domingo, 6 de septiembre de 2015

El Señor del Milagro Gobernador de Salta. Por S.E. Cab Gran Cruz Don Andrés Mendieta OCSSPSIL - Periodista , historiador.

Gobernador de Salta
       
                         

Entre las referencias históricas del Milagro existe una muy poco conocida por los salteños. Transitaban los últimos días de diciembre de 1861 cuando la población  de “esta muy noble ciudad” se convulsionó al saber de buenas tintas que las tropas de Tucumán habían usurpado una vasta zona del territorio provincial saqueando las localidades y  apode­rándose de la ganadería.

Aunque nos duela decir en aquellos momentos como en los actuales, en país coexistía momentos de desconcierto, desencuentro que no deja crecer aquella Gran Nación Americana que tanto soñaron quienes cavaron los cimientos de este país. A través de los años, desde la época previa a la emancipación intereses mezquinos apoyados en ambiciones  personales, filosóficas o económicas.

Resultaría tedioso y con el riesgo que muchos sucesos escaparan de este  ensayo seré sucinto en reflejar la descripción histórica de la vida argentina.

Para no retrotraerme tan atrás –confieso que el disco rígido de mi memoria me está malogrando- daré como puntapié a esta nota lo ocurrido entre los años 1808 y 1810 cuando se disputaba  por la conducción del gobierno del  virreinato. Como es sabido la hermana de Fernando VII, la infanta Carlota de Borbón exigía ser distinguida como beneficiaria del trono de América.

Quien se opuso férreamente a tal aspiración fue Santiago Liniers, de origen francés, quien había sido destinado a América con la misión de vigilar las costas del Río de la Plata. Desde el puerto de Ensenada, en agosto de 1806, rechazó la primera agresión inglesa a Buenos Aires, argumentando haber jurado lealtad al rey Fernando VII.

Otro desencuentro, por razones ya señaladas, no hay que dejar de lado el movimiento encabezado por el alcalde Martín de Álzaga, un comerciante importante de Buenos Aires que había combatido contra los ingleses, con el fin de deponer al virrey interino Liniers, por su origen francés. Este golpe fue resistido por las huestes criollas comandadas por el potosino Cornelio Saavedra.

A mitad del año 1809 se produjo el arribo a la capital del Virreinato de Baltasar Hidalgo de Cisneros quien sustituiría  a Liniers,  percibiendo una atmósfera enrarecida en el campo político.

A todo esto se adiciona el primer intento revolucionario registrado el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca en frente a la opresión de la monarquía, acto sedicioso que comenzó a dividir a la familia. Los que estaban en  favor del gobierno realista y los antimonárquicos.  

Al concluir el mes de enero de 1810 el ambiente de los criollos se convulsionó al tener la información de que la Junta Central de Sevilla, último baluarte de poder español, había sido destituida por las fuerzas napoleónicas. Baltazar Hidalgo de Cisneros no pudo ocultar el episodio sintiéndose obligado ha expresar públicamente este hecho procurando infructuosamente controlar la crisis institucional que se avecinaba.

Grupos de intelectuales y funcionarios criollos no despreciaron esta inestabilidad del reino de España y valiéndose de un derecho español que otorgaba a las colonias, en momentos que el trono se encontrara vacante, se debían constituir los cabildos, institución que representaba la voluntad del pueblo. De inmediato se comisionó a Cornelio Saavedra y a Manuel Belgrano para que gestionaran la apertura de un cabildo abierto. Los historiadores hacen referencia que  Unas de las principales exigencias hacia el Virrey y la audiencia, fue que se reconozcan a los criollos como hijos del país, y que las nuevas autoridades estén conformadas únicamente por éstos.

         Las opiniones estaban divididas en torno a la autoridad del gobierno patrio. Tal es el caso de Córdoba donde Liniers se había pronunciado contra el nuevo gobierno  y,  como medida ejemplarizadora, para quienes se sublevaran se dispuso tomar prisioneros a los sediciosos y fusilarlos hecho que se concretó en Cabeza del Tigre, localidad próxima a la capital mediterránea. Más adelante los conflictos internos entre “saavedristas” y “morenitas”.El  marcado antagonismo entre   “porteños” y “provincianos”. De los que estaban a favor del Congreso de Tucumán y los “ausentes”. Los que aspiraban una monarquía incaica y los que no aceptaban “a esos indios patas sucias”.

Dejemos correr las hojas para puntualizar otros episodios y que nos llega más cerca de los salteños. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y ante  diferencias entre las provincias del norte se dice que Manuel Solá, quien ocupaba la gobernación de Salta, a sin mucho alarde para evitar el enojo del Restaurador decidió sin consulta alguna superar diferencias con  el gobierno boliviano que se había emancipado en 1825 de la Argentina, actitud que acercó diferencias que afectaban a Tucumán y Santiago del Estero. Esto ocurrió en 1838
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La Asamblea General Constituyente de 1853, reunida en Santa Fe, fue presidida por el doctor Facundo de Zuviría; convocándose a la misma a elecciones para la designación del primer presidente constitucional recayendo en el general Justo José de Urquiza quien asumió a sus funciones en 1854 gestión que alcanzó hasta 1860.

Al cordobés Santiago Derqui fue su continuador debiendo renunciar a los dieciocho meses (1860-1861) por discrepancias con Urquiza, pese de haber sido su leal colaborador. Aquí cabe consignar que el 5 de noviembre de 1867 Derqui falleció en Corrientes “dentro en la pobreza más extrema; sea por enemistad personal con el obispo de la diócesis, Benito Lascano, o por la imposibilidad de sufragar los gastos del funeral, sus restos permanecieron varios días insepultos hasta que una moción popular logró que se le enterrase en el cementerio de dicha ciudad”

Por entonces era gobernador de Salta José María Todd, un salteño nacido en 1809, que a los quince años se había enrolado al ejército que partió desde aquí a la guerra con el Brasil al mando de José María Paz, a quien, en su calidad de ayudante le colaboró en la redacción de las céle­bres “Memorias”. En el fragor del combate el valiente José María Todd recibió una herida en una de sus piernas que lo dejó inválido. No obs­tante este impedimento físico se hizo acreedor de  la responsabilidad de comandar el Batallón de “Cazadores Argentinos” y, sumándose a las fuerzas dirigidas por Juan Lavalle, se enfrentó con Manuel Dorrego. También cabe destacar que Todd luchó en Ituzaingó. Tras la muerte de Lavalle emigró a Bolivia donde se afincó hasta después de la batalla de Caseros
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De regreso a Salta militó activamente en política ocupando una banca como diputado y en dos oportunidades como gobernador provisio­nal. La primera por renuncia del general Rudecindo Alvarado y poste­riormente, en 1860, en su carácter de presidente de la Legislatura asumió transitoriamente el mando y en 1862 fue gobernador titular.

En esta ocasión debió afrontar el conflicto originado por Tucumán convocando al patriotismo de los salteños permitiéndole que en el lapso de ocho días llegara a reclutar a cuatro mil hombres, incluyendo a ocho­cientos infantes.

El Cristo gobernador


Según una carta que le escribió a Antonio Zinni le cuenta que al no encontrar en Salta a quien debía asumir el mando se reunió con el gobernador eclesiástico para solemnizar la marcha con el oficio de una santa misa con exposición de las sagradas imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro.

Concluida la ceremonia el gobernador José María Todd se dirigió a la muchedumbre que se había congregado al frente de la antigua Iglesia Matriz  expresándole lo siguiente:

Señores, en estos momentos solemnes, no es la insignia del poder, sino su acción lo que se necesita. Este bastón (de mando) que me es útil en la campaña, yo lo deposito a los pies del eterno protector de Salta”.

Con pasos firme y ante la mirada de la concurrencia colocó el bastón en las andas de la imagen venerada. Todos aplaudieron frenética­mente, pero los adversarios políticos, con el fin de burlarse de esta ac­ción, “inventaron –al decir Todd- de que yo había delegado el mando en el Señor del Milagro”.

Con respecto a este episodio el doctor Ernesto Miguel Aráoz, en su “Diablito del Cabildo” señala  que en  ausencia del José María Todd nadie se atrevió a inquietar el episodio y que, cuando retornó de su triunfante cruzada, el bastón que significaba poder estaba donde él lo había enco­mendado.

Son muchos quienes sostienen que con la “picardía” de Todd los enemigos políticos no se animarían a provocar un golpe revolucionario para destituirlo del gobierno y, más aún, en la apariencia de haber dele­gado el mando al Señor del Milagro nadie se atrevería a apoderarse del atributo que debía ostentar todo gobernante. 

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