miércoles, 1 de agosto de 2012

LA ENVIDIA. “Saberse envidiado es una especie de honor inmerecido: significa que hay alguien que no soporta que existamos”

Colaboración de S.P. Padre Domingo Alberto Soria Sosa, Delegado Episcopal para la Liturgia, de la Soberana Compañía de Loyola" Ver nombramiento


1- Suele suceder, en ocasiones, que nuestros actos incomoden a los demás. Lo cual puede ser un defecto propio o un defecto ajeno. Es decir, si el incomodo es porque hemos hecho algo malo, el defecto será nuestro y habremos de corregirlo; pero si no hemos hecho nada malo, el defecto será del que se incomode sin motivo. Tal como dijo Nuestro Señor: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?"
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Por ejemplo, si yo salto el cerco del vecino y tomo algunas frutas del árbol de su patio sin su consentimiento, el defecto será mío (por usurpador y ladrón) y mi vecino tendrá motivos para enojarse conmigo; pero puede ocurrir también que su árbol haya extendido tanto sus ramas que algunas sobrepasen el cerco. En ese caso, si yo tomara frutas de las ramas que están en mi terreno, el vecino ya no tendría por qué molestarse, si lo hace ya será un defecto suyo. Pero este podría ser también el origen de los celos: “que nadie toque mi árbol” (aunque las ramas no estén en su terreno…)
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Puede ocurrir también que yo mismo plante un árbol en mi patio y que, con el tiempo llegue a dar unos frutos maravillosos, acaso mejores que los del árbol del vecino. En ese caso mi vecino podría ponerse contento, venir a pedirme algunos frutos y yo se los daría con todo gusto. También podría preguntarme qué hice para que mi árbol dé mejores frutos que los suyos y yo se lo diría complacido.
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Pero puede ocurrir también lo contrario… Que mi vecino, al ver que mis frutos son mejores que los suyos, se ponga envidioso y me empiece a odiar… Primero lo hará secretamente pero luego empezará a hablar mal de mí y de mi árbol… Y no parará hasta que mi árbol se seque o yo me vaya del lugar…
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En ese caso yo podré tomar dos opciones: o “seguirle el juego” y “hacerle la guerra” o “quedarme en el molde” y seguir contento disfrutando de los frutos de mi árbol… La primera opción sería caer en lo mismo que él ya que estaría utilizando sus propias armas (y eso puede llevar a la mutua destrucción) lo cual me llevaría también a perder la paz del corazón (la misma que él perdió); la segunda opción, en cambio, me mantendría en paz conmigo mismo y yo seguiría siendo feliz…
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2- Esta suerte de “Parábola del árbol” (si se me permite llamarla así) se traslada muchas veces a diversas situaciones de la vida. Y el tema no es nuevo, existe desde que el hombre existe sobre la faz de la tierra. Los griegos y los romanos han hablado de la envidia y la han personificado en sus narraciones mitológicas. También la Sagrada Escritura: ¿Por qué se enojó Caín con su hermano Abel? ¿Por qué se enemistó el rey David con Urías el Hitita y buscó sacárselo del medio? ¿Por qué se molestó el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo con su padre y con su hermano?
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Hay en estos relatos un elemento común: los celos y la envidia. No por nada la envidia es puesta por los maestros espirituales como vicio capital. Y de esto se han hecho eco también los grandes artistas, escultores y pintores, que han dejado plasmada la representación de la envidia en diversas iglesias y catedrales medievales. Veamos un ejemplo.
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3- La Capilla de los Scrovegni, también llamada Capilla de la Arena, en Padua, es del siglo XIV y alberga en su interior una serie de espléndidos frescos plasmados por el talento del Giotto (Giotto de Bondone)
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En las bandas inferiores de los muros, por debajo de las escenas de la vida de Cristo, Giotto pintó catorce alegorías de Vicios y Virtudes. Los Vicios están en el muro izquierdo, mientras que las Virtudes se encuentran en el derecho. Los Vicios se corresponden con la parte izquierda de la pintura del Juicio Final, donde se representa a los pecadores condenados al infierno, en tanto que las Virtudes están en relación con la parte derecha de la obra, en la que aparecen los bienaventurados. Entre los vicios que aparecen se destaca la envidia.
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Allí la envidia es representada por una mujer a cuyos pies arde una hoguera en la cual continuamente se consume. Lleva en su mano izquierda una abultada bolsa (aparentemente con dinero), lo que da a entender que no le importa al envidioso cuánto posee, sino cuánto poseen los otros; que aunque posean menos, igualmente es envidiado…
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Parece la mujer salir de una puerta, en cuyo marco apoya su mano derecha, mirando a lo lejos, a su derecha, donde tal vez acaba de divisar al objeto de su envidia. Su oreja es enorme, como indicando que el envidioso está siempre atento a escuchar y a recoger todo aquello que alimente y pueda servir a su propósito, que no es otro que la destrucción del envidiado.
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Por último, en su tocado podría adivinarse una serpiente, mientras que otra sale de su boca (porque la envidia suele ir acompañada de la murmuración y la calumnia) y, enroscándose, se vuelve contra ella, apuntando directamente a sus ojos, mostrando así que, al fin y al cabo, la víctima principal de tal pasión es el envidioso mismo, siendo también él quien más sufre como consecuencia de su vicio.
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4- Contra el cáncer de la envidia no hace falta utilizar ninguna cintita roja, ni tomar ninguna caña con ruda bien cargada, ni nada por el estilo... En todo caso basta con seguir siendo lo que se es, tratando siempre de superarse a sí mismo...
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"La envidia es una declaración de inferioridad", decía Napoleón Bonaparte. Y así es efectivamente. Envidiosos hay en todos los ámbitos, pero sobre todo en los ámbitos donde existen jerarquías, como el ámbito castrense o eclesiástico, por ejemplo...
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El envidioso siente tristeza, bronca, por el bien ajeno… por el reconocimiento, el aprecio o el seguimiento que otra persona pueda tener y que él mismo no tenga, viendo peligrar, de esta manera, su propia “gloria
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Es así que lo que debería ser para él un motivo de alegría (o al menos algo que no tendría por qué molestarle) se convierte de pronto en un motivo de de desdeñoso rencor y de secreto duelo.
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El envidioso puede tener más poder que el envidiado, pero nunca tendrá más autoridad. El poder viene de afuera, en cambio la autoridad sale de adentro. El poder (o el cargo) puede obtenerse por buenos medios… pero puede obtenerse también con amiguismos, con "arreglos", con prebendas... en cambio la autoridad sólo se obtiene con la coherencia de la vida y con la fidelidad a los propios ideales.
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El hombre poderoso, si no es virtuoso, buscará cuidar su poder (o su puesto) a rajatabla, sin que nadie se lo toque, no temiendo "pisarle la cabeza" a los demás, si es necesario; en cambio el hombre virtuoso y con autoridad tendrá la sabiduría de advertir que si tiene poder, no es para siempre, y que dicho poder siempre debe estar al servicio de la verdadera autoridad, y no a la inversa...
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El envidioso puede ser "superior" por el poder que tiene, pero (siguiendo la cita de Napoleón), será "inferior" (absolutamente) ante quien tiene verdadera autoridad, aunque no tenga poder...
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El envidioso no soportará que alguien que tiene menos poder que él sea querido, sea seguido, sea escuchado... Y por ello no será feliz... porque nunca tendrá paz... Por lo tanto recurrirá a las armas de las almas inferiores: la mentira, la calumnia, el "chusmerío"...
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El envidioso es un gran hipócrita... Tendrá aires de solemne virtud, pero en el fondo seguirá siendo siempre un "pobre tipo"...
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5- Dos ejemplos de la historia: Alejandro VI y el monje Savonarola. El Papa Alejandro VI tenía el poder absoluto, pero no tenía autoridad debido a su vida disipada; su contemporáneo Savonarola no tenía poder ninguno, era un “pobre fraile”, pero tenía autoridad, vivía lo que predicaba... Luego la historia es conocida: Savonarola fue quemado en la hoguera... En apariencia venció el Papa fornicario y perdió el austero monje; en la realidad (que ve Dios), el poder del Papa Borgia tuvo su final y la autoridad del monje estoico trascendió los espacios y los tiempos... Y hoy, tal como sucedió con Juana de Arco, se propone llevar a Savonarola al honor de los altares...
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En fin, así son las cosas y así seguirán siendo... Pero no hay que temer al envidioso, pues ya tiene como castigo su propio veneno y, por lo tanto, su propio fin...
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6- Concluyo citando un extracto de José Ingenieros, autor de "El Hombre Mediocre", precisamente donde se refiere en dicha obra, con intempestiva prosa, a los envidiosos:
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La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el acíbar que paladean los impotentes. Es un venenoso humor que mana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia. Por sus horcas caudinas pasan, tarde o temprano, los que viven esclavos de la vanidad: desfilan lívidos de angustia, torvos, avergonzados de su propia tristura, sin sospechar que su ladrido envuelve una consagración inequívoca del mérito ajeno. La inextinguible hostilidad de los necios fue siempre el pedestal de un monumento. Es la más innoble de las torpes lacras que afean a los caracteres vulgares. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicológico de una humillante inferioridad, sentida, reconocida. No basta ser inferior para envidiar, pues todo hombre lo es de alguien en algún sentido; es necesario sufrir del bien ajeno, de la dicha ajena, de cualquiera culminación ajena. En ese sufrimiento está el núcleo moral de la envidia: muerde el corazón como un ácido, lo carcome como una polilla, lo corroe como la herrumbre al Metal
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El envidioso pasivo es de cepa servil. Si intenta practicar el bien, se equivoca hasta el asesinato: diríase que es un miope cirujano predestinado a herir los órganos vitales y respetar la víscera cancerosa. No retrocede ante ninguna bajeza cuando un astro se levanta en su horizonte: persigue al mérito hasta dentro de su tumba. Es serio, por incapacidad de reírse; le atormenta la alegría de los satisfechos. Proclama la importancia de la solemnidad y la practica; sabe que sus congéneres aprueban tácitamente esa hipocresía que escuda la irremediable inferioridad…
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… El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros escalan la cumbre. Muere en el tormento de envidiar al que le ignora o desprecia, gusano que se arrastra sobre el zócalo de la estatua.
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…Todo rumor de alas parece estremecerlo, como si fuera una burla a sus vuelos gallináceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias tinieblas no amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de águilas o decretar un apagamiento de astros!”
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7- Por eso, cuando estos “roedores de la gloria” nos envidien, o hablen de nosotros por detrás pero no tengan la hombría de hacerlo de frente, recordemos las palabras de Baltasar Gracián: “Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien
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En fin, parafraseando a Heinrich Boll que decía: “Me aburren los ateos, siempre están hablando de Dios”… yo también diría: “Me aburren los envidiosos, siempre están hablando de mí”
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