jueves, 24 de noviembre de 2016

A PIZARRO SE LE VE COMO UN MASACRADOR DE ABORÍGENES, PERO NO FUE SANGUINARIO FUERA DE LOS CAMPOS DE BATALLA».




Bandera de la Hispanidad en las Américas, 
adoptada como símbolo de las Américas 
por la séptima conferencia internacional 
Americana de Montevideo 
el 13 de diciembre de 1933.


Ni un maníaco sanguinario, ni un loco obsesionado por el oro. La leyenda negra de Francisco Pizarro (casi tan grande como la del Duque de Alba) persigue a este conquistador desde que partiera hacia el Nuevo Mundo en 1502 para labrarse un futuro desde la nada. Sin embargo, para expertas como la historiadora María del Carmen Martín Rubio, es hora de desligar definitivamente al cacereño de esas mentiras que -continuamente- son replicadas desde el otro lado del charco. «A Pizarro se le ve como un masacrador de aborígenes, pero no fue sanguinario fuera de los campos de batalla», explica, en declaraciones a este diario, la autora.

En este sentido, la historiadora ve al conquistador como un hombre que luchó porque las ciudades indígenas fueran preservadas, evitó que se torturara a nativos e, incluso, trató como un huésped al emperador de los incas, Atahualpa. Un hombre al que logró capturar el 16 de noviembre de 1532 después de tenderle una trampa y vencer (con solo 200 españoles) al gigantesco séquito con el que el nativo llegó a Cajamarca (en Perú, sede de su imperio). ¿Cómo logró una gesta tan destacable? Según la experta, debido a su conocimiento de táctica militar. «Fue un genio de la estrategia que aprendió en los Tercios de Italia», explica Martín Rubio.

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