miércoles, 19 de agosto de 2015

¡Para Crónica del pasado 'Yo al Cura…!”. Por S.E. Cab D ADRES MENDIETA OCSSPSIL Periodista-historiador.



Obispo del Tucumán, doctor Ángel Mariano Moscoso 

Comenzar esta nota dedicada a la historia y las tradiciones de Salta tropiezo, entre el barullo de los archivos de mi memoria, con un incidente poco divulgado en la vida ciudadana. Tal es el caso de un episodio que tuvo lugar a fines del siglo XVIII y,  por su resonancia, se manejó dentro del mayor recato, para soslayar enormes escándalos debió intervenir el obispo del Tucumán, doctor Ángel Mariano Moscoso quien, por su labor apostólica, fortuitamente se encontraba en la diócesis de Salta.

Para este relato he optado gozar de la licencia que se nos otorga a quienes insertamos en la historia del ayer a hoy, cimentándome en la realidad y haciendo la vista gorda de quienes crean imágenes mentales para dar fuerza y atracción al público lector en  el argumento de su novela entretejida entre ficción y realidad.

Con esta salvedad y creyendo como aceptado este privilegio les cuento que en el año  1793 quien escribe esta nota residía en Salta en la calle De la Amargura, entre Yocci y del Comercio (hoy Balcarce, entre España y Caseros), a pocos metros donde nació el 8 de febrero de 1785 el general Don Martín Miguel de Güemes, (Balcarce 51), hasta que su padre Don Gabriel, que ostentaba el cargo de Tesorero Ministro Principal de la Real Hacienda de la Intendencia del Tucumán  debió trasladarse  junto a su familia a la reluciente casa construida adecuadamente para que allí funcionara la Tesorería,  en Yocci entre La Amargura y La Caridad Vieja (hoy España 730). 

Por mi cercanía a la Iglesia Matriz, a las 12,  me unía al grupo de feligreses en el atrio del templo donde se intercambiaban chimentos de la ciudad y de las noticias recibidas ya sea desde el Perú o del Río de la Plata en razón que esta ciudad, geográficamente, se localizaba a mitad de camino. Este centro era potencialmente  fuerte, tanto en lo económico como culturalmente, por su raigambre hispana. 

El  esplendor le duró por muy poco tiempo al declararse la guerra por la emancipación. La llamada clase “distinguida” –origen de antiguas fortunas- contaba con valiosas bibliotecas donde se atesoraban libros de clásicos españoles y griegos, como así, obras escritas en latín. En las escuelas se enseñaba a leer y escribir, nociones científicas y educación moral; mientras que en los institutos dirigidos por jesuitas se daban lecciones de latinidad, humanismo y filosofía. Los acomodados continuaban sus estudios en Córdoba o en Charcas, desde cuyos claustros  surgían prominentes juristas y religiosos.

En los cenáculos llegué a captar que se venía preparando romerías a Sumalao –a unos 35 kilómetros de la ciudad- para participar de los cultos en honor de Nuestro Señor de la Salud, ceremonia que se cumplía en el séptimo domingo después de Pascua. La devoción hacia el Cristo de Sumalao congregaba  a más de sesenta mil  peregrinos llegados desde Bolivia, Chile y Paraguay, como así de las  provincias del noroeste y hasta de Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes.

EL CRISTO DE LA SALUD


De igual forma  me informé, por mentas,  que el Rey de España, Carlos V legó a América tres óleos de Cristo. Uno estaba destinado al Cuzco, donde se lo exalta como el Señor de los Temblores. El otro, para  Tacna (Chile)  y el tercero regalado a la provincia argentina de San Juan. Cuando el Cristo "sanjuanino" partió del Cuzco a lomo de mula tuvieron trabas al pasar por Puno. Al no poder superar las dificultades ubicaron la estampa en la Parroquia de Vilque. Existía la obligación de cumplir la decisión de Carlos V. 

Para ello  se sirvieron de un anónimo artista cuzqueño para hacer  una fiel réplica del Cristo. El óleo muestra a  Jesús escoltado por la Virgen María y María Magdalena (de 1,80 por 1 metro). Concluida la obra  el cuadro fue enviado como destino a San Juan  por el paso de Sumalao (Salta) lugar donde se substituían los animales de carga. Cuando los troperos partieron rumbo a San Juan notaron que faltaba el mulo que llevaba el cuadro. Tras un hábil rastreo se localizó el animal en Sumalao, debajo de un algarrobo. Volviendo sobre los pasos una vez más la mula se perdió y, de nuevo. fue avistada tendida bajo la sombra del mismo árbol. Pese a los latigazos recibidos la bestia  no se incorporó hasta que no le quitaron el cuadro de su espinazo.  Con esto se interpretó que allí debía quedarse el Cristo y levantarse un santuario para que se le rinda culto.        
                                   

FERIA DE SUMALAO 


Inducido por la curiosidad y por mi espíritu aventurero me acerque a uno del más entusiasta organizador de la peregrinación,  el maestro de primeras letras don Santiago Díaz González,  quien muy cortésmente me concedió un lugar en su carruaje, al lado del preceptor  José León Cabezón. El gobernador intendente Ramón García de León y Pizarro no fue de la partida en razón de haber  un enfrentamiento  entre el gobierno  que, al decir,  lesionaba al Ayuntamiento. El peregrinaje partió noche avanzada y al llegar a San Miguel de los Cerrillos se hizo un breve descanso para el cambio de caballos y bueyes.   A media mañana  hicimos la entrada triunfal.  Los actos litúrgicos estaban llegando a su fin. La procesión culminaba y se detectó que habían llegado millares de fervientes devotos  tras tres jornadas de caminata. Más de sesenta kilómetros para rezar, pedir y dar gracias al milagroso Cristo de la Salud. Asimismo, muchos llegan hasta el lugar para ganarse unos pesos en los reñideros, en las carreras de cuadreras, en la taba, el sapo o los naipes.


Demás está decir que tras esta fiesta de Fe se anexaba la ya tradicional feria donde se hacían importantes negocios. Sumalao había adquirido fama por ser un principal centro del comercio de las mulas y por el suministro de mercadería  europea, vinos de alta calidad, pasas, y frutas de estación productos llegados desde el Perú y de distintos puntos del Río de la Plata. Los potreros, numerosos por cierto, albergaban más de 60.000 mulares  que por su estado –manso y adiestrado-  superaban a otras exposiciones como las de Huari en el Alto Perú  y las de Vilque en el Bajo. 

Bailes populares, toldos de comidas, partidas de naipes, juego a la taba y cuanta otra cosa que servía de diversión entre la concurrencia, después de los actos litúrgicos. Los más pudientes se hacían construir precarios habitáculos  para pasar la noche y tomarse un descanso para reiniciar el retorno. 

Demás está decir que todo esto me había impactado tales como las manifestaciones primitivas que entremezclaban lo pagano con lo piadoso como los “misachicos”. Así también, para ser honesto, me brotó el “ucusucu” de asistir a una carrera de cuadreras pactada entre el hacendado y poseedor de un viejo linaje de ancestrales como don Martín Saravia y Jáuregui con el Presbítero José Ignacio de Arce., sacerdote perteneciente al clero secular, piadoso y de gran reputación entre la feligresía. Ambos hacían galas de sus caballos y por su fama atraía a cientos de apostadores y ponían en juego importantes apuestas. Todo lo apostado se repartía  entre los ganadores.

Este deporte es de larga data y tiene sus reglas: los caballos largan de parados, pero los que tienen mejor picada llevan ventaja sobre los que tienen un galope lento hasta que sus hocicos se emparejan y toman carrera. Desde hacía tiempo cuando se conoció la apuesta entre el Cura Arce y Saravia Jáuregui los vecinos comenzaron a jugar por las patas de los respectivos caballos. “Que yo lo juego al Cura y pago   o por del “matungo” de Don Martín”.

Y así llegó la fecha del gran desafío de dos carreras de trescientos metros cada una. Era el primer domingo de junio de 1793. La cancha precisamente estaba en un sector de la hacienda del prócer Calisto Gauna. Era como un avispero. Todos observaban los bríos de cada caballo. El ambiente era tenso. Entre los presentes también había numerosos religiosos que les gustaban las apuestas y más aún cuando corría un caballo de un “colega”, quien, en voz baja, le gustaba poner bastante plata a las patas de sus potrillos que siempre le dejaban para “un buen pasar”.

En el lugar de largada entre don Martín y el Padre José Ignacio  hablaron sobre las reglas de la contienda. Tras un abrazo montaron y se impartió la largada. “Pago diez contra cinco”… “No jugué, no te quiero afanar”….”Doscientos pesos a las patas del moro del Cura…” era la moneda corriente mientras los caballos tragaban metros a metros en la búsqueda del piolín que marcaba el final de la prueba. 

La prueba se anuló con discusiones y más discusiones. Uno a otro se acusaba de tramposos. Hasta se llegó amenazarse de llevar el asunto a la Justicia. 

Mientras la bronca se iba pasando degustaban empanadas y vino patero. Como no hay primera sin segunda arreglaron una segunda carrera. Nuevamente el Padre Arze se arremangó la sotana pero la prueba no terminó. 

Don Martín redactó una nota inculpando al Presbítero haberse negado a pagarle los 175 pesos que le había ganado en la cuadrera, La denuncia se la entregó al Obispo Moscoso que circunstancialmente se encontraba en esta provincia en misión pastoral y el pleito se lo transfirió al Notario Eclesiástico, Tomás Montaño, a quien “quemándole las manos” el documento, dio traslado la causa al Vicario Juez Eclesiástico de Salta. En los Archivos nada se encontró sobre el resultado de este pleito.


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