Antes de entrar en el
tema, algunas palabras muy sintéticas sobre la historia de Rusia, ya que no suele
ser demasiado conocida. Los orígenes del cristianismo en dicha nación se
remontan al año 988 y coinciden con el bautismo del príncipe Vladímir,
acontecido en Constantinopla, al que siguió la evangelización del principado de
Rus’ con sede en Kiev. Todo ello aconteció antes de la separación de Roma.
Dicho nuevo reino comprendería, con el tiempo, un amplio espacio geográfico,
hoy ocupado por Rusia, Ucrania y Bielorusia, primera forma política organizada
de las tribus eslavas orientales que adhirieron al cristianismo,
constituyéndose así el pueblo ruso. La escritura rusa, que representa el quicio
fundamental de una cultura, fue allí introducida por la difusión del
cristianismo entre las tribus eslavas a través de la creación de los caracteres
cirílicos. Ello, gracias a dos grandes santos, Cirilo y Metodio.
Tiempo más adelante aconteció
la invasión de los mogoles, que cubrieron el mapa de la vieja Rus’. El pueblo
ruso, un pueblo entonces acosado, encontró su sostén en la Iglesia. En ese
período, el centro religioso y político fue transferido de Kiev a Vladímir en
1299 y luego a Moscú en 1322. Durante esos años los príncipes se fueron
capacitando para enfrentar a los mogoles, y bajo el mando del príncipe Dimitri
Donskoi, vencieron definitivamente al ejército mogol en la batalla de Kulikovo.
En 1453 Constantinopla, a la
que adhería la Iglesia rusa, fue conquistada por el Imperio Otomano. El
principado de Moscú, que no cayó en poder de los turcos, realzó la importancia
de esta ciudad que fue llamada Tercera Roma y Constantinopla. Los zares
consideraron a Rusia el heredero legítimo del Imperio Romano de Oriente.
Bajo el gobierno de Pedro el
Grande y de Catalina la Grande, la Iglesia ortodoxa se vio subordinada al
ámbito político. Tras la caída del último zar, Nicolás II, el bolchevismo llevó
adelante una gigantesca obra de laicización del pueblo ruso.
1. LA
FIGURA DE PUTIN
Vladímir Putin
nació en “Leningrado”, la antigua San Petersburgo, el 7 de octubre de 1952, en
el seno de una familia muy modesta, su madre lo hizo bautizar en la catedral de la Transfiguración
de aquella ciudad, y ello en el mayor secreto. El padre era militante del
Partido Comunista. Sólo en 1996 Vladímir se enterará de que había sido bautizado. Toda su
juventud se desarrolló en Leningrado. En esos años sintió deseos de servir a su
país en el campo de la información, más concretamente, en la KGB. En Leningrado
funcionaba una de las más prestigiosas universidades soviéticas, donde estudió
Derecho. Ya miembro de la KGB fue enviado en 1985 a Dresde, en Alemania del
Este.
Tal destino
sería providencial porque le dio ocasión de asistir, en 1989, a los graves
acontecimientos que conmovieron a Alemania del Este. La KGB no sabía cómo
enfrentar la situación, esperando de Moscú instrucciones que nunca llegaron.
Pronto vendría la disolución del Pacto de Varsovia y el naufragio de la Unión
Soviética. “Con este asunto de ‘Moscú no responde’, tuve la sensación de que
el país no existía más. Había desaparecido. Era claro que la Unión Soviética
había entrado en agonía, en su fase terminal”, dirá Putin en el
2000. En enero de 1990, sin esperar el hundimiento de un sistema que ya se
mostraba inevitable, dejó el servicio activo de la KGB y volvió a Leningrado
para acabar su tesis de doctorado.
¿Qué haría
entonces en el campo político? Se le ocurrió ofrecerse a Boris Yeltsin, de
quien fue colaborador directo, pero éste renunció el 31 de diciembre. Dicha
circunstancia colocó a Vladímir Putin a la cabeza del Estado, antes de ser elegido triunfalmente,
unos meses después, en marzo de 2000, presidente de la Federación de Rusia. Extraordinario asenso de alguien que
nunca quiso “hacer carrera”, y del que Solzhenitsyn diría, después de haberlo encontrado
en septiembre de 2000: “Tiene un espíritu penetrante, comprende pronto y no tiene ninguna
sed personal de poder. El Presidente comprende todas las enormes dificultades
que ha heredado. Hay que destacar su extraordinaria prudencia y su juicio
equilibrado”. Por lo que puede preverse, tomaría otros caminos que
los preferidos por las democracias occidentales.
Basta considerar el perfil de
algunos miembros actuales de Gobierno, para apreciar la competencia, la
experiencia y el desinterés que exige Putin de los que lo acompañan en su
elevada gestión política. De los treinta y tres miembros con que cuenta, todos
son titulares de diplomas universitarios, en Derecho, Economía, Ciencias,
Ingeniería, etc., con amplia experiencia profesional. El principal de ellos es Dimitri
Medvedev, que estudió Derecho. En 2005 Putin lo nombró Vicepresidente de su
gobierno. En marzo de 2008, a los 42 años, fue elegido Presidente de la
Federación de Rusia en reemplazo de Putin, a quien la Constitución le impedía
tener un nuevo mandato, pero no el ejercer las funciones de Primer Ministro,
cargo que le dio Medvedev. Los dos hombres se entienden perfectamente. Medvedev
es una personalidad más conciliadora que la de Putin, pero se ha mostrado tan
enérgico como él, tan determinado como él a hacer respetar la ley y restaurar
la grandeza del país. En 2012, Medvedev terminó su mandato presidencial.
Entonces fue reelecto Putin, retomando el poder, y nombró a Medvedev Primer
Ministro, lo que da gran estabilidad a Rusia.
2. EL
DESPERTAR DE RUSIA FRENTE A UNA EUROPA VACILANTE
Putin sostiene
que Rusia ha pasado por un desierto espiritual, camino a un reencuentro con sus
raíces. Así, dice, “los rusos han vuelto a la fe
cristiana sin ninguna presión por parte del Estado ni tampoco de la Iglesia. La gente se
pregunta por qué. La gente de mi edad se acuerda del Código de los
constructores del comunismo… Cuando ese Código dejó de existir, se hizo un
vacío moral que no se podía colmar sino retornando a los valores auténticos”.
Fue sobre todo con ocasión de
los Congresos que se realizan en Valdai donde Putin nos ha dejado sus
reflexiones más inteligentes. En dichos Congresos, que se efectúan todos los
años, participan unos doscientos expertos y periodistas, líderes políticos y
espirituales, filósofos y hombres de la cultura, de Rusia, Estados Unidos,
Inglaterra, Francia, Alemania y China. Putin ve todo un símbolo en el hecho de
que Valdai, el sitio elegido para esos Congresos, se encuentre geográficamente
en un lugar “fundacional” de la antigua Rus’.
Precisamente en
uno de esos Congresos, el de 19 de septiembre de 2013, destacó Putin la
conveniencia de haber elegido este lugar: “Estamos en el centro de Rusia, no en un centro geográfico, sino
espiritual”. Es justamente, señala, en la región de Nóvgorod, a la
que pertenece Valdai, la cuna donde nació la primera Rusia, la Rusia cristiana.
Putin ha asistido a varios de esos Congresos, aprovechando la ocasión para
pronunciar allí enjudiosos discursos. En el del 10 de noviembre de 2014 aprovechó
para decir que en esos actos él se expresaba con total libertad: “Voy a hablar clara y sinceramente. Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no hablamos directa
y sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido reunirse en esta
forma. Entonces habría que reunirse en alguna reunión diplomática, donde nadie
dice nada claro y, recordando las palabras de un conocido diplomático, podemos
indicar que la lengua e dio a los
diplomáticos para no decir la verdad”.
Pues bien, en el
discurso del 19 de septiembre al que acabamos de aludir, habló de su propósito
de restaurar la Rusia tradicional, que nació cristiana y patriótica. Frente a
la prensa reunida dedicó Putin una buena parte de su discurso al tema de la
identidad nacional rusa. Allí dijo: “Para nosotros, porque estoy hablando sobre los rusos y acerca de
Rusia, las preguntas; ‘¿Quiénes somos? ¿Qué queremos ser?’ suenan en nuestra
sociedad cada vez más fuerte. Hemos dejado atrás la ideología
soviética y no hay retorno. Está claro que el progreso es imposible sin lo
espiritual, cultural y la autodeterminación nacional. De otra manera no seremos capaces de soportar los desafíos
internos y externos, y no podremos tener éxito en la competencia global”.
El acercamiento
de la Iglesia y el Estado se intensificó por dos hechos: la elección en 2009 de
Cirilo, obispo de Smolensk, como Patriarca de Moscú y de toda Rusia, y el
retorno al poder de Putin en 2012. En el famoso discurso del 19 de septiembre
de 2013, donde con su alocución ceró el Congreso dedicado al tema “La diversidad de Rusia ara el
mundo moderno”, no temió afirmar su convicción de la necesidad de
volver a la fe. Allí dijo: “Mucha gente de los países europeos están avergonzados y tienen
miedo de hablar de estas convicciones religiosas. Las fiestas religiosas se
están eliminando o se les está cambiando el nombre, escondiendo la esencia
celebración”. En esa
misma alocución hizo un llamado a la población rusa para fortalecer una nueva
identidad nacional basada en los valores tradicionales, como los que posee la
Iglesia Ortodoxa, advirtiendo que el lado oeste del país estaba enfrentando una
crisis moral. Al hablar del “lado oeste del país” ¿no se estaría refiriendo a la zona
rusa colindante con la Luropa que va perdiendo la fe?
Al parecer, lo
que quería Putin era impulsar a su pueblo –ruski mir– a retornar a la fe de sus padres,
sobre todo ante el espectáculo de una Europa que parecía querer olvidar sus
raíces católicas. No deja de resultar sugerente que en el año 2012 Putin haya
pedido ser bendecido con la imagen de la Virgen de Tiflin, costumbre que tenían los zares de
Rusia a partir de Iván el Temible. En el mismo discurso en Valdai al que
acabamos de aludir, se animó a decir:“Rusia es uno de los últimos guardianes de la cultura europea, de los valores cristianos y de la verdadera civilización
europea”. Fustigó a continuación a esa Europa que renuncia a sus
raíces.
De hecho, Rusia ha conocido
un reflorecimiento religioso tras la caída del comunismo. Si en 1988, antes del
derrumbe de la Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa contaba con 67 diócesis, 21
monasterios, 6893 parroquias, 2 academias y seminarios, en 2008 contaba con 133
diócesis, más de 23.000 parroquias, 620 monasterios, 32 seminarios, 1 instituto
teológico, 2 universidades ortodoxas. Entre 1991 y 2008, la cuota de adultos
rusos que se consideraban ortodoxos creció del 31% al 72%, mientras que la
cuota de la población rusa que no se consideraba de ninguna religión bajó del
61% al 18%.
La posición de
Putin es clara, como lo deja traslucir con toda contundencia la misma alocución
pronunciada en Valdai. Extractemos algunos párrafos. “Cada país tiene que tener
fortaleza militar, tecnológica y económica, pero sin embargo lo principal que determinará el éxito, la
calidad de los ciudadanos, de la sociedad, es su fortaleza espiritual y moral”. Por eso, agregará, el país deberá considerarse como
una nación con su propia identidad, con su propia historia, con sus propias
tradiciones. Solo así sus miembros podrán unirse para un fin común. “En ese sentido, la cuestión
del encuentro y el fortalecimiento de la identidad nacional es realmente
fundamental para Rusia”. Las diversas catástrofes del siglo XX,
agregó, tuvieron como consecuencia un golpe devastador a la cultura nacional
rusa y sus códigos espirituales, así como la consiguiente desmoralización de la
sociedad.
Insistió Putin
durante el mismo discurso en la gravedad de la apostasía de Europa: “Otro desafío serio para la
identidad de Rusia está relacionado con algunos eventos que se produjeron en el
mundo. Son dos temas: la política extranjera y el aspecto moral. Podemos
apreciar cómo muchas de las naciones euro-atlánticas están rechazando
actualmente sus raíces, incluyendo los valores cristianos que constituyen el
fundamento de la civilización occidental. Están negando los principios morales
y toda identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual.Están implementando políticas que equiparan las familias numerosas
con parejas del mismo sexo, la fe en Dios con la fe en Satanas”. Y
prosigue: “La gente en muchas naciones europeas se siente avergonzada o
temerosa de hablar de su filiación religiosa. Las fiestas religiosas son
abolidas o bien toman un nombre distinto; su significado permanece oculto,
tanto como su origen moral. Y se está tratando de exportar agresivamente este
modelo a todo el mundo”.
Hay, pues, en la
vieja Europa, un profunda degradación moral. “Sin los valores enraizados en el cristianismo…, sin las normas de
la moralidad que han tomado forma a lo largo de un milenio,los pueblos perderán su dignidad humana. Nosotros consideramos natural y recto defender esos valores. Uno
debe respetar los derechos de las minorías, pero los derechos de la mayoría no
deben ser puestos en cuestión”. Y concluye: “Yo creo profundamente que el
desarrollo personal, moral, intelectual y físico deben permanecer en el corazón
de nuestra filosofía. Antes de 1990 Solzhenistsyn afirmó que el objetivo
principal de la nación debería ser preservar a la población después de un muy
dificultoso siglo XX”.
3. SIGNOS
DE RESURRECCIÓN ESPIRITUAL
Rusia vive un profundo
renacer de la religión allí tradicional, la llamada Ortodoxia. Este
renacimiento parece un verdadero milagro luego de las más de siete décadas de
comunismo soviético en el curso del cual millones de cristianos, ortodoxos y
católicos han sido asesinados o apartados de practicar su religión. Actualmente
se asiste en Rusia a un admirable retorno, sobre todo a la liturgia La Pascua
sigue siendo la más importante celebración de la Rusia moderna como lo prueban
las iglesias llenas de gente de todas condiciones que van allí a rezar y a
confesarse.
El mismo Putin, así como el
Primer Ministro Dimitri Medvedev, en comunión con su pueblo asisten cada año al
oficio pascual celebrado por el Patriarca en la Catedral de Cristo Salvador de
Moscú. Pero ello no es todo. Si bien es cierto que la Constitución rusa de 1993
parece mostrar cierto carácter laicista, semejante a las Constituciones de
varios países de Europa, sin embargo Putin ha hecho lo posible por favorecer a
la Iglesia Ortodoxa, apoyándose en su doctrina. El 19 de noviembre de 2010,
hizo votar por la Duma, es decir, el Congreso Nacional, una ley por la que se
autorizaba la devolución a la Iglesia de todos los bienes que le habían sido
arrebatados por el Estado y las municipalidades, a partir del triunfo de la
Revolución bolchevique. El 8 de febrero de 2012, prometió el otorgamiento de
subvenciones por cerca de 80 millones de euros para financiar diversos
proyectos de renovación de la Iglesia Ortodoxa. Incluso creemos haber leído que
dispuso que hubiera capellanes en las Fuerzas Armadas. Agreguemos el coraje que
exhibió al ordenar el traslado de los restos de la familia imperial, vilmente
asesinada por orden de Lenin, a San Petersburgo, donde les hizo dar una digna
sepultura, confesando y comulgando en dicho día.
Una anécdota
esclarecedora. Hace unos años el rey de Arabia Saudita visitó a Putin en Moscú. Antes de
partir le dijo que quería comprar un terreno grande, y allí edificar, con dinero
totalmente árabe, una gran mezquita en la capital rusa. “No hay problema -le respondió
Putin- pero con una condición: que autorice que se construya también en su
capital una gran iglesia ortodoxa”. “No puede ser”,
repuso el rey. “¿Por qué?”, preguntó Putin. “Porque su religión no es la
verdadera y no podemos dejar que se engañe al pueblo”. A lo que
Putin replicó: “Yo pienso igual de su religión y sin embargo permitiría edificar
su templo si hubiera correspondencia. Así que hemos terminado el tema”.
De hecho la Iglesia es
considerada por el Kremlin un aliado fundamental del Estado, destinada a
custodiar la identidad espiritual y cultural de Rusia. Así como el Kremlin
promueve a la Iglesia como sociedad que representa los valores de la nación, de
manera semejante la Iglesia considera oportuno colaborar con las autoridades
políticas para promover medidas que protejan la familia y salvaguarden la
moralidad pública.
Consideremos
algunos casos de dicha colaboración. Uno de ellos es la ley anti-blasfemia que
fue votada por la Duma como consecuencia de un episodio deleznable. Tres
mujeres feministas se habían exhibido en el interior de la Catedral de Cristo
Salvador en Moscú, ubicándose en la parte más sagrada del presbiterio, con
música rock de fondo, de carácter irreverente. Las autoridades políticas lo
consideraron un gesto claramente vandálico, condenándolo categóricamente y
castigándolo como correspondía, mientras que para las autoridades eclesiásticas
fue una profanación blasfema. Los medios de comunicación occidentales mostraron
el episodio como una violación de los derechos humanos por parte de las
autoridades políticas y de persecución a artistas “creativos”. La Iglesia, por
su parte, ha apoyado las nuevas normas del Gobierno que limitan el acceso al
aborto y la ley introducida por Putin según la cual se prohíbe publicar cualquier
material que fomente la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad y la
transexualidad, sobre todo si busca influir en los menores de
edad. Los manifestantes que en cierta ocasión quisieron hacer pública en las
calles su arrogancia “gay”, fueron hostigados al grito de “¡Moscú no es Sodoma!”.
En su famoso
discurso en Valdai en septiembre de 2013, Putin incluyó una altiva respuesta a
los reiterados llamados de Occidente a boicotear los Juegos Olímpicos de
Invierno de Sochi, debido a la ley rusa que prohíbe la promoción de la homosexualidad.
Tras dicho discurso, los asistentes al Congreso pasaron al comedor, donde se
encontraba el ex presidente de la Comisión Europea Romano Prodi. Allí Putin
bromeó aludiendo a la larga amistad que tenía con Prodi, y también con su
enemigo, el ex presidente del Consejo de Ministros italiano Silvio Berlusconi,
afirmando que “Berlusconi estaba siendo juzgado por vivir con mujeres, pero si
fuera homosexual nadie le pondría un dedo encima”. Al mismo tiempo, el Estado promueve
abiertamente el carácter sacramental del matrimonio tal como lo entiende la
Iglesia. Se comprende la inquina del Occidente post-cristiano.
Como puede
verse, Putin ha asumido expresamente la defensa de la familia tradicional.
El 11 de febrero de 2013, se realizó un encuentro entre el Gobierno y las
autoridades religiosas. Allí el jefe de Estado señaló la necesidad de reconocer
a la Iglesia Ortodoxa mayor espacio en las discusiones políticas tocantes a
cuestiones como la familia, la instrucción de los jóvenes y el espíritu
patriótico. Respecto a la defensa de tales valores, y en particular de la
familia, en varias ocasiones Putin ha querido mostrar su voluntad de que en
este campo Rusia retorne a los valores tradicionales de la sociedad. A tal fin
ha señalado el alto aprecio que tiene de la familia, entendida como elemento
fundante para el desarrollo del Estado y de la sociedad, y la actuación de una
estrategia política y social que la favorezca, contribuyendo así de un modo
decisivo a invertir la corriente demográfica fuertemente negativa que afligió a
Rusia en los últimos decenios. Si se tiene en cuenta el hecho de que “el
invierno demográfico” que ha golpeado a esa gran nación entre los años 1990 y
2005 manifiesta hoy una situación común a la de la mayor parte de los Estados
europeos, no hay duda de que en esta materia el actual modelo ruso constituye
un ejemplo a nivel internacional. Varias veces Putin se ha referido a los
ataques que se llevan a cabo contra la institución familiar. Esto explica por
qué Rusia está tan atenta a la cuestión demográfica. La protección de los
derechos y los intereses de la familia, de la maternidad y de la infancia son
una cuestión prioritaria para las autoridades públicas. Los actuales dirigentes
parecen entender que el problema de la reducción de la natalidad no es
atribuible sólo a motivos económicos, sino que tiene raíces más profundas, de
carácter cultural, lo que explica la necesidad de intervenir también en el
campo de la educación y de la información. El sistema de vida capitalista y
globalizado crea una peligrosa tendencia que atenta contra la sociedad. Putin
lo afirma sin vueltas: “La crisis de la sociedad humana se expresa principalmente en la
pérdida de su capacidad reproductiva”. Gracias a las medidas
del Gobierno, en Rusia se ha reducido drásticamente el número de abortos y se
ayuda a la mujer embarazada del segundo hijo, por el equivalente de 10.000
dólares, y con terrenos para el tercer hijo.
En un discurso
en la Asamblea Federal el jefe de Estado, así se expresó: “Hoy, muchas naciones están
revisando sus valores morales y normas éticas, erosionando tradiciones étnicas
y diferencias entre pueblos y culturas. La sociedad es ahora requerida no
solamente a reconocer el derecho de cada uno a la libertad de conciencia, sino
también a aceptar sin condicionamiento la igualdad del bien y del mal, por
extraño que ello parezca, conceptos que son totalmente contrarios… Nosotros sabemos que cada vez
hay más pueblos en el mundo que sostienen nuestra posición de defender los
valores tradicionales, que han hecho las bases espirituales y morales de la
civilización de cada nación por miles de años: los valores de familia
tradicionales, la realidad de la vida humana, incluyendo la vida religiosa, y
no sólo de la existencia material sino también lo espiritual y los valores del
humanismo y de la diversidad global. Por supuesto que esta es una posición conservadora. Pero en palabras de Nicolás Berdiaev, el punto de vista del conservadorismo
no es el de prevenir movimientos de hacia y para, sino el de prevenir
movimientos para atrás y para abajo, en una oscuridad caótica y un retorno al
estado primitivo”.
Gracias a Dios,
Putin se siente acompañado en la defensa de los valores tradicionales por el
Patriarca de Moscú, Monseñor Cirilo, hombre lúcido y valiente. De él hemos
tratado largamente en un comentario que hicimos a su libro “Libertad y
responsabilidad: en búsqueda de la armonía”, Moscú 2009. Ver nuestra reseña en
la revista Gladius, n° 80, año 2010, pp. 138-144.
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