domingo, 29 de abril de 2012

El último estadista argentino . Por S.E. Muy Augusto Caballero Gran Cruz Grl Br (R) Dr Don Heriberto Justo Auel SOMCLPSIL (LMGB I)





En nuestra breve historia política los Estadistas no abundan. Podríamos contarlos con los dedos de una mano. Tienen algo en común. Todos ellos debieron marchar al exilio, fueron depuestos o sus monumentos están, aun hoy, amenazados de destrucción. Sin embargo, después de su muerte, son reconocidos por la mayoría de los argentinos. Nunca antes.

¿Por qué nuestra joven sociedad -o un sector de ella- rechaza o teme al innovador político? ¿Por qué prefiere la improvisación y no exige propuestas de largo plazo? Las respuestas a estos interrogantes son muchas y responden a fuentes diversas. Pero el tema que queremos abordar hoy nos exige reflexionar sobre una cuestión central: ¿podemos continuar administrando las crisis de un proyecto de país del siglo XIX, ya agotado? ¿Podemos seguir mirando hacia atrás, hacia el costado o al propio ombligo? Ciertamente y rotundamente NO. Es tiempo de asumir, con coraje, al futuro de la nación al garete.

Entendemos que la oscura sombra de la probable disgregación indica que ha llegado la hora de superar el “cuesta abajo” y terminar con la ansiedad percibida de estar, cíclicamente, cerca del abismo. Es hora de retomar el signo del camino que marcaron nuestros escasos Estadistas, en diferentes momentos de nuestro pasado conflictivo, desde Mayo de 1810, hasta hoy. Es tiempo de tener un futuro comunitario, de aceptar la aventura de alcanzar un destino -que aun nos debemos proponer-, de establecer un ramillete de claros objetivos que nos unan, organizando a las diversidades en un solo esfuerzo, en libertad y armonía. Ello solo será posible si contamos con el aceptado liderazgo de un lúcido Estadista o de un grupo humano que ejerza éste imprescindible rol social, cuando la crisis arrecia. Pero también es imprescindible que una masa crítica de argentinos pierda el miedo al riesgo.

Esta reflexión inicial surge, necesariamente, cuando deseamos recordar al último de nuestros Estadistas, a quien tuve el honor de conocer personalmente y con quien mantuve largas charlas dominicales, en los últimos años de los ‘70. Me refiero al Presidente Arturo Frondizi, -como le llamaban sus amigos, aun en el retiro de su austero domicilio de la calle Berutti-. Mi pretensión –en esas reuniones- era lograr información de primera mano referida al tema que había elegido como doctorando en Relaciones Internacionales, la “Conferencia de Bandung”. Sin embargo, iniciadas las respuestas a mi cuestionario, la interesante charla ingresaba siempre a las experiencias que el sabio y anciano Presidente quería transmitir. Aparecía entonces, con más intensidad, su tonada correntina con una expresión que quedó grabada en mis recuerdos: “…mire joven, yo…le voy a contar”… Había dos temas que eran recurrentes en nuestros encuentros, coloreados por desconocidas anécdotas de sus luchas políticas. Quiero transmitir algunas hoy, en homenaje a su emoria.

Uno de sus temas era el de “la unión nacional”. Recordaba que su partido nació como “Unión Cívica”, por iniciativa de Leandro Nicéforo Alem, aquel hijo del comisario fusilado y ahorcado en Plaza de Mayo después de Caseros. El Dr. del Club de Armas y el tribuno de las orillas vivía en carne propia la necesidad de alcanzar la “unidad social”. Había que contener los odios de las guerras civiles. Don Arturo me relató un hecho vivido cuando él recién había egresado de la Facultad de Derecho, con medalla de oro. El Comité del partido lo designó Secretario ad-hoc del Dr. Sabattini, cuando éste permanecía en Buenos Aires. En una oportunidad, estando en los andenes del ferrocarril -en Retiro- despidiendo al médico cordobés, se presentó sorpresivamente ante ellos el Vice- Presidente, Cnl Perón, acompañado por un edecán. Le ofreció, al prestigioso ex gobernador de Córdoba la vice-presidencia de la república. El diálogo que recordaba Frondizi era el siguiente: ”Dr, voy a ser presidente de la república y Ud. tiene que ser mi compañero de fórmula. Surge una nueva clase social: el obrero industrial y yo la voy a representar. Ud., que representa a la clase media, debe acompañarme para lograr la unidad nacional a través de un proyecto de industrialización y urbanización del hombre de campo”.

La respuesta fue inmediata y tajante: “Yo voy a ser Presidente”. El joven Secretario, de veintidós años, trató de convencer al maduro caudillo cordobés. Su intuición política y su clara percepción de los tiempos que llegaban a aquella Argentina cuestionadora y políticamente paralizada, le hicieron insistir: “Acepte Dr. Éste hombre va a ser el nuevo presidente y la Argentina tiene una nueva oportunidad para superar sus desencuentros”. No fue escuchado. Más tarde Frondizi tuvo que alejarse de su partido por pretender ese nuevo rumbo. Lo establecido se mantenía ajeno a los dinámicos cambios internacionales. Se interponían las llamadas “visiones de campanario”. Perón, en los ´70, volverá a buscar la soldadura social ofreciéndole la candidatura al Dr. Balbín. Las condiciones eran más favorables y la probabilidad mayor. Pero ya era tarde para ambos. La “unión nacional” no fue lograda y la guerra civil continuó y se agravó, con diversas formas. Aun hoy el diálogo político está clausurado. La ausencia de estadistas dio paso a los administradores ideologizados de las crisis cíclicas, hasta llegar a la decadencia. No se gobernó para lograr un futuro de grandeza que abarcara a todos los argentinos, sino que se lo hizo para unos pocos, desde los resentimientos, desde los egoísmos sectarios y desde los dogmas perimidos y derrotados en todo el mundo. Y esas experiencias reiteradas eran somatizadas por el anciano presidente Frondizi.

El otro tema que frecuentemente regresaba a nuestros diálogos, era el de la “integración geográfica”. “! Cómo vamos a pensar la integración regional sudamericana, si no hemos integrado aun a nuestras propias regiones ¡”. Cada vez que atravieso el puente Zárate-Brazo Largo, lo recuerdo. Fue una de las primeras grandes obras que él realizó, probablemente pensando en su Paso de los Libres natal. El espacio argentino sigue desintegrado. Por eso se habla de “islas de desarrollo” o de “economías regionales”. El sistema de transportes que privilegie a los canales de navegación y riego, servidos por los ferrocarriles y las autopistas –en ese orden- no ha sido aun planificado. La ausencia de una infraestructura de comunicación, impide llegar a los mercados, competitivamente. La ausencia de estadistas y de grandes ideas geopolíticas que sirvan a objetivos de largo plazo, se reemplazan, administrativamente, con la falacia de los relatos, las subvenciones y cientos de alquimias contables. Su consecuencia es la frustración social y la corrupción estructural.

Alguna vez, en una reunión familiar, he escuchado un largo discurso de uno de los responsables de su caída como presidente, reconociendo el error cometido y proponiendo su regreso al poder. Fue un momento muy incómodo, que el buen humor de Don Arturo superó oportunamente, respondiendo: “Cuando me haga cargo nuevamente de la presidencia, prometo no nombrarlo comandante en jefe”. Y fue ovacionado por los presentes.




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