viernes, 11 de septiembre de 2015

“Sarmiento: maestro y prócer”. Por S.E. Cab D ANDRES MENDIETA OCSSPSIL. Periodista-historiador.



“Antes de la historia está el mito y por ese escrúpulo andan formas que, incomprensiblemente, son otras: el hombre que también es un pez, el águila que también es león, el hombre con cabeza de toro, como Dante lo soñó, a través de unas ambiguas palabras de las Metamorfosis, el toro con cabeza de hombre. Tales monstruos pueden ser fruto de un arte combinatorio de la imaginación, ciertamente más prodigiosa que la de Lulio, pero también puede figurar la sospecha de que cada cosa es las otras y de que no hay ser que no encierre una íntima y secreta pluralidad. Sarmiento, creo, fue un hombre deslumbrado y casi cegado por la simultánea y doble visión de una miseria actual de la patria y de una futura grandeza…”
                                      Jorge Luis Borges. “Sarmiento” - 1961                                                                                                                                                                      
La entrega de hoy tiende a tributar un sentido homenaje de recordación a la figura de Domingo Faustino Sarmiento fallecido el 11 de setiembre de 1888 en Asunción del Paraguay, admirada por muchos y abominada por otros, sanjuanino que desde diferentes niveles que  compartió tanto en lo privado como de hombre público impulsó “educar al soberano” para que “no haya argentinos analfabetos; que todos aprendan a leer y aprendan a pensar”. Esta compostura como la de “debemos convertir el país en una gran escuela donde nadie se quede sin aprender” influyó  a la Conferencia Panamericana de Educación para que instituyera en su evocación cada 11 de setiembre como el “Día Panamericano del Maestro”.

Domingo Faustino Sarmiento quien denunciaba haber nacido el 15 de febrero, “un año después de la Patria”, vale decir en 1811.

Sarmiento –maestro, periodista y minero- pertenecía a una clase media, humilde, insatisfecha y rutinaria, “pesada y lenta como una carreta; pero en cuyo seno fuerte está la gallardura y gordura de la raza”.

A los 14 años se afincó con  su tío el presbítero José de Oro, su indiscutible maestro, en San Francisco del Monte, en San Luis, donde establecieron la primera escuela. Sarmiento se caracterizaba por su condición rebelde, tan es así que a raíz de ello cuando sólo contaba con 20 años debió abandonar el país con destino a Chile mientras gobernaba Buenos Aires  Juan Manuel de Rosas. Para alcanzar el sustento diario trabajaba en tareas vinculadas a la minería o como maestro de escuela. En el país trasandino el docente no era bien visto. En aquel momento esta labor era tan menospreciada que se llegó a sentenciar a un delincuente a desempeñarse como maestro durante tres años.
Estando en Copiapó, región de Atacama, bajo la mezquina luz de un candil en una cueva excavada  en la ladera de un cerro, de noche traducía algunas de las obras Walter Scott, aquel escritor escocés, novelista, poeta e historiador valorado como una de las más sublimes figuras del romanticismo inglés, dueño de un rico estilo literario que armonizaba vigor, gallardía lírica y luminosidad en sus relatos. Tanto esfuerzo, mal alimentado y subsistiendo en medio de tantas penurias contrajo fiebre tifoidea que lo dejó medio loco y poniéndolo en peligro su vida. Por esa enfermedad debió abandonar Chile para retornar a su tierra natal donde pasó a una vida opacada dedicado a la enseñanza. Debido a su espíritu apasionado reinició su rivalidad hacia la gestión de Rosas fue apresado y al lograr su liberación volvió a Chile desde el periodismo a través de “El Progreso” prosiguió su cruzada en contra del Restaurador comprometiendo las relaciones entre los dos estados argentino-chileno.

Su amigo el político chileno y después presidente de la República  Manuel Montt que no lograba acallarlo de la vehemencia que volcaba en sus escritos le comisionó la “misión” de estudiar la enseñanza pública en España, París, Argelia, Italia, Estados Unidos, Canadá tras visitar Uruguay y Brasil. Después de algunos años de ausencia volvió a Chile donde se vinculó con desterrados argentinos quienes fueron tratados con finura tanto por el gobierno como por sus pobladores.

Cuando escribía su pluma tenía más filo que un sable. Sus amigos y quienes no lo querían lo consideraban como “loco”. Cuenta la historia que en una oportunidad visitó un manicomio y los allí alojados lo recibieron alborozados y uno de ellos lo abrazó mientras decía: “¡Al fin Sarmiento entre nosotros!”.

Radicado en Buenos Aires después de la caída de Rosas ocupó la mesa de redacción del diario “El Nacional”. Su vida pública fue muy amplia ya sea como profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional;  concejal; senador de Buenos Aires; diputado en la Convención Constituyente que en 1860 reformó la Constitución de 1853 para declarar a la provincia de Buenos Aires parte integrante de la Confederación Argentina; gobernador de la provincia de San Juan; ministro plenipotenciario argentino en Estados Unidos, y a su  regreso  a Buenos Aires en agosto de 1868 tras vencer a Bartolomé Mitre fue elegido presidente de la República, cargo que comenzó a desempeñar el 12 de octubre siguiente. Su gestión fue enérgica y progresista, desarrolló el comercio, perfeccionó el transporte, benefició la inmigración, codificó el Derecho Civil y promovió la enseñanza como poder imprescindible de alcanzar el progreso del país. El 12 de octubre de 1874 finalizó su mandato y fue sucedido por Nicolás Avellaneda, que había sido ministro suyo.

Anteriormente hacía hincapié que habían muchos, por ejemplo la gente de pueblo, Sarmiento no era santo de su devoción. Muestra de ello que mientras Bernardino Rivadavia  decía: “Hay que “civilizar” a palos y sangre a los gauchos bárbaros”, Sarmiento, por su parte, agregaba: “Porque su sangre sólo sirve para abonar la tierra. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”. Fuertes palabras para la gente sensible y más aún los que pusieron todo lo que tenían a disposición por la libertad de la Patria.

Sarmiento tiene una mácula ante el mundo cristiano argentino: fue masón hasta llegar al grado de Gran Maestre de la masonería, del 1882 al 1886. La masonería es rechazada por la Iglesia  aun que entre los masones son varios los presidentes y próceres considerados como tales.
   
Para concluir incluyo un testimonio arrancado de la obra “Vidas Argentinas”, de Octavio R. Amadeo, excelente exponente de la política y la literatura de nuestra nacionalidad  cuando relata los últimos tramos de la vida de Domingo Faustino Sarmiento, relatando:  “Llegó a pensar en sus últimos días que su patria no recibiría “sus viejos huesos”, pero éste fue un refunfuño de niño mimado. Bien sabía ya entonces el lugar que ocupaba y que las multitudes antes esquivas desfilarían más tarde bajo el arco de su triunfo. En Asunción trabajaba como un jornalero. Pocos días antes de morir brotó agua del pozo que había hecho cavar a 30 varas de profundidad. Para celebrar el hallazgo hizo enarbolar las banderas argentina y paraguaya. Y llegó la hora de partir. “Siento que el frío del bronce ya invade mis pies”. Es la estatua que comienza. “Ponme en el sillón para poder ver amanecer”. La luz llegó a través de las palmeras, perfumada por los azahares. El ocaso de Sarmiento se confundió con la aurora que nacía. Pudo decir él también: “Mi vida llega a su término; ha alcanzado su perfección. Ya se ha consumado”. Muere con la pompa de un sol en el mar. Pero rápidamente, como para no perder tiempo, sin larga enfermedad, ni agonías sucias. Respetando un deseo suyo, su cadáver fue envuelto en las banderas de su país y de su país, Paraguay y Uruguay… Sus restos entraron triunfales a la ciudad [de Buenos Aires], el 21 de setiembre de 1888, junto a la primavera…”

Capitán General Pcia Salta OCSSPSIL

FAMILIA ROQUÉ GÜMES

 


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