.
.
Julián Licastro y Ana María Pelizza
Inaugurando una nueva etapa estratégica
se ha producido un drástico giro en el largo y ambiguo proceso de la
integración suramericana, con repercusiones regionales no tan inmediatas como
profundas, e implicancias no menos importantes en la totalidad del continente
americano, Europa e incluso las regiones de Asia y África pertenecientes al
llamado tercer mundo.
Uno de estos ejes lo constituye el proyecto
populista, después del colapso del “Consenso de Washington” que potenció la
explotación neocolonial del “capitalismo salvaje” [Juan Pablo II], vaciando el
espacio de la política de partidos y creando las condiciones
para la irrupción democrática y luego la expansión autoritaria de una nueva
forma de caudillismo.
El otro eje, más próximo, se expresa en la sorprendente
elección de un Papa argentino, formado desde muy joven en el peronismo
doctrinario, no partidario, para conducir a la iglesia universal en uno de los
momentos más álgidos de su evolución en el mundo; ubicada además en el centro
de una Italia paralizada políticamente por el desgaste y el dispendio de sus
dirigentes tradicionales, y en una Unión Europea en grave crisis económica con
signos de estancamiento y división.
No es fácil hacer una síntesis de este escenario
geopolítico y geoeconómico que recién se estrena, pero es ineludible para
apreciar su dinámica potencial, porque de ella dependerá la creación de
numerosas situaciones nacionales y regionales, incorporando sus propias
circunstancias y modalidades de poder localizadas específicamente. Por esta
razón, es preciso reconocer que apenas entrevemos el perfil de un fenómeno de
gran alcance, destinado a presidir, con variadas secuelas de coincidencias,
contradicciones y antagonismos, toda una nueva época cultural y política.
Corresponde
analizar brevemente cada factor protagónico, para evaluar su capacidad de
acción y transformación intrínseca y los principales problemas que enfrenta, y
luego hacer una comparación de sus ubicaciones relativas y relaciones de
cooperación u hostilidad. Decimos esto porque el pontificado del cardenal
Bergoglio procedente del extremo sur latinoamericano, aunque fuere prematuro
calificarlo con exactitud, ya ha sido comparado con el de su mentor el cardenal
Karol Wojtyla de origen polaco, alma del reordenamiento geopolítico de la Europa Oriental ,
que anticipó
el fin de la Unión
Soviética.
Resta
por ver si un rol equivalente, aunque obviamente distinto, puede desempeñar el
Papa Francisco, tratando de unir la inteligencia jesuítica con la humildad
franciscana, para evitar la ruptura social, el desinterés institucional y la
autosuficiencia política que la docencia neomarxista ha irradiado desde su
decadencia en Europa. Ella plantea impulsar una “lucha cultural”, pero sin
formar una fuerza propia, sino por “inserción” en la movimientos nacionales de
nuestra América. Todo lo cual presupone una contienda por las ideas, que no
debería llevar necesariamente a la reiteración de la violencia setentista, sino
al rescate de los principios y valores de la “tercera posición" que, debe
reconocerse, es un contenido esencial del justicialismo.
Recordemos
que el populismo, en tanto esquema ideológico, surgió en la Rusia del siglo XIX como
variante heterodoxa del marxismo y alternativa de organización de masas
excluidas. En su visión económica rechazaba la progresión de las etapas del
desenvolvimiento capitalista, optando por saltos e improvisaciones de cariz
utópico. Como sujeto social descartaba el protagonismo del trabajador
industrial sindicalizado, reclutando sus adherentes en el campesinado emigrante
a la periferia de las grandes ciudades, a quien, “por su bajo nivel cultural”,
se proponía conducir por círculos vanguardistas de “intelectuales
revolucionarios”.
La
denominación “populista” fue retomada cien años más tarde por los intelectuales
de adhesión inicial stalinista, que ayudaron a promover el movimiento
estudiantil del mayo francés (1968) contra el gran estadista que fue el general
Charles de Gaulle. El desplazamiento hacia el neomarxismo ocurrió en forma
paralela a su desencanto político con el partido comunista, iniciado con la
represión soviética, en agosto de aquel año, de la “Primavera de Praga”, que
duplicó las tropas que invadieron Hungría en 1956. Siempre en actitud elitista,
fluctuaron después por el maoísmo, las revoluciones africanas y el guevarismo,
con las conclusiones
negativas que ellos mismos explicitan en sus manifiestos públicos y cátedras
universitarias.
Desde
la década del 80, aproximadamente, estos intelectuales especializados en la
abstracción teórica y no la praxis concreta, caracterizados por ello como
“sabios ignorantes”, produjeron una profusa literatura, que encontró eco en
discípulos latinoamericanos. Estos eran militantes de una izquierda difusa,
caracterizada por su oposición a los proyectos políticos nacionales, siendo el
caso más notorio el peronismo en la Argentina , por su ideario político desarrollado a
partir de la Doctrina
Social de la
Iglesia y la participación política activa del mundo del
trabajo.
Pero
esta vez el populismo, convertido en neopopulismo, no se ubicó como oposición
sino como “superación” del movimiento nacional, aunque con notable
coincidencias con aquel fenómeno surgido tan lejano en el espacio y el tiempo:
instrumentación de la desocupación masificada; visión utópica de la economía;
desinterés por la eficacia administrativa; descarte de todo tipo de
organización gremial y sindical; negación de la concertación y el diálogo, e
intento de conducción mediatizada por intelectuales encargados de interpretar
la realidad a través de un “relato”.
Este
pensamiento alcanzó su vértice en Caracas, transformando las posiciones
iniciales del presidente Hugo Chávez, hasta llegar a la exaltación extemporánea
del castrismo y el excesivo estatismo. Con todo, entre los logros del
neopopulismo debe registrarse la recuperación soberana de los recursos
energéticos en Venezuela, Ecuador y Bolivia; así como su afán distributivo de
la renta nacional en los sectores sociales más postergados. Entre su déficits
evidentes están: la falta de productividad; el subsidio crónico sin contraparte
laboral genuina; el aumento desmesurado de la burocracia estatal con fines
partidistas; y el desgaste institucional del sistema republicano por la
concentración total del poder.
En
el plano de la Unasur ,
como propuesta de unión regional integral, que se creía factible, la creciente
influencia del neopopulismo y su conexión con potencias medianas
extracontinentales como Irán, por lo menos hasta el sensible fallecimiento del
Comandante Chávez, ha resultado en una relativa pérdida del impulso inicial.
Allí se conjuga, sin duda, las opiniones adversas a este rumbo de países como
Colombia, Perú y Chile; las fricciones irresueltas por viejas temáticas
fronterizas entre algunos estados miembros [Perú-Bolivia-Chile] y los
desencuentros comerciales y diplomáticos [por ejemplo entre Argentina y
Uruguay].
Ahora,
la elección del cardenal Bergoglio implica una serie de hechos y situaciones
inéditas que bastan por sí para dimensionar su carácter histórico y alcance
global. Es el primer Papa no europeo en 1500 años de trayectoria; el primero
latinoamericano; es también el primer jesuita; y a su asunción concurrió el
patriarca ortodoxo griego ausente desde el cisma entre Oriente y Occidente del
año 1054.
Es
evidente que la votación del colegio cardenalicio se encaminó contra los
sectores comprometidos de la curia romana, con predominio italiano, afectada
por escándalos sexuales y financieros de inusitada publicidad; y que en este
comicio tuvo gravitación relevante el clero estadounidense representado en la
figura del cardenal Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York. Por ello conviene
reflexionar sobre el nuevo rol del catolicismo norteamericano, tradicionalmente
dirigido por sacerdotes de descendencia irlandesa, pues se ha propuesto
conducir la enorme masa de inmigrantes “hispanos”, especialmente mexicanos y
centroamericanos que, siendo ya la primera minoría del país no deja de crecer,
manteniendo sus creencias y rasgos culturales. Este rol trasciende la
preocupación por la reforma migratoria prometida y aún pendiente, y enfila
sobre los prejuicios raciales del conservadorismo protestante contra todos los
pueblos al sur del Río Bravo.
La
iglesia estadounidense, con más de 40 millones de fieles cotizantes, es la más
rica del mundo católico y auxilia a otras necesitadas de apoyo, con la
consiguiente influencia pastoral y política. Por esta causa, y según sondeos
que señalaban la gran aceptación del Papa argentino, superior a la de Barak Obama y
Hillary Clinton, el presidente lo calificó de “primer Papa de las Américas”,
englobando al norte, centro y sur del continente y “paladín de los pobres”,
enviando a la celebración en Roma a su vicepresidente y a su flamante
secretario de estado, ambos de filiación católica.
Queda
así abierto un debate crucial sobre las implicancias geopolíticas y políticas
de la nueva estructura de gobierno vaticana, especialmente la dedicada al orden
internacional y las relaciones con otras religiones y cultos, en las que
Bergoglio demostró su amplitud ecuménica. De todos modos, puede augurarse, de
cara al futuro, que su influencia mundial y regional en esta etapa será la
mayor que podrá ejercer un argentino. La esperanza está dada por una
personalidad consolidada en tantos años de prédica, gestos y acciones
coherentes con sus convicciones, en las que se destaca su posición elejada por
igual del neoliberalismo y del neomarxismo.
Sin
embargo, toda su agenda de trabajo, que implica un “volver a empezar” para
sacar a la iglesia de su autoreferencia burocrática y relanzarla al camino
testimonial y misionero, debe comenzar por casa, realizando los profundos
cambios estructurales y de dirección que se reclaman imperiosamente. Desde su
conducta sencilla y austera, pero también entusiasta y firme, debe limpiar y
reorganizar la intrincada curia vaticana, sanear su banco, el IOR, acusado
de lavado de dinero y otros fraudes; sancionar severamente los escándalos
morales y a la jerarquía encubridora; y además alentar la vida eclesial en la
comunidad parroquial como lugar de pertenencia religiosa y base de servicio
social, como lo hizo en Buenos Aires enfrentando a todas las formas de
explotación y esclavización.
Aparte
de este impacto internacional y social, debe destacarse su calificación de la
verdadera política, no la politiquería, como un servicio irremplazable de bien
común, condenado la corrupción, la codicia y la violencia.
Dicho
lo cual, se comprenderá mejor el contexto regional y los tratados y alianzas
que nos incumben para puntualmente actualizar y fortalecer Unasur y Mercosur.
Habrá sin duda aquí un antes y un después del Papa Francisco, no por señales
superficiales y directas que interfieran con la tarea de los partidos, sino por
la creación de nuevos fundamentos para retomar paulatinamente el proceso
integracionista sin interferencias ideológicas, ni intervenciones polémicas en
la vida político-institucional de los países [Paraguay].
Para
finalizar: en el centro de toda cultura existe un núcleo fuerte de valores
éticos y creencias religiosas que comprenden también a quienes dicen negarlas.
Recuperar estos valores profundos, aún en una sociedad predominantemente laica,
es primordial para rescatar, a su vez, los ideales convocantes de las
diferentes fuerzas políticas. Lo contrario, sería anticipar la decadencia del
país por la simulación y el arribismo a costa de toda dignidad y coherencia.
El
neopopulismo, en su riesgoso sesgo autoritario, puede desalentar la diversidad
creativa del pueblo e imitar a las ideologías totalitarias que tratan de
imponer una mitología propia, resistida por la fe popular. Ésta responde a las
tradiciones familiares acuñadas en el tiempo y las adversidades, clave de la
construcción de la comunidad organizada. En tal sentido, los últimos desastres
naturales, potenciados por la falta de planificación estratégica y el
descontrol de la gestión, han puesto de relieve, por contraste, la reserva
moral y la voluntad solidaria de las grandes mayorías nacionales.
El
estado, una vez más, estuvo ausente, más allá del intervencionismo estatizante;
y la pobreza y la indigencia se han revelado no sólo persistentes, sino
compactadas por estructuras clientelares crónicas. Luego, hay un cruce de
caminos con quienes piensan, con la enseñanza de los buenos pontífices, que “el
desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, tanto en el orden social como en el
orden internacional [7.4.13]
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario