por cierto el propio poder político, la policía a su servicio, los medios de propaganda, etc., sino las zonas militares mismas. Esto es, en definitiva, la Conducción Militar, responsable de la guerra. No hay que olvidar jamás esto y débese obrar, repito, desde los tiempos de la paz, para no improvisar en plena contienda.

c) Método de contralor psicológico de las zonas militares.

Ya he dicho que psicológicamente hablando, las dos zonas eminentemente militares no constituyen problema grave debido a su unidad de acción, de mando y a la disciplina imperante. Sin embargo, es imposible descuidar al elemento humano y combatiente. Como en las zonas militares, por diversos medios, tiene entrada la mujer proveniente de los otros sectores empleadas, dactilógrafas, enfermeras, etc. hay que vigilar, en primer término, a ese elemento femenino que lleva y trae informaciones externas, rumores, lo que "se dice", etc.; versiones que pueden causar cambios psico¬lógicos en el hombre que está en el frente.

Bien sabido es que es preciso, desde todo punto de vista, que actúen en medio de las tropas psicólogos camuflados que estudien todo lo que pase entre los soldados. Esos psicólogos, que maniobraron con toda sagacidad en la consecución del poder en Rusia, China y los dos bandos de la última contienda mundial, son a modo de agentes detectores de todo lo que se habla y piensa en las filas y, por lo tanto, diríamos que son los sismólogos del estado psicológico de los combatientes. Es fácil inferir de esto la verdadera importancia de su actividad.

Otro conocido método a emplear sin dubitación es el contralor, o, más aún, la censura de la correspondencia. Deben darse instrucciones precisas antes, para los que escriben cartas, tanto del frente a la retaguardia como de ésta a aquél. En ningún caso debe mencionarse información alguna que pueda ser útil al enemigo. Tampoco se deben transmitir informaciones pesimistas, intranquili¬zadoras o desalentadoras. Una vez dadas las instrucciones y repetidas hasta el cansancio, hay todavía que proceder a la censura propiamente dicha. Las instrucciones antedichas sirven igual¬mente para todo individuo que circule entre las distintas zonas.

Como digo, éstas son medidas psicológicas pasivas. Las medidas psicológicas activas son muchísimo más importantes y complejas.

Para actuar sobre la psicología de la tropa es necesario tener en debida cuenta las tres formas clásicas de conducir a los seres humanos y de incidir sobre su conducta y, por lo tanto, sobre su acción toda.

Esas tres formas son: la persuasión, la sugestión y la compulsión.

Brevísimamente, podemos decir que la primera, o sea la persuasión, se dirige principalmente a la razón y que es eficaz cuando se actúa sobre hombres inteligentes y cultos.

La sugestión, en cambio, se dirige al sentimiento y actúa sobre los seres sensibles, sobre los temperamentos artísticos y religiosos.

Por fin, la compulsión o coerción se dirige a la voluntad de la persona, al concepto del deber que tenga la misma, aunque sea elemental. Es eficaz frente a seres poco ilustrados, que son la mayoría, y poco sensibles. La compulsión es el arma de la policía y de la ley.

Psicológicamente, el ideal es una combinación de estas tres formas de conducción de los individuos y de las masas, tanto en la paz como en la guerra.

Cae de su peso que, para que tales fuerzas conductoras psicológicas puedan actuar eficazmente, en plenitud, hay que realizarlas, vehiculizarlas de distintas maneras y con distintos medios. En las zonas militares se procede por la propaganda, por la difusión y por medidas ejemplares.

La propaganda, más que nunca debe ser persuasiva, convincente y, como decimos los criollos, "entradora". Mejor si se realiza por medio de cifras, por estadísticas, en forma altamente sugestiva, dirigida rectamente a los mejores sentimientos y virtudes del ser, del pueblo. También debe ser compulsiva, porque no hay que dejar jamás de lado el concepto de que la violación de la disciplina es pasible de los más serios castigos. Esta propaganda es, por cierto, inmensa, de una rica variedad de facetas, y se realiza por técnicos que no faltan en ninguna comunidad.

La ridiculización del enemigo, así como su menosprecio, tienen que ser difundidos incansablemente y por todos los medios, desde los más dramáticos a los puramente humorísticos.

Finalmente, quedan las medidas ejemplares.

Los combatientes deben saber que si el Poder Militar está obligado a proceder violentamente contra los diversos infracto¬res, la violencia se aplicará sin duda y sin vacilación alguna. Del mismo modo, naturalmente, se procede con el enemigo captuado. No vale la pena recordar innúmeros testimonios de todas las guerras, aun de las más recientes, de las dos últimas.

Medidas estimulantes y coadyuvantes del alto nivel psicológico en las zonas militares, son la igualdad y la justicia en el trato a todos los ciudadanos, como así el contacto de los combatientes con las más altas personalidades de todos los sectores de la inteligencia o la popularidad: autores, actores y actrices, conferencistas, sabios, periodistas de nota, deportistas, etc.

En una palabra, hay que emplear todos los medios para mantener y fortalecer la moral combatiente, que es la alegría sana del que lucha por un alto ideal.

5º Componentes psicológicos de la retaguardia

A. Métodos de exploración de la opinión pública.

A medida que avanzo en esta exposición, como ya me ha sucedido en la primera clase, compruebo que paso sin detención o mayor análisis sobre todos los tópicos y apenas los desarrollo; esto por dos razones: es que muchos de ellos son conocidos por ustedes, siquiera por referencias o por intuición.

Esa es la primera razón. La segunda es que lo que estoy exponiendo es de una gran vastedad, y desarrollarlo en todos sus aspectos y matices sería materia de uno o varios volúmenes, o de un curso completo. En mi caso no hago más que señalar a grandes trazos lo que posteriormente las autoridades militares entenderán necesario ampliar y estudiar exhaustivamente.

El principio orientador de toda acción psicológica en las tres zonas de la retaguardia, es el siguiente: nadie es vencido hasta que cree estar vencido, por lo cual hay que impedir por todos los mo¬dos que alguno llegue a esa creencia.

La opinión pública, la masa total de la retaguardia, debe ser "explorada" sistemática y continuamente, con lo cual se logrará señalar el estado de la opinión o, en otras palabras, la moral co¬lectiva.

La exploración debe realizarse en distintas formas. Por la observación directa de hechos sugestivos, imprevistos o meramente raros. Siempre una masa tiene reacciones diversas ante hechos iguales. El interrogatorio de un número determinado de personas tomadas al azar el método de la encuesta da resultados lógicos. Si la mayoría, por ejemplo, cree en la victoria, bueno; si la mayoría es pesimista, malo. Si está triste, malo; si está eufórica, muy bueno. Y así sucesivamente.

El método estadístico es de una importancia extraordinaria y no puede descuidarse nada al respecto. Estamos, como he dicho, en las zonas de retaguardia, pero el caso es aplicable a los militares. ¿Qué cantidad de bebida se vende? ¿Mucha? ¿Poca? ¿Concurren gran cantidad de personas a los espectáculos que se ofrecen? ¿Pocas? ¿Hay un alto o un bajo porcentaje de volun¬tarios? ¿De qué edad, condición, categoría? ¿Aumenta o disminuye el número de desertores? ¿Por qué desertan? ¿Por cansancio, por temor, por convicción de que "ya nada hay que hacer"? ¿Los permisos "por enfermedad", aumentan o disminuyen?

Las respuestas a estos interrogatorios, las cifras que vayan dando las estadísticas, al ser tamizadas psicológicamente darán infaliblemente el estado moral, tanto de la tropa combatiente como de la masa inactiva de la retaguardia.

Diversos experimentos ampliatorios pueden realizarse también. Doy unos pocos ejemplos. En la retaguardia se publican diarios, y de pronto, en algunos de ellos, aparece un aviso. Una empresa equis da facilidades para que se pueda abandonar el país rumbo a otras tierras. Las solicitudes de datos que lleguen al diario por ese aviso constituyen un índice sugestivo. En una población de sano espíritu, no pueden darse jamás muchos casos de estos "desertores" que, al fin y al cabo, son gente que huye del hogar, de su medio de vida, de sus afectos, hasta de sus negocios y trabajos.

Ciertos chistes exploradores, por radiotelefonía, y su mayor o menor aceptación en las masas, constituyen también un aporte para el análisis psicológico de la masa.

Como ustedes ven, la gama de todo esto es variadísima. Podría decir que es inacabable.

B. Indices psicológicos de la retaguardia.

La simple observación directa, sin complicaciones mayores, proporciona a los elementos especializados a los que deben llamarse, desde ya, psicólogos y técnicos de la guerra psicológica— los índices o estados psicológicos de la retaguardia.

Tres son esos estados psicológicos, perfectamente definidos: el excelente, cuya tónica es normal; el mediocre, cuya tónica es el cansancio, y el malo, cuya tónica es la fatiga y el estupor.

1. Estado psicológico excelente.

Veamos este estado, que es el de la buena moral de la masa pasiva. Tiene exteriorizaciones, como digo, simples; unas de carácter general, otras de carácter especial.

Las exteriorizaciones generales son: el aporte intenso y espontáneo de dinero para todos los fines de la guerra; la proliferación de proyectos, planes, inventos, iniciativas que se ofrecen desde todos los sectores, ya de la actividad civil, ya de la militar; la orgullosa exhibición de insignias, emblemas, banderas, retratos, efigies, objetos alusivos, etc.; la venta de músicas, cantos, novelas, discos, recuerdos patrióticos, etc.

Las exteriorizaciones especiales de ese estado psicológico excelente pueden resumirse así: vítores, aplausos, ovaciones a los representantes de las fuerzas armadas; concurrencia entusiasta a los actos de carácter cívico organizados por los gobernantes; chistes despectivos sobre el enemigo; amplio crédito, sin discu¬sión, a las informaciones de carácter oficial; ausencia casi total de rumores, infundios; elaboración de planes y proyectos para la postguerra.

Todo esto, como se deduce, es normal, psicológicamente hablando. La tónica no puede ser mejor, ni para el desarrollo, ni para la prosecución de la contienda.

2. Estado psicológico mediocre.

Del mismo modo, este estado psicológico mediocre, que se singulariza por la tónica del cansancio colectivo, tiene exteriorizaciones generales y especiales. Las primeras son: el aumen¬to del agio y de la especulación; la creación de los mercados negros; la discusión, abierta o embozada, sobre la obra de gobierno y la conducción militar de la contienda; la indiferencia, cada vez más acentuada, por las noticias, por la literatura de la guerra, por los comunicados del frente, la resistencia a creerlos veraces, el aumento de las organizaciones de socorro y ayuda, la aparición de supersticiones.

Las exteriorizaciones especiales de ese estado psicológico se resumen: en la frialdad popular hacia las fuerzas armadas, la escasa concurrencia a desfiles o revistas, el aumento creciente de la chismografía, el disconformismo, sarcástico o humorístico, sobre las fallas de la organización nacional política y aun militar, la aparición de los "pacifistas", el estallido progresivo de diversas neurosis, los "slogans" desalentadores, como por ejemplo: "esta guerra no se concluye nunca". También se cuenta en esto la facilidad de la propagación de los rumores, especialmente de los que se refieren a pérdidas bélicas o desavenencias entre los jefes militares, o entre éstos y el poder político; la reaparición de pequeños partidos, etc.

La tónica del cansancio, característica de este estado psicológico mediocre de las masas en la retaguardia, es ya precursora del que está "medio vencido". Hay que levantarla con todos los recursos y realizando todos los esfuerzos si no se quiere llegar al:

3. Estado psicológico malo.

Indubitablemente, cuando una retaguardia ha llegado al estado cuya tónica es la fatiga y el estupor de la mayoría, la nación que lucha está prácticamente vencida. Ese estado psico¬lógico precede casi inmediatamente a la derrota.

Las exteriorizaciones generales de ese estado psicológico son: el déficit cada vez más acentuado de la producción, a pesar de las medidas compulsivas de que se pueda echar mano; el desborde impune del agio, de la especulación y del acaparamiento; la desaparición de toda iniciativa bélica; la indiferencia, el fastidio y la falta de reacción ante la propaganda de guerra.

El estupor aquí, se concreta en un "slogan": ¿Para qué seguir? Finalmente, el pueblo cumple de mala voluntad, a regañadientes, o no cumple, las medidas o las órdenes oficiales.

Las exteriorizaciones especiales de este estado psicológico malo son: la aparición desembozada, altanera, de los "pacifistas" que dicen: "Queremos la paz". Además se opera el aumento de actividad de los partidos políticos antinacionales; la proliferación, como en desbandada, de la gente que renuncia a los cargos directivos; los aumentos de la delincuencia mayor y menor; de los suicidios, de las neurosis —también entre jefes y oficiales— y por fin, el aumento inusitado y como repentino, del número de alienados.

Fuera de toda duda, este estado psicológico es, irremedia¬blemente, el de la derrota; y es insalvable.

6º Medidas para evitar la caída psicológica del frente y de la retaguardia

En el transcurso de esta clase he mencionado las medidas activas que se toman como arma agresiva de la guerra psicológica.

De todo lo que hasta aquí he dicho, se desprende que no es posible esperar a que se derrumbe, ni mucho menos, la moral del combatiente y del elemento de la retaguardia, sino, todo lo contrario: que hay que prevenir, y con tiempo, cualquier síntoma de esa caída que sólo lleva a la derrota, tanto militar como civil. Deben adoptarse, entonces, y con toda amplitud, métodos preventivos drásticos.

Estamos ya en un terreno de práctica más conocida, indudablemente, pero los tiempos cambian, y de guerra a guerra mucho más. La organización de la vigilancia psicológica de la tropa es esencial y debe integrarse el comando de cada regimiento con un médico militar que haya estudiado psicología. El cuerpo de asesores psicólogos del Comando Supremo es el ordenador y rector de todas las medidas a adoptarse.

La guerra es un desorden, desde el punto de vista del individuo humano. La guerra distorsiona en forma casi absoluta el orden, la normalidad en que ha vivido el ciudadano. Por lo pronto, tiene una misión nueva, que no ha sido nunca su misión anterior. Antes trabajaba, estudiaba, comerciaba, hasta vivía de rentas. Hoy, lucha. Antes vivía en un medio ambiente social, determinado por su hogar, su familia, sus ocupaciones, sus ami¬gos. Hoy, en guerra, vive en un medio totalmente distinto. Antes podía dirigir y hoy es dirigido. Antes podía elegir su modo de ser. Hoy debe aceptar el modo de ser que se le impone.

Toda la vida del hombre queda encauzada, durante una guerra, hacia otro rumbo.

Las nuevas reacciones psicológicas del hombre combatiente deben ser cuidadosamente observadas, analizadas, y deben dár¬sele los substitutos más similares posibles a su vida anterior. Más aún, deben creársele substitutos.

La organización del reposo y de la distracción de la tropa combatiente, de la que se halla en receso, en licencia o herida, es la principal tarea. Porque ya se sabe que la felicidad humana consiste en una perfecta distribución de los períodos de trabajo, de diversión y de reposo.

Los deportes, especialmente, constituyen distracciones que son a la vez excitantes y sedantes y provocan el apasionamien¬to del individuo, por lo que le hace olvidar las penurias del frente de combate. Exactamente sucede con la realización de actos artísticos de toda naturaleza: conciertos, representaciones teatrales —festivas mejor— trasmisiones radiales escogidas; insta¬lación de lugares de esparcimiento como cabarets, bares, salas de juego, etc. Los artistas deben dividir su labor entre la reta¬guardia y el frente y, viceversa, los héroes del frente de guerra deben mostrarse en actos públicos, a la colectividad pasiva. La selección de lecturas constituye una medida preventiva para im¬pedir el decaimiento psicológico de toda la masa, cosa que es de sobra conocido como para insistir en ello.

Pero, repito, todo debe realizarse con un criterio técnico, psicológico y ser estudiado en sus mínimos detalles y en todas sus reacciones.

Un aspecto de lo que tratamos es la organización del compañerismo y la camaradería sobre todo, porque en la guerra el soldado tiende a la desconfianza y al aislamiento, especialmente en los primeros tiempos, y más aún si la contienda se prolonga; lo cual hay que impedir, de todos los modos, que se produzca. Si no se forman espontáneamente, tienen que formarse como pequeños "klanes" de camaradas, unidos por el orgullo del batallón, por un triunfo casi personal, por un "modo de ser", hasta por una región determinada. Esta es labor que requiere también la constante observación de la tropa.

Existe, además, para el Mando en guerra, un serio problema psicológico y es el de asegurarse la obediencia ciega de los sub¬alternos, sin que ello implique destruir el respeto, el cariño y el sentimiento de camaradería.

Ya sabemos que una cosa es el "poder" proveniente del grado y de la jerarquía y otra cosa es la "autoridad". La autoridad, más que un concepto meramente disciplinario y jerárquico, más que una imposición, es una emanación de la propia personalidad; vale decir, es un concepto moral. Aunque parezca paradójico, la autoridad no surge de arriba sino en un solo aspecto, profesional diríamos; surge de lo que opinan los de abajo. El prestigio del jefe, el afecto al jefe, parten de sus soldados.

Si esto es verdad en tiempo de paz, lo es en grado sumo en tiempo de guerra. Por otra parte, han variado en las últimas décadas las ambiciones del ser humano, tanto en el orden civil como en el militar.

El soldado de ayer era soldado. Hoy es el soldado-ciudadano, el soldado-hombre y no una máquina. Es un combatiente, sí, pero no deja de ser hombre, con sus defectos y con sus virtudes, con sus sentimientos, su orgullo, su honor, su personalidad. Esta personalidad es la que debe ser tenida en cuenta principalmente por los conductores militares, con tacto y con inteligencia.

Nuestros viejos maestros desconocían la psicología infantil. Creían que la letra con sangre entra. Todas las modernas con¬quistas pedagógicas referentes a la educación del niño se basan en el reconocimiento y el respeto de su personalidad, así sea ésta embrionaria, como lo es.

También el mando militar debe actuar, ahora más que nunca, con más conocimiento de esa personalidad que constituye el ser integral — y que no se pierde porque el ser pacífico se con¬vierta en ser guerrero.

Nosotros mismos, psicólogos y psiquíatras, hemos adoptado nuevos conceptos para el trato con el alienado y el delincuente. Ya no tenemos delante nuestro un anormal o un culpable, sino una "personalidad", extraviada o perversa, pero personalidad al fin.

La autoridad violenta, en todos los órdenes de la vida, ha dado paso a la autoridad persuasiva y razonadora. Indiscutiblemente es mejor que sea así, pero todos debemos adaptarnos a este concepto y la autoridad militar lo mismo.

La clásica disciplina rígida se ha hecho, y tiende cada día más a tornarse, flexible, sin perder nunca el dominio del subalterno.

Durante la última guerra mundial se ha visto a soldados nazis y a soldados soviéticos conversar y discutir sobre política y sobre el mismo proceso de la guerra con sus oficiales. Véase la necesidad de que éstos tengan desde ya un dominio, siquiera parcial, de las nociones psicológicas. La conciencia de la guerra, entre oficiales y tropas, impone una mayor flexibilidad, pues; tanto mayor, cuanto más la guerra se prolonga. A este respecto permítase esta anécdota.

Un soldado belga escribe desde el frente a su madre: "Hace poco creí que la guerra concluía porque los oficiales habían vuelto a tratarnos mal. Pero ya estamos todos desilusionados, porque ahora los oficiales ya nos tratan bien". Definitivo.

La pasada guerra nos ha mostrado ejemplos rotundos de intimidad de los comandos con la tropa, aun de los rígidos alemanes o de los fríos soviéticos. No digamos nada de los norte¬americanos, que se pasan a la otra alforja.

En resumen, y para concluir, por hoy, con esta extensa clase:

La guerra es una ciencia y un arte en el concepto clásico. La psicología es uno de los elementos de ese arte, más que de la ciencia.

El artista es el que logra manejar, combinar, amalgamar, todos los factores, artísticos y científicos, de la guerra, y ponerles el acento que corresponda al medio y al tiempo en que actúa. La psicología de la guerra, en fin, es un arte nuevo y atractivo, de inmensurable gravitación en los tiempos venideros.



III. — LO QUE DEBE SABER UN OFICIAL SOBRE EL

ESTADO MENTAL DE CADA SOLDADO

Y SUS POSIBLES TRASTORNOS



Estudiadas en las anteriores clases los diversos aspectos psicológicos en relación con la guerra, las fuerzas armadas y la población civil, me propongo en esta última —última por ahora, ya que tal vez la superioridad disponga otra cosa— abandonar todo tecnicismo, de suyo farragoso; y en forma lo más simple y amena posible, explicar lo que, mínimamente, debe saber un oficial respecto al estado mental de su tropa.

Vamos a asistir, pues, a una clase de carácter práctico y no científico. He tenido presente, para esta conferencia, sobre todo el Reglamento militar norteamericano en su relación con la ense¬ñanza de las enfermedades mentales en el Ejército de los EE. UU. Las láminas que ilustran mis palabras y que explicaré después, han sido copiadas, con leves variantes, de dicho Reglamento.

Instrucción en la paz sobre el estado mental de la tropa.

Los norteamericanos, siempre vigilantes y estudiosos, comprendieron durante la pasada guerra mundial que era necesario instruir a los oficiales, en la paz, sobre los diversos estados men¬tales de sus subalternos, mediante conceptos básicos sobre dichos estados. Crearon así, en el Instituto de Estudios Superiores, un curso obligatorio de diez a quince clases sobre psiquiatría militar. Naturalmente que, si tenemos en cuenta los puntos fundamentales abordados en las dos clases anteriores, dicho curso norteamericano es simplista, elemental casi; pero, principio quieren las cosas, como dice el refrán. Por lo pronto, es en Norteamérica donde han comenzado a tomar en serio todos los problemas psicológicos y psiquiátricos relacionados con las masas durante la paz. En ese sentido, los alemanes, con el Instituto Militar de Psicología, cuyos detalles he explicado antes, les sacaron una buena delantera. Ahora se trata de recuperar el tiempo perdido. No sigamos perdiéndolo nosotros por falta de conocimientos, por indecisión en el planteo de los problemas, o, simplemente, por desidia. Todas las omisiones se pagan caro más tarde.

Objetivo de unas láminas

[El profesor Ramón Carrillo exhibió, durante el curso de su tercera clase, los gráficos que acompañan este texto. Al explicar cada uno, fué señalando las características mentales. Los cuadros 1 y 2, forman el grupo de los alienados; el 3, el de los fronterizos; el 4, el de los insuficientes, y el 5, los instintivos. El resto, hallase expuesto en el transcurso de la conferencia. Ed.]

Observen ustedes que el propósito de estas láminas es presentar, en forma sencilla y más bien pintoresca, distintas formas de resultados o estados psiquiátricos, que se presentan a los que tienen mando directo de tropa. Ya se había advertido, repito, el desconocimiento casi completo de los oficiales en el frente bélico, acerca de los problemas que surgen del estado mental de los combatientes, los cuales tienen las más diversas características.

El estado mental de los combatientes

Yo mismo, en las filas de nuestro Ejército, he comprobado muchos problemas en mi calidad de médico asesor en psiquiatría, cargo que desempeñé durante diez años. He tenido, por ejemplo, muchas oportunidades de intervenir en casos de agresiones de conscriptos a oficiales y clases. Puedo afirmar, sin vacilación alguna, que jamás he tenido que actuar en una incidencia cuyos protagonistas fueran un oficial y un soldado, sobre todo siendo este último mentalmente sano.

¿Las causas de las agresiones? Aparentemente, la acumulación de castigos inferidos por oficiales o suboficiales al soldado. Una falta de disciplina, un castigo. Reiteración de la falta, otro casti¬go. Respuestas incorrectas o actitudes violentas, otro castigo; y así sucesivamente. Ya he dicho que un soldado normal a los dos castigos se corrige. En cambio, si se trata de un soldado con algún déficit mental, esa acumulación de reprimendas y castigos van creándole, indefectiblemente, una reacción de tipo patológico perfectamente conocida por los psiquíatras. El estallido es inevitable.

Téngase por seguro que si un oficial se halla instruido en materia de psiquiatría, aunque sea en forma somera, procederá de distinto modo. Pensará para sí: "este hombre, que hace estas cosas raras, que las repite, que se insubordina continuamente, no es normal". Entonces, en cambio de resolver su problema de jefe y el problema del subalterno por un acto de disciplina, lo enviará al consultorio psiquiátrico para que el sujeto sea examinado.

Un anormal genera indisciplina y subversión en todas partes, máxime en las filas del ejército.

Diversos episodios de nuestra vida militar

Voy a abundar en otros episodios. Actuando en los cuarteles en el cargo a que hecho referencia —y del que guardo muchísimos recuerdos de toda índole— tuve serios casos con los cons¬criptos castigados y condenados que se enviaban a la Isla de Martín García. El 90 % de los allí recluidos lo eran por reiteradas faltas graves a la disciplina. Luego de estudiar seriamente uno por uno a todos los recluídos, de examinar sus antecedentes y de someterlos a una investigación psiquiátrica, en un amplio estudio informé al entonces Ministro de Guerra —con rudeza tal vez, pero con absoluta franqueza—, que lo que se estaba formando en la Isla con aquellos conscriptos era un verdadero manicomio.

Más que condenados, debían estar en el Hospicio de las Mercedes; o en el indispensable sanatorio de enfermedades mentales que debiera tener ya nuestra institución armada.

Nuestro Código Militar y la demencia.

Pero, a raíz de mi informe, hube de confesarme que el problema era aún más grave de lo que supuse al principio. En efecto, nuestro Código Militar no reconoce como eximente a la locura, como la reconoce el Código Civil. Por éste, el loco hablo en términos genéricos y no técnicos no es imputable de los actos delictuosos que pueda cometer. En el Código Militar, el loco no existe como caso especial. Pero es que el loco existe  y si el loco es un conscripto, no es un irresponsable. Por lo cual, igualmente, ¡debe condenársele!

Tal falla radica, posiblemente, en este aspecto, en que el Código Militar nuestro debe estar inspirado en algún viejo Código Militar, así como Vélez Sársfield se inspiró en otro extranjero para redactar el Código Civil actual. A propósito, también éste debe ser corregido. Y en eso estarnos, sobre todo en lo que se refiere a nuestra misión específica médico-psiquiátrica, que es la sanidad total, física y mental, del ciudadano.

Pues bien: en Martín García, entre otros cientos, estaba cumpliendo su condena de ocho años un cabo. Había observado muy buena conducta durante tres años y se le conmutó la pena. Así se le hizo saber, y héte aquí que 48 horas antes de ser reembarcado, rumbo a su libertad, le armó una gresca al cocinero y le cortó un brazo con un cuchillo. Intervine en el hecho. Conocía al sujeto. Sabía que "odiaba" a su víctima. Sostuve que era un anormal, un alienado. Pude salvarlo de una pena mayor, pues recurrí no al Código Militar, sino al Civil. En efecto, aunque, como ya he dicho, el primero desconoce la existencia del insano que debe ser eximido de castigo, una cláusula del mismo Código Militar establece que, ante una duda de interpretación, el caso expuesto debe contemplarse por el Código del fuero civil, para el cual el alienado no es imputable por el delito cometido.

Naturalmente que, si por razones de protección social, de defensa de la sociedad por la peligrosidad de un individuo anormal, hay que reducirlo, como es lógico, no se puede vacilar. Pero no era el caso a que me refiero.

Tan es así que, tiempo después, olvidado por completo del episodio, cenando con unos amigos en un "restaurant", fuí saludado por el "maitre" del establecimiento, que demostró gran alborozo y enormes muestras de afecto.

El "maitre", exquisito de maneras, impecable dentro de su "smoking", bien engominado y con una sonrisa amplia, era... el loco aquél de la cuchillada de Martín García. Le pregunte si se había vuelto a pelear. "Jamás", me contestó, como ofendido. "Aquello pasó para siempre. No quiero ni acordarme. ¿Sabe —me explicó confidencialmente— no podía aguantar ni la disciplina ni al tipo que me castigaba".

Y así es, en efecto. Vuelvo a repetir que en individuos con algún déficit mental, con alguna tara, con cualquier anomalía mental, con un estado patológico determinado, el trato normal —aún dentro de la normalidad disciplinaria del cuartel— produce perturbaciones que no se corrigen con castigos, por cierto, sino con los auxilios de la ciencia.

Un régimen de selección imprescindible

En mi anterior clase me he detenido mucho en señalar la perentoria necesidad de establecer un régimen de selección psicológica y psiquiátrica para cada conscripción que ingrese a las filas. A ese régimen me remito, el cual, en resumen, ocupa un intervalo de treinta días, que no perturba en lo mínimo las demás tareas previas del nuevo conscripto. Hecha la selección no acaecerá lo de hoy, que, allá por agosto o septiembre, los oficiales con mando de tropa, ya conocedores de su gente, se han dado cuenta de que tienen bajo sus órdenes a varios anormales: si no locos de atar o de encerrar, "raros" como suelen calificarlos, e indominables; inútiles, en una palabra, para el ejército y además perturbadores de los demás compañeros. Es que, aunque no todo inadaptado a la disciplina sea psicópata, una personalidad psicopática siempre es indisciplinada e inadaptable, sobre todo en regímenes que para cumplir su función dependen de ella, como el militar. Vuelvo a repetir que una clasificación mental previa de los conscriptos, y su correspondiente ubicación posterior, es algo absoluta¬mente necesario, no sólo para evitar problemas en tiempo de paz, sino para que dichos problemas no se agudicen, como de hecho se agudizan, en tiempo de guerra.

Cómo se caracteriza a un enfermo mental

El sistema que hemos seguido hasta ahora en nuestras instituciones armadas es el de eliminar del servicio, en lo posible, a los alienados, pero tardíamente. Porque caracterizar a un enfermo mental no es empresa ni tarea fácil. Se necesita un poder de observación agudo para reconocerlo en la tropa.

Pueden reconocerse al ingreso del soldado las enfermedades de los pulmones o del corazón, o la presión arterial; y así se hace. Pero hay personas enfermas que no pueden ser reconocidas como tales: así los enfermos mentales — a quienes, por más que se les trate, no se descubrirá sino cuando reaccionen visiblemente. Es necesario observar al soldado en su regimiento durante una treintena de días, por lo menos. El oficial deberá así identificar a los sospechosos y proceder en consecuencia. Por más exá¬menes psiquiátricos que se hagan al ingresar la tropa no se logrará resultado. A lo sumo, podrá descubrirse a los insanos notorios.

A veces, para el caso del loco declarado, que no se exterioriza como tal, podría solicitarse un certificado médico de la familia. El procedimiento es, sin embargo, peligroso, pues muchos habrían de valerse de ese medio para exceptuarse del servicio militar. Debería en todo caso aceptarse el certificado provisoriamente, para enviarlo a la oficina psiquiátrica del ejército, la cual decidirá finalmente si se trata, en efecto, de un loco.

Hay personas con quienes uno conversa y aparentan ser normales. Los norteamericanos las llaman "goldbrickers", como aquí se les llama "calandracas": distintos términos de la jerga militar con que se los designa. Ustedes saben que hay diferentes formas de reconocerlos. Son aquellos conscriptos que no sirven para nada, o quizá sólo para los mandados. El débil mental o retardado es, generalmente, un buen muchacho, dócil, y que puede ser destinado al servicio de la cocina, de la limpieza y de aquellos otros trabajos que no exijan esfuerzo intelectual, pues en tal caso fracasaría, sería un inútil. Por eso, en Estados Unidos no han optado por eliminar a todos los enfermos mentales. Eso es fácil y simple. No todos los débiles mentales son totalmente inútiles o inservibles para el servicio auxiliar.

El sistema norteamericano de unidades especiales

En el ejército norteamericano, los médicos psiquíatras han logrado formar, dentro mismo de los cuarteles, unidades especiales de entrenamiento ("special units", S. U.). El sistema consiste en lo siguiente:

Cuando llega a las filas un individuo que presumiblemente es anormal y el médico no puede asegurar si es o no alienado, se informa al jefe de la Unidad Especial sobre esa situación par¬ticular, porque él es quien tiene que controlar su conducta y ver si el individuo hace "cosas raras", como solemos decir en nuestro medio, o si se comporta normalmente. De tal modo, el médico puede contar con una especie de biografía del soldado y conocer su comportamiento habitual. Aun así, es difícil hacer un diagnóstico. En este caso, se vuelve a enviar el soldado a la unidad, donde han de seguir observándolo para ver si es un simulador o si realmente se trata de un alienado. Si se comporta mal, el jefe de la unidad lo envía nuevamente para su examen médico. A estos locos que no lo son en forma evidente, a estos "soldados medio raros", los norteamericanos los mandan a la unidad especial, también bajo régimen militar; pero no los dan de baja. Los hacen trabajar y ven cuáles pueden servir. Sobre todo, a los que simplemente son débiles mentales los dedican a hacer algunas cosas útiles para el ejército, de modo que no pierden del todo al hombre. Sabiéndolos dirigir, son útiles y hasta se los adapta mejor para la futura vida civil. Atendiéndolos y conteniéndolos se les presta un servicio y ellos prestan un servicio. Se le da una enseñanza elemental y de ese modo dicha gente puede prestar cierta utilidad y adiestrarse en beneficio propio para la futura vida civil.

No se olvide lo que he dicho en mi anterior clase, sobre la personalidad hasta del loco.

El 60 % de los locos, sana.

Porque un concepto erróneo, desgraciadamente muy vulgarizado, es el de que los locos no se pueden curar. Muy por lo contrario. De los enfermos mentales, un 60 % sana totalmente. Hay, por ejemplo, enfermos —los psicósicos o reaccionales— que lo son durante un lapso variable, tres, seis meses, hasta dos y tres años. Sometidos a métodos científicos llegan a curarse en forma integral; pueden reintegrarse a la sociedad y ser útiles para ella y para ellos y los suyos. Esto es muchísimo más factible cada día, debido a los adelantos y recursos de la técnica psiquiátrica.

La mayoría de la gente, al referirse a un loco, se refiere al loco exaltado, al de encierro. Pero ese loco, dentro de los enfermos mentales, de los anormales, no constituye la mayor parte de los casos de insanía, sino, precisamente, un ínfimo porcentaje. Locos más locos son —como el vulgo habla— los que andan sueltos, con aspecto de normalidad, pero que, en su fuero íntimo, acumulan procesos psíquicos tremendos. Aquello de que "no son todos los que están, ni están todos los que son", para referirse a lo que hablamos, es una verdad sin vueltas.

Precisamente, dentro de las filas del ejército, es el oficial quien tiene que habérselas primero con esos anormales invisibles a primera vista, diríamos así, antes que el propio médico de la unidad. El oficial es quien primero tiene que afrontar la situación. Por ello es que insisto e insistiré acerca de la necesidad de que el oficial argentino, que tantas cosas sabe de su profesión hasta constituir un modelo, conozca también algunas nociones elementales, pero utilísimas, de psiquiatría. De tal manera, estará previamente advertido, y comprobará sin esfuerzo, con una dosis relativa de observación, que entre los conscriptos aparentemente normales que se encuentran a su mando puede hallarse con personas de comportamiento raro o dudoso, o irregular, sobre los cuales debe existir alguna anormalidad mental. Salvará así el oficial mucha de su responsabilidad presente y futura enviando a los sospechosos al consultorio médico-psiquiátrico. Lo que va dicho, pues, es la aplicación práctica y fácil de toda la doctrina del factor psicológico ya tratado. Es, de todos modos, una prolongación, un apéndice de lo que ya estudiamos en las clases anteriores acerca de la guerra psicológica, de ese factor GP que tanto gravita en la colectividad.

La psiquiatría al alcance del oficial

Ya he dicho que esta clase es de divulgación simple, sin otro fin en sí misma que la practicidad; y dije, también, que los conocimientos de psiquiatría son útiles, más aun, indispensables para un oficial que tiene que estar atento siempre a las reacciones psicológicas y patológicas de los soldados que se hallan bajo sus órdenes, tanto en tiempo de paz como de guerra.

¿Voy a dar una lección de psiquiatría? Muy lejos de mi intento. Lo que voy a hacer es explicar, en la forma más simple y escueta posible, todo lo que yo sé, todo lo que sabemos los es¬pecialistas, sobre psiquiatría elemental. Con ello basta y sobra, por cierto, para el fin propuesto. Espero, pues, que en diez mi¬nutos sabrán ustedes todo lo relativo a las enfermedades mentales, tanto como un psiquíatra. Les habla un divulgador que modestamente conoce su ciencia. Si sólo les hablara un psiquia¬tra, ustedes, como es natural, no entenderían nada. El método mío es simple. Elimino toda la terminología científica, terminología que aplicada a las mismas cosas elementales vuelve a és¬tas abstrusas e incomprensibles.

Distintos grupos de enfermos mentales

Los enfermos mentales pertenecen a uno de los cinco grupos en que los clasifico, simple y prácticamente.

Estos cinco grupos son: 1º los dementes; 2º los psicósicos; 39 los instintivos o peligrosos; 4º los retardados, y 5º los fronterizos o neuróticos.

1º LOS DEMENTES. — En el primer grupo figuran los dementes. ¿Qué es el demente? Demente es el loco sin posibilidad de cura, el loco "de veras", en todos los grados de su actividad mental.
Demente es el loco crónico, irreversible, sin posibilidad alguna de restitución a la normalidad.

Los seres tenemos, cerebralmente considerados, cinco funciones fundamentales: la de la inteligencia, la de la memoria, la de la voluntad, la de la afectividad y, por fin, la de ideación, o aso¬ciación de ideas y razonamiento.

Mediante estas cinco funciones fundamentales, armónicamente realizadas, somos hombres normales. Vivimos, pensamos, actuamos, sufrimos, gozamos, etc. En el demente, todas o casi todas estas funciones se vienen abajo, o, simplemente, no están activas. El demente no tiene voluntad, no evoca sus memorias, no asocia o hilvana sus ideas, no las coordina, y, por supuesto, así carece de inteligencia.

La inteligencia es razón. El loco razona mal o razona al revés. En otras palabras: en el loco, especialmente en el demente, ninguna de sus funciones mentales queda indemne. El demente es un enfermo mental sumamente grave. No tiene remedio. Al demente se lo conoce, se lo advierte a la simple observación porque todas sus reacciones, contradictorias de lo normal, son visibles, notorias. La enfermedad mental conocida por demencia se presenta y asienta en el individuo por lesiones orgánicas, ya adquiridas, ya hereditarias: la destrucción de partes de su cerebro, los tumo¬res, la sífilis, son lesiones, totales o parciales, son irreversibles. Son, por lo tanto, definitivas. Esto en cuanto al demente.

Vulgarmente, y científicamente también, el concepto de alienado es más general. Alienado viene, etimológicamente, de alienos, que quiere decir extraño, ajeno. El alienado es un extraño al am¬biente normal. Por alienado —término genérico— se designa al loco, pero no al demente. El alienado puede ser un loco curable o incurable. Es sólo una palabra que califica una situación: la de estar frente a un ser que se comporta de modo extraño. En el concepto de demencia, en cambio, va implícita la condición de incurabilidad. En cambio cuando nos referirnos a un alienado no puede prejuzgarse su incurabilidad. Estamos, tan sólo, ante un individuo cuyo cerebro no funciona bien.
2º LA PSICOSIS. — El segundo grupo de nuestra división lo constituyen e integran los que llamaremos psicósicos. Estos padecen las mismas declinaciones de las funciones mentales que el demente, pero no todas. Sólo una o algunas de ellas. Así, por ejemplo, el llamado esquizofrénico pierde la facultad, la función del afecto. Pero solamente el afecto. Su memoria, su volun¬tad, su inteligencia, su ideación, pueden permanecer indemnes. La anormalidad cerebral del esquizofrénico reside pues en el deterioro, que a veces parece ausencia, de su facultad de afectividad. Le resbalan muchas formas usuales del afecto. El esquizofrénico pierde el cariño hacia los padres, o hacia los hijos. Éstos se le tornan extraños. Es, por lo tanto, aquel hombre, un ser patológico, un anormal en ese sentido.

Otro caso de psicosis lo constituye el melancólico. En éste hay una depresión. En su cerebro sólo se altera la facultad de la voluntad y declina la de afectividad. El melancólico está deprimido, triste, llora, sufre, aparente y aun físicamente. Pero su inteligencia no se obnubila: permanece clara; su ilación o asociación de ideas puede ser correcta, su inteligencia es normal, despierta. Sólo su estado anímico, su psiquismo, gira alrededor de su tristeza, de su depresión, fija siempre, real o imaginada.

Hay otros tipos de psicosis, que pierden dos y hasta tres facultades. Son al contrario del demente — que las pierde todas. Psicósicos o psicóticos hay muchísimos entre nosotros. Son curables en un 60 %. Otros no lo son e ingresan en la demencia irreversible y definitiva. Porque, desgraciadamente, la demencia es la etapa final de todas las enfermedades mentales no curadas, no atendidas.

3º — LOS INSTINTIVOS O PELIGROSOS (O PERVERSOS INSTINTIVOS). Pueden ser psicóticos o dementes o aun mismo fronterizos o simplemente retardados, es decir, de los dos grupos subsiguientes. En el instintivo hay siempre una perversión, una distorsión, un desorden de los instintos fundamentales: el de conservación, el de reproducción, el de sociabilidad, etc. Estos enfermos mentales conservan todas sus facultades, salvo cuando ya son psicóticos o dementes. Tienen, o padecen mejor dicho, una perversión limitada, a veces, al instinto. Como todas sus otras facultades funcionan bien, en ellas y por ellas son seres normales. Un instintivo de este grupo, por ejemplo, tiene pervertido, desordenado, el instinto sexual. Realiza el estupro. La presencia de mujeres domina y altera su impulso patológico. Es cuando comete una barbaridad, una anormalidad. Pero el instintivo se da absoluta cuenta, esto es, tiene razón de su mal. Sufre e incluso suele proponerse una enmienda. No obstante, vuelve a caer en su estado patológico: este lo supera. Su diferencia fundamental con el psicótico y con el demente es que jamás éstos tienen noción de su locura, de que están locos.
Es preciso no olvidar, siempre respecto de los psicóticos, que éstos pueden tener una de las facultades mentales, digamos la capacidad de razonamiento, muy desarrollada. Origínase en ellos entonces una enfermedad bien conocida: la paranoia o delirio. A los paranoicos los llamamos también delirantes; y son peligrosísimos. Los que aparentemente conservan sus facultades mentales intactas razonan perfectamente, magníficamente. Son lógicos en exceso, pero sus conceptos son falsos. Aunque partan de premisas falsas, totalmente inexactas, como desarrollan su pensamiento con un perfecto método lógico, y hasta brillante, llegan a la locura.

El paranoico no es un enfermo común entre los conscriptos. La paranoia comúnmente se da en personas de categoría intelectual y ya adulta, no a los 20 años. Para nuestra práctica, digamos que, en síntesis, la paranoia o delirio es un sistema de interpretar y razonar las cosas en forma patológica.

En efecto, a pesar de que el paranoico conserva todas sus otras facultades, repito que se halla desordenada su inteligencia. El paranoico razona con silogismos. Para él, la tierra es cuadrada, por ejemplo, y sobre ello construye toda una teoría para demostrarlo; hasta con cifras, argumentos y nociones geológicas y físicas.

Entre los paranoicos hállanse también los "santones", aunque, entre ellos, hay algunos "vivos" como aquel que se dejaba crecer la barba y proclamaba: "Yo soy San Andrés". Otros no son "vivos", sino enfermos mentales, paranoicos precisamente, que con su poder de persuasión convencen a muchísima gente.

Una vez entré a la casa de uno de estos santones. Lo enconré arrodillado, en medio del patio; oraba, Biblia en mano. Había violado a tres de sus hijas. El santón conocía la Biblia y las virtudes, pero obraba en forma bien diversa. Su delirio era el de la santidad y su instinto, muy otro. Pero era un enfermo mental y no un canalla. Lo mismo que el que se dice Júpiter o el que se cree Napoleón.

Haciendo una digresión diremos que hay enfermos mentales en los que cabe distinguir dos etapas de su dolencia: en la primera no son peligrosos, sino inofensivos; pero, de pronto, cuando ven fracasar sus ideas, comienza para ellos la segunda etapa, la peligrosa. Es la etapa que llamaremos de las persecuciones. El enfermo como el de la cuchillada de que hablé hace un rato se cree perseguido por alguien que le quiere hacer mal, y para vengarse de quien "lo persigue" llega incluso a matar a un inocente al que cree su perseguidor. La reacción más peligrosa de estos enfermos es, precisamente, la agresión. El caso no es, desgraciadamente, raro, sino común. El que, por ejemplo, de pronto mata a una familia entera, por disgustos pueriles entre vecinos, es el caso del paranoico perseguido que ha llegado a la etapa de la reacción peligrosa. Es este grupo de los psicóticos uno de los más variados e interesantes.

Cierta vez me tocó actuar en un caso, que pasaré a relatarles y caracteriza muy bien al paranoico del que estamos hablando. Un día me llamaron de la Presidencia de la República, para intervenir en un asunto delicado. Un oficial de alta graduación pretendía hacerse cargo del gobierno, en virtud de haber triunfado —según afirmaba— un movimiento revolucionario que él había organizado.

Al principio alguien pensó que fuera cierto, pero luego de unos minutos de conversación con él los funcionarios desconfiaron y me llamaron para consultarme la cuestión. El hombre estaba convencido de que había organizado una revolución y que, triunfante, debía hacerse cargo del gobierno. Quería, pues, asomarse al balcón y dirigirse al pueblo. Mi primera reacción ante ese oficial fué de asombro. Empecé a conversar con él, al tiempo que se tomaban precauciones en la casa, pues estaba tan posesionado de su situación de jefe de la revolución que insistía en asomarse al balcón, para ser aclamado por el pueblo. Traté de disuadirlo, en primer término. Le hice redactar y firmar algunos decretos; nombró ministros y secretarios, pero insistía en asomarse al balcón.

Al fin, no tuvimos más remedio que proceder con un poco más de energía y llevarlo a un sanatorio. Lo acompañé en el automóvil y al llegar, ya instalado, me dijo a boca de jarro: "Me imagino que habiendo fracasado la revolución, ustedes me fusilarán". Le aseguré que no y traté de tranquilizarlo. Luego conversé con él detenidamente, y en esas circunstancias explicó todo el proceso naturalmente falso de su revolución y, finalmente, me despidió él mismo, diciéndome: "Bueno, ahora que no me van a fusilar, y ya que usted ha sido tan amable conmigo, ¿no me podría hacer servir un buen bife con papas fritas y dos huevos?"

La paranoia de ese hombre existía, sin duda, en su etapa inofensiva y no pasó a la peligrosa por casualidad.

Hay otros casos de delirio. La sífilis produce uno, característico, a los treinta años de enfermedad. Se trata de una forma de psicosis cuyos resultados no se pueden prever si desembocarán, o no, en la agresividad.

Este otro episodio que les narro es, igualmente, auténtico. Se trataba también de un militar, hoy ya afortunadamente curado y en retiro. Es el caso de un jefe de regimiento, sumariado. El instructor, ante las cosas raras que el jefe había realizado, pidió un examen médico y fuí yo. Hablé con el sumariado, cuya excitación era evidente. Pidió que le dejaran mostrarme un monumento que había hecho levantar en los fondos del cuartel, y así lo hicieron. El monumento estaba destinado a ser estatua suya. Comencé, entonces, mi tarea y con toda diplomacia seguí la conversación y al preguntarle cómo iba a pagar el monumento, contestó: "Muy sencillo: juego a la lotería". Y, en efecto, todas las semanas, con dineros del regimiento, jugaba su billete y hasta anotaba en el libro de gastos: "En el día, ju¬gado al número tal". Lo notable es que el oficial ganaba, y, en tal caso, también anotaba los ingresos que ello le significaba. Claro está que no obstante había en su proceder defraudación, malversación, y toda clase de delitos.

Luego me explicó que había inventado un tipo de calzado, unas sandalias que, a su entender y a despecho de los jefes, que no sabían nada, reemplazarían con ventaja a las botas. Pueden imaginarse que este hombre, jefe de un regimiento, hubiera hecho desfilar el siguiente 9 de Julio a sus soldados en sandalias. Este caso es otro ejemplo de psicosis muy aguda. El hombre mejoró, prácticamente se curó, aunque se curó cuando cumplía su condena, cuyo fundamento legal ya he comentado antes.

Estos casos de psicosis se presentan así — en una forma aguda, a veces incontrolable — sobre todo en la guerra. Tal el episodio del 4 de junio de 1943, entre nosotros, frente a la Escuela de Me¬cánica de la Armada, allí donde hubo una pequeña acción mi¬litar. Yo vi en ese momento, por lo menos, 6 ó 7 soldados que enloquecieron súbitamente. Cuando terminó todo, uno de éstos, destacado como centinela, empezó a disparar contra unas vacas. Había enloquecido y tuve que tratarlo. Era, como los demás, un hombre predispuesto; ya había hecho cosas raras. Ningún oficial enloqueció y sólo un suboficial perdió allí sus facultades mentales. Es esta clase de psicóticos la que hay que eliminar de las filas.

En esa acción de la Escuela de Mecánica habrán intervenido dos mil personas, según los cálculos hechos por la superioridad. Considerados, pues, los ocho probables locos de tal día, tenemos una proporción del 4 º/oo de alienados entre la tropa, lo que, indiscutiblemente es excesivo. Surge de la comprobación la necesidad, ya reiterada, de realizar la investigación primero y cuidar después, el estado mental de los conscriptos.

Hemos estudiado hasta aquí, al demente, al psicótico y al peligroso, este con su variante del paranoico; es decir, los tres primeros grupos de nuestra división.
4º — DÉBILES MENTALES O RETARDADOS. En el cuarto grupo reunimos a los insuficientes mentales, a los que se denomina vulgarmente "retardados". Así como dentro de sus respectivos porcentajes el psicótico es más frecuente en los oficiales, el insuficiente o retardado predomina entre la tropa. Nosotros reconocemos con frecuencia al retardado. El Reglamento del Ejército, en lo que respecta al reconocimiento médico, acepta varias categorías de retardados, de los cuales la de tercer grado comprende a los totalmente ineptos para el servicio militar. Los de primer grado, y aun muchos del segundo, quedan destinados para los servicios auxiliares, para los que, efectivamente, son aptos.

El del retardado constituye un problema médico y social muy serio, puesto que en él la enfermedad mental es congénita. Desde su nacimiento, en el retardado sus facultades cerebrales —inte¬ligencia, voluntad, afectividad, etc. existen, pero en muy pequeña escala.

De ahí que un famoso psiquíatra dijera del demente que es un pobre que había sido antes rico. Esto es: nació rico, inteligente, con voluntad, con ideas, con afectos, y lo perdió todo, luego. Mientras que el débil mental es un pobre que ha nacido pobre.

Tal la diferencia entre psicótico y retardado. Entre los psicóticos, repito, hay gente muy inteligente. Desequilibrada, sí, desordenada; pero muy inteligente. Entre los retardados, absoluta¬mente no.
En Estados Unidos, según muy serias estadísticas militares, el 18 % de la tropa tiene un retardo mental de 14 años. Para medir el grado de retardo mental de una persona se lo compara con las edades de la infancia; es decir, un hombre de 25 años que tenga la inteligencia de un chico de 14 o de 12, se dice que tiene un retardo de 14 o de 12 años, la edad del chico comparable. Cuanto más pequeña es la edad con la cual se lo compara, mayor es el retardo, más grave la enfermedad. Cuando un enfermo tiene un retardo de 3 o 5 años, se trata ya de un idiota. No habla articuladamente, sino que emite gritos para hacerse entender; se maneja con reacciones guturales. Cuando tiene un retardo de 6 años puede hablar, pero no escribir. Luego viene el débil mental, que puede leer y escribir elemen¬talmente, pero que no aprende otras cosas por más que se le enseñe.

Fíjense ustedes que el porcentaje en Estados Unidos es muy alto: 18 %. Si fueran una muestra adecuada de la población, sobre 160 millones de habitantes y cien millones de adultos, y tomando como grave sólo un retardado cada diez, la estadística comprueba que hay un millón ochocientos mil retardados graves; no sabemos cuántos habrá que sirvan para una cantidad de cosas y que pueden prestar cierta utilidad. El resto, no. En la población civil, en Estados Unidos, la proporción es de cuatro locos por cada mil habitantes; esa es la cifra oficial. Nosotros por fortuna— tenemos menos. Según nuestras estadísticas, apenas llegan a 1,93 por mil.

Pero lo que ocurre no es que tengamos menos locos, sino que posiblemente los tenemos mal contados. Quizás nuestra organización psiquiátrica no nos permite descubrirlos e identificarlos a todos. Eso ocurre con todas las enfermedades. No es que ahora, por ejemplo, haya más enfermos de cáncer que antaño. Es, simplemente, que ahora se los identifica mejor y previamente, por¬que los médicos tienen los medios necesarios para ello.

Con esto de la identificación de una enfermedad, a mí me ha ocurrido algo interesante, con un enfermo que yo había descripto. Se trataba de una ceguera que se producía en los niños, repentinamente, y los primeros casos ocurrieron precisamente en el Hospital Militar. A un oficial, de pronto, le quedaron ciegos sus hijos. Nadie sabía de qué enfermedad se trataba, pero los niños después se curaron.

Tuve oportunidad de observar otros casos similares. Cuando llegué a las 60 comprobaciones, descubrí algo típico, perfectamente precisado. Le puse, al caso, un nombre, un nombre que fuera algo así como una fotografía de la enfermedad, y caractericé el mal con toda precisión. La curación, después, es más fácil. Lo mismo sucede con las enfermedades en general. ¿Por qué?

Se dice vulgarmente que al definirla y catalogarla aumenta la presentación de una enfermedad. No es necesariamente así; en realidad, lo que aumenta son las posibilidades científicas de descubrir la enfermedad, por más recóndita que sea. Es el primer paso; no hay que quedarse en él, ni querer lucirse etiquetando todo con el nombre nuevo o usándolo como insulto si el cuadro de la enfermedad se presta a éso, pero es el primer paso necesario.

Si hoy se establecieran centros neuropsiquiátricos en toda la República, con su observación, con el fichaje de las personas, con sus censos y comprobaciones — de seguro tendríamos entre nos¬otros una proporción igual a la de Estados Unidos. Actualmente pocos se ocupan de ello, pero hay que preocuparse. Sólo así obtendremos resultados prácticos de suma importancia.

Volviendo a los retardados, al débil mental en sus diferentes casos, el sujeto para ustedes, señores oficiales, es fácilmente identificable. Es el soldado que no entiende bien las órdenes que se le dan: el que repetida una y más veces la misma orden, la cumple mal. No es sólo su ignorancia lo que le inhibe, pues hay ignorantes que comprenden de inmediato una orden y la cumplen bien y con celo. El débil mental, en cambio, no entiende la orden, ni las cosas elementales. No las entiende del todo, por lo menos. Por eso su realización es mala, o siempre imperfecta. Además, ese retardado es olvidadizo. De un día a otro, no recuerda lo que con gran dificultad aprendió. Sólo tiene vigilante su instinto de conservación.

Lo que el conscripto mentalmente sano aprende de inmediato, el débil mental no lo aprende sino con mucha demora. Ustedes lo llaman "calandraca". El "calandraca", muchas veces castigado erróneamente, retarda la organización y la enseñanza de la tropa; complica todas las tareas. En realidad, no sirve para las filas. El débil mental, como sucede en Estados Unidos, debe destinarse a una unidad especial, o adscribirlo a la cocina, a la limpieza, etc.

Para la vida de cuartel, para la vida activa y específica del cuartel, el retardado no sirve; y mucho menos sirve, claro es, para la guerra. Todo lo contrario. Es un serio factor de perturbación entre la tropa seleccionada y adiestrada. Como en los demás aspectos de su vida civil —la escuela, por ejemplo, el débil mental obliga a sus maestros a rebajar el nivel de la enseñanza, con grave detrimento para los mejor dotados, que se retrasan en sus estudios, para evitar lo cual allí también hay que clasificar y hacer grados o grupos que, si se trata de chicos, con más tiempo los equiparen o nivelen con los comunes, o que, si son algo mayores, con menos tiempo poden y aceleren las metas prioritarias de la enseñanza antes que deserten para trabajar o por otras causas.

Siempre recuerdo que cuando hice el servicio militar, teníamos un compañero que no asimilaba las órdenes y por quien debíamos recargarnos de trabajo. Un día optamos por encerrar¬lo: lo secuestramos para poder adelantar en nuestra instrucción sin el inconveniente de su torpeza. Claro que después lo encontraron y terminó el asunto. Pero es pésima la tendencia de re¬bajar el nivel de la enseñanza hasta el menos inteligente. Se estropea lo más necesario. No es correcto; menos aun con aquellas nociones elementales que deben ser asimiladas inmediatamente.

Los jefes nuestros, en este sentido, son inteligentes, y se las componen bien en casos como el citado. Cuando observan que un soldado no sirve, lo mandan a la cocina. Prácticamente parece que se ha solucionado el problema, ya que alguien debe barrer y pelar las papas, pero conviene conocer estas nociones que explican el caso para no incurrir en errores o daños y obtener el mayor rendimiento de la tropa. Hasta hoy, en nuestro ejército, los problemas que se presentaron a este respecto se han resuelto por intuición, por buen sentido práctico. Los jefes proceden empíricamente, según cómo se comporta y reacciona el soldado. Por eso digo que los oficiales de nuestro ejército son muy sensatos y aunque algunos erróneamente reaccionan aplicando penas disciplinarias, la mayoría sabe intuitivamente cómo deben proceder.
5º — FRONTERIZOS O NEURÓPATAS. En el quinto grupo de nuestra división colocamos a los fronterizos o neurópatas. Estos son primos hermanos de los psicóticos, con una diferencia: son más peligrosos que aquéllos, por sus reacciones. Entre los instintivos figuran todos los delincuentes o criminales con alguna perturbación mental: la pérdida, por ejemplo, de su sociabilidad. Son enfermos criminales. Están encerrados, entre rejas, en el Hospicio de las Mercedes, pero no en las cárceles.

Los fronterizos, en cambio, andan sueltos. En la tropa suele aparecer la neurosis como la etapa de frontera entre el hombre verdaderamente normal y el que comienza a ser anormal. Hay una zona de transición entre esos dos estados, los que, por otra parte, reciben una definición práctica antes que muy elaborada. Lo que en la tropa comienza como neurosis puede ser una enfermedad grave que, cuando está identificada por completo, llamase esquizofrenia antes llamada demencia precoz— porque generalmente aparece entre los 19 y los 23 años. Al principio apunta como neurosis, vale decir, como un nerviosismo o una neurastenia. Pero se desarrolla progresivamente y en el caso del conscripto neurótico, cuanto más se le hace trabajar, cuanto más intenso es el ejercicio y más firme la disciplina, el estado patológico hace explosión con los resultados ya conocidos  llegar a un verdadero estado de alienación.

No quiero recargar a ustedes con terminología técnica, pero la neurastenia viene a ser una especie de antesala para cualquiera de los grandes grupos de enfermedad mental. El neurasténico tiene conciencia de su enfermedad, pero la interpreta mal. Se pone muy irritable; si cometen una injusticia con él, la exagera y la magnifica. Se preocupa por tonterías, por pequeñeces; y las aumenta en tal forma que su preocupación no le permite concentrarse en el trabajo. Por lo común se torna silencioso y sufre del estómago o de un constante dolor de cabeza. Los neurasténicos son sumamente difíciles de tratar. Si ustedes comienzan a averiguar, resulta que les va mal en los negocios o que la familia tiene un enfermo muy grave o que padecen cualquier situación análoga de angustia.

Los que son fuertes, soportan y siguen desarrollando su actividad normalmente; pero los más débiles, una vez que su problema se prolonga, pasan a la categoría del psicótico, a ser anormales sin el menor esfuerzo. Los locos del episodio del 4 de junio eran, pues, ya neuróticos. Al producirse la acción militar su mal hizo crisis y se pasaron al otro lado. Ese es el motivo por el que hay que tener cuidado en la tarea de selección: es necesario eliminar de filas a todos los neuróticos.
El neurótico supone la predisposición de nacimiento a su enfermedad. En psiquiatría, hay un concepto que es el del terreno o la constitución psicopática. Todos tenemos una personalidad psico¬pática, una manera de ser determinada, que nos acompaña desde nuestro nacimiento y se refuerza o debilita según lo que nos toca vivir y cómo decidimos encararlo, pero siempre persiste, como un fondo. Hay quien es ciclotímico y quien mitomaníaco. Voy a explicarles esto, de tal manera que les resulte fácil interpretar el significado de los términos. El ciclotímico es un tipo especial, al parecer congénito. Se aplica esta denominación a aquella persona que tiene períodos de gran excitación en su trabajo, un continuo proceso intelectual, gran actividad material y de pronto, bruscamente, pasa a un período de depresión. Al tiempo, las excitaciones se renuevan y se origina en esa persona un ritmo de vida agitado, que es interrumpido por una nueva depresión. Así, se suceden en él los ciclos de excitación y de de¬presión.

Otra personalidad psicopática es la de aquellas personas normalmente calladas, silenciosas. Es su modo de ser, pero no una anormalidad: son seres normales de constitución melancólica. En ellos, hay una tendencia general a la tristeza. Contraria a la melancolía, es la constitución maniática. Se refiere a las personas eufóricas, que hablan todo el día, conversan sin intervalos, sin callar un momento. Otro tipo es el de los mitomaníacos; aquellos dotados de gran imaginación, inventores, así sea nada más que de mentiras y chismes. La constitución epileptoidea es la de los impulsivos, de los que bruscamente estallan y pierden el control por cualquier cosa. El impulsivo es el hombre que se irrita fácilmente.

¿Qué son, en realidad, estas personalidades psicopáticas? Indican la constitución anormal de una persona y, también, el déficit psicológico que tienen.

Pero ese retardo, que denota una característica de la persona, es susceptible de sufrir una deformación. Los que somos normales estamos en la forma ordinaria o natural de vida y de ser, pero cuando esa característica se agudiza de modo notable, estamos locos. Lo curioso es que cada uno llega a loco de acuerdo con su propia condición. Yo, por ejemplo, que soy un ciclotímico, en el supuesto de que me volviese loco tendría períodos en que estaría sumamente excitado, gesticularía, arrojaría cosas y luego rápidamente entraría en un ciclo de depresión, poniéndome triste, con deseos de llorar —es decir, tendría reacciones completamente opuestas y luego volvería nuevamente al estado anterior. Sería, pues, el mío un caso de psicosis maníacodepresiva o locura circular; un ciclo de una manera y un ciclo de otra.

Si esto ocurriera a un individuo que habla siempre, éste se transformaría en loco agudo, se excitaría sobremanera y deformaría su personalidad normal. Este sujeto nunca podrá estar deprimido, siempre estará excitado, será un "caso de chaleco". ¿Qué pasa, por ejemplo con la personalidad ciclotímica del deprimido que normalmente está un poco decaído? Fatalmente va hacia la melancolía. Al soldado melancólico, aislado, triste, le ocurren todas las cosas malas de la vida; normalmente, es un tipo algo pesimista. Cuando enloquece, va a una forma de psicosis que es la melancolía.

La locura es la caricatura del retrato psicológico de cada uno de nosotros.
Hay que tener en cuenta que estos estados intermedios son simples predisposiciones de constituciones normales. En la vida psíquica tenemos siempre algún punto débil y cuando perdemos el estado de salud, la enfermedad ataca por ese lado. El organismo humano, generalmente tiene un órgano en el cual es débil; así, algunos sufren del hígado, de los pulmones, otros de los riñones y, en fin, todos poseemos un "talón de Aquiles". Esto viene ya en la constitución de la persona, de la forma cómo cada uno ha nacido y vivió. Hay gente que fatalmente morirá de hemorragia cerebral, otra de una diabetes. Hasta por la constitución anató¬mica se puede predecir hacia dónde irá esa persona. Como en el caso de la constitución física, hay también una determinada condición mental que predispone a tal o cual desviación psíquica.

Por eso, en conclusión, acerca de estos casos de fronterizos, yo creo que no se puede ser el enfermo mental que uno quiere, sino el que se puede ser. Quiero decir, que no va a la locura cualquiera, por más que desee volverse loco; hay que tener ya una predisposición hereditaria y familiar, que nace con uno, y circunstancias que la cultivaron hasta que se hizo preponderante. Todos tenemos inconvenientes en la vida, todos tenernos miedo; a nadie le gusta vivir dentro de un régimen disciplinario estricto o severo, pero soportamos todo eso y nos adaptamos. Lo mismo ocurre con los borrachos; todos han tomado vino, whisky, etc., pero hay que tener cierta predisposición para ser borracho.

Hay personas predispuestas que, cuando empiezan a beber, no pueden contenerse y siguen bebiendo. El beber, para ellas, es luego una obsesión, una necesidad permanente que deben satisfacer. De la misma manera, un ser predispuesto a la morfina será, si tiene la ocasión de conocerla, un morfinómano. No lo seremos nosotros porque lo deseemos, sino porque estamos predispuestos a serlo.

Los simuladores. — Hemos visto ya lo referente a los fronterizos y a los neurópatas, personas que tienen predisposición a determinadas cosas. Pero también existen los simuladores, tanto más inteligentes cuanto más cerca están de la frontera. Se trata de sujetos que pueden simular una verdadera enfermedad: simulación inconsciente, que es la causa de la histeria. Distinguirnos así la simulación inconsciente de la consciente, la de aquellos que quieren por este medio eludir alguna responsabilidad.

La simulación inconsciente aparece en el predispuesto que se aproxima a la frontera de la locura, como una reacción ante un conflicto vulgar. Un hombre normal lo resuelve, bien o mal, pero lo resuelve. O no lo resuelve. Pero no pasa de ahí. Un neurópata se crea, con ese conflicto, un problema permanente, una tortura muy difícil de curar.

El caso de los simuladores debe estudiarse, sobre todo, porque en toda conscripción siempre existen varios. De ahí que no hay que aguardar a que aparezca la enfermedad mental. Hay que prevenirla, como ya lo he descripto.

La simulación inconsciente es un caso normal. La simulación del "vivo" es más fácil de notar aún. Porque se pueden simular enfermedades del cuerpo, pero resulta muy difícil aparentar una enfermedad mental. El que podría simular una enfermedad mental cualquiera sería un psiquiatra. En la tropa, la simulación es cosa más fácilmente perceptible porque aquella hállase integrada, generalmente, por gente de escasa preparación.

En cambio, entre los oficiales a veces se ha presentado el problema de si se trataba de un simulador o no.
Yo he llegado a esta conclusión, respecto de la simulación de enfermedades mentales. Creo que el militar, que ha formado su personalidad dentro de ciertas normas y se ha orientado hacia ciertos principios, solamente comete un delito, uno solo, por ejemplo, cuando está perturbado. No puede ser de otra manera, ya que con ese acto delictuoso va en contra de toda su estructura mental adquirida y tiene que haber una desviación de esa contextura mental para violentarla. El robo del loco, co¬mo el crimen del loco, carecen de objetivo. Yo intervine en el caso de un oficial que se apoderó de algunos objetos, no con el propósito bien definido de sacar provecho de ello, sino para enviárselos a un amigo. Regalaba cualquier cosa que robaba. Pero no cometía delito, o si lo cometía era sin móvil, y por supuesto sin propósito de lucro ni provecho personal, delito a título de loco, o más bien de alienado.

Cómo conocer un simulador

Para resolver el problema de determinar cuándo existe el tipo de simulador consciente, se hicieron estudios en el ejército de los EE. UU. y en Alemania. El procedimiento empleado es una inyección de cardiazol, que produce espectaculares convulsiones. El neurópata verdadero soporta la inyección, porque no le produce reacciones. El simulador, acosado por las molestias de la inyección, confiesa instantáneamente su farsa. Se le acabó la locura, aunque a cambio de un procedimiento brutal.

Hay un grupo dentro de los fronterizos denominado de los automutiladores; gente que se corta un dedo o se produce una herida, con tal de no seguir en el ejército. Son simuladores, en el sentido que se automutilan. En la guerra se ha comprobado que 80 % de esos automutiladores dan el mejor material humano para formar la quinta columna. Son los más audaces y los más decididos, ya que tienen un gran desprecio por su propio físico, que los hace capaces hasta de pegarse un tiro para eludir el servicio militar. Son los indicados para trabajos de gran riesgo, y a esa gente, que antes era castigada en la guerra, se ha encontrado el modo de convertirla en elementos eficaces.

Todas las predisposiciones que dan origen a las enfermedades mentales y aun las maneras de ser particulares de los hombres en general, las debilidades propias de cada uno, hacen crisis en dos situaciones bien definidas: en los cambios de vida bruscos y, especialmente, en los cambios convulsivos que supone la guerra. Es en la guerra donde aparece todo este tipo de anormales que están en la frontera, listos para invadir la zona de la locura. En estos casos hay que empezar por la selección y eliminar de filas a los locos, puesto que son muy delicadas las consecuencias de su presencia y perturban la actividad de los sanos no prevenidos, pues para ello tienen una capacidad extraordinaria.

Los estadounidenses llaman shell-shock a la eclosión, en la guerra, de ciertas perturbaciones mentales que en la paz pasan más o menos inadvertidas.

La adaptación psicológica del soldado

Para el caso de guerra, hay que llevar al soldado a una adaptación psicológica previa que responda a un sistema de enseñanza. Entre los medios preventivos que se pueden tomar está la selección de los oficiales. Hemos visto ya, en la clase anterior, cómo se hacía la selección en el ejército alemán. Esto evita la incorporación, como oficiales, de una cantidad de enfermos psicopáticos o instintivos, que hay que eliminar rigurosamente. Dentro de la tropa podrían pasar, pero en la oficialidad no; en la selección psicológica de oficiales tiene que haber una rigidez extraordinaria.

A la tropa hay que restarle emociones inútiles, problemas evitables que significan una desadaptación con relación a la vida de paz. Todas estas medidas preparan a la tropa para llevarla a un estado de elación, de confianza en sí misma y en sus jefes. Es un estado de optimismo, de fe, en que el soldado se muestra orgulloso, satisfecho y no tiene temor. Llevar a la tropa a este estado, repito, es una obra maestra de psicología militar.

Tres condiciones del jefe de hoy

Por eso, para que no estallen, para que no se produzcan estas enfermedades mentales, hay que ir seleccionando hombres que tengan ciertas condiciones, que son las que se requieren para un jefe y también, aunque en menor grado, para un buen soldado.

La primera condición que hay que exigir es la capacidad de asimilar las enseñanzas militares. Con esto se excluyen los reclutas que no sirven para nada, los débiles mentales, los insufi¬cientes, los idiotas o imbéciles.

La segunda condición es la adaptabilidad a la disciplina, para cumplir la cual hay que eliminar de filas a los neurópatas, instintivos o psicóticos.

La tercera condición es la estabilidad psíquica, condición que es muy importante en el oficial. Él debe tener esa serenidad fría que se exigía en el reglamento militar alemán; que sea impertur¬bable y que su facultad afectiva o emotiva no lo ofusque cuando tenga que decidir. Para el ejército alemán esta capacidad es principalísima en la formación del oficial; y ello tiene su razón en el hecho que he comentado hace algunos momentos, es decir, que no es tan peligrosa una falla mental en un soldado como lo es en un oficial. En el primer caso, se perturba el destino de una persona; con la enfermedad mental de un oficial, puede producirse el desquicio de la vida de mucha gente. Es de su¬poner que debiendo tanto el soldado como el oficial tener capacidad para resolver por su cuenta cualquier situación, las condiciones requeridas a este último deben ser mayores, pues debe estar dotado de energía para llevar adelante cualquier plan y de conocimientos de la psicología humana. Esto es fundamental en el oficial. Ustedes tienen hoy un conocimiento empírico, hecho de lecturas u observaciones que deberá ser sistematizado en el Reglamento.

Causas evitables y causas inevitables

La eclosión de todas estas enfermedades mentales o la exaltación colectiva de ellas en la tropa obedece, en algunos casos, a causas perfectamente evitables. Hay problemas que inciden en el soldado muy hondamente y contribuyen a desequilibrar a aquellos dotados de un espíritu común; tales, los que derivan de la misma tarea militar. El jefe debe estar atento a todos aquellos problemas de índole doméstica que afectan a sus soldados. Llamo doméstica a la preocupación del soldado con respecto a su familia.

He conversado con algunos jefes sobre esta clase de problemas y me he enterado de algunos casos muy pintorescos. Un soldado muy bueno —por ejemplo— se hallaba sumamente deprimido. El jefe le preguntó qué le pasaba, y, poco a poco, lo fué convenciendo para que le contara su caso, tal como lo haría un sacerdote o un psicoanalista. El jefe en cuestión era muy considerado y se preocupaba por conocer los problemas que afectaban a sus soldados. De la conversación resultó que el soldado estaba casado, su mujer vivía en Santiago y él había sido destacado a un regimiento de Tartagal. "Hace mucho que no veo a mi mujer y no sé si me seguirá siendo fiel", dijo el conscripto. El jefe le acordó una licencia, diciéndole: "Vas a ir a tu pueblo, te vas a ver con tu mujer y verás que no ha pasado nada".

El soldado era otro cuando volvió.
Como este caso he conocido, por boca de jefes, muchos problemas que se presentan a sus soldados. Me interesa sobremanera conversar de estos asuntos con los oficiales, puesto que recojo algunas enseñanzas de su observación personal. El caso del sol¬dado con su esposa en Santiago es, para la cuestión, el mismo que el de un conscripto que tiene su madre paralítica o el de un suboficial que tiene una pequeña propiedad que le van a embargar.

Es necesario estar en el problema doméstico del soldado y por ello conviene que el oficial tenga un contacto firme con los soldados, que no se desentienda de sus preocupaciones, que con¬verse con ellos y reciba sus confidencias. Es una forma del psicoanálisis. Aun en el caso de que no pudiera remediar nada con su intervención, el recibir la confidencia del soldado será un paso hacia su curación. Éste es todo el fundamento del psicoanálisis y de ahí la gran sabiduría de la confesión. En lo que toca a lo subjetivo con la confesión el peador siente un gran alivio, pues se ha desahogado de su problema.
Evidentemente, el psicoanálisis no secunda más que en eso. Un jefe militar tiene que ser un poco psicoanalista, ser un conidente de sus hombres. Esta virtud lo lleva no solamente a tener poder, el poder que le da su condición de jefe, sino también autoridad moral. Para ello es preciso trabajar a los soldados uno por uno, de modo que el jefe pueda tenerlos a todos con él. Esto es tan importante que, en los Estados Unidos, la Cruz Roja organizó durante la pasada guerra el servicio social del ejército, que se ocupaba de informar al soldado de su familia, de sus cosas y del hogar que había dejado en su patria.

Ahora bien; si el oficial, a pesar de las conversaciones mantenidas, no saca en claro nada sobre el estado mental del soldado, debe enviarlo al psiquíatra.

Por otra parte, es preciso tener en cuenta que hay ciertas cosas que son evitables, así como otras son inevitables dentro del servicio militar. Hay factores elementales que inciden fatalmente sobre la psicología de cualquiera y es ahí donde empiezan a explotar los que son deficientes mentales, los que tienen alguna tara. El trasplante de la vida civil al régimen militar, de la vida de paz a la de guerra, es muy violento. El hombre tiene que vivir en cuadras de veinte personas o más; tiene que hacer una vida colectiva. Imagínense ustedes lo que eso puede significar para un paisano catamarqueño, por ejemplo, que siempre ha vivido bajo un árbol, solo en rancho aparte y que de pronto se ve obligado a dormir entre sábanas, vivir rodeado de gente y bajo una disciplina determinada. Es un cambio muy serio hasta para el hombre de la ciudad, que ha vivido en otra forma. El ejército es como una aplanadora; reúne en la misma compañía a hombres distintos, de diferentes culturas, de distinta clase social. Allí, en el ejército, cada uno empieza a sentir o a sufrir a su manera, y la misma "estandardización" de los horarios de dormir, levantarse, comer, etcétera, para muchos significa ya una vida nueva.

Esto es inevitable; la vida de cuartel tiene que ser así. En cierto modo, es un aislamiento, una reclusión; se crea una vida monótona, aparte de que la falta de contacto con el otro sexo crea el problema sexual, cuya solución ya hemos encarado.

Estas cosas, como digo, son inevitables en una vida de cuartel, pero otras si son evitables. A lo inevitable no hay que agregar dificultades o situaciones innecesarias. Por ejemplo, las críticas agrias; con eso no se gana autoridad, se pierde. Es lo que nuestros conscriptos siempre llaman "el suboficial cretino". El suboficial fanfarrón, mandón, es de lo más perturbador. Tanto, que en Estados Unidos se ha hecho una campaña contra el bulling, como se lo denomina en su jerga militar. Es contraproducente la actitud del bulling desde el punto de vista psicológico.
La psicología y el mando

Es mejor llegar a una acomodación normal de la psicología del mando con la psicología del soldado que obedece. El bulling, lo que aquí se conoce por cretinismo ustedes conocen me¬jor que yo la terminología que se aplica a estas cuestiones debe reemplazarse por un mejor concepto del mando. Evitar las injusticias en la asignación del trabajo y la insensibilidad por los problemas domésticos de cada soldado. A este respecto debo declarar que he conocido suboficiales sumamente hábiles para tratar esos problemas. Quien ha sido soldado no puede menos que recordar con gratitud a esos suboficiales que se preocupan por su salud y sus problemas generales. ¿Quién puede olvidar que cuando ha estado enfermo alguien se ha preocupado por salud? Es indudable que el corazón humano guarda gratitud para el jefe que así se comporta. El problema tiene especial importancia, porque sus efectos no son tan notables en tiempos de paz como en tiempos de guerra. En tiempo de guerra el material humano es el que hay que dirigir y hay que cuidar y el factor psicológico aparece en forma dominante. Este desarrollo que yo les planteo no es mirado con interés en tiempos de paz, olvidando que durante la guerra pasa a primer plano.

El jefe debe dar ánimos a sus subordinados, tocar sus sentimientos, ser en muchísimos aspectos, casi como un padre de familia y escuchar las confidencias de sus hombres. "Un hom¬bre preocupado por problemas íntimos, no es un buen soldado". Ustedes ven muy gráficamente presentada la situación del soldado a quien le van a rematar la casa. ¿Qué puede esperarse de un soldado atribulado por este problema? Los norteamericanos, gente ingeniosa, han presentado gráficamente estos proble¬mas en los cuadros que comentamos.

El empleo de los elementos emocionales

Indudablemente, deben inculcarse a la tropa las ideas y doctrinas de guerra, no en una forma descarnada, sino con un contenido emocional. Debe haber siempre un elemento emocional, el afecto hacia el jefe, por ejemplo. Justamente, es ésta una de las grandes fuerzas psicológicas que han de mantener unida a la tropa, que evitarán el miedo y el temor, que mantendrán su moral y esa confianza ciega de los hombres combatientes. El soldado se convencerá de que el jefe es el más valiente, el más capaz. Si el jefe no sabe trabajar, no sabe conquistar esa confianza, lo odian. Ya no podrá manejar a la gente en la guerra. La podrá dirigir en tiempos de paz, pero en la guerra, no.

El miedo es algo inevitable en la guerra. Todo ser viviente es susceptible de atemorizarse; todos tenemos miedo, hasta los animales. Lo que debe enseñarse es que cada uno tenga miedo con cierta disciplina, con cierto dominio de sí mismo.

Así como no vamos a combatir el alcoholismo prohibiendo a la gente que beba, como quiso hacerse en Estados Unidos, hay que enseñarle al soldado a tener miedo en forma moderada, a no perder el control por el miedo. No se puede prohibir, terminantemente, a la gente que beba, ni a los soldados que no tengan miedo; sería en vano.
Los símbolos y una doctrina de guerra

Al soldado hay que darle ciertos "slogans' que lo eduquen, que le den confianza en sí mismo y en su jefe. Los símbolos nacionales, la bandera, el escudo, el himno, representan y en cierta medida provocan esa emoción positiva que es el patriotismo. Durante cien años hemos considerado que esos símbolos eran suficientes para crear un estado emocional determinado, en la tropa y en la población, necesario para ir adelante. Pero hoy hemos llegado a una situación en el mundo en que esos símbolos no son suficientes para mantener ese estado emocional que la guerra exige. Hay que complementar esos símbolos haciendo conocer a todos los ciudadanos los motivos de una lucha porque, si no, no la van a aceptar. Debe configurarse una doctrina que acompañe a esos símbolos. Puede que no coincida con la doctrina verdadera del estado mayor, pero debe existir de todas maneras una doctrina para consumo de la tropa y de la población civil.
Hay que ir desarrollando el prestigio de los jefes a través de los detalles del trabajo diario, de modo que los hombres vayan sintiendo pasión por él.

En la última guerra se ha visto de modo bien claro que el viejo concepto de la disciplina ha sido sustituido, tanto en el ejérito ruso como en el alemán, por un nuevo sistema que es un poco más elástico y que consiste en crear hacia el jefe la admiración y la fe ciega de la tropa. Sin ello, debido a la mayor conciencia de las masas, el mecanismo del funcionamiento del ejército se hará muy difícil, sobre todo si se lo encuadra dentro del reglamento en normas preestablecidas y deberes, como antes. Ahora, y esto debe entenderse muy bien, no se puede ir a la guerra diciendo simplemente que se va a defender las leyes. Hay que argumentar necesariamente con otros elementos de convicción. Conseguirlos es tarea esencial del Estado Mayor.

Convendría desarrollar estas ideas con un poco más de amplitud a fin de que el tema de la psicología de la tropa en tiempos de guerra, y el miedo o cobardía, sean mejor conocidos por los señores oficiales, pues esas manifestaciones patológicas de angustia que aparecen en las masas son difíciles de controlar y no se pueden manejar por la fuerza; si se las quiere contener o ma¬nejar por la fuerza, aparecen otras.

En los ejércitos, incluso durante una campaña, se han dado conferencias a la tropa sobre el miedo; pero hay que insistir que los oficiales tienen la obligación de explicar lo que es el miedo y lo que es la valentía.

Lo que estamos hablando no es para salvar a los soldados de su condición de tales, sino para que sean hombres ordinarios, sin perturbaciones que afecten las actividades específicas del ejército. Yo no hablo ahora para curar a los locos, propósito habitual en otras de mis actividades. Por motivos de método aquí a este importantísimo problema conviene dejarlo aparte: en la presente ocasión no me interesa sino en cuanto a las perturbaciones que puede producir en el ejército.

Conclusión

Como digo, pues, espero que este ciclo de clases sobre la guerra psicológica se desarrollará con más amplitud en un futuro muy cercano. Algo ha cambiado en el mundo, después de las dos últimas contiendas bélicas. Algo se va cristalizando en el mundo entero; tal vez tenga vistas a un porvenir más venturoso.

Los médicos lo intuimos, los militares lo saben y el ciudadano común el soldado de la guerra— lo presume. Estudiemos todos los problemas que tengan relación con el hombre, su personalidad y su destino. Estemos ojo, oído, mente, corazón avizores en nuestra patria, preservada hasta hoy de las más tremendas calamidades. Nada, por grosero que sea o por sutil que sea, en el desarrollo de los acontecimientos, en el progreso de las ciencias, debe sernos ignorado. Faltaríamos a nuestro deber de argentinos si nos cruzáramos de brazos o nos encogiéramos de hombros ante las reali¬dades que nos rodean.

Ya sé cuánto ustedes, señores jefes y oficiales, estudian y piensan. Estudiemos también estos nuevos aspectos de una guerra que jamás debe encontrarnos desprevenidos. La improvisación puede ser genial. El método, es menos brillante, pero más serio y, a la postre, rinde resultados de veras provechosos.


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