Bandera de la Hispanidad en las Américas,
adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional
Americana de Montevideo
el 13 de diciembre de 1933.
(2ª Parte)
por Carlos Ferri.
Persecución a los Obispos del Río de la Plata
A continuación se expondrá en forma muy breve y resumida algúnos de los aspectos más salientes de las tristes y funestas circunstancias que llevaron a la situación de "Sede Vacante" en las tres diócesis del Río de la Plata, situación que se prolongó por el lapso de veinte años, momento en que la Santa Sede tomó cartas directas en el asunto en bien del clero y de la feligresía, salvando a estas tierras de un inminente cisma.
Obispo de Santa María de los Buenos Aires
El Obispo Benito de Lué y Riega, sufrió una grandísima persecución por parte de las autoridades de los cabildos y por parte de los irreverentes sacerdotes del Cabildo Eclesiástico (9), que dificultaban constantemente a las directrices y actividades o normas disciplinares y pastorales que, éste disponía en pos del bien común. No hay que dejar de recordar aquello que dice Bernardo Lozier Almazán (2013), de que "También debemos tener presente, que las doctrinas enciclopedistas ya habían invadido las mentes de la clerecía rioplatense".
El obispo que fue tratado con indiferencia y sometido por las autoridades ilegítimas revolucionarias, a injustas privaciones y castigos, incluso fue difamado en algunos periódicos de la época como la Gaceta de Buenos Aires y El Censor (10), el primero, por entonces órgano de difusión oficial de la 1ra Junta de Gobierno, fundado por el liberal jansenista ilustrado de Mariano Moreno. Le fue suspendido su ejercicio de obispo y la posibilidad de oficiar Santa Misa en forma pública, como también realizar visitas pastorales.
Finalmente, luego de casi dos años de persecución y hostigamiento público y privado, fue asesinado la noche de su onomástico, el 21 de Marzo, donde algunas autoridades civiles y eclesiásticas, se habían acercado a su casa a ofrecerle un brindis. Varios testimonios, afirmaron haberlo visto en la mañana siguiente, hinchado y de color cárdeno en su lecho, siendo que hasta la noche anterior, se observaba al Prelado con su normal vitalidad y libre de signos de enfermedad. Con respecto a su homicidio concluye Bernardo Lozier Almazán (2013) que "las semipruebas existentes, en su conjunto, configuran evidencias suficientes para sostener que su triste fin se debió al veneno suministrado por, hasta la actualidad, manos anónimas" (11), quedando claro que la suya no fue una muerte natural (12). Así mismo, se puede recordar también que el prestigioso historiador Enrique de Gandía afirma que "el gobierno, al no poder ejecutarlo, porque abría traído, quién sabe cuántos contratiempos, se resolvió envenenarlo, silenciosamente, y se le envenenó" (13).
Obispo de Córdoba del Tucumán
El Obispo Rodrigo Antonio de Orellana, fue encarcelado y enjuiciado por su participación en la Contrarrevolución gestada en Córdoba por el Ilustre Virrey don Santiago de Liniers y por el Gobernador de dicha provincia don Gutiérrez de la Concha. A pesar que fue indultado de los asesinatos y ejecuciones en la posta de Cabeza de Tigre, fue obligado a presenciar este hecho atroz, despiadado y salvaje en contra de las legitimas autoridades civiles de su Diócesis y luego mantenido por largos meses en cautiverio y sometido a juicio. Más tarde fue desterrado a la ciudad de Luján, hasta que por fin, fue temporalmente restituido a su Diócesis.
En 1815, luego de asumir como Director Supremo Carlos María Alvear, y a pesar de haber demostrado reconocimiento al nuevo gobierno, pidiendo la "Ciudadanía de las Provincias Unidas" (14), fue llamado a Buenos Aires, para comparecer ante él, y le fue dispuesto un nuevo destierro esta vez a Santa Fe, dejando por segunda vez desde la revolución, vacante la sede cordobesa.
Atemorizado por los escarmientos de su antiguo presidio, luego de un nuevo llamado desde Buenos Aires, el Obispo decidió escapar a pié desde Santa Fé, pasando por misiones hasta llegar a Río de Janeiro desde donde informó al Gobierno de España y a la Santa Sede de las atroces consecuencias de los gobiernos revolucionarios (15), afirmando que lo que sucedía en las Indias, era una consecuencia y una continuación de la Revolución Francesa. Su informe a la Santa Sede, fue el primer informe oficial que recibió el Papa sobre la situación eclesiástica luego de las revoluciones e independencias en Los Reynos de las Indias.
Obispo de Salta del Tucumán
El Obispo Nicolás Videla del Pino fue destituido por el Manuel Belgrano, quién se arrogó una autoridad que no le era competente, ni siquiera aún si hubiese sido un general legítimo, pues la potestad para dejar una sede vacante era sólo del Rey. Como expuso magistralmente el sobrino del prelado en su defensa, podría caberle el derecho de Patronato al poder central de Buenos Aires, pero no al poder militar, que era, el que representaba Belgrano (Abelardo Levaggi, 2006).
A pesar de haber mostrado no sólo un firme reconocimiento a las nuevas autoridades civiles del Cabildo, sino además, como él mismo declaró en su juicio "que igualmente ha contribuido generosamente por dos ocasiones para los gastos del Estado. Que por sus curas ha practicado lo mismo, a quienes, clero, y religiosos mandó con prontitud, cuando recibió el despacho del Superior Gobierno16, explicasen la justicia de la causa en los pulpitos, y pidiesen por ella en misa; y sobre todo cree su mayor servicio haber atraído al sistema al Marqués de Yavi, cuyos auxilios facilitaron la famosa victoria de Suipacha" (Abelardo Lavaggi, 2006).
Belgrano, luego de tomarse la atribución violar la correspondencia personal de tan alta dignidad eclesiástica, y de haber recibido información sobre presuntas cartas al General Goyeneche del Real Ejército del Perú, dando beneficio a la duda, lo acusó de ser reo de alta traición a la "Patria" y lo conminó a abandonar su diócesis y a comparecer ante el ilegitimo gobierno de Buenos Aires, para que éste lo juzgue. El Obispo conociendo los procedimientos y predicas que ya habían utilizado Castelli y Balcarce en el norte, y la suerte que había corrido Monseñor Orellana, se escondió en la casa de un feligrés que lo mantuvo escondido en su entretecho durante 3 meses aproximadamente. Luego fue desterrado, encarcelado, enjuiciado y jamás devuelto a su Diócesis, falleciendo en 1819 en el más triste deterioro personal, como consecuencia de tales padecimientos.
En relación al juicio al que fue sometido el prelado, Abelardo Levaggi (2006) afirma que el mismo, ni siquiera cumplió con las normas legales dictadas y pregonadas por los gobiernos revolucionarios anunciadas desde 1810.
Como bien lo explica Levaggi (2006) en su ponencia "El Proceso a Monseñor Nicolás Videla del Pino", el juicio no sólo fue extraordinario y anormal, sino que además, en su investigación concluye:
1) Las dudosas sospechas de traición a la causa americana, que desde 1812 recayeron en Mons. Videla del Pino, provocaron su desgracia por el resto de sus días.
2) La primera desgracia fue su precipitado destierro de Salta, para presentarse en calidad de reo ante el gobierno de Buenos Aires, sin gozar de los beneficios del decreto de seguridad individual.
3) Constituida en juez suyo la Asamblea General Constituyente, quedó privado de la garantía de ser juzgado por un tribunal independiente. La Cámara de Apelaciones sólo actuó como comisionada de aquélla.
4) Sometido en el primer medio año de su detención a una prisión rigurosa, pese a sus setenta y dos años, es decir tratado como reo de delito atroz, le fue extendida de a poco la carcelería, mas sin haber logrado nunca la plena libertad.
5) El proceso que se le siguió fue sumario y nunca salió de ese estado. Las únicas pruebas admitidas fueron las aportadas por la acusación. El prelado no tuvo oportunidad de ofrecer y producir contrapruebas.
6) Dichas pruebas, como lo puso en evidencia el propio fiscal, fueron insuficientes para demostrar su culpabilidad, y debieron ser forzadas para mantener la sospecha.
7) Pese al reconocimiento de la debilidad probatoria, de que el juicio estaba "imperfecto e insustanciado", el fiscal se basó en la supuesta sospecha para pedir que se le aplicase una pena extraordinaria.
8) La causa se suspendió de hecho con traslado de la acusación y nunca más fue impulsada, no obstante lo cual el obispo fue tratado como reo, privado de la libertad de movimiento, impedido de regresar a su sede.
9) El juicio adoptó, pues, las formas más estrictas del procedimiento inquisitivo de una monarquía absoluta, desconociendo los derechos y garantías liberales proclamados desde 1810.
No hacen falta muchas palabras para ilustrar las notas bárbaras que tuvo el juicio y los tormentos a los que fue sometido el Obispo de Salta del Tucumán. Padeciendo como consecuencia, una desgracia en vida terrible, sin tener piedad siquiera, de su avanzada edad y que, por último lo encontró en tan triste situación, la muerte misma. Estos hechos muestran el avasallamiento total y absoluto sobre los fueros eclesiásticos y sobre las normas del derecho vigentes y pregonadas por los gobiernos posrevolucionarios. Lo cual demuestra una hostilidad gravísima hacia la Iglesia Católica y hacia sus miembros.
Coerción de los gobiernos revolucionarios sobre el clero tradicional durante las guerras de secesiones y, el cambio de principios filosóficos y teológicos del clero en los Reynos de las Indias
Los gobiernos revolucionarios insurgentes, no sólo necesitaban legitimar sus nuevos estados, sino que a su vez era preciso tratar de demostrar a la sociedad que los nuevos principios filosóficos-políticos en que se sustentaban, no se contraponían a los mandatos y doctrina de la Religión.
Fue así que, apoyando a los pregoneros de las ideologías políticas liberales dieciochescas, apareció una parte del clero, la cual se movía entre las ideas jansenistas, católicas liberales y mayormente en lo que se llamoel Catolicismo Ilustrado (17). Esta porción del clero, que vio con ojos amigables las nuevas ideas políticas, comenzó a realizar toda clase de malabares filosóficos y teológicos, para intentar compatibilizar las nuevas doctrinas liberales políticas con la filosofía y teología tradicional de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Bien se podría traer a colación unas palabras del Padre Álvaro Calderón, dónde explica lo que sucede cuando se trata de conciliar doctrinas humanistas y/o modernistas con la tradicional de la Iglesia Católica:
"Como hemos dicho, ante los excesos del humanismo que se vuelve inevitablemente contra la Iglesia, hubo siempre una reacción conservadora de <> que trató de salvarlo del naufragio, reconciliándolo lo más posible con la doctrina católica. En el siglo XIV podemos ver representada la posición excesiva en el Defensor pacis de Marsilio de Padua y la posición atenuada del humanismo que quiere permanecer católico en la Monarchia de Dante Alighieri...Tanto Marsilio como Dante se han hartado de la intervención eclesiástica en los asuntos políticos, no siempre bien llevada. Aquel, entonces, declara la subordinación de la Iglesia al estado en el orden temporal. Mientras que Dante, como buen católico, reconoce la superioridad del orden eclesiástico sobre el político, pero como mejor humanista, los separa y le otorga cierta autonomía al segundo. El resultado, a la larga, será el mismo ¿o peor?. Porque los Papas tienen real poder sobre los estados en la medida que se mantiene viva la fe en Jesucristo Sacerdote y Rey, y los príncipes políticos se ven obligados a respetarlos. Pero si esta fe se apaga, el poder político no dejará de subyugar a la Iglesia. Y quizás la posición media sirvió más para apagar la fe que la posición extrema, porque ésta le duele al católico, pero aquella lo anestesia. Una fuerte llama se apaga mejor impidiendo la renovación del aire que soplando sobre ella (18).
Estableciendo una simple analogía entre el análisis que realiza el citado sacerdote y los sucedido con el clero que apoyó las revoluciones e independencias en los Reynos de las Indias, se podría decir que éste último, hizo las veces de una <> y que, trataron de conciliar la revolución y los nuevos estados ilegítimos con la Religión Católica, obteniendo como resultado un estado anestésico de los católicos e impidiendo que se renueve el aire y así su llama se apagara. En tanto el poder político fue subyugando a la Iglesia Católica, y así desde 1810, el nuevo estado de origen ilegítimo que más tarde se llamará República Argentina, comenzó una lenta peregrinación hacia la apostasía, la cual, en nuestros días es, prácticamente un hecho.
El clero revolucionario confundía al pueblo sobre los principios filosóficos y se alejaba de la doctrina tradicional de la Iglesia. Pues tergiversando así la doctrina, se aseguraba sembrar un mensaje en pos de la revolución desde el púlpito. En ese sentido Valentina Ayrolo citando a José Antonio Portero dice:
Como sabemos, el púlpito era un lugar privilegiado en el que el sacerdote, como intermediario e interlocutor entre Dios y los hombres, se constituía, en palabras de José Antonio Portero, en "un magnifico canal de ideologización". El Cabildo catedral de Córdoba reconocía esta función del sacerdote "principalmente en la campaña, [donde] los feligreses por su ignorancia y amilanamiento no conocen otro norte para sus ocupaciones que la voz de su Párroco, aun en los asuntos meramente políticos". Y entendía que la prédica era un elemento importante a la hora de lograr adhesiones.
Durante los primeros años de la revolución, fueron muchos los sacerdotes cuestionados y separados de sus cargos de forma momentánea y en algunos casos de forma "definitiva" (19).
En las palabras de Portero citadas por Ayrolo, el autor concluye que el clero poseía un lugar de privilegio en el periodo colonial ya sea el temprano o el tardo, dónde su injerencia abarcaba desde lo espiritual en un plano formal, hasta lo judicial pasando por la educación y la política. Ese rol protagónico y articulador, se fue perdiendo lentamente una vez erigida la revolución, y su condición fue mutando de un protagonismo destacado a un rol secundario y auxiliar, separando irreconciliablemente los asuntos temporales de los espirituales (20).
Natalio Botana en el prólogo de Nancy Calvo y otros (2002) (21), refiriéndose a los curas que participaron de un modo activo durante la Revolución de Mayo y los sucesivos gobiernos, afirma que:
"Calificar pues la visión de estos clérigos como tributaria de un catolicismo liberal o como una de las tantas versiones de la ilustración católica es indispensable para hacer inteligible las marchas y contramarchas de esos actores, mitad miembros de la iglesia y mitad ciudadanos constituyentes del nuevo orden. Más atinada suele ser tal vez la noción ilustración católica que la de catolicismo liberal"
El análisis de Portero, Ayrolo, Botana y de Ignacio Martínez en nota al pié, es claro y preciso, y muestra como el clero que participó activamente como constituyente de ese nuevo orden, debió resignar gran parte de su tiempo y actividades de su deber de estado sacramental, cuando no todo, para avocarse a esa otra nueva mitad y nuevo deber de estado que por motu propio asumían, la nueva mitad de ser "ciudadanos", la cual sin lugar a dudas, iba en detrimento de su misión divina.
En la misma línea de interprtación, Roberto Di Stéfano en Nancy Calvo y otros (2002) (22), al analizar las motivaciones y principios filosóficos y teológicos de los sacerdotes que apoyaron la revolución lo define de la siguiente manera:
"Figuras influidas por la protesta jansenista, por la prédica galicana o por la "Ilustración" de matriz dieciochesca habrán de apoyar la ruptura con España porque la consideraban capaz de abrir en el plano local una suerte de "laboratorio", de fase experimental para la implementación de sus ideas. Es el caso de algunos sacerdotes biografiados, a los que el historiador Américo Tonda consideraba <>: Funes, Zabaleta, Gómez, Gorriti, los Agüero...Para ellos - y para tantos otros - la rebelión política fue también rebelión religiosa."
La conclusión expuesta por Di Stefano, muestra claramente que para poder conciliar el nuevo orden político y las nuevas ideas con la Santa Religión, el clero debía pregonar y sustentarse en ideas del catolicismo ilustrado, del jansenismo y del galicanismo, y no en la doctrina Tradicional Católica.
Uno de los casos más patentes, es el Deán Funes, quién hasta las vísperas de 1810, alzaba los estandartes de la Fidelidad a la Religión y al Rey, y al día siguiente traicionando sus principios y lealtades y aún peor, a sus superiores y a las autoridades legítimamente constituidas, pasó de ser un férreo defensor de los principios tradicionales católicos, a justificar su conducta pos Revolución de Mayo en sus <>, con el ideario del iluminismo (23), fundamentando el nuevo orden político con la doctrina roussoneana. Este caso emblemático muestra claramente la incompatibilidad de la doctrina tradicional de la Iglesia con los fundamentos y constitución de los nuevos estados ilegítimos. A tal punto llega el alejamiento de Funes de la Iglesia y su Santa doctrina que, Juan C. Varetto dice sobre él "Era un hombre de tendencias algo liberales que le permitían vivir en buenas relaciones con los protestantes de buenos Aires, y llegó hasta recomendar, por medio de una carta, la propaganda que hacía, años más tarde, don Lucas Matthews, agente de la Sociedad Bíblica, en estos países" (24).
En relación a la búsqueda por legitimar los nuevos estados, Bosco Amores Carredano en su trabajo de la Universidad del País Vasco titulado "En defensa del Rey, de la Patria y de la Verdadera Religión: El Clero en el proceso de independencia Hispanoamericana", observa la necesidad de los cabecillas insurgentes por buscar legitimar sus nuevos gobiernos, y sobre todo el apoyo que buscan en la Iglesia Católica ya que como institución que mediaba con el pueblo, constituía un apoyo vital para sus empresas que eran en realidad contrarias a los principios tradicionales católicos. Carredano lo expone así:
"En todo caso, los bandos en pugna buscaran afanosamente el apoyo del clero para fundamentar sus encontradas posiciones, sobre todo en la primera fase del proceso entre 1810 y 1815, una fase de ensayos autonomistas o republicanos y de guerra civil. Pero también entre 1816 y 1821, cuando el conflicto se convierte - al menos en Sudamérica - en guerra de Independencia, los nuevos líderes republicanos, incluso desde posiciones personales poco afectas a la religión, como fue el caso de Bolívar, buscarán con ahínco ese apoyo. Y es que ellos lo necesitaban con más urgencia para legitimar una oposición que significaba la ruptura de un orden, el de la Monarquía Hispánica, sustentado en tres siglos de historia y con unos fundamentos teológicos-religiosos muy arraigados cuya expresión fáctica era la alianza del trono y el altar. Para que las nuevas repúblicas obtuvieran cuanto antes un prestigio análogo al alcanzado por la monarquía católica, debían contar ineludiblemente con la bendición de la Iglesia...La república se legitimó a través de sermones, y, como es bien conocido, el propio Bolívar entendió al final de su vida el papel esencial de la Iglesia para mantener un mínimo de cohesión interna en las nuevas repúblicas. Los ejemplos se podrían multiplicar por todo el continente". (El subrayado y negrita son del autor del presente trabajo).
En su análisis, Carredano, expone no sólo la necesidad de una institución superior a los estados que legitime su constitución u origen, sino además la necesidad imperiosa de conciliar las novedades políticas de fundamento dieciochesco con la doctrina tradicional católica.
A continuación se expondrán citas y casos que demuestran la coerción de los gobiernos ilegítimos revolucionarios sobre la Iglesia Católica, y la forma en que sistemáticamente pusieron al estado sobre la Iglesia y utilizaron a ésta como un medio propagandístico y de adoctrinamiento de ideas ilustradas, liberales y dieciochescas.
Gran parte de dicha coerción se ejercía a través de la prensa pública escrita, la cual era un instrumento más de adoctrinamiento y de difusión de temor sobre los disidentes del nuevo régimen.
En relación a la contrarrevolución de Córdoba en Mayo de 1810, y para mostrar la contrariedad de principios y doctrinas entre los novicios gobiernos y la Iglesia, Juan C. Varetto dice "La reacción de Córdoba no fue sino el fruto natural del espíritu católico tan contrario a la libertad de los pueblos y al desarrollo de toda idea de progreso. La idea de la emancipación no procedía de Roma sino que como lo sostiene Mitre al hablar de filiación de la revolución americana, se inspiraba en la independencia de los Estados Unidos proclamada en el año 1776, y en la revolución francesa, del año 1789" (25).
Si bien es cierto, como dice Varetto, que la idea de independencia no procede de Roma sino de la filiación con Estados Unidos y con la Revolución Francesa; se equivoca cuando afirma que "el espíritu católico es y/o era contrario a la <> de los pueblos y al desarrollo de toda idea de progreso". Claramente es una opinión del autor contraria a la realidad.
El 11 de Octubre de 1810, La Gaceta publicó un manifiesto sobre la contrarrevolución de Córdoba, donde se observa no sólo presión sobre el clero que emitiera opiniones contrarias a la represión tomada por el gobierno de Buenos Aires, sino que también se puede apreciar una seria amenaza, prácticamente de muerte, a quién no adhiera al nuevo orden establecido. La circular decía lo siguiente:
"Para desacreditar a la Junta se la llenó de imprecaciones y se le imputó el ignomioso carácter de insurgente y revolucionaria, se hizo un crimen de estado declararse por su causa, se interesó contra ella a la Religión misma, queriendo forzar a sus ministros a que profanasen los púlpitos y confesionarios". "Prelados eclesiasticos: haced vuestro ministerio de pacificación, y no os mezcléis en las turbulencias y sediciones de los malvados; todo el respeto del santuario ha sido preciso para substraer al de Córdoba del rigor del suplicio, de que su execrable crimen le hizo acreedor; pero nuestras religiosas consideraciones no darán un segundo ejemplo de piedad, si algún otro abusa de su magisterio con insolencia" (26).
En la publicación del gobierno, se manifiesta claramente la presión pública que éste realizaba sobre la Iglesia y peor aún, la explícita amenaza de que, el terror no se detendría ni ante los fueros eclesiásticos, ni ante el respeto humano, si su conducta era tenida -según el gobierno- contraria al nuevo orden. No hay lugar a dudas que esta coerción que se ejercía sobre la Iglesia, atemorizó a muchos clérigos y los obligó a callar y aceptar una ruptura de los principios y doctrina tradicional más por temor que por motu propio.
Por otro lado, ese tipo de manifestaciones mediante la prensa pública y subyugando las potestades eclesiásticas, dejan entrever que probablemente la mayoría de los sacerdotes no adherían a las ideas y principios de los gobiernos revolucionarios.
El 21 de Noviembre de 1810, la junta le envió un oficio al Obispo de Santa María de los Buenos Aires, por el cual solicitaba "se sirva expedir circulares a los curas de las diócesis, para que en los días festivos, después de la misa, convoquen la feligresía y les lean la Gaceta de Buenos Aires" (27).
El 26 de noviembre de 1810, el Gobierno de Buenos Aires envió al Obispo un oficio donde le comunicaba que había resuelto que la Abadesa de las Capuchinas "sea removida del cargo, por no ser digna -según ellos- de continuar en él" (28), por haber mantenido correspondencia, supuestamente con <> que bloqueaban al gobierno establecido. Por considerar peligrosa la correspondencia que los religiosos mantenían con otros religiosos o con personas de la sociedad de las ciudades de Colonia del Sacramento o Montevideo, se violaba la privacidad y se trataba de traidores o de indignos a quiénes se comunicaban con sus seres queridos (29).
Bernardo Lozier Alazán (2013), comenta que en febrero de 1812, el gobierno revolucionario ordenó que "en todos los sermones, panegíricos y doctrinales se toque forzosamente un punto relativo a la libertad de los pueblos con sujeción al actual sistema adoptado, y que en la Oración de la Misa se incluya esta súplica <>. A esta última petición el Obispo se negó según cuenta Lozier, basándose "en la Bula expedida por el Papa Pío V, en 1570, que vedaba a sus obispos que, en el misal por él aprobado, <>" (30). Claro es que el gobierno intentaba no sólo presionar al clero para que adhiriese a la causa de la revolución, sino además en utilizar la Iglesia cómo medio propagandístico de el nuevo ideario liberal.
Varetto (1922), comenta que en mayo de 1812, el gobierno revolucionario ordenó que los días festivos se lea "desde el púlpito" la Gaceta de Buenos Aires y se predicase en favor de la revolución. Así mismo, Varetto afirma que para 1815 se tuvo que renovar la orden, porque el clero ya se la había olvidado, y concluye el mencionado autor que, si el clero hubiese sido verdaderamente afecto a la causa, estas órdenes no hubieran sido necesarias. Por otro lado, dicha situación puede entenderse no como la disconformidad de los sacerdotes en sí para con los gobernantes - ilegítimos por cierto - sino a la incompatibilidad de los principios en los que éstos fundaban su pretendida autoridad, los cuales eran contrarios a los de la Iglesia Católica.
Un caso poco conocido, pero no por ello menos importante, es en relación los asesinatos cometidos a causa de la conspiración de Martín de Álzaga en 1812. Como consecuencia de una secreta conspiración que nunca tuvo su inicio siquiera, y el Triunvirato, no dudó, como dice Bernardo Lozier Almazán, en iniciar "un verdadero baño de sangre que - en pocos días - llevaría a la horca instalada en la Plaza de la Victoria a treinta y ocho inculpados, entre los que no faltó fray José de las Ánimas, el gran amigo e incondicional de Álzaga". (Las negritas son del autor del presente trabajo).
El Gobierno no se detenía ni siquiera ante la Iglesia ni el Orden Sagrado a la hora de impartir la idea de justicia que, éste tenía y que, seguramente era muy diferente de aquellas nobles Leyes de Indias, y claramente estaban inspiradas en la Revolución Francesa. De sólo oír sus fundamentos causa escozor reproducir la arenga que Monteagudo hizo en la Sociedad Patriótica, la cual finaliza con éstas palabras "Quiero por el bien de la humanidad - decía refiriéndose a los conjurados - que se inmolen a la patria algunas víctimas, que se derrame la sangre de los opresores...los aniquilaría con un puñal, aunque mi sangre se mezclase después con la de ellos" (31) (Loier Almazán, 1998).
"Don Damián Hudson nos recuerda al cura don José de Castro que en San Juan tuvo que ser desterrado por ser adicto a la monarquía y negarse a escuchar las instancias ardorosas que le hizo al gobernador para que se plegase a la causa americana" (32).
"Entre las solemnidades con que se celebraba el aniversario de la revolución de 1810, figuraba el panegírico que de ella hacía un sacerdote de renombre de la Iglesia Catedral. A ese acto asistían las autoridades En el año 1815 no se encontró un sólo individuo del clero secular ni regular que quisiese pronunciar ese panegírico. Todos se excusaron alegando que Fernando VII ocupaba el trono de la Metrópoli y que, en semejante circunstancia, era imprudente provocar su enojo con esa especie de propaganda subversiva de la autoridad. El Cabildo de Buenos Aires acudió al P. Castañeda: este triunfó con su <>".
Es importante destacar cual fue la excusa por la que ningún sacerdote quiso pronunciar el panegírico, la cual muestra que ya no había causa para que el gobierno del Río de la Plata no se sometiera al Gobierno de su legítimo Rey, pues en 1810 se autoadjudicó la potestad de gobernar y juró lealtad al Rey Fernando VII, luego ¿por qué ahora que éste había recuperado su trono, no se volvía a los causes naturales?. Claramente esto deja al descubierto que la Revolución de Mayo fue, la máscara de Fernando VII.
La opresión del gobierno contra el clero fue terrible y lo prueba muy claramente Juan C. Varetto cuando dice, por ejemplo que en 1816 "cuando el gobierno solicitó la suspensión de los eclesiásticos americanos enemigos de la libertad o indiferentes, y en cumplimiento de lo solicitado la curia de Buenos Aires, después de consultar con veinte consejeros, procedió a retirar licencia para confesar, a 17 sacerdotes y amonestó a 5 por parecerle sospechosos e indiferentes al sagrado sistema de nuestra libertad civil" (33). El abuso del derecho de Patronato, que ya era de hecho una usurpación de prerrogativas, queda maniefiesto en los ejemplos citados en el presente trabajo. En el mismo sentido Ullate Fabo (2009) afirma también que, "los regímenes constitucionales reclamaron para sí todas las prerrogativas abusivas que significaron la decadencia de la Corona. Desde el derecho de presentación de obispos (con aspiración de nombrarlos directamente y proveer las vacantes de los oficios eclesiásticos) hasta el adoctrinamiento ideológico de los pueblos: en todo se excedieron las nuevas repúblicas" (34). Dicha situación generaba irremediables problemas en la comunidad religiosa, desde confusión, hasta el impedimento del acceso a los sacramentos, siendo esto último, lo más grave para las almas católicas.
Dice Juan C. Varetto sobre el presbítero Sanjuanino José Manuel de Astorga, "Un 25 de Mayo después de mucha resistencia subió al púlpito a predicar pero al nombrar Fernando VII se quitó el birrete y pronunció el <> de ordenanza. Al bajar del púlpito fue conducido a la cárcel y luego desterrado a Mendoza. Como en esa ciudad continuaba su hostilidad a la revolución se le mandó prender de nuevo y como se resistese a caminar por sus propios pies hubo que conducirlo en unas parihuelas" (35).
"Mitre refiere cómo San Martín, en Mendoza, mandó a dos frailes franciscanos que permaneciesen recluidos en los claustros de sus conventos prohibiéndoseles confesar y predicar porque eran "contrarios a la regeneración política" y cómo notificó a los curas "que tomaría providencias más serias" sino predicaban en favor de la revolución" (36).
"Ya hemos visto que el gobierno obligó al obispado a suspender de sus funciones a 17 sacerdotes del clero secular. Idénticas medidas fue necesario tomar con los frailes, a tal punto que en Marzo de 1816 sólo en el convento de la Recoleta se prohibió a 12 sacerdotes ejercer el ministerio de la confesión. El guardián de la casase dirigió al gobierno pidiendo que les fuese levantada esa pena en vista de la falta de confesores, pero el gobierno contestó negativamente, diciendo que se había tomado esa seria medida por temor de que <>" (37).
"El Americano, del 30 de abril de 1819 reproduce una carta que el Obispo Orellana escribió desde Rio de Janeiro y que había sido publicada en la Gaceta de Lima, en la que se queja amargamente de las autoridades argentinas, acusándolas de perseguidoras de la Iglesia. En ella dice que el Obispo Benito Lué murió envenenado; que al arzobispo de Charcas se le arrojó de su arzobispado y que, conducido preso a Buenos Aires, murió en Salta en 1816".
Con las citas expuestas, y los análisis realizados a ellas, las conclusiones no pueden ser otras que advertir y tomar conciencia de, la resistencia del clero y de la Iglesia a la aceptación de las revoluciones y de las independencias americanas, y la despiadada persecución sufrida por quienes se mantuvieron leales a los principios y doctrinas tradicionales católicas, y a Dios, a la Patria, a los Fueros y al Rey.
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