jueves, 5 de abril de 2012

JUEVES SANTO: DIA DEL SACERDOCIO

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En este Jueves Santo, “Jueves Sacerdotal”, quiero dar gracias al Señor por el don del sacerdocio y por los sacerdotes de su Iglesia y, de un modo especial, por haberme llamado a mí al sacerdocio, ya hace 30 años.

Recuerdo que cuando entré al seminario, el director espiritual me preguntó: “¿Y vos por qué querés ser sacerdote”? Y, aunque parezca mentira, en ese momento no supe bien qué responderle. Luego de unos instantes le dije: “Para llevar a los hombres hacia Dios” Entonces me dijo: “Pero eso lo puede hacer también un laico” Ahí sí que no supe más qué responderle. Entonces me dijo: “Cuando yo entré al seminario mi obispo me preguntó lo mismo y yo le dije: Yo quiero ser sacerdote para celebrar la Misa y confesar. Y él me respondió: Muy bien. Vos tenés vocación. Eso es ser sacerdote”

En realidad, sin darme cuenta, Dios me había estado preparando para esto desde siempre, tal como dice el profeta Jeremías: “Antes de haberte formado Yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (Cf. Jer 1, 5)

Esto me recuerda cuando a Borges, en el año 1956, poco antes de ser designado para la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad de Buenos Aires le fue requerido un Currículum Vitae. Entonces le solicitó al decano de la facultad que le diera un tiempo para prepararlo “ya que el “currículum” era un género literario que él no manejaba” Pese a no haber obtenido nunca ningún título universitario Borges obtuvo la cátedra. El mismo lo cuenta: “Otros candidatos habían enviado minuciosos informes de sus traducciones, artículos, conferencias y demás logros. Yo me limité a la siguiente declaración: “Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida”. Esa sencilla propuesta surtió efecto. Me contrataron y pasé doce años felices en la universidad”. (Cf. Arias, M. y Hadis M., Borges Profesor, Emecé, Buenos Aires, 2001).

Eso mismo me pasó a mí con el sacerdocio. Dios me llamó desde niño y “sin darme cuenta me estuve preparando para esto toda mi vida” y pasé 10 años felices con mi sacerdocio, los sigo pasando y espero seguir pasándolos durante el resto de mi vida, por lo cual le pido continuamente al Señor el don de la perseverancia, ya que también en la vivencia del ministerio no deja de haber pruebas y tentaciones. Somos frágiles hombres que llevamos el tesoro del ministerio en vasijas de barro.

Ese concepto de felicidad en el sacerdocio nada tiene que ver con la idea de felicidad que tiene el mundo, donde es feliz aquel a quien todo le va bien, sin contratiempos y todo le sale como se lo propone. En el sacerdocio también hay cruces, injusticias, incomprensiones, marginaciones, aislamientos, soledad, miserias, etc.

En este Jueves Santo aparece la escena de la última cena, un momento de alegría del Señor con sus apóstoles, los primeros sacerdotes llamados por El, durante la comida del cordero pascual. Pero también aparece la misteriosa figura de Judas.

Efectivamente, en la larga historia de la Iglesia no ha habido un único Judas. Ha habido muchos. Y todavía existen. Así lo expresaba el cardenal Ratzinger en el Vía Crucis del año 2005: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y también entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace agua por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los ensuciamos nosotros mismos. Nosotros somos quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia”

Y hace casi 60 años, nuestro Padre Leonardo Castellani decía: “En la Argentina no hemos tenido pastores santos, si se exceptúa el bondadoso y un poco corto Mamerto Esquiú. Hemos tenido en cambio pastores malnacidos, pastores cobardes, pastores avarientos, pastores iletrados, pastores simoníacos, pastores embusteros, pastores calumniadores, pastores concubinarios; y los peor de todo, pastores villanos, estúpidos o idiotas. Yo lo pongo en tiempo pasado, Su Excelencia es muy posible que pueda conjugar el tiempo, si, como creo, no pertenece a ninguna de esas categorías. El diablo conoce muy bien aquello de “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” En nuestro país ha hecho una obra fina; y a consecuencia de ella, la Iglesia Argentina es un montón de ruinas, donde se esconden no pocos bichos, algunos venenosos” (Cf. Leonardo Castellani, Carta al Nuncio Zanín, 1954, Seis Ensayos, p. 207)

El sacerdote es el pastor que debe cuidar a las ovejas del asedio del lobo. Pero no solamente eso, porque ¿qué ocurre cuando el lobo está dentro mismo de la Iglesia ? Lo acabo de decir hace poco nada menos que L´Osservattore Romano -órgano oficial de la Santa Sede-: el papa Benedicto es “un pastor rodeado por lobos”

El tema es enfrentarse al lobo. Aún en la misma liturgia el báculo pastoral del obispo, como el cayado del pastor, tiene el significado de la autoridad del obispo para “corregir vicios, estimular y elevar la piedad, administrar la penitencia y por tanto regir y gobernar con dulzura, templanza y severidad” (Cf. Pontifical Romano n 77) Entonces también tiene razón mi amigo el Mayor Pepe cuando dice: “El buen pastor no es el que cuida el rebaño... sino el que mata al lobo”

Ya en el mismo seminario se gesta, en ocasiones, la fidelidad o la traición del sacerdote. No por nada, hace ya más de 300 años San Alfonso María de Ligorio decía: “Adviértase que si el seminario está bien dirigido será la santificación de la diócesis, y si no lo estuviere será su ruina... ¡Cuántos jóvenes entran en el seminario como ángeles y en breve tiempo se truecan en demonios! ... Y sépase que de ordinario en los seminarios abundan los males y los escándalos más de lo que saben los obispos, que las más de las veces son los menos enterados” (Cf. San Alfonso M. de Ligorio, Obras ascéticas, t.2, BAC, Madrid, 1954, p.19)

Por eso considero que la principal virtud del sacerdote es la fidelidad. En primer lugar, fidelidad al Señor Jesucristo, que es Quien lo llama; en segundo lugar, fidelidad al Papa, que es el Vicario de Cristo; y, en tercer lugar, fidelidad al obispo, que es quien confirma nuestro ministerio en nombre de la Iglesia. Esa es la razón también, por la que somos católicos.

Y la principal misión del sacerdote: celebrar la Misa y confesar. Porque como me dijo aquel cura cuando recién entré al seminario: “Todo lo demás lo puede hacer un laico” No se trata de una visión meramente sacramentalista del ministerio sacerdotal sino de hacer presente, aquí y ahora, a Jesucristo en la Eucaristía y en su misericordia.

En fin, nunca terminaremos de dar gracias por el don y el misterio del sacerdocio. Rezamos por todos los sacerdotes del mundo. Y yo les pido que recen por mí. Desde mi “retiro” en Open Door, les mando un abrazo a todos.

Padre Mingo
Open Door, Jueves Santo del 2012


Prof Dr D Carlos Gustavo Lavado Roqué PhD

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