He tenido positiva noticia de que en esa ciudad hay cierto número de abogados que vierten públicamente especies subversivas contra los supremos derechos de nuestro augurios soberanos sobres estos dominios, produciéndose con la mayor libertad”.
Esta comunicación del 27 de noviembre de 1809 pertenece al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros dirigida al gobernador de Salta, don Nicolás Severo de Isasmendi, en razón que ya se conocía en algunos sectores de la sociedad ya era conocedora de algunas reuniones de carácter sediciosas que se venían gestando en Buenos Aires para destituir al gobierno español.
Isasmendi, nacido en San Pedro Nolasco de los Molinos (Salta), al regresar después de cursar sus estudios en el Colegio de Monserrat de Córdoba se dedicó de lleno a las tareas rurales en campos de su propiedad como la de su padre el general Domingo Isasmendi, tareas que las amplió al atender una mina en San Francisco, de la que le se hizo merced el gobierno. Un tiempo después este personaje, considerado como el más encumbrado de la colonia, comisionado por el gobernador Gerónimo Matorras prestó servicio en las milicias para aquietar a los salvajes a los que llegó a someter en la provincia de Atacama. Más tarde fue nombrado Alcalde de 1er. voto del Cabildo siendo promovido al grado de comandante del regimiento de voluntarios de Salta. En 1804 viajó a España - hombre que profesaba una fervorosa lealtad al Rey- y durante su travesía marítima fue capturado por los ingleses siendo trasladado en calidad de preso a Londres. Una vez obtenida su libertad regresó a Salta siendo nombrado por Santiago de Liniers gobernador intendente el 14 de marzo de 1809.
Al producirse la revolución del 25 de mayo de 1810 las noticias que llegaron a Salta a mediados de junio no fueron una sorpresa para los principales vecinos en razón que José de Moldes había informado ya los planes de los patriotas de Buenos Aires y como así los movimientos revolucionarios del Alto Perú habían preparado los ánimos de los fervorosos salteños. Los cabildantes de Salta en su mayoría se pronunciaron a favor del mismo. Isasmendi ordenó la inmediata prisión de los mismos que quedaron recluidos en los altos del Cabildo. De esta cárcel escapó Calixto Ruiz de Gaona, o Gauna, para informar en Buenos Aires a la Junta la adhesión este Ayuntamiento.
¿Qué significa el 25 de Mayo?
Si algo ha impreso sus perfiles en la conciencia misma del pueblo argentino, es el Movimiento de Mayo de 1810, como epopeya de la libertad y como reclamo soberano de la nación. Nada le hizo ni le hará perder ese carácter, ni el devenir de los acontecimientos, ni el transcurso del tiempo, que es un terrible corrosivo para el sentimiento y para las ideas.
Es que el sentimiento de la libertad, y la noción de que la empresa de la emancipación y del progreso es atributo soberano del pueblo, viven aún como en 1810, en el espíritu y en la conciencia argentina. Esta supervivencia de 195 años, es una admirable prueba de vocación colectiva, y por eso aquellos ideales siguen animando la grandeza argentina. Las glorias de los pueblos necesitan el aliento de los acontecimientos vivos y cotidianos. Cuando pierden contacto con la realidad, o relación con la historia, que siempre es sucesión de hechos gobernados por leyes humanas, terminan por agotarse irremisiblemente. De ellas queda la arquitectura, la crónica grandilocuente o la evolución del calendario, pero no alteran el ritmo de la emoción ni sugieren nada a la reflexión colectiva.
El 25 de Mayo es en cambio evocación antes que homenaje, y honda emoción de los espíritus antes que crónica fría de una acción retrospectiva. Con ella nace en forma orgánica el ideal de la patria libre, progresista y generosa. No es tampoco intuición informe o mero gesto de rebeldía. Belgrano, Moreno, Rivadavia, Castelli y Paso le dan un contenido ideológico profundo y certero, y la nutren en fuentes filosóficas que alentarían por más de un siglo la evolución del Estado moderno. Es por lo tanto cosa natural que siga viviendo sin menguas, en el espíritu de las generaciones argentinas.
Estas voces tutelares que así llegan a través de la historia, van de paso señalando el ritmo y la acción del presente y del futuro. Nada que renuncia a la libertad está dentro del pasado y nada que traicione su ideal humanista puede interpretar la compleja formación de la conciencia social de la nación. Mas el proceso de la unificación y la organización nacional habrían de oscurecer esta limpidez de ideas y de principios, pero en cuanto el país los retoma de nuevo, las tapas históricas no pueden confundirse. Una es la lucha de la emancipación, la otra la acción monárquica para llegar al gobierno. Esta no enseña nada, fuera de lo que es el caos político y la ausencia de la ley y del derecho, aquella es como un breviario de imaginación, aquellas luchas, comienza siempre por dar un valor racional a su conocimiento, y luego adhiere su emoción y expresa su sentimiento. Esto es siempre así. No de otra manera se va realizando el aprendizaje vivo y fecundo de la historia. Es también así como ella va realizando una tutoría virtual del destino del país. Eso es lo que suelen llamar los mandatos de la historia, especie de imperativos que obran sobre la conciencia, gobernando la acción y previendo sus consecuencias. De los pueblos que se ha dicho que han olvidado sus mandatos históricos, cabría más bien decir, que lo han dejado morir en un acto de insensato extravío.
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