Bandera de la Hispanidad en las Américas,
adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional
Americana de Montevideo
el 13 de diciembre de 1933.
Ni un maníaco sanguinario, ni un loco obsesionado por el oro. La leyenda negra de
Francisco Pizarro (casi
tan grande como la del Duque de Alba)
persigue a este conquistador desde que partiera hacia el Nuevo Mundo en 1502 para
labrarse un futuro desde la nada. Sin embargo, para expertas como la
historiadora María del Carmen
Martín Rubio, es hora de desligar definitivamente al cacereño de
esas mentiras que -continuamente- son replicadas desde el otro lado del charco.
«A Pizarro se le ve como un masacrador de aborígenes, pero no fue sanguinario fuera de los
campos de batalla», explica, en declaraciones a este diario, la
autora.
En este
sentido, la historiadora ve al conquistador como un hombre que luchó porque las
ciudades indígenas fueran preservadas,
evitó que se torturara a nativos e, incluso, trató como un huésped al emperador
de los incas, Atahualpa. Un
hombre al que logró capturar el 16 de noviembre
de 1532 después de tenderle una trampa y vencer (con solo 200
españoles) al gigantesco séquito con el que el nativo llegó a Cajamarca (en
Perú, sede de su imperio). ¿Cómo logró una gesta tan destacable? Según la
experta, debido a su conocimiento de
táctica militar. «Fue un genio de la estrategia que aprendió en
los Tercios de Italia», explica Martín
Rubio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario