Bandera de la Hispanidad en las Américas,
adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional
Americana de Montevideo
el 13 de diciembre de 1933.
Academia Argentina de Asuntos Nacionales e Internacionales
Siguiendo el pensamiento de Raymond
Aron, tomado de Clausewitz, que dice “la guerra es un camaleón”, afirmamos que la misma se encuentra en constante
evolución y modificación. Mutando su naturaleza, contenidos, procedimientos y
alcance. Y cuando creemos que se ha agotado en sus manifestaciones, se revela
con mayor fuerza en otros aspectos, muchos más agresivos, morbosos e
imprevistos. La pregunta estratégica por definición no es aquella que se
refiere al “qué hacer”, sino la que pregunta “de qué se trata”, cual es el eje del problema, lo
medular, lo sustancial, lo conceptual. Si no se tiene el concepto de lo que
ocurre, no se puede operar sobre la realidad. La misma se torna caótica,
ingobernable. Lo que es verdaderamente relevante, desde el punto de vista
estratégico, es
lo nuevo, no lo que se repite. El
cambio y el conflicto derivado, no la continuidad y la estabilidad. La novedad,
en el caso de la Guerra Fría, fue la ausencia de la derrota militar clásica, en
batalla. Hubo un colapso estratégico, no militar, en el ámbito de esta
confrontación mundial nuclear.
En efecto, durante el primer decenio
la “posguerra
fría” (1991/2001) se registraron 108 conflictos armados,
en 73 lugares diferentes del planeta, cubriendo todas las gradaciones de
intensidad:
- menores, en los cuales el número de bajas registradas
durante su transcurso es superior a 25, pero menor a 1000;
- intermedios, con más de 1000 bajas
durante su transcurso pero, en cualquiera de los años considerados, menos
de esa cantidad y más de 25; y
- mayores (o literalmente guerras “de la primera especie”), con más de 1000 bajas fatales en
cualquiera de sus años de desarrollo.
De los mencionados 108 conflictos, 92
de ellos fueron intraestatales, sin intervención de terceras partes externas; otros
9 fueron intraestatales, aunque con algún tipo de participación
extranjera; finalmente, los 7 restantes fueron interestatales. La guerra fría se
caracterizó por la determinación y la identificación concreta de los
adversarios en disputa. A
través de la disuasión nuclear, se materializó la “pax nuclear”, los únicos 40 años de paz consecutivos en
Europa, desde hace cinco siglos. La crisis actual es la repentina irrupción de
lo novedoso, que cambia los datos del problema y provoca como efecto la
obsolescencia de las categorías conocidas para resolver el conflicto. Estos, en vez de constituir
hechos excepcionales, tienden a transformarse en acontecimientos
permanentes. El cambio tecnológico es la fuerza
que impulsa el proceso de globalización de la economía mundial y en particular
del sistema financiero, mientras desde el punto de vista político las culturas
intentan su reafirmación, dentro de la integración o continentalismo. Una de
las características de la revolución tecnológica es el procesamiento de una
masa de información que permite tomar decisiones estratégicas en tiempo real y
a escala planetaria. Ello ha cambiado el ritmo de los acontecimientos en las
culturas desarrolladas. Contrariamente, en las culturas subdesarrolladas han irrumpido
las crisis generalizadas, abarcando a todos los sistemas institucionales:
políticos, económicos o sociales. Surge la percepción de una extraordinaria incertidumbre en regiones deprimidas, ante los cambios
cualitativos que no pueden ser incorporados. Las categorías del pensamiento,
propio de épocas pasadas, no están en condiciones de abarcar y conceptualizar lo que está pasando hoy. La clave del presente,
ante lo expuesto es: limitar
la incertidumbre, reconociendo el
carácter inexorable del avance tecnológico, y al mismo tiempo estar en
condiciones de dar una respuesta, siempre tentativa, a la pregunta crucial: ¿Qué tenemos frente a
nuestros ojos?, ¿Porqué ocurre?; y transformar esa incertidumbre en riesgo, a
través del planeamiento. Acotar la
irrupción de lo nuevo, sus condiciones y características: sus esencias. La tarea clave es ver lo que los ojos no ven,
evitar bucear en la dualidad. Abarcar y focalizar lo nuevo, para concentrar las
energías. Ante una situación de irrupción de lo nuevo, la tarea fundamental
está en el campo de la Inteligencia Estratégica. Pero por encima de la
Inteligencia Estratégica está la Sabiduría Política, que consiste en dirigir
los esfuerzos institucionales según la naturaleza del conflicto que tenemos por
delante. Ante un conflicto nuevo, que emerge, la responsabilidad de la
seguridad estratégica del Estado, consiste en nunca dar por seguro lo peor,
como decía Churchill. Pero, como complemento de esta afirmación, la responsabilidad
político-estratégica–militar, consiste siempre en prever la peor hipótesis.
Decía De Gaulle: “el
Ejército es una Institución que de nada sirve, salvo cuando todo depende de
ella”. La confluencia entre
el pensamiento estratégico y el político-diplomático, que nunca da por seguro
lo peor, debe enfrentar hoy a los novísimos conflictos post-Guerra Fría. En
éste mundo en constante cambio, de acelerado ritmo, las crisis constantes así
lo exigen. Hoy
toda organización política estatal que no sea estructuralmente flexible y capaz
de adaptarse dinámicamente al medio, a través del acceso directo e instantáneo
a la información procesada, de alcance mundial, estará buscando
inconscientemente su propia inmolación.
En nuestra opinión la versión
contemporánea de la guerra civil está asociada a la ruptura del Estado.
Podríamos conceptualizarla de la siguiente forma: “Una parte de la comunidad
rechaza los procedimientos establecidos para la resolución de conflictos y opta
por recurrir a la fuerza armada para imponer sus criterios sobre la
organización política, económica o territorial de la colectividad.
Si la violencia entre los dos bandos se extiende en términos temporales y
alcanza un cierto umbral de intensidad medido en perdidas humanas y materiales, se
puede hablar de guerra civil. Durante el enfrentamiento, los rebeldes
construyen un aparato paraestatal alternativo que oponen a la administración
oficial. Durante un cierto tiempo, dos o más autoridades se enfrentan hasta que
una destruye a la otra y monopoliza el control sobre población y territorio.
Bajo esta definición se pueden englobar muchos de los enfrentamientos
domésticos en el área Sur durante la última Guerra Mundial, comúnmente llamada
“Guerra Fría”.[1]
La guerra, como cualquier otro fenómeno de la civilización en curso, está
sometido a los cambios y vaivenes que experimenta la propia sociedad, ya sea
por razones políticas, económicas, tecnológicas o de cualquier otra índole. La
evolución de la guerra se ha caracterizado por una amplitud progresiva en todas
sus magnitudes. La guerra hasta la revolución francesa llevaba una vida
separada del conjunto de la sociedad. Según Leo Hamon[2],
la guerra moderna se ha transformado en un fenómeno de masas, donde retaguardia
y vanguardia tienden a confundirse. Donde las pérdidas en vidas humanas no
discriminan entre combatientes y no combatientes. Y donde el respaldo técnico,
industrial y económico, son aspectos claves en el desarrollo de este fenómeno.
Por eso la guerra moderna, afirma el citado autor: “Exige una movilización
psicológica que persuada a la Nación entera de la necesidad vital de aceptar
estos sacrificios para evitar males mayores. Nadie ha de ignorar que concierne
a todos”. El carácter de los enfrentamientos
civiles se puede entender con más precisión si se aplica el concepto de “guerras de tercera clase”, tal como lo desarrolla Kart Holsti[3].
Para dicho autor, este tipo de conflictos son una forma distinta de guerra, que
se desarrolla en el interior de los Estados en lugar de hacerlo en la esfera
internacional: “Los
asuntos en juego no son intereses de política exterior, sino pugnas de raíz
ideológica o problemas sobre la definición de la comunidad política que pueden
conducir a UNA SECESIÓN O UNA UNIFICACION. En este contexto, las hostilidades
tienden a prolongarse sin un acto formal que marque su inicio (declaración de
guerra) ni su final (armisticio). No existen frentes, ni uniformes, ni respeto
a los límites territoriales y la división entre combatientes y civiles se
diluye, convirtiendo a todos por igual en objetivos. Estos rasgos hacen
distintas a las “guerras de tercera clase”. No son conflictos sobre
intereses, sino sobre hombres, en tanto que unidades básicas de la sociedad
política.” La historia
demuestra que los grandes cambios sociales han influido decisivamente en la
forma de relación social a través del enfrentamiento violento, conocido como
guerra. La transición en curso desde la sociedad de la Revolución Industrial a
la que resulta de la Revolución de la Información, nos anuncia otro cambio en
los modos de hacer la guerra, cuyo alcance trataremos de definir.
Algunos autores como Lind, Schmitt y
Wilson[4],
brindaron una visión prospectiva de cómo podrá evolucionar el arte bélico hacia
un estado que denominan la “Cuarta Generación de la Guerra”. Identifican las
tres generaciones anteriores como aquellas basadas, respectivamente, en el
empleo masivo de hombres, del fuego y de la maniobra. En la actualidad se
estaría entrando en la “cuarta generación” que, a pesar de los enormes
adelantos tecnológicos, se
basaría fundamentalmente en la fuerza de las ideas. Se concretaría en un complejo enfrentamiento que
abarcaría todos los aspectos de la actividad humana: cultural, social, política, económica y militar,
empleando profusamente los medios de comunicación social y las redes
informáticas para difundir mensajes. A principios de los ’90, Martín Van
Cleveld, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su obra “La
Transformación de la Guerra”[5] anunciaba
importantes cambios en los motivos por los que se hace la guerra, los
actores que participan en ella, las finalidades que persigue y los modos que
emplea. Su análisis parte de una premisa
básica: “El
paradigma que ha presidido la guerra moderna, en la que los Estados se ven
abocados al conflicto bélico por razones de estado, empleando organizaciones
militares permanentes para enfrentarse a otras parecidas, donde sus actores
adquieren el carácter de combatientes, con las poblaciones apoyándolas pero
separadas de ellos, en definitiva, lo que se conoce como la “trinidad
clausewitziana” de pueblo, ejército y gobierno, ha sido
históricamente, una excepción.” A
lo largo de los tiempos, la guerra ha sido practicada por familias, clanes,
tribus, ciudades, órdenes religiosas e incluso por empresas, como la Compañía
de Indias Orientales británica. Los motivos por los que se iba a la guerra
también han sido diversos: tierras de cultivo, mujeres, botín, esclavos, pureza
de la raza. Normalmente se ha empleando a la población, en forma de milicia,
como instrumento para hacer la guerra. La razón de estado como causa de guerra
y las grandes burocracias militares como medio para llevarla a cabo son
rasgos de la modernidad, que se han desarrollado paralelamente con el auge del
Estado-Nación moderno. La
conversión de los individuos a una determinada creencia o conciencia, ha sido
uno de los objetivos clave de la guerra. Paralelamente, rasgos étnicos, culturales,
sociales o ideológicos identifican a miembros de otra comunidad como
adversarios, al margen de que empuñen o no un arma. La consecuencia inevitable
es que, en estos casos, guerra y política dejan de ser la continuación una de
la otra, para fusionarse en una única actividad. El papel clave del Estado, como única fuente legitima de empleo de la fuerza, se fragmenta en esos casos en una serie de grupos
facciosos que se arrogan ese derecho, sobre un palmo de territorio y población.
Desde luego, es propio de los conflictos domésticos un cierto grado de caos y
los combatientes de las “guerras de tercera clase” no son ejércitos bien
organizados, atados al derecho de la guerra, sino bandas o grupos irregulares
coordinados de una forma más o menos vaga, operando fuera de toda “convención”.
Sin
embargo las nuevas guerras internas, en la posguerra fría, van más allá:
desarrollan enfrentamientos entre un número indefinido de núcleos de
poder independientes que actuando en red y con agenda propia de intereses,
poseen recursos militares y económicos suficientes para impulsar desafíos hasta
hoy desconocidos. La multiplicación de las bandas criminales
organizadas provoca una multiplicidad de delitos que agravian la supervivencia
del Estado, impulsan al delito común e inducen a los ciudadanos a asumir la
responsabilidad por su propia seguridad y perseguir sus objetivos por el único
medio posible, en ese clima social, el uso de las armas. Es este escenario, de
generalización conflictiva, lo que se puede definirse como “expansión y
descentralización de la violencia”. Un proceso cuya fase final parece conducir
a un retorno al estado de naturaleza, en el sentido “hobbesiano” del término. La descentralización y
expansión de la violenciaimplica necesariamente una fusión
de la violencia política y el delito común. Una
serie de factores contribuyen a este proceso. Para empezar, la debilidad
institucional del aparato estatal y el consecuente caos, propio de los
conflictos civiles, crea las condiciones para una creciente impunidad, que
retroalimenta su explosiva expansión. Pero además, la separación entre
organizaciones criminales y organizaciones políticas violentas, tiende a
difuminarse. Delincuentes e insurgentes se
distinguen por sus fines. Los primeros buscando el beneficio económico y los
segundos centrados en sus objetivos políticos. Sin embargo, esta separación
ideal tiende a borrarse. Para empezar, terroristas y guerrilleros politizados
se involucran en actividades criminales para financiarse. El caso de la
guerrilla colombiana y el tráfico de narcóticos resultan muy ilustrativos. Es
muy común la práctica de otras acciones delictivas, como el secuestro y la
extorsión, hasta el punto de que muchas veces resulta difícil identificar
cuando una acción ha sido cometida por una organización de raíz política o
puramente criminal.
Además, es posible encontrar a grupos
del crimen organizado que tienden a politizarse en la medida en que sus
intereses crecen, hasta convertirse en un problema de Estado. La infiltración
del Crimen Organizado Transnacional en las estructuras políticas
latinoamericanas, en la actualidad, es un ejemplo acabado de esta afirmación.
Un factor que ayuda a explicar la
proliferación de los procesos de descentralización de la violencia en el
contexto de la Posguerra Fría es la creciente debilidad de los aparatos
estatales, particularmente en los países del antiguo bloque soviético y del
mundo subdesarrollado. En el caso de los antiguos Estados socialistas, la
ineficacia y corrupción de la antigua burocracia totalitaria, el hundimiento de
la economía centralizada y la crisis de legitimidad del poder político, unidos
al surgimiento de nacionalismos disgregadores, han hundido al Estado en una
crisis de supervivencia. En lo que a Latinoamérica respecta, desde el comienzo de la Guerra Fría en 1947,
conjuntamente con algunas regiones de África y del sudeste asiático, ha sido el
espacio de confrontación indirecta de ambos bloques imperiales, con
consecuencias catastróficas para la Región. La violencia revolucionaria se
montó sobre la hereditaria debilidad de los Estados regionales y sobre los
odios sociales. Su
resultado fue la malversación de las Instituciones, el consiguiente
debilitamiento de las estructuras de poder, la transculturación y su
consecuente “discordia social”. El caldo de cultivo ideal para transformarse en
asiento natural del Crimen Organizado Transnacional y el germen propicio para
las guerras civiles fraticidas. Un
segundo aspecto, estrechamente asociado a la debilidad del Estado, ha sido la
reaparición de fuertes solidaridades subnacionales o transnacionales. Estos
lazos no son nuevos pero han permanecido ocultos durante décadas bajo el peso
de estructuras burocráticas más o menos artificiales. Sin embargo, el
debilitamiento de los aparatos gubernamentales y su creciente crisis de
legitimidad, han hecho emerger al clan, la tribu, la etnia o la religión, como
principales ejes de movilización política, capaces de fracturar a los Estados.
Al mismo tiempo el Crimen Organizado Transnacional, cuyos componentes centrales
en la Región son el narcotráfico y el terrorismo, le otorgan a dichas
estructuras la capacidad financiera y los aparatos de violencia sin los cuales
la viabilidad de esas estructuras sería nula. Son
dos andamiajes de distinto origen, pero que se alimentan mutuamente.
La
difusión de las innovaciones tecnológicas ha tendido a potenciar las
capacidades de actores independientes, de pequeño tamaño. Un buen ejemplo de
esta tendencia puede verse en el impacto de los cambios tecnológicos en el
tráfico de narcóticos. A principios de los años 70, el contrabando de cocaína
se realizaba al por menor, con correos (“mulas”) que llevaban consigo pequeñas
cantidades de droga. Una década más tarde, la introducción de avionetas
permitió transportar cargamentos mucho mayores, de forma más rápida y difícil
de controlar. A medida que se introdujeron aviones de mayor tamaño y sistemas
más sofisticados de comunicaciones y ocultamiento, la cantidad de
estupefacientes y los beneficios obtenidos se multiplicaron. Paralelamente, la
informatización y globalización del sistema financiero internacional
facilitaron los canales para blanquear una cantidad creciente de dinero sucio. Como
consecuencia, grupos relativamente pequeños han tendido a incrementar su
importancia dentro del negocio de los narcóticos. El desarrollo del armamento
portátil, los explosivos y los sistemas de detección y comunicaciones han
multiplicado el poder de destrucción de organizaciones pequeñas de la delincuencia
común como del terrorismo político. La capacidad militar del
combatiente individual nunca ha sido tan elevada como en la actualidad.
Según dos prestigiosos autores norteamericanos,
Robin Wright y Doyle MacManus[6],
las guerras del futuro presentarán los siguientes cambios cualitativos:
- Los factores que contribuirán a los conflictos serán más variados
en origen, tácticas y objetivos, por lo tanto tendrán efectos
desestabilizadores sobre todo el mundo en su conjunto.
- La adquisición de armas por parte de países del Tercer Mundo,
especialmente las de destrucción masiva, harán más probable la guerra y,
además, una vez iniciado los enfrentamientos se requerirá la acumulación
de importantes recursos materiales y humanos.
- Mientras en los países desarrollados se está teniendo éxito en
llegar a acuerdos de control de armamentos, nuclear y convencional, estos
intentos están fracasando en los países en vías de desarrollo, que sumado
a la disminución de la capacidad de influencia política de las grandes
potencias en estos países, lleva a pensar que los conflictos serán más
probables en el siglo XXI.
- Las guerras en las décadas futuras serán mayoritariamente
conflictos de “baja intensidad” entre milicias y bandas equipadas con
armas convencionales, cada vez más circunscriptas al interior de los
Estados y las causas fundamentales serán pugnas por alcanzar el poder, la
redefinición del Estado-Nación y rivalidades étnicas o religiosas.
- Predominará lo que otros autores llaman el “efecto libanización”,
es decir, la disgregación de los Estados.
- La falta de armonía social en la nueva Era, provocará el aumento
del terrorismo. Éste obtiene la mayor parte de los objetivos que se
propone conseguir, dada la iniciativa estratégica que asume, frente a la
lentitud de los perimidos sistemas de Defensa actuales.
Para Alvin y Heidi Toffler[7],
los cambios revolucionarios que se han producido en el mundo y que han dado
origen a “una tercera ola”, van a modelar la nueva guerra de acuerdo a esa
civilización y, por lo tanto, no podemos pretender sostener ese conflicto con
procedimientos de la “segunda ola”. Es necesario adoptar acciones
revolucionarias en búsqueda de la paz. Para ello, hay que comprender que las
transformaciones que experimentan el poder militar y la tecnología bélica,
corren de manera paralela a las transformaciones económicas y sociales. Para
evitar el conflicto, será necesario adoptar una estrategia actualizada de
“antiguerra”, es decir, un cúmulo de acciones que garanticen la vida en paz.
Según estos autores el verdadero esfuerzo se sitúa en la correcta
conceptualización de la guerra y de la “antiguerra”. Los conceptos que tenemos
hoy en día están totalmente obsoletos y anticuados. Hemos analizado los
conflictos pasados y pretendemos proyectar sus soluciones a las que tendremos
en el futuro. Según Toffler, con la Tercera Ola alcanzan límites extremos tres
parámetros distintos de la evolución del poder militar:
- El alcance.
- La velocidad.
- La letalidad.
Se
producen así profundas transformaciones en la naturaleza y formas de la guerra
y la prevención de los conflictos. Estas requieren significativos cambios
cualitativos en el campo de la estrategia, de la táctica, de las
organizaciones, las doctrinas y el adiestramiento. Una cuarta dimensión que puede agregarse a esta
matriz es el concepto actual de “tiempo”. Una de las principales debilidades de nuestro
Sistema de Defensa y de Inteligencia derivado, consiste en que durante largos
períodos se desarrollaron capacidades, identificación de amenazas y previsión
de operaciones, sin
considerar el tiempo real como factor decisivo. Mantener dicha categoría de pensamiento en la
actualidad, es suicida. Hoy el enemigo puede ser anónimo, puede emplear
capacidades no convencionales, tales como ataques electromagnéticos o
electrónicos contra comunicaciones esenciales y nodos informáticos y puede hacerlo de la noche a la mañana, sin
advertencia previa. Para las comunidades de Defensa y
de Inteligencia Estratégica, el mayor desafío del siglo XXI es el factor
“Tiempo Real”. Al tratar con la crisis y el “caos”, como el que a diario nos
toca vivir, en medio de la incertidumbre, sin Planeamiento Estratégico, sin
conceptualización y sin acotamiento de riesgos, los conflictos sangrientos
surgen “espontáneamente” y siempre de manera “imprevista”. La habilidad para
crear en la contingencia, “justo a tiempo”; para responder de manera decisiva,
“justo a tiempo”; va a ser el único camino crítico de una Política de Defensa y
de una Inteligencia Estratégica exitosa en el siglo XXI. Las guerras del siglo
XXI reflejan y reflejarán, como no puede ser de otra manera, la etapa de la
civilización que transitamos. El método de crear riqueza de esa civilización se
caracteriza por los siguientes factores:
- El
conocimiento como factor esencial en la producción.
- La
desmasificación de la producción en serie.
- La
necesidad de mayor calificación para acceder a los puestos de trabajo, lo
que imposibilita el intercambio laboral.
- La
continua innovación para poder competir.
- El
tamaño reducido y diferenciado de los equipos laborales.
- La
desaparición de la uniformidad burocrática.
- La
aparición de nuevas formas de dirección y de “integración sistémica”.
- La
integración mediante redes electrónicas.
- La gran
velocidad y aceleración de todo tipo de transacciones.
Todos estos parámetros, exponentes de
la forma de hacer riqueza en la era de la información y el conocimiento, son
también propios de la forma de desarrollar su modo de guerrear específico, que
va a tener sus propias características diferenciadoras con la actividad bélica
de épocas precedentes. En las guerras actuales se presentan conceptos bélicos
que combinan los modos y formas desarrollados por civilizaciones anteriores.
Entre las características que definen
a las guerras de la “civilización del conocimiento”, podemos citar:
- El
frente no define el lugar donde se desarrolla el combate principal, porque
éste se ha extendido, se ha expandido en todas sus dimensiones:
naturaleza, distancia, altura y tiempo. Se encuentra tanto en la
vanguardia como en la retaguardia y ésta es mucho mas profunda. En ésta se
incluyen los centros de mando, control y comunicaciones del enemigo, su
cadena de apoyo logístico y su sistema de defensa aérea.
- El
conocimiento es el recurso crucial de la capacidad de destrucción.
- La
iniciativa, la información, la preparación y la motivación en los soldados
es más importante que su puro número.
- Los
daños serán selectivos, disminuyendo los colaterales.
- Las
armas inteligentes van a requerir soldados inteligentes.
- Los
nuevos sistemas bélicos necesitan menos dotación de personal y disponen de
mucha más potencia de fuego.
- La gran
complejidad militar necesita de la integración de los sistemas.
- Las
operaciones se llevarán a cabo con extraordinaria velocidad y aceleración.
- Los
combates se desarrollarán tanto en los campos de batalla como en los
medios de comunicación.
- Las
políticas y estrategias relativas a la manipulación de los medios de
comunicación constituyen un elemento esencial para el logro del objetivo
propuesto.
- Las
nuevas operaciones deberán ser capaces de proyectar potencia y fuerzas a
gran distancia y a través de operaciones conjuntas y combinadas, así como
la realización de ataques simultáneos sincronizados y controlados, en
tiempo real.
Para Toffler “El antiguo orden mundial,
construido a través de dos siglos de industrialización, ha quedado hecho
añicos. La aparición de un nuevo sistema de creación de riquezas y de una nueva
forma de guerra exigen una nueva forma de paz pero, a menos que ésta refleje
con precisión las realidades del siglos XXI, resultará quizás no sólo
irrelevante, sino además peligrosa”. El destacado autor italiano Carlo Jean, en su obra “Guerra, Estrategia y
Seguridad”[8] nos
aporta elementos interesantes, muy importantes al respecto:
- Las nuevas tecnologías militares han erosionado una de las
principales funciones del Estado territorial que es la defensa de sus
fronteras “naturales”, garantizando a sus ciudadanos protección y
seguridad. Si éstas ya no son defendibles, la única defensa posible es el ataque
estratégico. Lo cual es válido también en el campo geoeconómico.
- La cultura de cualquier pueblo, consecuencia de su experiencia
histórica, de sus valores y de su religión, es esencial para
cualquier formulación estratégica, ya que influye sobre su percepción
y su representación geopolítica.
- Antes se combatía por el poder mediante la agresión, hoy se busca
la seguridad mediante el orden.
Según éste autor, los conflictos
modernos tienen las siguientes características:
- La absoluta imprevisibilidad del fenómeno guerra, su carácter
mutable y su inestabilidad estructural.
- Carecen de un carácter lineal (causa-efecto).
- Existe una adecuación racional entre objetivos, costes y riesgos.
- La secuencia de la decisión comporta una interacción
político-militar.
- El proceso estratégico debe ser considerado en su globalidad.
Consecuentemente la guerra, superada
la Guerra Fría, se presenta como un fenómeno complejo, donde la estrategia se
ha politizado y la política y la diplomacia se han militarizado. En Occidente
se busca un sistema de guerra “a cero muertos”, que Luttwak ha denominado
“guerra post-heroica”[9].
La guerra se compone de dos elementos básicos, la lucha de voluntades y la
prueba de fuerza. La primera es de naturaleza psicológica. El objetivo ideal es
conquistar sin combatir. El enfrentamiento puede ser directo o mediante la
disuasión: la amenaza entendida en su conjunto como “diplomacia de la
violencia”. Las voluntades pueden ser minadas indirectamente, a través de la
destrucción parcial de la fuerza. La segunda es propiamente el combate. Aún
así, existe una dialéctica entre ambas. Cada ataque es, a la vez, una amenaza
de ataque sucesivo y, al mismo tiempo, un gesto implícito que invita a la
negociación. En los conflictos contemporáneos entender
la verdadera naturaleza conceptual de
los hechos y amenazas “en acto” y su proyección futura, es el primer paso hacia
una verdadera resolución de los mismos. En la naturaleza estratégica coexisten
factores racionales (la lógica), irracionales (la emoción, el miedo y la
violencia) y arracionales (la fricción o el choque de voluntades), siendo la
comprensión del ritmo del tiempo el factor esencial para cualquier
conceptualización estratégica. Al respecto dice Carlo Jean: “La sorpresa puede ser
conseguida sólo con una extrema compresión del tiempo… La nueva
Revolución en los Asuntos Militares está basada en la reducción de los tiempos
informativos y decisionales, más que en la extensión de los ataques
desde el inicio sobre toda la profundidad del teatro de operaciones”. Y retomando el tema cultural, el autor dice con
claridad meridiana: “Sólo
recientemente se ha reconocido la importancia de la cultura estratégica en la
concepción de las doctrinas militares y sobre el modo de hacer la guerra… La
cultura estratégica, en fin, influye en el modo en que son conducidas las
operaciones militares… La estrategia, como la política, no se elabora en el
vacío, sino que es el reflejo de la cultura de cualquier pueblo… Sólo la
comprensión de la cultura estratégica puede hacer comprensible las razones de
determinadas elecciones o preferencias…”
En éste sentido afirma que en los conflictos
contemporáneos se ha pasado de una concepción de fuerza de último recurso, a una de fuerza en presencia, esto es, de la fuerza entendida como un
instrumento orgánico de la diplomacia, tal como lo fue en el tiempo de la Pax Británica. Dice el autor: “Un éxito militar no determina la solución
de un conflicto interno, más bien crea una gama de opciones, desbloqueando una
situación sin salida” Para Alain Minc[10],
no hay nada que nos acerque más a la Edad Media que el analizar la estructura
de los conflictos contemporáneos, caracterizados por extensas zonas sin
autoridad legal. Él los denomina: “el triunfo de las sociedades grises”. En la actualidad la amenaza es el retorno a la ley
de la selva. La ilegalidad se ha instalado en el seno de las democracias. Por
todas partes progresa lo gris, la diferencia entre lo prohibido y lo permitido
se estrecha, hasta casi desaparecer. Ante esta situación, las Instituciones y
Organizaciones estáticas e incapaces de reaccionar, van perdiendo el control de
la sociedad y, cada vez una menor parte de esa sociedad obedece al principio
del orden. Es una situación en que todo está permitido, sin más limitaciones
que la fuerza que a esos deseos presenta el oponente. ¿Como se explican esos
nuevos comportamientos? Las razones son variadas y complejas:
- La liberación de los mercados y la explosión financiera.
- El individualismo egoísta.
- El hundimiento de las grandes Instituciones, a través de la
feudalización de las mismas.
- La adoración del dinero y la pérdida de los contrapesos morales y
religiosos.
- El sentimiento de impunidad.
- Un sentimiento de caos y disgregación social.
- El auge del narcotráfico y el terrorismo internacional.
- La corrupción generalizada de los organismos estatales.
Para el autor citado, estos riesgos
en acto, mucho más peligrosos que los del medioevo por la globalización de
nuestra sociedad, no deberían llegar a ocasionar un estado de caos, salvo que se produzcan en forma simultánea. Aporta elementos interesantes, que guardan una
relación estrecha con la actual realidad Latinoamericana. Expresa Minc: “El concepto de Revolución
toma nuevas formas con el resurgir de nuevos Estados. Los llamados micro
Estados. En una economía global, donde las transacciones económicas y
monetarias se resuelven a escala mundial, ¿Tiene importancia el tamaño o la
población mayor o menor de un Estado? Ciertamente la soberanía parece al
alcance de cualquier tribu.”
El
retorno a las Revoluciones aporta varias lecciones:
- Ningún Estado puede estar seguro indefinidamente de sus fronteras.
- No hay estructura social, por sólida o antigua que fuere, que tenga
carácter permanente.
- En la actualidad, revolución no es sinónimo de subversión, sino
de descomposición.
- La fuerza revolucionaria ya no pertenece a las minorías
comprometidas, sino a la opinión pública, los medios de
comunicación social y la justicia.
- La revolución sigue siendo una invención europea.
No puede haber previsión estratégica
sin la debida reflexión, sin el manejo conceptual y esencial de la realidad
sobre la que debemos actuar, pero tampoco sin el respaldo del instrumento
militar necesario. Sin la “adecuada” fuerza militar y su voluntad política de
empleo, la prevención será una utopía. El problema Latinoamericano es que
ningún Estado-Nación posee esa fuerza adecuada a éste tiempo y circunstancia.
Carecemos de voluntad política para lograr un Acuerdo de Seguridad Común, ante
los hechos estratégicos en curso en la región. No hemos sido capaces de
contener, “en conjunto”, el mayor y más antiguo conflicto de la región, el
colombiano. Frente a la nueva modalidad de los conflictos presentes en América
del Sur, entre los cuales el narcoterrorismo es su máxima expresión, se pone de
manifiesto dramáticamente la incapacidad de los Estados, actuando por separado,
para poder adoptar medidas eficaces. Como dice Minc: “Se necesita siempre lo
mismo: un marco internacional, reglas homogéneas y mecanismos de vigilancia y
control. Pero tales instituciones no existen. Nos acercamos al cero ideológico.
Las ideas tradicionales han desaparecido y con ellas el mundo del orden. La
caída del comunismo arrastró al socialismo como al liberalismo. Esta se ve
afectado al haberse desarrollado como reacción al comunismo, con lo que ha
perdido su estímulo, apoyo y referencia. Paradójicamente, su punto
débil se sitúa en el monopolio ideológico, al ser chivo expiatorio de todos los
males que afligen a la humanidad”.
Propone lo que llama “Caja de
Herramientas Conceptuales”:
- Racionalizar
el Mercado.
- Conocer
conceptualmente las constantes que produce la Historia para poder
prevenirlas.
- Las
elites deben asumir y afrontar las nuevas áreas que se salen de su marco
de acción.
- Adoptar
políticas proactivas, pues las crisis y las situaciones inestables que
desembocan en los conflictos, tienden a degenerar por naturaleza en hechos
más graves.
- No
buscar apoyo en principios sólidos de cohesión, que la sociedad actual no
posee.
- Rescatar
los principios culturales de cada sociedad, como pilar esencial de la
recuperación.
- La
autoridad debe cambiar su forma de actuación basada en el consenso.
- Debe
tener en cuenta los efectos múltiples, actuar a la más mínima señal de
riesgo.
- Debe
hacerlo con flexibilidad, para poder reconducir trayectorias equivocadas.
“Lo
que resulta es, pues, un arte extraño hecho de firmeza y de flexibilidad, de
rigidez y movilidad, en perpetuo movimiento y, al mismo tiempo, inflexible
sobre algunos puntos fundamentales. Tiene que hacer suyo un doble imperativo…
imaginación y riesgo”. Nuestros sistemas
de defensa están orientados para una guerra equivocada, fuera de tiempo y
espacio.
Nuestro “Sistema de Defensa”,
estructurado a través de las Leyes de Defensa y de Seguridad Interior,
contradice abiertamente la naturaleza del conflicto que tratamos de describir
en el presente trabajo. Impide la previsión por razones ideológicas y extrapola
las funciones del factor militar fuera de los límites geográficos del Estado. Y
expresa lo que Gaston Bouthuol denomina “ilusionismo jurídico”[11].
Este nos crea el espejismo de concebir la esperanza de controlar el conflicto
mediante la norma jurídica. No se trata de negar el papel de freno o límite que
impone el Derecho Internacional en el desarrollo de la guerra, sino que resulta
ilusorio pensar que, mediante normas jurídicas la sociedad pueda hacer frente y
eliminar un fenómeno que el autor califica de “patológico”. Para la sociedad
latinoamericana, el estudio científico y objetivo de la guerra, no admite
demoras. El poder de destrucción, la capacidad de movilización y en definitiva
la posibilidad del hombre de desarrollar una guerra civil generalizada, en el
seno de nuestras sociedades, exige adoptar medidas para contar con una nueva
oportunidad.
Del análisis de los 366 conflictos
mayores ocurridos entre 1740 y 1974, realizado por el polemólogo francés para
estudiar la conflictividad en el mundo, se desprende la primacía de los motivos
estructurales. Por lo tanto recomienda tratar de profundizar y buscar las
razones de la guerra, más allá de las causas ocasionales, que son la
manifestación visible, perceptible por nuestros sentidos. Es necesario llegar a las causas estructurales, conceptuales,
donde encontraremos las verdaderas fuerzas en oposición, en forma abstracta,
que conducen a engendrar la violencia colectiva.
Como
expresa Barry Buzan[12]: “Hasta ahora el fin del
estamento militar era ganar guerras, de ahora en adelante será evitarlas. Casi
no existe otro fin útil”. En
ésta nueva tipología de las guerras, el Crimen Organizado Transanacional,
adquieren un rol de actor principal. Una definición del mismo que está usando
Interpol es: “Cualquier
grupo que tiene una estructura corporativa cuya el objetivo primario es obtener
dinero a través de las actividades ilegales y sobrevive a menudo en el miedo y
corrupción.”
El Comité Especial de las Naciones Unidas para elaborar la Convención Contra la Delincuencia Organizada Transnacional, que se reuniría en el próximo mes de diciembre, propone la siguiente definición: “Se entiende por grupo delictivo organizado, un grupo estructurado, existente durante un período de tiempo y que tenga por fin la comisión de un delito transnacional grave, mediante la acción concertada, utilizando la intimidación, la violencia, la corrupción u otros medios, para obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material”. Cualquier intento por definir este fenómeno, encuentra diferencias entre los estados parte en cuanto a la dimensión subjetiva de la noción del crimen (por ejemplo, el contrabando de opio en China por comerciantes británicos durante los primeros años del siglo XIX, en violación de las leyes chinas, se definió como comercio esencial para Gran Bretaña. En el mundo de hoy, estas contradicciones todavía persisten.
El Comité Especial de las Naciones Unidas para elaborar la Convención Contra la Delincuencia Organizada Transnacional, que se reuniría en el próximo mes de diciembre, propone la siguiente definición: “Se entiende por grupo delictivo organizado, un grupo estructurado, existente durante un período de tiempo y que tenga por fin la comisión de un delito transnacional grave, mediante la acción concertada, utilizando la intimidación, la violencia, la corrupción u otros medios, para obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material”. Cualquier intento por definir este fenómeno, encuentra diferencias entre los estados parte en cuanto a la dimensión subjetiva de la noción del crimen (por ejemplo, el contrabando de opio en China por comerciantes británicos durante los primeros años del siglo XIX, en violación de las leyes chinas, se definió como comercio esencial para Gran Bretaña. En el mundo de hoy, estas contradicciones todavía persisten.
Existen hechos que facilitan en
desarrollo del Crimen Organizado Transnacional, como fenómeno globalizado:
La debilidad de las instituciones
fundamentales de los estados.
La marginación de importantes sectores en los diferentes grupos sociales.
Modificación de sistemas de comercio tradicionales.
Flexibilización de las voluntades políticas para combatir este fenómeno.
Incremento de los movimientos migratorios.
Aparición de áreas de libre comercio en diversos lugares del mundo.
Facilidades para ejecutar las operaciones financieras.
Falta de equidad social y económica entre países desarrollados y en desarrollo
La permeabilidad de las fronteras internacionales.
La apertura de las economías nacionales.
La velocidad de las transacciones comerciales internacionales.
La corrosión de los valores morales.
La falta de coordinación cooperativa globalizada entre los estados para combatirlo.
La falta de armonía en la legislación específica nacional e internacional para combatir este fenómeno.
La falta de organismos supranacionales para la aplicación de las leyes.
La marginación de importantes sectores en los diferentes grupos sociales.
Modificación de sistemas de comercio tradicionales.
Flexibilización de las voluntades políticas para combatir este fenómeno.
Incremento de los movimientos migratorios.
Aparición de áreas de libre comercio en diversos lugares del mundo.
Facilidades para ejecutar las operaciones financieras.
Falta de equidad social y económica entre países desarrollados y en desarrollo
La permeabilidad de las fronteras internacionales.
La apertura de las economías nacionales.
La velocidad de las transacciones comerciales internacionales.
La corrosión de los valores morales.
La falta de coordinación cooperativa globalizada entre los estados para combatirlo.
La falta de armonía en la legislación específica nacional e internacional para combatir este fenómeno.
La falta de organismos supranacionales para la aplicación de las leyes.
Los fines que en general, se le
atribuyen a las diferentes organizaciones criminales transnacionales son:
Obtener, en el menor tiempo posible,
la mayor cantidad de dinero, a través de las actividades lícitas e ilícitas.
Corromper las estructuras gubernamentales.
Destruir los sistemas económicos nacionales.
Constituir factores de poder
Establecer alianzas
Ejercer el poder utilizando cualquier medio.
Corromper las estructuras gubernamentales.
Destruir los sistemas económicos nacionales.
Constituir factores de poder
Establecer alianzas
Ejercer el poder utilizando cualquier medio.
CONCLUSIÓN
Bajo circunstancias normales, la
represión del narcoterrorismo es una tarea que corresponde única y
exclusivamente a las autoridades civiles responsables de imponer la ley, pero,
¿deberíamos aceptar las circunstancias actuales como normales? El profundo daño
causado por el narcotráfico en Colombia y en México, es evidencia de la
naturaleza devastadora de esta amenaza. Ya es hora de reconocer la magnitud de
los problemas creados por el Crimen Organizado Transnacional en nuestro
territorio y ya es hora de controlar esta situación. Ante el alto grado de
vulnerabilidad y de disfuncionalidad en que se encuentran los sistemas de
Defensa de los países miembros del MERCOSUR, considerando las particularidades descriptas, es
indispensable encontrar un camino hacia un sistema de Seguridad Estratégica Regional,
que preserve un futuro político en Paz, frente a los actuales, nuevos y
poderosos riesgos y amenazas internacionales en presencia. Salvaguardar al
Estado, como instrumento de Seguridad, Justicia y Equidad Social, es el desafío
estratégico primordial en la posguerra fría. La sinergia que se produce entre terror y crimen,
contribuye sin duda a debilitar las alianzas internacionales, a licuar el poder
político de los Estados y a minar progresivamente la efectividad de las
fuerzas armadas, de seguridad y policiales, en particular en aquellos países
cuyas dirigencias están comprometidas con el nuevo fenómeno o se encuentran
estratificadas en su conceptualización estratégica. El Sub-Continente queda así
fuertemente relacionado con los complejos y ocultos actores del eventual
Califato Euro-Asiático, desarrollando a Ibero América como “espacio sin ley”, organizado con entidades sociales horizontales,
autogestionadas, desde la anarquía anti-institucional en plena experiencia en
los suburbios de Caracas, en los últimos años. Los despliegues de las veinte
bases militares “bolivarianas” en las fronteras bolivianas con Brasil,
Paraguay, Argentina, Chile y Perú, así parecen confirmarlo.Las acciones
conjuntas, que tienen como eje en Colombia al narcoterrorismo encabezado por
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), con los carteles de la
droga ligados también a otras formaciones políticas, como la anticomunista
Fuerzas de Autodefensa de Colombia y a sociedades criminales como la mafia
rusa, deben encontrar una respuesta definitiva que no puede terminar sino en la
derrota, rendición incondicional y erradicación definitiva de esos flagelos
mundiales en nuestra región. En el caso de la Argentina, al desafío global y
regional la encuentra en un estado generalizado de inseguridad nacional,
sin previsiones, sin estructuras orgánicas actualizadas y sin voluntad de
defensa. La sociedad anómica, también está anestesiada. Subsiste bajo una
conducción inconscientemente irresponsable. Esta exigencia conduce
indefectiblemente al MERCOSUR
POLÍTICO y éste tendrá entidad cuando se logre
una Política
de Defensa Común, a través de un Acuerdo de Seguridad
Colectivo. La
naturaleza de los principales hechos y amenazas estratégicas del continente, el
narcotráfico y el terrorismo, operando sobre sociedades empobrecidas y Estados
Nacionales débiles, con sus instituciones malversadas y sus sistemas políticos
no consolidados, no ha encontrado una respuesta combinada y unificada,
que tenga en cuenta las características internacionalizadas y flexibles de una
agresión estratégica diluida, no militar. Allí encontramos el verdadero
desafío que debemos afrontar.
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