Bandera de la Hispanidad en las Américas,
adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional
Americana de Montevideo
el 13 de diciembre de 1933.
A su regreso a casa después de numerosas correrías, Philipp von Hutten, el último gobernador de esta colonia, y Bartolomé Welser, heredero de la banca alemana, fueron inmediatamente ejecutados por el capitán español Juan de Carvajal el 17 de mayo de 1546. Los términos del contrato no se habían cumplido
La contribución de los alemanes a la conquista y colonización de América se limita a un episodio anecdótico y casi desconocido. Carlos V cedió este territorio durante 18 años a una familia de banqueros germanos con el fin de pagar una deuda odiosa, la que le había hecho Emperador del Sacro Imperio Germánico. Un trozo del Nuevo Mundo a cambio de poder en Europa. Los banqueros más aventureros, los Welser, asumieron el reto.
Una deuda gigante a cambio de una Corona
Amigo y deudor también de banqueros, el Emperador Maximiliano dejó inacabados sus planes por su inesperada muerte, supuestamente debida a una indigestión de melones, y no pudo asegurar la Corona imperial para su nieto Carlos de Gantes, ya entonces Rey de España. La Casa de los Austrias llevaba casi un siglo al frente del Imperio, pero Maximiliano, en su rebosante mediocridad, no consiguió nunca el propósito de ser coronado por el Papa, lo que impidió que pudiera designar formalmente a su nieto como Rey de los Romanos. Sin este requisito, su nieto se veía obligado a obtener su elección entre una votación de los siete Príncipes electores y a enfrentarse a otros candidatos con sangre igual de azul.
Carlos contaba a favor de su causa con el apoyo de su abuelo y de su entorno, pero ni siquiera había pisado Alemania y entendía tan poco de alemán como Francisco I de Francia, otra opción a tener en cuenta. El resto de candidatos eran Enrique VIII de Inglaterra, el Rey de Polonia y el Duque de Sajonia, aunque el paso de los días evidenció que la elección iba a ser cosa de dos, siendo Francisco el favorito. «Sire, los dos cortejamos a la misma dama», anunció el francés al saber que ambos aspirarían al trono de Carlomagno. La remontada del Rey de España aconteció por una razón muy básica: tanto la familia de banqueros de los Fugger como la de los Welser se negaron a conceder créditos a Francia, tal vez por un leve atisbo nacionalista (evitar que un monarca francés amenazara las leyes y privilegios germanos) o tal vez porque la oferta carolingia sonaba más jugosa.
El nieto de Maximiliano subió la apuesta hasta los 851.918 florines, mientras Francisco I se retiró con la mitad de fichas. El 28 de junio de 1519, los electores eligieron por unanimidad a Carlos de Gantes, a partir de entonces y para siempre: Carlos V, káiser, Emperador del Imperio Romano Germánico, heredero de la tradición romana y las hazañas de Carlomagno. Ahora faltaba pagar la factura.
La familia de banqueros aventureros
Los Welser y los Fugger dominaron la economía mundial durante buena parte del siglo XVI, siendo sucedidos por los banqueros genoveses ya en tiempos de Felipe II y Felipe III. No eran banqueros en el sentido clásico de la palabra, sino «merchant bankers» (banqueros comerciantes), por lo que estaban encantados de aceptar pagos en forma de minas, recursos naturales, territorios e incluso botines de guerra.
Una vez Carlos fue coronado, reclamaron su parte del pastel, el pago de su deuda... Si bien los Fugger (hispanizados como «Fúcares») se dieron por contentos con las millonarias rentas de las órdenes militares españolas; los Welser («Belzares) seguían a finales de 1528 sin haber percibido todo el dinero. A modo de ultimátum: si la Corona quería nuevos créditos, debían ofrecerles alguna clase de pacto o de aventura comercial. La respuesta del Emperador fue un acuerdo por el que cedió una parte del Nuevo Mundo para que la explotasen a su gusto, liberados de cualquier clase de impuesto a la Corona española.
Aquello era algo inédito, ya que Castilla mantenía un férreo monopolio comercial en toda América. En 1522, Carlos V de Alemania y I de España había rechazado una petición de Barcelona para obtener permiso de comercio directo con América desde sus puertos, y remitió a los comerciantes catalanes –como al resto de habitantes de España– a trasladarse a Sevilla (más tarde a Cádiz) y hacer uso de sus infraestructuras. El monopolio estatal estaba controlado estrictamente desde Sevilla y obliga a que ningún barco pudiera salirse de esta ruta. De ahí que resultara tan excepcional el acuerdo firmado con los banqueros alemanes, a los que se les permitía nombrar gobernadores propios, usar a los indios como mano de obra e incluso esclavizarlos, además del permiso para llevarse hasta 4.000 africanos.
Los Welser aceptaron el arriesgado reto, porque habían nacido más para el comercio que para las finanzas
En este sentido, los alemanes estaban obligados por contrato a fundar dos ciudades y a construir tres fortalezas. Y los Welser debían enviar una escuadrilla de cuatro navíos con doscientos hombres, armados y equipados a sus propias expensas, para ayudar al Gobernador de Santa Marta en la pacificación de aquel territorio. Además, podían explorar el territorio próximo en busca de metales preciosos, pero aquí sí debían dar una parte a la Corona española, y aportar 50 técnicos para explotar las minas de la región.
Los Welser aceptaron el arriesgado desafío, porque habían nacido más para el comercio que para las finanzas. De hecho habían mostrado interés y obsesión por el Nuevo Continente desde casi el principio. Tuvieron tierras en Canarias; establecieron una oficina en Santo Domingo; avanzaron hacia México para explotar las minas de plata de Zultepec; y se involucraron en la expedición de Pedro de Mendoza en la que descubrió el Río de la Plata.
Ahora, el territorio concedido a los alemanes fue la provincia de Venezuela, cuyos límites estaban definidos por el Cabo de la Vela (la actual frontera con Colombia) por el Oeste, y el Cabo de Maracapana por el Este (cerca de la ciudad de Barcelona). Varias islas cercanas a la costa quedaron también bajo jurisdicción de los Welser. Era aquella –sabían– la mayor oportunidad económica de su vida.
La obsesión con «El Dorado»
El primer gobernador de Klein-Venedig (Pequeña Venecia) fue Ambrosio Ehinger, cuya principal obsesión fue la encontrar el mítico «El Dorado». Empleando como base la isla de La Española, 4.000 esclavos africanos y cerca 400 alemanes desembarcaron en Venezuela para levantar esta pequeña colonia. Aunque desde el principio parecieron poco interesados en cumplir la parte del contrato que exigía colonizar el territorio. Más bien buscaban cosas brillantes.
En 1529, Ehinger fundó la villa de Maracaibo, pero no logró encontrar las cantidades de oro que los banqueros habían previsto y se sumió en una loca incursión por la Sierra de Perijá hasta las tierras del río Magdalena, en Colombia. Allí recibió un fechazo mortal en la garganta a la altura de Chitacomar, en el territorio independiente de los chitareros, una tribu hoy extinta.
Maracaibo languideció, con apenas 30 vecinos y muy poca actividad comercial, hasta que seis años después el conquistador alemán Nicolás Federmann ordenó trasladar la «capital» de esta colonia a la península de la Guajira, con el nombre de «Nuestra Señora Santa María de los Remedios del Cabo de la Vela» (en la actual Colombia). En su primera expedición (1530), Federmann recorrió la región de Barquisimeto, Portuguesa, Yaracuy y el oriente de Falcón. En 1536 llevó a cabo su segunda expedición con gran interés, como todos, por las perlas de las islas próximas.
El siguiente gobernador, Georg von Speyer, tampoco tuvo demasiado éxito en sus objetivos y sus hombres fueron asolados por enfermedades tropicale y hostigados por los indígenas. El último gobernador de esta Venezuela germana, Philipp von Hutten, el hijo de un burgomaestre, se adentró a la desesperada en el interior del continente, en dirección a Colombia, causando gran agitación y desorden a su paso.
A su regreso a casa después de numerosas correrías, Philipp von Hutten, a quien acompañaba Bartolomé Welser, heredero de la banca alemana, se tuvo que enfrentar con el español Juan de Carvajal, quien había sublevado a la población de soldados arruinados contra la pésima gestión de los Welser. Se dice que el español encargó a un negro cortarles las cabeza a los dos aventureros con un machete poco después de apresarlos, «y como el instrumento tenía embotados los filos con la continuación de haber servido en otros ejercicios más groseros, con prolongado martirio acabaron con la vida aquellos desdichados, más a las repeticiones del golpe que al corte de la cuchilla».
El final de un imperio de banqueros
Carvajal no debía temer represalias. El Consejo de Indias retiró la concesión a los Welser ese mismo año por incumplimiento del contrato de arrendamiento. Tampoco en la Corte imperial les quedaban ya muchos aliados a estos banqueros, dadas las sospechas de que estaban apoyando al movimiento luterano en Augsburgo.
En 1556, con la suspensión de pagos decretada por Felipe II, que afectó también a los Fugger, se inició un rápido declive de las actividades financieras
Después de esta terrible experiencia, los alemanes no volverían a conseguir establecer una colonia permanente en América, a excepción de casos aislados como la Compañía Africana de Brandeburgo. Suyo fue el control del comercio de esclavos en la isla de Santo Tomás (las Islas Vírgenes).
Los Welser tampoco tuvieron una segunda oportunidad. En 1556, con la suspensión de pagos decretada por Felipe II, que afectó también a los Fugger, se inició un rápido declive de las actividades financieras de la familia. En 1614, en los albores de la Guerra de los Treinta Años, fue declarada la quiebra de la Casa Welser, siendo Matías Welser encarcelado y perdiéndose el rastro de sus archivos familiares en la bruma de los tiempos.
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