A lo largo de la historia argentina, mucha gente ha demostrado un particular apego por la gesticulación improductiva, bloqueados -sin distinción de divisas- en posiciones caducas, llenas de fantasmas perimidos y trincheras autofagocitantes.
En ese mismo tiempo, pudimos ver a países análogos lograr acuerdos estratégicos básicos en su interior que, más allá del cambio táctico del gobierno de turno, se fueron implementando, obteniendo buenos resultados geopolíticos. Aquí, mientras tanto, la atención siguió puesta casi exclusivamente en afinar bien el lápiz, no para la gestión precisa, evolucionada y creativa, sino más bien para hincárselo en el ojo al vecino.
La sopa fue, más o menos, siempre la misma: arengas grandilocuentes, repletas de reproches; y a fuerza de salvaguardar el gran destino nacional, el bote terminaba con la proa encallada en mediocres resultados.
Existe una dimensión que parece haber ocupado un lugar secundario en las grandes decisiones estratégicas y operativas de nuestro país: la puesta en marcha de un sistema de generación de riquezas genuinas -materiales, intelectuales y morales- a través de actividades productivas, organizadas y desarrolladas desde un punto de observación e interpretación local, pero con visión panorámica y cabal entendimiento del concierto mundial. Ello demanda una etapa previa: la puesta a punto de un consenso integral básico, en el que apreciemos a la Argentina -ya no como una gallina a la cual, en pos de su salvación, paradójicamente se la deba desplumar- sino como un hermoso lugar, lleno de posibilidades ciertas, con millones de personas que tienen capacidad y ganas -y también el legítimo derecho- de hacer bien las cosas.
Algunos más, otros menos, pero en términos generales hoy en la calle se percibe cierta expectativa. Quizá porque se habla de innovar, quizá porque los paradigmas tan viejos como repetidos han pasado su fecha de vencimiento, quizá porque los sketchs de cruces y patadas voladoras entre "líderes" - ya parodiados en un ámbito más apropiado por el gran Martín y sus titanes- no despiertan más entusiasmo.
El pasado, cualesquiera que sea, no anula el crédito para hacer algo mejor en el futuro. Las personas pueden mejorar, ¡las sociedades pueden mejorar! A condición de que se focalicen en ello, sin distracciones, ni patológicas distorsiones.
Posiblemente, el punto terminal de la casi secular discordia vernácula no consista en hacer primar tal o cual ideología, o preservarse de tal o cual modelo; es probable que baste con salvaguardar -sin que nadie saque los pies del plato- la honestidad, el respeto, la unión nacional, el bien común, la justicia, la paz interior y los beneficios de la libertad.
Copyright © 2015 by Ricardo Vanella. Todos los derechos reservados.
Este artículo está basado en un capítulo del libro "Alimento para pensar, pequeñas reflexiones para prevenir la anorexia cognitiva").
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