jueves, 5 de abril de 2012

El tema central del Triduo Pascual es el AMOR.


· El Jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena.

· El Viernes queda patente el grado supremo de amor al dar la vida por no renunciar al bien del hombre.

· El Sábado, celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional.

En la liturgia de estos días intentamos manifestar de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que estos encierran.

La liturgia del Jueves Santo está estructurada en torno a la última cena. La lectura del evangelio de Juan nos debe hacer pensar. Se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan, pero en su lugar nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados.

Si el gesto sobre el pan y el vino, tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué la omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos?

No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exegetas no lleguen a conclusiones más o menos definitivas.

Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida, se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la primera comunidad cristiana. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino, era un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o añadieron luego los primeros cristianos, es el carácter de símbolo de su propia vida.

El gesto de lavar los pies es algo muy diferente. Era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús hiciera semejante servicio, si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción mucho más original, pero también de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más sencilla.

Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada compromete. Aquí veo yo la razón por la que Juan se olvida de la fracción del pan y recupera el gesto de lavar los pies. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearlo.

Parece demostrado que para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Juan no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Juan insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua.

Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación.

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor.

“Hasta el extremo” (eis telos) = en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarlo de una manera total y absoluta. “Había amado... y demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima.

Se levantó de la cena, dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. No se trata en Juan de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cuál debe ser la actitud del que le siga: prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él.

Juan pinta un cuadro que debe quedar grabado para siempre en la mente de los discípulos. Esa última acción de Jesús con los suyos tiene que convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto y singular a cada persona.

Se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hacía antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera.

Las comidas festivas se realizaban reclinados a la mesa sobre el brazo izquierdo, y utilizando el derecho para coger los alimentos. Los pies quedaban, hacia fuera. Jesús solo tenía que recorrer el círculo de lechos para ir lavándolos.

Al volver a mencionar el paño, indica la importancia del simbolismo. Lo mismo que el no mencionar que se lo quita, indica una actitud definitiva.

Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor del hombre. En la comunidad que va a fundar, son todos señores libres, y todos servidores. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a todo poder opresor. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, imitando a Jesús, que a su vez, ha imitado al Padre. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás.

El episodio de Pedro negándose, es toda una explicación de lo inaceptable de la situación. Nadie en su sano juicio podía aceptar que el Maestro realizara una tarea de esclavo. De alguna manera quiere justificar la incomprensión de todos.

“Se recostó de nuevo”, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y el verdadero señorío.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque estas serán las leñas de identidad de la nueva comunidad.

Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor”, y con razón, porque lo soy. Esta explicación que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Juan es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor, más servicio.

Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él, pero no doctrinas, sino su actitud vital. Sienten la experiencia de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo.

Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano a expresar plenamente la vida que posee.

Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ni hay alternativa ni escapatoria. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres.

Es una pena que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la “caridad”. Hemos devaluado hasta tal punto el mensaje, que tranquilizamos nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos aceptar que no seamos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños.

Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que cuantos encontró a su paso la tuvieran también.

Convertir la eucaristía en un rito mágico, que va a producir en mí efectos automáticos, es hacerme falsas ilusiones sin fundamento en el evangelio. Jesús promete y da Vida definitiva al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó.

Toda la plenitud de Vida que él desplegó, la misma Vida de Dios, la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el hombre, aunque en el camino tropiece.

Por Fray Marcos
 
 
Prof Dr Don Carlos Gustavo Lavado Roqué PhD
 
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