La primera vez que lo conocí personalmente al cardenal
Bergoglio fue cuando vino al seminario de Mercedes a darnos un retiro a los
seminaristas, allá por el año 2000, invitado por el arzobispo de ese momento,
Mons. Emilio Ogñeñovich. Eramos alrededor de 70 seminaristas que nos
encontrábamos en ese momento en el seminario y lo esperábamos al cardenal en el comedor.
Cuando entró nos saludó a uno por uno, dándonos la mano a todos los que
estábamos allí. Fue una sorpresa.
En otra ocasión vino nuevamente a Mercedes a dar una charla a
los curas y a los seminaristas. Luego de la charla hubo un lunch. En un momento
dado vi que el cardenal empezó a dar vueltas por todo el salón, levantando la
cabeza como si buscara a alguien. Cuando pasó por delante mío le pregunté
-Monseñor, ¿está buscado a alguien? –Sí –me respondió –al chofer que me trajo,
no quiero que se vaya son comer nada…- Otra sorpresa.
Y recuerdo un tercer episodio (de otros tantos) Cuando recién
ordenado sacerdote asumí, junto a otros compañeros, como vicario parroquial de la Basílica de Luján estuvo
presente también allí el cardenal Bergoglio, ya que después de 129 años de
presencia de los padres vicentinos, volvía a hacerse cargo de la atención
pastoral del santuario el clero diocesano. A mí me pidieron ser el maestro de
ceremonias de esa Misa. Cuando ya estábamos para salir para la Misa , vino el padre Fernando
Osti, de la arquidiócesis de Buenos Aires, que también asumía conmigo en la Basílica y me dijo
-Mingo, está Bergoglio, pero fijáte si vos lo convencés de que se ponga la
casulla porque no se la quiere poner- Fui entonces con la casulla en la manos
hacia donde estaba el cardenal, lo saludé y le dije –Cardenal, aquí le traigo
la casulla para que se la ponga- Y sin darle tiempo a que me dijera nada,
inclinó su cabeza y yo mismo se la puse. No dijo nada.
En fin, pequeñas sucesos que lo pintan a Bergoglio de cuerpo
entero. Luego, lo vi en repetidas ocasiones en sus visitas a la Virgen de Luján, sobre todo
en el contexto de la peregrinación juvenil que se hace cada primer domingo de
octubre. El iba el sábado anterior para confesar y se quedaba a dormir. Cenaba
con nosotros, se iba a dormir y se levantaba muy de madrugada para ir a
confesar a los peregrinos.
Durante las comidas hablaba poco pero observaba todo. Era más
bien tímido, pasaba por delante sin ser notado. Pero siempre se estaba sereno y
preocupado por los detalles. Tal como lo que está mostrando ahora a todo el
mundo, un Papa que habla más con sus gestos que con sus palabras.
La noticia del nuevo Papa nos sorprendió a todos. Aún no
terminábamos de asombrarnos de la renuncia de Benedicto, cuando al poco tiempo
nos enterábamos que el nuevo Papa era un argentino. Es algo histórico desde
muchos aspectos: en los veintiún siglos de historia de la Iglesia , es el primer Papa
no europeo, el primer Papa del continente americano, el primer Papa jesuita, el
primer Papa argentino… Dios tiene sorpresas inesperadas. La lógica de Dios no
es la lógica del hombre.
Es así que hoy tenemos a Francisco Papa. El Papa es el
Vicario de Jesucristo, sucesor de aquel rudo pescador llamado Simón a quién el
Señor Jesús eligió para guiar a su iglesia, para ser la “piedra” (por eso le
cambia el nombre de Simón por Pedro) sobre la cual habría de edificar su
Iglesia y a la cual le promete que las fuerzas del infierno no prevalecerían
contra ella.
En sus veintiún siglos de vida, la Iglesia ha atravesado
períodos muy oscuros en los que parecía que estuviera a punto de derrumbarse. Y
es imposible que no se haya derrumbado sino hubiera contado con una ayuda
constante del Señor. Es conocida la anécdota de Napoleón. Fue en la época en
que el emperador francés se enemistó contra el Papa y la Iglesia , llegando incluso
a llevarse prisionero al Santo Padre Pio VII. Dicen que en esa ocasión expresó
-¡Yo voy a destruir la Iglesia !-
A lo que un cardenal que lo escuchó le respondió -Señor, Usted nunca podrá
destruir la Iglesia-
-¿Por qué?- respondió Bonaparte sorprendido. -¡Porque si en toda su historia no
la hemos logrado destruir nosotros (os cardenales), mucho menos la logrará
destruir Usted!-
Y así, efectivamente, la barca de Pedro –la Iglesia- ha atravesado
fuertes tormentas en el mar de la historia pero nunca se hundió, a pesar de
quienes se empeñaron en hundirla. Aún resuenan en nosotros aquellas palabras
pronunciadas por Benedicto XVI en el histórico Via Crucis del 2005 en el
Coliseo Romano (el último de Juan Pablo II): “¿No deberíamos pensar también en
lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia?... ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que,
por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Él! ¡Cuánta
soberbia, cuánta autosuficiencia!... Señor, frecuentemente tu Iglesia nos
parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y
también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro
tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te
traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten
piedad de tu Iglesia”
El mismo Benedicto ha dicho que no se ha sentido con fuerzas
para seguir y ha dado ese paso tan valiente como humilde (casi heroico) de
renunciar y dejar a alguien con más fuerzas para llevar a cabo la gran misión
de purificar la Iglesia.
Ahora le toca a Francisco guiar la barca en la tormenta. Por
eso mismo, no es casualidad el nombre elegido, evocando al santo de Asis, quien
en cierta ocasión en que oraba en el templo de San Damián, oyó una voz que
parecía venir del Crucifijo y que decía: "Repara mi Iglesia, ¿no ves que
se derrumba?" Y es aquel mismo Francisco a quién el papa Inocencio III le
refirió haber visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica de
San Juan de Letrán (que es la
Catedral del Papa) y que un hombre pobrecito, de pequeña
estatura y de aspecto despreciable, la sostenía arrimando sus hombros a fin de
que no viniese a tierra. Y exclamó: “Éste es, en verdad, el hombre que con sus
obras y su doctrina sostendrá a la
Iglesia de Cristo”
Está será la misión del Papa Francisco. Ya no es más el
cardenal Bergoglio, ya no es más el arzobispo de Buenos Aires, ahora es
Francisco y pertenece a la Iglesia
y al mundo entero.
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