lunes, 15 de marzo de 2010

Caballeros de Loyola: Rememorando a este Santo en el IV aniversario de su muerte (SS Juan Pablo II)

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EL TESTIMONIO DE S.E. CAB DON ANDRES MENDIETA SOCMHSIL
CAPITAN GENERAL DE SALTA ORDEN DE LOYOLA
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Salta, 8 de Abril de 1987
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En el semanario Nueva Propuesta, de Salta, Argentina, Andrés Mendieta, académico, historiador y periodista, columnista de Argentina Universal, ante la consulta de esa publicación recordó la visita del Santo Padre a Salta, en estos términos:
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Mi vivencia más que periodística fue como católico. Deseché la entrada para un palco especial ubicado en el Aeropuerto de El Aybal para mezclarme con mi familia (mi esposa y ocho hijos, en ese entonces, pues ahora son nueve) entre los miles de devotos y nos ubicamos frente a la posible entrada del papamóvil al club hípico donde se cumplirían los actos centrales. Ocupábamos un lugar privilegiado: la primera fila. El Vicario de Cristo al notar este bullicioso grupo familiar hizo detener el vehículo y desde el mismo nos dio su bendición. Dimos gracias a Dios por tanta misericordia y, un oficial de policía, nos advirtió en voz baja que no nos apartáramos del lugar porque por ahí volvería a salir Juan Pablo II. Nuevamente, y por el apropiado lugar donde nos encontrábamos, Su Santidad repitió su gracia. ¿Qué más esperar de tanta belleza?
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Días antes de la llegada del séquito papal un sacerdote nos sugirió que tanto el doctor Juan Antonio Urrestarazu Pizarro, entonces director de la radioemisora, y yo dejáramos una tarjeta personal , no del medio al que pertenecíamos consignando especialmente el teléfono particular en la consejería del hotel donde se alojaría toda la comitiva y consignada para el vocero papal Navarro Valls, con la siguiente leyenda: “Joaquín, para lo que nos necesites. Totus Tuus”.
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Conciliar el sueño nos fue difícil después de tanta euforia. A la mañana siguiente, antes de la seis sonó el teléfono y una voz nos dijo –a Urrestarazu y a mí-: “Hola soy Joaquín. Los espero a las 7 a desayunar juntos en el hotel”. ¿Era una broma? Y sin discurrir mucho nos encontramos con él.
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Vestía traje oscuro y una especie de un jazmín en el ojal. Intercambio de abrazos y comenzamos a desayunar. De pronto la conversación se interrumpe en razón que lo requerían en la planta alta donde se encontraban los cardenales.
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Cerca de las 8 bajó y nos dijo: “Ustedes serán recibidos por el Santo Padre”. Nos dirigimos a la Curia Eclesiástica y con unos golpes que parecían santos y seña nos abrieron las puertas. Los esperamos en el hall y luego nos entregó una estampa con un saludo del prelado, después un rosario con la cruz y el escudo papal y finalmente nos anunció que seríamos recibidos por el Santo Padre.
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De inmediato nos ubicó junto a los miembros del clero anunciándonos que el fotógrafo del Vaticano nos tomaría una nota y las remitiría directamente a nuestros respectivos domicilios.
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Al bajar las escalinatas la figura del Santo Padre parecía agigantarse. Me parecía fallecer ante lo que percibía con mis ojos. De mi garganta salían gritos de nerviosismo, mientras brotaban lágrimas que recorrían mi rostro. Ya frente mío tras tocarme la cabeza me dio la bendición, acción que también la repitió con mi rosario. ( Idéntico gesto tuvo con Antonio Urrestarazu Pizarro)
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Más tarde, Navarro Valls nos permitió ingresar a la Catedral y participar de un mensaje a los sacerdotes y religiosas de la Arquidiócesis, donde dijo el Santo Padre: Sigan adelante, van por el buen camino. En esta visita pastoral, vengo a anunciaros el mensaje del evangelio, el mismo mensaje que predicaron en estas tierras hace ya casi quinientos años, los primeros misioneros llegados de España. Condenó las injusticias sociales y la desocupación.
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Por última vez que recibí su bendición, muy cerca de él, fue minutos antes de su partida en la estación aérea cuando dijo a la multitud el Padre Santo que se había dado cita a El Aybal: “Bendigo en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo a todos los aquí presentes, a todos los que habitan esta ciudad, esta diócesis, arquidiócesis y a toda la región de Salta. Veo que la fe y el amor de Cristo a su madre están profundamente arraigados en el corazón de este pueblo. Lo único que puedo decirles, amigos, es simplemente: ¡Gracias Dios!”
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