domingo, 8 de mayo de 2016

LA CRUZ DE BORGOÑA, PRIMERA BANDERA DE ESPAÑA.Oriamendi (Instrumental)





Bandera de la Hispanidad en las Américas, 
adoptada como símbolo de las Américas 
por la séptima conferencia internacional 
Americana de Montevideo 
el 13 de diciembre de 1933.

José A. Gallego
Historiador, diplomado en Heráldica y Vexilología Militar
Si hoy en día alguien ve ondear la Cruz de Borgoña sobre fondo blanco en una bandera los más informados pensaran que se encuentran ante el Blasón de los carlistas, de los Requetés. Y si bien esto es cierto, resulta que esa verdad no alcanza a explicar la verdadera dimensión de la Enseña ante la que se hallan. Para explicar su verdadero significado empezaremos por recordar que la Bandera roja y gualda que hoy todos reconocemos como Enseña nacional, no lo fue hasta el Real Decreto de 13 de octubre de 1843. Es decir, que apenas tiene poco más de 150 años de vigencia y sin embargo, todos, buen casi todos, han olvidado que antes nuestra nación se identificaba con otra Bandera, la Cruz de Borgoña, que fue seña de nuestra identidad durante más de 300 años.
Por el contrario su vinculación con el Carlismo, es relativamente reciente. Tuvo su origen en la organización emprendida por don Manuel Fal Conde, designado el 3 de mayo de 1934 por el Rey don Alfonso Carlos, Secretario general de la Comunión Tradicionalista. Entonces fue designado Delegado nacional de Requetés don José Luis Zamanillo y González-Camino. De ellos nació la idea de que el Requeté (organización militar clandestina carlista, conocida así, por que así se denominaban sus unidades básicas tipo Compañía, aunque con el tiempo ese nombre se haría también extensivo a sus componentes), tuviese un distintivo propio. Se convocó un concurso, en el que resultó elegido el escudo diseñado por el navarro Roberto Escribano Ortega, consistente en la Cruz de Borgoña en color rojo sobre campo de plata, con el que rescataba la antigua Bandera de España, quedando aprobado como insignia oficial del Requeté el día 24 de abril de 1935. No obstante, en algunas ocasiones anteriores fue utilizada en algunos periódicos carlistas y ocasionalmente enarbolada en actos.
Veamos su origen. La Tradición nos cuenta que el apóstol San Andrés murió en el año 95 después de J.C. en la ciudad griega de Patras, utilizándose para su martirio una cruz en forma de aspa, motivo por el que este tipo de cruz, se convertiría en el símbolo que identificará, ya para siempre, a éste apóstol. San Andrés fue el Patrón de la Casa ducal de Borgoña, tradición que según apunta Elías de Tejada[1] , tenía su origen en el Condado de Borgoña o Franco-Condado. Tradición que llevó al duque Felipe el Bueno, cuando en el año 1429 fundó la Real Orden del Toisón de Oro, a ponerla bajo el patronazgo del Santo Apóstol, siendo desde entonces utilizado este símbolo, la Cruz de San Andrés, por los Duques de Borgoña, en sus Estandartes, vestimenta y en los uniformes de su Guardia personal, como Grandes Maestres de la Orden que eran, hasta el punto que, la Cruz de San Andrés pasó a conocerse indistintamente como Cruz de San Andrés o Cruz de Borgoña.
La Cruzde San Andrés o Cruz de Borgoña se representó en un principio, formada por dos troncos con las ramas cortadas o por dos ramas provistas de nudos, pasando con el tiempo a estilizarse, hasta representarse en unos casos solamente como un aspa de formas rectilíneas o en otros con estas líneas adornadas con formas geométricas simulando los antiguos nudos o tocones de las ramas cortadas.
Dejaremos la historia del ducado de Borgoña para otra ocasión, limitándonos ahora a relatar la llegada de su enseña a España, conla Casade Austria, los Habsburgo. Consecuencia de la convergencia en el tiempo de dos sucesos, mejor dicho, de dos series de sucesos, de los que se iban a derivar consecuencias decisivas, no solo para la historia de España, sino para la historia de Europa. Por un lado la política de alianzas matrimoniales seguida por Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, política que tenía como fin primordial, fortalecer la situación de sus Reinos frente a Francia, lo que les llevó a casar a sus cinco hijos con los herederos de las coronas de las principales potencias que rodeaban a la nación vecina y rival:
A Isabel (Dueñas. Palencia, 1 de octubre de 1470 – Zaragoza, 28 de agosto de 1498), con don Alfonso, hijo y heredero del Rey Juan II de Portugal, boda que se celebró por poderes en Sevilla en el día 18 de abril del año 1490 y que fue ratificada en Evora (Portugal) en el mes de junio del año siguiente. Cuando el príncipe Alfonso murió, lo que sucedió al poco tiempo de su boda, exactamente el día 13 de julio de 1491, como consecuencia de una caída de caballo, Isabel regresó a Castilla afirmando que: «después de aquel marido que perdiera, ya no quería otro»[2] , pero los intereses políticos no tardarían en imponerse a la decisión dela Infanta y en 1495 se acordaban sus nupcias con don Manuel, Duque de Beja, primo de su primer marido, con quien contraería matrimonio en Valencia de Alcántara (Cáceres), el día 30 de septiembre de 1497, cuando éste ya había sucedido al Rey Juan II con el nombre de Manuel I y a quien la historia apodó el Afortunado.
A Juan (Sevilla, 30 de junio de 1478 – Salamanca, 4 de octubre de 1497), Príncipe de Asturias y de Gerona, con doña Margarita de Austria, hija de Maximiliano, Archiduque de Austria y heredero del Emperador Federico III de Alemania y de María, Duquesa de Borgoña y Condesa de Flandes, enlace que se celebró primero por poderes en Malinas en el mes de noviembre del año 1495 y que se ratificó en Burgos el día 3 de abril de 1497.
A Juana (Toledo, 6 de noviembre de 1479 – Tordesillas. Valladolid, 12 de abril de 1555), con Felipe, llamado el Hermoso, aunque este apodo sea solamente una mala traducción de le Bel, hermano de Margarita de Austria y duque de Borgoña desde 1493, boda que se celebró por poderes en Valladolid en 1496 y que se consumó en el día 20 de octubre de ese mismo año en Lierre, ciudad situada entre Malinas y Amberes y perteneciente al señorío de Malinas.
A María (Córdoba, 29 de junio de 1482 – Lisboa. Portugal, 7 de marzo de 1517), con el Rey de Portugal don Manuel I, viudo de su hermana Isabel, matrimonio que se celebró por poderes en el mes de agosto del año 1500 en Granada y que se ratificó dos meses después en la localidad portuguesa de Alcacer do Sal.
Y por fin a Catalina (Alcalá de Henares. Madrid, 15 de diciembre de 1485 – Kimbolton. Inglaterra, 7 de enero de 1536) con Arturo, Príncipe de Gales y por tanto heredero dela Corona de Inglaterra, esponsales que se celebraron por poderes en Londres en el mes de mayo de 1499 y que se ratificaron en esa misma ciudad el día 14 de noviembre de 1501. Pero Arturo al igual que Alfonso heredero de Portugal falleció al poco tiempo de la boda, y Catalina como antes lo había sido su hermana Isabel, convertida en base de las relaciones entre ambos Reinos, fue comprometida en el año 1503, con el hermano de Arturo, Enrique, con el que sin embargo no se desposó hasta el año 1509 cuando ya había subido al trono de Inglaterra con el nombre de Enrique VIII.
Por otro lado, y junto a estos matrimonios, una serie consecutiva de fallecimientos ocurridos en la familia real, posibilitaría el acceso de los Habsburgo a las Coronas de Castilla y Aragón. Estos fallecimientos comenzaron con la muerte de Juan, único hijo varón de Isabel y Fernando, heredero de las Coronas de Castilla y Aragón, que falleció el día 4 de octubre de 1497, muerte a la que siguió la de su hija póstuma, nacida muerta en Alcalá de Henares (Madrid), apenas dos meses después de la muerte de su padre.
Estas primeras muertes significaban que, en ausencia de otros varones, los derechos sobre las Coronas de Castilla y Aragón pasaban a la hija mayor de los Reyes Católicos, es decir, a Isabel, y que al estar casada esta con el Rey don Manuel I de Portugal, se posibilitase la futura unión de todos los Reinos peninsulares, unión que no llegaría a producirse en ese momento histórico, puesto que a los fallecimientos del Príncipe Juan y de su hija, les siguió el día 23 de agosto de 1498, por sobreparto, el la de la nueva heredera, cuando ya había sido jurada como tal, por las Cortes de Castilla reunidas en Toledo y esperaba el juramento de las de Aragón, congregadas en Zaragoza. A esta muerte de Isabel, siguió la del hijo que fuera causa de su fin y que había recibido el nombre de Miguel de Paz, quien se había convertido en el heredero de las Coronas de Portugal, de Castilla y de Aragón. Pero el pequeño Miguel, continuando esta trágica cadena de muertes no llegó a los 23 de meses de vida y también murió el día 20 de julio del año 1500.
Pasaban así, tras haberse producido cuatro muertes prematuras, los derechos sobre los Reinos de Castilla y de Aragón a la tercera hija de los Reyes Católicos, Juana, y a su marido Felipe el Hermoso y a sus descendientes, es decir, a los Habsburgo. Pero este cambio dinástico que se anunciaba, y debido a la mala impresión que Felipe, gracias a su actitud, produjo a sus suegros en la primera visita, que en el año 1502, realizaron los Archiduques de Austria y duques de Borgoña a la península, pondría en serio peligro la consumación de la Unidad española.
La inestabilidad mental de Juana, que la proporcionó el apodo de la Loca, hizo que a la muerte de la Reina Isabel ocurrida en Medina del Campo (Valladolid) el día 26 de noviembre de 1504, se produjese el enfrentamiento, prácticamente anunciado, entre Fernando el Católico y su yerno Felipe el Hermoso por la Regencia de Castilla, el primero se apoyaba en el testamento de su esposa, quien desconfiando de su yerno y conocedora del triste estado mental de su hija Juana, a la par que nombraba a esta «heredera y sucesora legítima» de todos sus Reinos, tierras y señoríos, dejaba la «administración y gobernación» de los mismos a su marido, en los casos en que Juana «no esté en estos mis Reinos, o después que a ellos viniere, en algún tiempo haya de ir a estar fuera de ellos, o estando en ellos no quiera, o no pueda entender en la gobernación de ellos»[3] , mientras que el segundo lo hacia apoyado en el hecho, de que si Juana estaba incapacitada para gobernar, la lógica y el derecho, dictaba que dicho gobierno recayese en su legítimo marido, además, convencido e informado por el embajador de Castilla en Flandes, don Juan Manuel, Señor de Belmonte de Campos, de que su postura sería apoyada por la mayoría de la nobleza castellana.
El apoyo que efectivamente los nobles castellanos, casi al completo, prestaron de inmediato a don Felipe, dejó en una precaria situación a Fernando en Castilla y así como dice Ferrán Soldevila: «A pesar de que en la concordia de Salamanca (24 noviembre 1505) se llegó a un acuerdo sobre un gobierno tripartito de Juana, Felipe y Fernando; a pesar de la entrevista que suegro y yerno tuvieron en el Remesal (20 junio 1506), el conflicto no tuvo mas que una solución: en Villafáfila, pocos días después (el 27), Fernando y Felipe llegaron a un acuerdo sobre la base de la partida del Rey Católico»[4].
Pasaba así el día 27 de junio de 1506, de hecho, la Corona de Castilla a la Casa de Austria, a Felipe de Habsburgo, ya Felipe I de Castilla, jurado como tal al mes siguiente, exactamente el día 12, pero en Aragón seguía reinando don Fernando, y aunque Juana continuaba siendo la legítima heredera de la Corona de Aragón, solo accedería al trono, sí Fernando, su padre, no tenía otro hijo varón, posibilidad que se había hecho factible con la boda de Fernando con Germana de Foix, sobrina del Rey de Francia, Luis XII, boda pactada en el tratado de Blois el 19 de octubre de 1505 y consumada en Dueñas el 18 de marzo del año siguiente y que había supuesto un viraje total en la política de alianzas del Rey aragonés, motivado por la clara animadversión que sentía hacia su yerno. 
La posibilidad de que Aragón tuviese un nuevo heredero y se rompiese la Unidad fraguada por Isabel y Fernando, se concretó cuando la joven Reina (Germana tenía 18 años cuando se casó), quedó embarazada. Pero otra vez, la muerte, cuando ya el propio Felipe de Habsburgo, también había fallecido en Burgos el 30 de septiembre de 1506, a la edad de 28 años, ahora, del hijo de Fernando el Católico y de Germana de Foix, Juan, a las pocas horas de nacer en el año 1509, hacía que la sucesión de la Corona de Aragón volviese a los descendientes de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca y así a la muerte del Rey de Aragón, ocurrida el día 23 de enero de 1516 en Madrigalejo (Cáceres), ambas Coronas pasaron a la casa de Austria, en las manos de Carlos de Habsburgo, hijo de Juana y Felipe, nacido en Gante (Flandes) el día 24 de febrero del año 1500.
Bandera de los Tercios de Flandes.
Como dice Ludwing Pfandl: «Parece como si la muerte hubiera querido abrir violentamente paso libre a una dinastía extranjera»[5] . Con la llegada de la casa de Austria a España, llegaba igualmente, lo que se llamó «la herencia borgoñona», herencia que a su vez había llegado a los Habsburgo con el matrimonio de Maximiliano (Wiener. Neustadt. Baja Austria, 1459 – Wels. Alta Austria, 1519) con María de Borgoña (Bruselas. Brabante, 1457 – Brujas. Flandes, 1482) hija única de Carlos el Temerario, último Príncipe de linaje borgoñón, muerto en el ataque a Nancy el 5 de enero de 1477 (mientras trataba de realizar su sueño de conquistar la Lorena), dejando a su hija María, además del Ducado de Borgoña, los de Brabante, Luxemburgo y Limburgo, los Condados de Flandes, Artois, Henegau, Holanda, Zelanda y Namur y los Señoríos de Malinas, Oberyssel y Maastricht. Herencia por la que desde entonces, los Habsburgo tendrían que pelear casi constantemente contra Francia. 
Pero esta herencia no era solamente de territorios, sino de espíritu y costumbres, pues como dice Otto de Habsburgo: «Por el matrimonio con María, la Casa de Austria se convirtió en la Casa de Austria y de Borgoña. El cambio no consistía sólo en el desplazamiento de la base geográfica del poder de la dinastía de Habsburgo. Había también en Borgoña una vieja tradición que heredó la familia; igualmente el factor lingüístico debía tenerse en cuenta. Maximiliano utilizó ya el francés en sus cartas y en la conversación con sus hijos»[6]. 
Es decir, esta asimilación del espíritu borgoñón, fue total por parte de los Habsburgo que «siempre vieron en el Condado de Borgoña, en palabras de Carlos V, el más antiguo solar de su Dinastía»[7]. Este espíritu estaba cargado de ideales basados en la Caballería Medieval, ideales que habían conseguido canalizar el ardor bélico del Caballero del medievo, bajo un estricto Código de Honor y le habían dado un objetivo místico, la exaltación de la Cristiandad. Este ideal fue el que llevó a Felipe el Bueno (1419-1467), bisabuelo de Felipe el Hermoso, a crear el día 8 de enero de 1429, aprovechando la llegada a Bruselas de la que sería su tercera esposa, doña Isabel de Portugal, la Orden de Caballería del Toisón de Oro, que convertiría su estado en el centro de reunión de los más destacados Caballeros de todas las cortes europeas. 
La Orden del Toisón de Oro, fue creada según consta en sus Ordenanzas para «la gloria y alabanza de Dios Omnipotente, nuestro Creador y Salvador, en honor de su Gloriosa Madre, la Virgen María y de nuestro Señor, San Andrés, Apóstol y Mártir»[8]. Por lo que se ponía la advocación de este santo, patrón de la Casa de Borgoña, a quien se encomendaban los Caballeros y por el que juraban los electos, disponiéndose que fuese en el día en que la Iglesia celebra su festividad, el 30 de noviembre, cuando la Orden debía tener función solemne. Siendo este día del año 1431 cuando se celebró el primer Capítulo de la Orden, con procesión y Misa en su honor de su Santo Patrón. 
Como dijimos el símbolo que identificó siempre a este apóstol, fue el que significó el instrumento de su martirio, una cruz en forma de aspa, que se representaba construida con dos troncos de árbol con las ramas cortadas, y que siempre se conoció como Cruz de San Andrés. La devoción de la Casa de Borgoña a San Andrés, según afirma Elías de Tejada[9], tenía su origen en el Franco-Condado o Condado de Borgoña con capital en Besançon, que si bien había tenido personalidad propia, había pasado a formar parte del Ducado de Borgoña (con capital en Dijon) en 1363, al recibir el abuelo de Felipe el Bueno, Felipe el Atrevido (1342-1404), Conde de Borgoña por concesión del Emperador de Alemania, Carlos IV, el Ducado, de su padre, Juan II el Bueno Rey de Francia. 
Cruz de Borgoña. Veracruz, Méjico. 1821.
Lo cierto es que la Cruz de San Andrés, sobre todo a partir de la creación de la Orden del Toisón de Oro a la que llegó a representar, figuraba de forma habitual en los Estandartes de los miembros de la casa de Borgoña, y en el de todos los miembros de la Orden del Toisón, así como en la indumentaria de los Soldados que formaban sus Escoltas personales. 
Laurent Vital, cronista del primer viaje de Carlos I a España, al narrarnos la fiesta del Toisón de Oro que se celebró en Bruselas, antes de su partida, nos ha dejado un ejemplo de la importancia que San Andrés y la Cruz que le representaba, tenía entre los borgoñones. El primer día de los actos que se organizaron, el 25 de octubre de 1516, se celebró una Misa en la Iglesia de Santa Gúdula, «en honor de Dios y del señor San Andrés», que Vital nos relata, aprovechando para describirnos los vestidos de los Caballeros de la Orden: «de terciopelo carmesí, ceñidos por encima y arrastrando hasta el suelo, forrados de raso blanco, con capucha con borla igualmente de terciopelo y echada a la espalda a manera de cofia, según la moda de tiempos pasados; y encima de los vestidos llevaban mantos de la misma tela, que se abrochaban por encima del hombro derecho y quedaban abiertos por un costado, los cuales mantos estaban ricamente bordados con hilo de oro hecho a aguja por bordadores, teniendo sembradas mosquetes, Cruces de San Andrés y Vellones del Toisón todo a lo largo de esa bordadura; y encima de los mantos llevaban alrededor del cuello los Collares de la Orden»[10]. Sigue luego Vital, describiendo la ceremonia y al llegar al momento de las ofrendas en la celebración de la Santa Misa, nos cuenta como: «se acercaron todos descubiertos para acompañar hasta el altar mayor al Rey, quien por medio de su Capellán dio como ofrenda suya treinta mallas o blancas (antigua moneda) para la cruz de San Andrés. Y la ofrenda de cada Caballero a la Cruz de San Andrés era un florín»[11]. 
La Cruz de Borgoña en América.
Por todo esto, habremos de deducir que la primera vez que la Cruz de Borgoña llegó a territorio español, fue con ocasión del primer viaje que Felipe el Hermoso, Duque de Borgoña y Gran Maestre de la Orden del Toisón de Oro, realizó a la península en compañía de su esposa doña Juana, cuando tras fallecer los dos hijos mayores de los Reyes Católicos, don Juan y doña Isabel, viajaron a España, para ser reconocidos por las Cortes castellanas y aragonesas como sus legítimos herederos. Este viaje se realizó por tierra, a través de territorio francés, respondiendo a una invitación expresa del Rey Luis XII de Francia. Los Duques salieron de Bruselas el día 4 de noviembre de 1501 para llegar el 7 de diciembre a Blois, donde en su castillo residía la Corte francesa y en donde fueron huéspedes de Luis XII y su esposa Ana de Bretaña. Siguieron posteriormente su viaje, para entrar en España el día 3 del mes de enero del año 1502 por Fuenterrabía (Guipúzcoa), en donde fueron recibidos en nombre de los Reyes Católicos, por una comisión de nobles encabezada por don Gutierre de Cárdenas y don Francisco de Zúñiga. Entraron solemnemente en Toledo el día 7 de mayo de 1502. Tras ser jurados el día 22 de ese mismo mes como herederos a la Corona de Castilla, siguieron viaje hacia Zaragoza, para serlo el día 27 de octubre como herederos de la de Aragón. En diciembre de 1502 por Barcelona, saldría nuevamente Felipe de España y en marzo de 1504 le seguiría doña Juana desde Laredo (Santander). 
Castillo de San Marcos. San Agustín, Florida.
En este primer viaje don Felipe, se había hecho acompañar de un deslumbrante séquito, pero no precisamente de carácter militar, pues «se componía de más de cien personas, entre los cuales se encontraban más de cuarenta Damas de honor. Entre escuderos, lacayos, cocineros y demás personal de servicio pasaban de doscientos. La fila de carros de equipajes no tenia fin, pues llevaban consigo, no sólo camas, muebles y ajuar de cocina, sino también arcas llenas de magnífica vajilla y aun gran parte de los preciosos tapices de Flandes de los que había en el palacio de Bruselas»[12]. Motivo por el que solo podemos afirmar, que la Cruz de Borgoña figuraría en la vestimenta de don Felipe, tal vez todavía no en Estandartes y Banderas, puesto que no podemos asegurar que esta vez le acompañasen, lo que si se podemos hacer con motivo de su segundo viaje, puesto que en esta ocasión, el Duque de Borgoña volvía a nuestras tierras para disputar el gobierno de Castilla a su suegro, y por ello a un séquito no menos brillante y numeroso de Damas, Caballeros, criados y equipajes, que en la ocasión anterior, unió un fuerte contingente militar, formado, según que autores, por 2.000 o 3.000 lans-quenetes alemanes (Infantería mercenaria organizada por Maximiliano) y 150 Arqueros borgoñones a caballo, escolta personal de don Felipe, que no solamente llevaban la Cruz de Borgoña en sus Estandartes, sino también sobre su pecho, todos bajo las ordenes del Conde de Fürstenberg. 
Este segundo viaje se realizó por mar, embarcando los Duques y su comitiva, en una flotilla de más de 40 embarcaciones, el día 7 de enero de 1506 en el puerto de Flesinga (puerto y plaza fuerte situada en la isla de Walcheren, en la ribera norte del brazo occidental del Escalda, en Zelanda). La travesía sería accidentada, pues a pesar de haber retrasado la salida durante más de un mes a causa del mal tiempo, de pasar sin contratiempos las costas de Inglaterra y ganar felizmente la salida al Atlántico, «se presentó de repente una calma que les obligó a vagar en demanda del puerto más cercano para evitar el temporal que amenazaba. Pero no lo consiguieron. Al atardecer se desencadenó la tormenta y duró, con terrible violencia, hasta la mañana siguiente. La flotilla fue dispersada en todas direcciones: un par de barcos con pajes y criados se fueron a pique; unas veinte embarcaciones pudieron refugiarse al amanecer en el puerto de Falmouth»[13], mientras, la embarcación de los Duques, la Juliana y las que la siguieron pasaron «dos días y dos noches en un proceloso mar envuelto en espesa niebla»[14], y solamente cuando se disipó esa niebla y se apaciguó el mar, consiguieron llegar con gran esfuerzo al puerto de Portland. 
Los que habían conseguido llegar a Falmouth, sufrieron la hostilidad inglesa pues, «solamente se les permitió tomar tierra a unas cuantas personas. En la compra de víveres les hacían pagar precios exorbitantes y muchas veces les arrancaban de las manos los géneros que ya habían pagado…»[15]. Mientras que por su parte, «Enrique VII se dispuso a conseguir el máximo provecho de la situación privilegiada en que se encontraba. Lo hizo con habilidad. Por un lado obsequió a Felipe con una hospitalidad adecuada a los caprichos y satisfacciones del joven monarca, mientras dejaba a la Reina Juana –que visitó a su hermana la Princesa viuda Catalina– en su buscada soledad»[16], para luego retenerle, casi como un rehén, hasta que consiguió arrancarle, unos tratados claramente favorables para sus intereses. 
Posteriormente, y tras haber reunido lo que había quedado de su flota en Falmouth y tras retrasar, otra vez por el mal tiempo, la salida durante semanas, prosiguieron viaje el día 22 de abril y ahora si, con una feliz travesía que les permitió en tan solo cuatro días, presentarse en el puerto de La Coruña, en el que desembarcaron el domingo día 26. 
El desembarco, sin embargo, estaba previsto que se hubiese realizado en cualquiera de los puertos de la costa santanderina, pero don Felipe, seguramente asesorado por don Juan Manuel, Señor de Belmonte de Campos y de Cevico de la Torre, primer español miembro de la Orden del Toisón de Oro, dispuso que se hiciese en La Coruña, para así además de no dar ventajas a don Fernando de Aragón, dar tiempo a que se les unieran los nobles castellanos que les apoyaban. 
Y así fue, rápidamente se decidieron por el bando de don Felipe, los Duques de Medina Sidonia, Benavente, Nájera y Béjar, los Marqueses de Villena, Astorga y Priego, el Conde de Ureña, etc, mientras que al lado de don Fernando, solamente se mantenían el Duque de Alba, el Marqués de Denia y el Conde de Cifuentes, además del Arzobispo de Toledo, don Francisco Ximénez de Cisneros, por eso cuando el día 20 de junio de 1506 se entrevistaron suegro y yerno en las afueras de Remesal (Zamora), a don Fernando le acompañaban tan solo unos pocos nobles, mientras que a don Felipe le seguían 9.000 hombres. El óleo que recoge esa escena histórica y que se encuentra en el castillo de La Folie, Bélgica, hace hincapié en esa desigualdad numérica y además hace destacar entre la masa de tropas que escoltan a don Felipe, los Estandartes en los que se enseñorea la Cruz de Borgoña. 
Don Felipe III de Borgoña y I de Castilla, tuvo un reinado «breve y desafortunado» que terminó en Burgos en el mes de septiembre de 1506, tras haber enfermado repentinamente con fiebre y vómitos, según algunos por haber bebido en exceso, cuando se encontraba sudando, después de haber jugado a la pelota. Don Fernando de Aragón volvió a ser Regente de Castilla, y a su lado se quedó el «cuerpo de Caballería llamado Arqueros de Borgoña que fue admitido al servicio de la Corona y dio guardia inmediata a las personas Reales»[17]. 
Bandera de gala del Tercio Montejurra.
Con Felipe el Hermoso llegó la Cruz de Borgoña a España, pero no sería hasta el reinado de su hijo, Carlos I, «borgoñón, rodeado de borgoñones, en la fase inicial de su reinado» a decir de José María Jover[18], cuando su uso se generalizaría en nuestra nación. Es cierto que durante su reinado se conservó la costumbre de que cada Cuerpo de ejército levantado con la anuencia del Rey, cada Compañía o Tercio (creados éstos en 1534), usase su propia Bandera, sin que hubiese reglamentación alguna sobre su tamaño, colores o motivos, puesto que estos solían ser los de las armas del Capitán que organizaba la fuerza, también es cierto que cada vez se hizo más frecuente que en ellas apareciera la Cruz de Borgoña, cuyo uso se generalizó en los Estandartes de Caballería. 
Con Felipe II, el Ejército continuó organizado en Tercios y Compañías, conservando éstas en sus Banderas las armas de sus Capitanes, al igual que se usaba el término “Bandera” como sinónimo de “Compañía”. En cabeza del Tercio, igual que en el reinado de su padre, iba un Alférez, portador de la Enseña del mismo. En 1560, la reorganización del Ejército modificó el criterio de elección de Capitanes y el de la exclusiva dependencia de ellos de la fuerza que mandaban, lo que hizo desaparecer de sus enseñas las armas de sus Capitanes, aunque siguieron conservando cada una identidad propia, para ser sustituidas por las del Rey, es decir, la Cruz de Borgoña, normalmente en rojo sobre fondo amarillo o blanco.
El hecho esencial, y por el que no importaba demasiado la reglamentación de las Enseñas, era la identificación inseparable de los conceptos de Rey y Reino, que no tenían sentido el uno sin el otro, por lo que las armas del Rey eran al propio tiempo las de su Reino, y por tanto las que se utilizaban ya sea en el Ejército o en cualquier otra institución del mismo, no tenían otro objeto que individualizarlas frente a las otras, lo que no implica que con el paso del tiempo fuesen adquiriendo mayor homogeneidad. 
Que la identidad de Rey y Reino era indisoluble, lo demuestra, el hecho de que a la desaparición de la Casa de Austria, Felipe V, no sólo asumió la Cruz de Borgoña como su emblema personal, como Rey de España que era, sino que asumió la más alta representación de la Orden del Toisón de Oro, que a su vez identificaba a la más alta representación de la Monarquía en España. Felipe V, además reglamentó su presencia en las Banderas del Ejército. Así podemos leer en el Real Decreto de 28 de febrero de 1707: «Y es mi voluntad que cada Cuerpo traiga la Bandera coronela blanca con la Cruz de Borgoña, según estilo de mis tropas, a la que he mandado añadir dos castillos y dos leones en los cuatro blancos y dos coronas que cierran las juntas de las aspas». Igualmente las Banderas de las Compañías lucirían la Cruz de Borgoña, aunque lo harían sobre un tafetán del color peculiar de las armas del pueblo, ciudad o provincia de cuyo nombre se hubiese tomado el del Regimiento, unidad heredera de los antiguos Tercios. 
Tercio Ortiz de Zarate durante nuestra Cruzada. Bilbao 1937.
Será la llegada del liberalismo a España la que originará el cambio de nuestra Enseña nacional. En la Constitución de Cádiz de 19 de marzo de 1812, capítulo I, «De la Nación Española», en su artículo 2º, se dice: «La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona», y en artículo 3º: «La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales». Se disolvía así la identidad entre Rey y Reino, pasando ambos a tener identidad independiente y como consecuencia no podían ser representados con los mismos símbolos. Solamente los avatares de nuestra Historia, iban a retrasar la desaparición de la Cruz de Borgoña como Emblema nacional. La Guerra Realista de 1821-23, que devolvería a Fernando VII a la plenitud de su soberanía y que retrasaría la toma total del poder por los liberales hasta finales de 1833, si bien la Primera Guerra Carlista, 1833-40, retrasaría su asentamiento. Una vez terminada ésta con la derrota carlista, se consumaba el divorcio entre Rey y Reino y posibilitaba el cambio de Enseña. 
La maniobra la facilitó el hecho de que ya en España, en aquellos años, se usase una Bandera diferente, la de la Armada Real. La existencia de esta Bandera tenía un origen eminentemente práctico y no pretendía sustituir a la Cruz de Borgoña como símbolo del Reino. Surgió del hecho, de que al estar regidas varias naciones por Reyes de la Casa de Borbón: España, Francia, Nápoles, Toscana, Parma, Sicilia, todas usasen como color distintivo el blanco, además de que otras no borbónicas, como Inglaterra, también lo hiciesen, por lo que sus Banderas tan sólo se distinguían por el escudo, lo que en alta mar, motivaba frecuentes errores a la hora de identificar a los navíos, errores que a veces traían fatales consecuencias. Para evitar este problema Carlos III convocó en 1785 un concurso de diseños para elegir el nuevo Pabellón de la Armada. El Ministro de Marina don Antonio Valdés propuso al Rey los doce modelos finalistas para que escogiese uno. Carlos III, eligió el modelo compuesto por tres franjas de igual tamaño, encarnada, amarilla, encarnada, modificándolo posteriormente, aumentando el ancho de la franja amarilla (la central), hasta ocupar la mitad del paño.
Los modelos definitivos, para la Armada y Marina Mercante españolas, fueron publicados en un Real Decreto, dado en Aranjuez el 28 de mayo de 1785: 
«Para evitar los inconvenientes, y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera nacional, de que usa mi Armada naval, y demás Embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos con las de otras Naciones; he resuelto, que en adelante usen mis Buques de guerra la Bandera dividida a lo largo de tres listas, de las que la alta, y la baja sean encarnadas, y el ancho de cada una la cuarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose en esta el Escudo de mis Reales Armas reducido a los dos cuarteles de Castilla, León con la Corona Real encima; y el Gallardete con las mismas tres listas, y el Escudo a lo largo, sobre cuadrado amarillo en la parte superior…». 
Por Real Decreto de 20 de mayo de 1786, se hizo extensivo el uso de la Bandera roja y gualda a las «plazas marítimas, sus castillos y otros cualesquiera de las costas». Por cierto, esta Bandera ya fue enarbolada por los revolucionarios en 1820 para diferenciarse de los realistas. Es por tanto ahora el momento oportuno de recoger el Real Decreto de 13 de octubre de 1843: 
«Siendo la Bandera nacional el verdadero símbolo de la Monarquía española, ha llamado la atención del Gobierno la diferencia que existe entre aquella y las particulares de los Cuerpos del Ejército; tan notable diferencia trae su origen del que tuvo cada uno de sus mismos Cuerpos, porque formados bajo la dominación e influjo de los diversos Reinos, provincias o pueblos en los que estaba antiguamente dividida España, cada cual adoptó los colores o blasones de aquel que le daba nombre. La unidad de la Monarquía española y la organización del Ejército y demás dependencias del Estado, exigen imperiosamente desaparezcan todas las diferencias…». 
Que forma de mentir y tergiversar los hechos. Hagamos un pequeño análisis de este Decreto, tan poco Real. Desde luego empieza con una falsedad, diciendo que la Bandera de la Armada era la Bandera nacional. Hemos visto en el Real Decreto de Carlos III, que la Bandera roja y gualda sustituye en la Real Armada a la Bandera nacional, la Cruz de Borgoña, por cuestiones eminentemente prácticas y sin ánimo de sustituirla como Enseña del Reino. 
Sigue con otra mentira, la absoluta diversidad de las Enseñas utilizadas por los distintos Cuerpos del Ejército, algo que sabemos ya había desaparecido, pues a lo largo de los años se habían ido homogeneizando, y si conservaban diseños diferentes y signos distintivos particulares, no lo eran más que como distintivo de identidad de cada uno de los Cuerpos, presentando todas ellas en la etapa previa a este Decreto, las Armas Reales, ya sea con los muebles de los distintos Reinos que configuraban la Monarquía española, con la Cruz de Borgoña o con la combinación de ambos. 
Y finaliza con una tergiversación, achacando las diferencias entre esas Enseñas a la dominación e influjo de los diversos Reinos, algo que además de ser mentira, evidencia el espíritu centralista propio del liberalismo decimonónico. La realidad era, como ya indicábamos, que habiéndose producido la separación entre Rey y Reino, con la intención de despojar al Monarca de su “soberanía” para depositarla en la “nación”, teniendo cada uno identidad, necesitaban necesariamente identificarse con símbolos propios, que evidenciasen esa separación. Pasando la Cruz de Borgoña, a figurar solo en el Escudo Real. 
En cualquier caso, será a partir de esta fecha, 13 de octubre de 1843, cuando la Bandera roja y gualda, se convertirá en Enseña nacional, mientras que la Cruz de Borgoña, no será emblema carlista hasta el 24 de abril de 1935. Por tanto poner en manos de los carlistas la Cruz de Borgoña antes de esa fecha, es un tremendo dislate histórico, puesto que en cualquier caso de ponerla en manos de alguien antes, sería en manos de los Ejércitos cristinos durante la Primera Guerra Carlista, puesto que ellos se nutrieron de las unidades regulares de nuestro Ejército y en sus Enseñas figuraba. 
Como dislate sería poner en manos de cualquiera de los contendientes durante esa Primera Guerra, la bandera roja y gualda, excepción hecha de alguna unidad de la Armada. Durante la Segunda Guerra Carlista, será el ejército liberal el que enarbolé la Bandera roja y gualda, mientras que el carlista, reducido a pequeñas Unidades en esta contienda, usará normalmente emblemas de carácter religioso. Y en la tercera, serán ambos contendientes los que usarán la Bandera roja y gualda, además, por parte carlista, de Estandartes religiosos. 
Porque, ironías de la Historia, la Bandera roja y gualda que nació hija del espíritu liberal, enemigo de las tradiciones patrias, terminó por representarlas, alcanzando su máximo significado en este sentido, cuando se convirtió en el símbolo de la Monarquía frente a la que enarboló la República el 14 de abril de 1931. Tal vez por eso hoy su significado se pretende diluir con el parto de una serie de símbolos que dicen representar a entidades históricas, fruto en su mayoría, de delirios de mentes enfermas y enemigas de la verdadera España. 
Notas:
[1] Elías de Tejada y Spínola, Francisco, El Franco-Condado Hispánico. Organización de Jusnaturalistas Hispánicos “Felipe II” / Ediciones Jurra (2ª ed.), Sevilla, 1975.
[2] Suárez Fernández, Luis, “Reconstrucción y reforma de la Monarquía” en Historia General de España y América, Tomo V (Los Trastámara y la Unidad Española, 1369-1517), Rialp S.A., Madrid, 1986 (p. 533).
[3] Díaz-Plaja, Fernando, Historia de España en sus documentos. Siglo XVI, Editorial Cátedra S.A., Madrid,1988 (p. 41)
[4]Soldevila, Ferrán.- Historia de España (8 volúmenes). Ariel. Barcelona, 1952 (Vol. III, p.106)
[5] Pfandl, Ludwig.- Juana la loca, Espasa Calpe S.A., (9ª ed.), Madrid, 1969 (p.41)
[6] Habsburgo, Otto de, Carlos V. Ediciones y Publicaciones Españolas S.A. (E.P.E.S.A.), Madrid, 1968 (p. 25)
[7] Elías de Tejada y Spínola, Francisco, El Franco-Condado Hispánico, obra citada, p. 205.
[8] Cartellieri, Otto, The Court of Burgundy. Studies in the History of Civilization, Haskell House Publishers Ltd, New York, 1970 (p. 57)
[9] Elías de Tejada y Spínola, Francisco, El Franco-Condado Hispánico, Obra citada, p. 22.
[10] Vital, Laurent, Primer viaje a España de Carlos I con su desembarco en Asturias, Grupo Editorial Asturiano, Oviedo, 1992 (p. 60)
[11] Vital, Laurent, Primer viaje a España de Carlos I…, Obra citada, p. 61.
[12] Pfandl, Ludwing, Juana la Loca, Obra citada, p. 53.
[13] Pfandl, Ludwing, Juana la Loca, Obra citada, p. 63.
[14] Pfandl, Ludwing, Juana la Loca, Obra citada, p. 64.
[15] Pfandl, Ludwing, Juana la Loca, Obra citada, p. 63.
[16] Solano Costa, Fernando, La Regencia de Fernando el Católico en Historia General de España y América. Tomo V (Los Trastámara y la Unidad española, 1369-1517), Rialp S.A. Madrid, p. 621.
[17]Baldovín Ruiz, Eladio, Estandartes de Caballería en Apuntes para el 2º curso de Vexilología Militar Española, Servicio Historico Militar, Madrid,1997 (p. 4)
[18]Jover Zamora, José María, Carlos V y los españoles, Rialp S.A. Madrid, 1963 (p.51)

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