lunes, 15 de junio de 2015

El Derecho de Gentes. Interesantes aspectos de las estrategias militares del general Güemes y el trato que mantuvo con los jefes realistas. Orden de los Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola".




Lazos entre
 Don Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano PhD, y el General Don "Martín Miguel de Güemes". i. ISAAC3 ROQUÉ GÜEMES, b. 1846, Córdoba, Córdoba, Argentina; d. 29 de marzo 1920, Córdoba, Córdoba, Argentina. 10. ii. ENRIQUETA ROQUÉ GÜEMES, b. 1847, Córdoba, Córdoba, Argentina. iii. CONSTANCIA ROQUÉ GÜEMES, b. 10 1849, Córdoba, Córdoba, Argentina; m. PABLO C BELISLE, 09 Jun 1892, Córdoba, Córdoba,





En la extensa y bien documentada obra de Alberto Cajal Güemes y el Norte de Epopeya se leen interesantes aspectos de las estrategias militares del general Güemes y el trato que mantuvo con los jefes realistas.

El mariscal de campo José de la Serna se hizo cargo del ejército enemigo en noviembre de 1816. Días más tarde se produjo en Yavi un desgraciado episodio en el que fueron atacados por sorpresa los patriotas. Hubo una cantidad no precisada
de muertos y numerosos prisioneros, entre ellos el comandante general de la Puna, Juan José Fernández Campero y su segundo, Juan José Quesada.

Belgrano inten un canje de prisioneros, escribiéndole a La Serna pero en principio éste se negó. Luego, Güemes envió una comunicación al español en la que le hablaba de la salud de dos prisioneros, uno de ellos sobrino de La Serna. En el intercambio epistolar se puede apreciar la táctica persuasiva que aplicó Güemes en sus escritos.

Bajo el título Una correspondencia entre emes y La Serna, Cajal expresa:

Si bien es cierto que las invasiones al norte argentino no son más que la prolongacn de las operaciones en el Alto Perú, desde el momento que los realistas salen del ámbito de las republiquetas, cambia el panorama, hasta en los expeditivos procedimientos punitivos allí entonces empleados. Las autoridades españolas, gozando de todos los privilegios exclusivos de la colonia, apenas se sintieron lesionados en su principio de autoridad, reaccionaron despótica, violentamente, contra los insurgentes del Alto Perú. La complicada maquinaria de la política española en las colonias de América, lejos de considerar a los altoperuanos amparados por las leyes de la guerra, los tienen como esclavos, sin derecho alguno. De ahí que fueran víctimas de terribles represalias, al pretenderse escarmentarlos. Mas ahora, en esta invasión contra los revolucionarios del sud, cambia la naturaleza de la guerra, que no adquiere aquella virulencia ni despierta tan bárbaro encono.

Aunque siempre altivos y desdeñosos, los jefes españoles tienen a menos a las tropas bisoñas que vinieran a combatir y que están muy lejos de reconocer en Güemes un contendor peligroso, refiriéndose con desprecio a los gauchos rotosos que lo siguen. Pero también saben que esta vez no se trata de indios ni mestizos, sino de una raza fuerte y madura, pues que el gaucho es la primera, la s antigua, la s eficaz adaptación del europeo a la naturaleza indígena, y por eso resulta cronológicamente, el primer argentino.

Si bien los consideran como rebeldes, la lucha que viene sosteniendo La Serna toma otro cariz: ella no se caracteriza ahora por esas odiosas represalias y los actos de crueldad que vimos cometerse en el Alto Perú; a pesar de que el general español sostiene, por sobre todo, el rotundo principio de que los revolucionarios son rebeldes y que por lo tanto no los amparan las leyes de la guerra. Pero la personalidad de emes y sus arrestos diplomáticos intervienen directamente para hacer que el jefe del ejército realista reconozca en los gauchos salteños a enemigos dignos de medirse con sus tropas escogidas y a Güemes como beligerante con arreglo al derecho de gentes. Esto puede deducirse de un cambio de correspondencia originada en las siguientes circunstancias.

Al caer en manos de los realistas el coronel Campero, en ocasn del desastre de Yavi, el general Belgrano se había dirigido a La Serna proponiéndole su canje por dos coroneles españoles que tenía prisioneros, advirtiéndole que serían fusilados si tal medida se tomaba con Campero. Demanda ésta que si bien se cumple en parte al respetarse la vida del marqués, el general español contesta con altivo énfasis al dirigirse a Belgrano, negándole lo propuesto y manifestando: es cosa sabida que sólo las tropas regladas y que dependen de una nación cuyo gobierno está reconocido por los des, son los que tienen derecho a ser tratados con las consideraciones que un prisionero de guerra merece. Esta es una verdad y no lo es menos que el canje es inadmisibl

Güemes, al tanto de este antecedente y lastimado por el desplante del General enemigo para con su Jefe, al pretender menoscabarlo con sus juicios, ve llegada la oportunidad de cobrar esa despectiva soberbia del adversario: enterado de que entre los oficiales tomados prisioneros a los realistas últimamente, había caído el 14 de marzo un capitán sobrino de La Serna, tantea diplomáticamente el terreno, escribiéndole a éste una comedida carta, en la que cortésmente le hace saber que dicho oficial y un soldado que con él fuera hecho prisionero, están mejor de sus heridas y son bien tratados.

Enseguida se produce la reacción que espera Güemes, pues que el jefe español contesta: Siento como debo la pérdida de tan dignos compañeros de armas, pero al mismo tiempo me ha servido de satisfacción, el saber que se asista tanto al capitán como al lancero, que igualmente se halla herido y prisionero con cuanto necesitan para su curación. No se espera menos de un sujeto de las circunstancias de usted y no dudo que en todo caso procurará se trate al desgraciado con la humanidad que el derecho de gentes obliga, estando seguro que por mi parte trataré al prisionero con la hospitalidad y dulzura que es justo”. Y lo que La Serna rechazara a Belgrano lo sugiere ahora, al terminar su carta proponiendo un canje de prisioneros, grado por grado.

Como vemos, el jefe del ejército realista habla ya de lo que es justo y del derecho de gentes, sin omitir mencionar su reconocimiento de las condiciones que distinguen a Güemes. Pero éste, lejos de darse por satisfecho, sólo des enrostrarle la injuria que significara su respuesta anterior a Belgrano, y le dice al contestarle: Pudiera resolver el canje de prisioneros que Ud. indica, pero como no ha mucho que, a igual propuesta que dirigió a Ud. mi digno general, se negó Ud. temerariamente, he tenido a bien consultarlo sobre el particular. Aquel paso poco político es causa de este tropiezo. Estoy satisfecho de la humanidad y lenidad que a Ud. caracteriza pero no a de sus subalternos Centeno y otros, autores de excesos; sobre todo y asegurando  que mis armas son protectoras de la inocencia, nivelaré mi conducta con la que Ud. observa.

Esa actitud es aleccionadora y otra prueba elocuente del respeto y amistad que Güemes siente por Belgrano, con quien intrigas de contemponeos pretendieron indisponerle al hacerse cargo el general del mando del Ejército Auxiliar del Perú. Pues sólo por esa sincera estimacn que Güemes tiene por él, es que diplomáticamente encuentra la coyuntura para enrostrar al jefe enemigo la descortesía que significara su carta de contestacn al Jefe del Ejército del Norte.

La contestacn de La Serna a emes confirma lo que dijimos sobre su espíritu humanitario, dado que el último hace referencia a ello, al hablar de su humanidad y lenidad,  carta  precisa,  valiente  y  altiva,  donde  se  trasluce  la  autoridad  moral  de Güemes, y que constituye una leccn de soberbia del invasor. Y por supuesto que llena su cometido ya que La Serna responde al escribir: Permítame Ud. que le diga que el lenguaje de su carta del 25 que acabo de recibir, es un poco extraño, tanto en llamar impolítica la que le escribí el general Belgrano sobre el canje del Marqués de Tojo, como en afectar demasiado calor en materia de opiniones. Yo prescindo de esto, pues las opiniones son tan diversas como los semblantes de los hombres, pero no puedo prescindir declarar que estaba bien distante de negarme al canje, pues proponía uno general; y no debe dudar de que a como jamás paso los límites que previene la moderación, tampoco tolero expresiones poco decorosas del carácter que represento. Ninguno de los excesos que me dice han cometido mis subalternos, ha llegado a mi noticia. Mi conducta será siempre la misma, sea cual fuere la suerte de las armas, pues ni me ensoberbecen los sucesos favorables ni me abaten los adversos.

Esta correspondencia da a conocer la nueva postura del general español, que ahora confiesa un Derecho de Gentes, reconociendo la autoridad de emes y las posibilidades guerrera de sus tropas. Satisfecho por ello, el Comandante en Jefe de la defensa se dirige a Belgrano (como siempre que corresponde darle cuenta de sus actos) expresando en su oficio: “No dejará de notar el distinto tono con que hoy se produce aquel jefe. Ya hoy confiesa un derecho de gentes en toda guerra, sea cual fuere; el que desconoció inicuamente con nosotros en los indicados oficios y proclama marcados con el sello de la soberbia, de modo que con el tiempo habrá de confesar mal de su grado la justicia de nuestra causa.

Seguramente Belgrano reconoce en estas palabras de emes, exentas de toda petulancia (dado que no habla de él ni de sus gauchos sino de los Americanos) el éxito diplomático de su autor, quien no es solamente gaucho entre los gauchos, sino también hombre de profunda penetración psicológica, finaliza Cajal.

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