Nos encontramos en el bar del COFA, mejor decir el Palacio Balcarce, edificio histórico fuera de serie, allí en Quintana casi Montevideo. Me invitó a tomar un café. Yo lo conocía nada más que por su nombre y alguna de sus famas, el Tte. Cnel. (R) José Javier de la Cuesta Ávila.
Nunca imaginé que me contaría tanto de su vida, de su historia, con detalles que me parecieron fascinantes. Y cuando nos íbamos él me dijo la frase que coronaba todo: “La memoria se hace historia cuando la gente se muere.
Nunca imaginé que me contaría tanto de su vida, de su historia, con detalles que me parecieron fascinantes. Y cuando nos íbamos él me dijo la frase que coronaba todo: “La memoria se hace historia cuando la gente se muere.
Yo escribo en un medio una serie que se llama Conversando con… para conocer la historia de los entrevistados, contada por ellos mismos, a tiempo para que la gente la conozca”. Palacio Balcarce Entonces allí va: la historia de José de la Cuesta Ávila que les cuento a partir de lo que conversamos en un café. En 1958, el entonces Mayor José de la Cuesta Ávila fue destinado como Jefe al Hospital Militar Central, una señal que interpretó como que era el fin de su carrera.
– ¿Por qué? –le pregunté. - Era un castigo por mi mala conducta. Así de increíble comenzó la conversación, que me llevaría de sorpresa en sorpresa.
– Yo me había visto obligado a castigar a oficiales sublevados, ellos habían triunfado y pasaba a ser yo el castigado. La vida de José de la Cuesta Ávila es un rosario de suertes, de las malas y de las buenas.
- Así era la vida en el Ejército. Vivíamos en estado de permanente asamblea. Que radicales, conservadores, peronistas o antiperonistas. Que Azules o Colorados. A mí casi siempre me tocó estar del lado de los perdedores… Cada vez que nos tocaba gobernar lo hacíamos mal… Los militares estamos preparados para mandar, no para gobernar… Fue entonces que José lo pensó. Si su carrera en el Ejército estaba llegando a su fin, por qué no intentar aprender esa cosa nueva. Tomó el teléfono y llamó a IBM.
Quería hacer un curso. No se imaginó que prácticamente al día siguiente se presentaría en el Hospital el señor Bossisio, el encargado de las relaciones de IBM con las Fuerzas Armadas. Estaba muy sorprendido porque un militar en actividad del cuerpo de comando solicitara un curso: “Usted está invitado a nuestros cursos. Tenemos un curso que comienza la semana que viene”. La suerte de las buenas fue que en el Curso para Ejecutivos, que hizo durante tres meses de diez a doce de la noche, lo recibió Barraza, su amigo de chico, del mismo barrio. Era un curso general orientado a organizar sistemas para utilizar equipos UR. Era más que nada un curso de ventas.
- Terminé el curso muy contento y volví al Hospital, pero para mi sorpresa… Para sorpresa de José de la Cuesta no había pasado una semana cuando aterrizó en el Hospital una persona desconocida. Era el encargado de relaciones con las Fuerzas Armadas ¡de Univac! Le ofrecían un curso muy superior al que se habían enterado que había tomado en IBM: “En nuestro curso va a aprender qué son y para qué sirven las computadoras”. De la Cuesta aceptó encantado la invitación.
- El resultado fue que no entendí nada. La verdad es que no entendí lo que se llama nada de nada. Me encantó mi conversación con José de la Cuesta Ávila. Quizás escuchar esto fue uno de los momentos más sublimes. No pude menos que reírme.
- ¿Entonces qué pasó? Pasó que llegó fin de año y el Mayor continuó su carrera, ¡oh sorpresa!, no lo pasaban a retiro. Lo mandaban a un comando de Tucumán, pero su destino lo perseguía. La gente de IBM le mandaba folletos. La gente de Univac también mandaba más y más folletos. Y se enteró de las ofertas de Hewlett Packard porque también mandaba su lluvia de folletos.
- Luego de un tiempo en Tucumán me enteré de que se estaba creando un nuevo Distrito Militar en Frías, Santiago del Estero. Entonces me nombré a mí mismo Jefe del nuevo Destacamento. Un placer escucharlo, porque las sorpresas no paraban. En cuanto asumió su nueva posición, era 1962, entendió de inmediato que el tema de Enrolamiento era una excelente oportunidad para aplicar la computadora en la solución. No se le ocurrió nada mejor que preparar un programa de computación para controlar la incorporación de los reclutas.
- El resultado fue un adefesio. Se lo mandé a la gente de IBM. Allí apareció este muchacho que lo hizo de nuevo, lo hizo bien. En cuanto tuvo el programa correcto en su poder, de la Cuesta se lo envió a la Inspección General Territorial, ubicada en Buenos Aires, cuyo Jefe Técnico, el Tte. Cnel. Aguiar, lo recibió como un tesoro. Fue en agosto de ese año que vino el enfrentamiento entre Azules y Colorados y por supuesto nuestro hombre estaba del lado de los perdedores. Como resultado lo relevaron de su comando y lo destinaron ¿a dónde? Por casualidad o no, fue a parar a la Inspección General Territorial, como Jefe de la División Reservas, donde quedaban registrados todos los que pasaban por el servicio militar, los "reservistas".
El Jefe Técnico Tte. Cnel. Aguiar, lo aguardaba con ansias. “Una suerte que esté con nosotros, Mayor. Tiene que explicarnos cómo funciona el programa que nos mandó”.
- Tuve que confesarle que no sabía. Que había que llamar a la gente de IBM. José tiene la mejor opinión de la IBM de aquellos años. “Una excelente empresa entonces. Era como hablar de CocaCola, en otro rubro”. IBM puso el hombro, y mucho más, y se creó todo un sistema para organizar las Reservas, el RIPOM (por Registro Integral de Personal con Obligación Militar).
La fama de de la Cuesta como experto en Computación, ya corría de boca en boca dentro del Ejército. - Yo nunca hice las cosas solo, siempre me ayudaron, en este caso IBM. Sin embargo, el dominio de la Computación ya era tema de conflicto en la fuerza.
El Mayor de la Cuesta Ávila pertenecía a una unidad que formaba parte del Estado Mayor del Ejército. Pero en paralelo había una Dirección General de Administración (DGA) que cuidaba lo que consideraba su propio territorio. Defenderían a muerte sus derechos frente al avance de ese Mayor.
El Coronel Caballero a cargo, secundado por otro coronel, defendían esa tesitura con todas sus fuerzas. Cuando José afirma que siempre tuvo amigos para trabajar en equipo, no se cansa de dar ejemplos. Porque fue el momento en que se acordó de que su amigo, también militar, Héctor Hiram Vila, estaba haciendo cursos en USA y le preguntó si no podía conseguirle alguna cosa para ayudarlo en esta lucha con la DGA.
La respuesta tardó un mes y medio en llegar, pero fue mucho más extraordinaria que lo que el Mayor hubiera esperado. - Me mandó Instructivos de cómo funcionaba el tema computación para el Ejército norteamericano. Allí el tema lo manejaba el Estado Mayor. ¡Papita para el loro! Entonces llegó el momento de la decisión. El primero a convencer de que Computación era un tema del Ejército, no de Administración, era el Comandante en Jefe de la fuerza. “Mayor: tiene usted diez minutos para convencerlo al Comandante Onganía de que Computación pertenece al Estado Mayor, no a la DGA”, le dijo Aciar. José usó los diez minutos con su arma infalible, los instructivos recibidos de Hiram Vila. -La gente de IBM también me ayudó, me mandó de todo.
“Esto debe manejarlo el Ejército, no la DGA”, opinó Onganía al cabo de los diez minutos, totalmente convencido. “Tenemos razones suficientes para que el Ministro de Guerra tome esa decisión. Usted me va a acompañar, Mayor de la Cuesta, y quiero que le haga al ministro la misma presentación que me acaba de hacer”. Unos días después se produjo la reunión con el Ministro de Guerra. Presentación de Ejército de Onganía, o sea de de la Cuesta Ávila, versus la presentación de la DGA, a cargo de los dos coroneles. - La presentación de la DGA me pareció espectacular.
Yo repetí lo mismo que había dicho antes, basado en lo que hacía el Ejército norteamericano. Al día siguiente lo llamó el Secretario de Onganía: “Ganó, Mayor de la Cuesta, la Computación la va a manejar el Estado Mayor". La fama del Mayor José de la Cuesta Ávila no paraba de aumentar, a la par que el rencor de algunos enemigos.
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