Juan de GÜEMES Francisca Campero, Father of Joaquín GÜEMES Campero Daughter Pedro Ignacio GÜEMES Campero and Isabel Echegaray Cáceres Wife of Enrique ROQUÉ Casagne Mother of Constansa ROQUÉ GÜEMES and Isaac ROQUÉ GÜEMES, sister of Petrona ROQUÉ GÜEMES Echegaray.
En la extensa y bien documentada obra de Alberto Cajal Güemes y el Norte de Epopeya se leen interesantes aspectos de las estrategias militares del general Güemes y el trato que mantuvo con los jefes realistas.
El mariscal de campo José de la Serna se hizo cargo del ejército enemigo en noviembre de 1816. Días más tarde se produjo en Yavi un desgraciado episodio en el que fueron atacados
por sorpresa los patriotas. Hubo una cantidad no precisada
de muertos y numerosos prisioneros, entre ellos el comandante general de la Puna, Juan José Fernández Campero y su segundo, Juan José Quesada.
Belgrano intentó un canje de prisioneros, escribiéndole a La Serna pero en principio éste se negó. Luego, Güemes envió una comunicación al español en la que le hablaba de la salud
de dos prisioneros, uno de ellos sobrino de La Serna. En el intercambio epistolar
se puede apreciar la táctica persuasiva que aplicó Güemes en sus escritos.
Bajo el título Una correspondencia entre Güemes y La Serna, Cajal expresa:
Si bien es cierto
que las invasiones al norte argentino no son más que la prolongación de las operaciones en el Alto Perú, desde el momento que los realistas salen del ámbito de las republiquetas,
cambia el panorama, hasta en los expeditivos procedimientos
punitivos allí entonces empleados. Las autoridades españolas, gozando de todos los privilegios exclusivos de la colonia, apenas se sintieron lesionados en su principio de autoridad, reaccionaron despótica, violentamente, contra los insurgentes del Alto Perú. La complicada
maquinaria de la política española
en las colonias de América, lejos de considerar a los altoperuanos amparados por las leyes de la guerra, los tienen como esclavos, sin derecho alguno. De ahí que fueran víctimas de terribles represalias, al pretenderse escarmentarlos. Mas ahora, en esta invasión contra los revolucionarios del sud, cambia la naturaleza
de la guerra, que no adquiere aquella virulencia ni despierta tan bárbaro encono.
Aunque siempre altivos y desdeñosos, los jefes españoles tienen a menos a las tropas
bisoñas que vinieran a combatir y que están muy lejos de reconocer en Güemes un contendor peligroso, refiriéndose con desprecio a los gauchos rotosos que lo siguen.
Pero también saben que esta vez no se trata
de indios ni mestizos, sino de una raza fuerte y madura, pues que el gaucho es la primera, la más antigua, la más eficaz adaptación del europeo a la naturaleza indígena, y por eso resulta cronológicamente, el primer argentino.
Si bien los consideran como rebeldes, la lucha que viene sosteniendo La Serna toma otro cariz: ella no se caracteriza ahora por esas odiosas represalias y los actos de crueldad que vimos cometerse en el Alto Perú; a pesar de que el general español sostiene, por
sobre todo,
el rotundo principio de que los revolucionarios son rebeldes y que por lo tanto no los amparan
las leyes de la guerra.
Pero la personalidad de Güemes
y sus arrestos diplomáticos intervienen directamente para hacer que el jefe del ejército
realista reconozca en los gauchos salteños a enemigos dignos de medirse con sus tropas escogidas y a Güemes como beligerante con arreglo al derecho de gentes. Esto puede
deducirse de un cambio de correspondencia originada en las siguientes circunstancias.
Al caer en manos de los realistas el coronel Campero, en ocasión del desastre de Yavi, el general Belgrano se había dirigido a La Serna proponiéndole su canje por dos coroneles españoles que tenía prisioneros, advirtiéndole que serían fusilados si tal medida se tomaba con Campero. Demanda ésta que si bien se cumple en parte al respetarse la vida del marqués, el general español contesta con altivo énfasis al dirigirse a Belgrano, negándole lo propuesto y manifestando: …”es cosa sabida que sólo las tropas regladas y que dependen de una nación cuyo gobierno está reconocido por los demás, son los que tienen derecho a ser tratados con las consideraciones que un prisionero de guerra merece. Esta es una verdad y no lo es menos que el canje es inadmisible
Güemes, al tanto de este antecedente y lastimado por el desplante del General
enemigo
para con su Jefe, al pretender menoscabarlo con sus juicios, ve llegada la oportunidad
de cobrar esa despectiva soberbia del adversario:
enterado de que entre los oficiales tomados prisioneros a los realistas últimamente,
había caído el 14 de marzo un capitán
sobrino de La Serna, tantea diplomáticamente el terreno, escribiéndole
a éste una
comedida
carta, en la que cortésmente le hace saber que dicho oficial y un soldado
que con él fuera hecho prisionero, están mejor de sus heridas y son bien tratados.
Enseguida se produce la reacción que espera
Güemes, pues que el jefe español contesta: “Siento como debo la pérdida de tan dignos compañeros de armas, pero al mismo tiempo me ha servido de satisfacción, el saber que se asista tanto al capitán como al lancero, que igualmente se halla herido y prisionero con cuanto necesitan para su curación. No se espera menos de un sujeto de las circunstancias de usted y no dudo que en todo caso procurará se trate al desgraciado con la humanidad que el derecho de gentes obliga, estando seguro que por mi parte trataré al prisionero con la hospitalidad y dulzura que es justo”. Y lo que La Serna rechazara a Belgrano lo sugiere ahora, al terminar su carta proponiendo un canje de prisioneros, grado por grado.
Como vemos, el jefe del ejército realista habla ya de lo que es justo y del derecho de gentes, sin omitir mencionar su reconocimiento
de las condiciones que distinguen a Güemes. Pero éste, lejos de darse por satisfecho, sólo deseó enrostrarle la injuria que significara su respuesta anterior a Belgrano, y le dice al contestarle: “Pudiera resolver el canje de prisioneros que Ud. indica, pero como no ha mucho que, a igual propuesta que dirigió a Ud. mi digno general, se negó Ud. temerariamente, he tenido a bien consultarlo sobre el particular. Aquel paso poco político es causa de este tropiezo. Estoy satisfecho de la humanidad y lenidad que a Ud. caracteriza pero no así de sus subalternos Centeno y otros, autores de excesos; sobre todo y asegurando que mis armas son protectoras de la inocencia, nivelaré mi conducta con la que Ud. observa”.
Esa actitud es aleccionadora y otra prueba elocuente del respeto y amistad
que Güemes siente por Belgrano, con quien intrigas de contemporáneos pretendieron indisponerle al hacerse cargo el general del mando del Ejército Auxiliar
del Perú. Pues sólo por esa sincera estimación que Güemes tiene por él, es que diplomáticamente encuentra la coyuntura para enrostrar
al jefe enemigo
la descortesía
que significara su carta de contestación al Jefe del Ejército del Norte.
La contestación de La Serna a Güemes confirma lo que dijimos sobre su espíritu
humanitario, dado que el último hace referencia a ello, al hablar de su humanidad y lenidad, carta precisa,
valiente y altiva,
donde
se trasluce la autoridad moral de Güemes,
y que constituye una
lección de soberbia
del invasor. Y por supuesto que llena
su cometido ya que La Serna responde al escribir: “Permítame Ud. que le diga que el lenguaje de su carta del 25 que acabo de recibir, es un poco extraño, tanto en llamar impolítica la que le escribí el general Belgrano sobre el canje del Marqués de Tojo, como en afectar demasiado calor en materia de opiniones. Yo prescindo de esto, pues las opiniones son tan diversas como los semblantes de los hombres, pero no puedo prescindir declarar que estaba bien distante de negarme al canje, pues proponía uno general; y no debe dudar de que así como jamás paso los límites que previene la moderación, tampoco tolero expresiones poco decorosas del carácter que represento. Ninguno de los excesos que me dice han cometido mis subalternos, ha llegado a mi noticia. Mi conducta será siempre la misma, sea cual fuere la suerte de las armas, pues ni me ensoberbecen los sucesos favorables ni me abaten los adversos”.
Esta correspondencia da a conocer la nueva postura del general español,
que ahora confiesa un Derecho de Gentes, reconociendo la autoridad de Güemes y las posibilidades guerrera de sus tropas. Satisfecho por ello, el Comandante en Jefe de la defensa se dirige a Belgrano (como siempre que corresponde darle cuenta de sus actos)
expresando en su oficio: “No dejará de notar el distinto tono con que hoy se produce aquel jefe. Ya hoy confiesa un derecho de gentes en toda guerra, sea cual fuere; el que desconoció inicuamente con nosotros en los indicados oficios y proclama marcados con el sello de la soberbia, de modo que con el tiempo habrá de confesar mal de su grado la justicia de nuestra causa”.
Seguramente Belgrano reconoce
en estas palabras de Güemes, exentas de toda
petulancia (dado que no habla de él ni de sus gauchos sino de los Americanos) el éxito diplomático de su autor, quien no es solamente gaucho entre los gauchos,
sino también hombre de profunda penetración psicológica, finaliza Cajal.
Cabe agregar que ni Fernández Campero ni Quesada fueron canjeados por La Serna. El primero murió en Jamaica mientras era trasladado a España para ser
juzgado y Quesada fue rescatado
de las Casas Matas del Callao por el general José de San Martín.
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA
CENTINELA DEL DESARROLLO NUCLEAR ARGENTINO
DOCTOR EN FILOSOFÍA DE TEOLOGÍA CRISTIANA
RED INTERNACIONAL ANTINARCÓTICOS "LOS CAIMANES"
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
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