El populismo no es solo, ni principalmente, una respuesta a la corrupción política y económica. Hay un problema mucho más de fondo al cual el populismo constituye una respuesta distintiva: el de las personas y los grupos sociales que piensan que no van a tener éxito en la globalización económica, que van a fracasar en un mundo de mercados abiertos. Por eso, criticar la respuesta populista no basta; es preciso formular respuestas alternas a la misma pregunta, con más probabilidades de éxito. Por Raúl González Fabre SJ. Para el Blog Entreparéntesis.
El populismo no es solo, ni principalmente, una respuesta a la corrupción política y económica. La corrupción da, si acaso, razón moral para que surja el populismo, así como otras propuestas nuevas no populistas.
Es verdad que el populismo resulta más dramático en su bipolaridad ”casta corrupta” versus ”pueblo inocente”, pero sus respuestas en esta materia tienen más que ver con ser nuevos que con ser populistas.
Hay sin embargo un problema mucho más de fondo al cual el populismo constituye una respuesta distintiva: el de las personas y los grupos sociales que piensan que no van a tener éxito en la globalización económica, que van a fracasar en un mundo de mercados abiertos. Puede ser porque no se sienten bien formados para competir con trabajadores o profesionales de otras partes del mundo; puede ser porque tienen pequeñas empresas o negocios amenazados con la quiebra por la competencia global; puede ser también porque piensan que el Estado apoya a los grandes (rescata a los bancos, subsidia los coches, contrata siempre a los mismos, otorga privilegios monopólicos, etc.), generando una competencia desleal contra ellos incluso en el mercado nacional, que es básicamente el único que ellos tienen. El problema, en los tres aspectos, es totalmente real.
La respuesta populista tiene dos partes: la primera es siempre la promesa a los que padecen (o temen) el fracaso económico, de que podrán contar con el Estado nacional para protegerlos de los avatares de la globalización. En otras palabras, el nacionalismo. Todos los populismos son nacionalistas, en el muy preciso sentido de que todos son estatalistas. No importa si ”de derechas” o ”de izquierdas”, o primero de izquierdas y luego los mismos de derechas; en el nacionalismo coinciden siempre. El Estado es el gran protector del pueblo frente a los mercados inmisericordes. Sea cual sea la bandera: francesa, griega, republicana, estelada, o la que fuere, el punto es que podamos contar con el Estado porque a nosotros solos se nos comen.
En la segunda parte de la respuesta populista hay más divergencia. Evidentemente el estatalismo no basta si el Estado apoya a los oligopolios económicos y perjudica a la gente común. Es preciso que la promesa de un Estado nacional que ayude a la gente a sobrevivir la globalización, de alguna manera se cumpla a corto plazo. Para ello el populismo ha usado dos caminos, a menudo mezclándolos.
El populismo de izquierdas tiende a sustituir al sector privado de la economía, estatalizando sectores de la producción para crear empleos públicos en ellos. Un ejemplo claro de esto es Venezuela. El populismo de derechas tiende anegociar con los oligopolios, garantizándoles dominio del mercado nacional y paz social a cambio de que ofrezcan mejoras en seguridad y bienestar a los trabajadores del común. Dicho con otras palabras, el poder del Estado se usa para liberar a los grandes de la competencia, con lo cual hacen cuantiosas ganancias, parte de las cuales deben emplear en ayudar a los pequeños a sobrevivir la competencia. Un ejemplo paradigmático fue Perón.
El problema básico de este esquema es que, en la medida en que hace más falta (porque la globalización económica resulta más amenazadora para más gente), funciona menos (precisamente porque la globalización económica es más potente). Protegidas del mercado global por el Estado, las empresas nacionales pierden eficiencia frente a sus competidores. Cuando al Estado se le acaban los recursos para mantenerlas, son barridas en la competencia. Con un mercado nacional sometido al arbitrio de gobiernos nacionales, como el populismo propone siempre, la inversión tiende a irse, o a reclamar altas rentabilidades que solo pueden obtenerse a su vez de posiciones oligopólicas.
Las empresas, privadas o públicas, se subcapitalizan; de nuevo dependen cada vez más de la protección estatal porque son cada vez menos eficientes frente a sus competidores. Entonces los llamados emocionales al patriotismo de los ricos. Inútiles llamados: para cuando ocurren, el dinero ya se ha ido. Pero no solo el dinero, también se van muchos de los jóvenes profesionales y empresarios que se ven (con razón por lo general) exitosos en los mercados abiertos de la globalización.
¿Quiénes quedan en el territorio del Estado, bandera en ristre? Precisamente los que más necesitan al Estado para sobrevivir. ¿Y qué recursos tiene el Estado populista para ayudarles? Cada vez menos, porque le van quedando las empresas y los trabajadores menos productivos, a la vez más necesitados de recursos estatales y menos capaces de contribuir al Estado. Quedan los que piden más y pueden dar menos; los demás se van.
La respuesta populista a este problema no es pues correcta. Eso no quiere decir que no pudiera serlo en el pasado (en un número de lugares al menos). Pero es que hace cincuenta años los mercados eran básicamente nacionales, no globales, y al Estado nacional se le podían pedir cosas que ya no está en capacidad de hacer.
Y sobre todo, sobre todo, que la respuesta populista sea mala no significa que no exista el problema de cómo sobrevivirá la gente normal, con sus necesidades básicas de bienestar y estabilidad, en la globalización. Ese es el problema central de nuestro tiempo para un país como España (por ejemplo, afecta ferozmente a la posibilidad de mantener hijos, por tanto a la natalidad). Por eso, criticar la respuesta populista no basta; es preciso formular respuestas alternas a la misma pregunta, con más probabilidades de éxito.
Raúl González Fabre S.J.
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
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