domingo, 21 de junio de 2015

Hillary Clinton: dictadura religiosa a la vista.

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¿Qué hay de común entre la señora Hillary Clinton y las persecuciones anticatólicas, de ayer como de hoy?
La pregunta podrá extrañar a muchos. Sucede que, en la guerra cultural que hoy divide a los Estados Unidos –principalmente en temas de moral y familia–, Hillary se sitúa resueltamente del lado revolucionario. Y, aunque ella no es Nerón, ni Hitler, ni Stalin, parece compartir con éstos una especial aversión a la religión cristiana y la intención de usar el poder político para combatirla.

La ex primera dama y Secretaria de Estado norteamericana, actual precandidata presidencial por el Partido Demócrata, dejó al descubierto ese propósito al pronunciar su discurso en la sexta cumbre anual Women of the World realizada el 24 de abril en el Lincoln Center de Manhattan.

En ese congreso feminista Hillary expuso sin disimulo sus objetivos: “Los códigos culturales profundamente arraigados, las creencias religiosas y los sesgos estructurales han de modificarse” –afirmó– en la medida en que sean un obstáculo para el acceso de las mujeres a la “salud reproductiva” (eufemismo por aborto libre).

“Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”, agregó. O sea, ¡que el Estado imponga a la fuerza al pueblo cuáles “dogmas” deben creerse y cuáles no!... Y esos “dogmas” políticamente correctos serán, por cierto, la versión actualizada del antiguo paganismo hedonista: por ejemplo, la “ideología de género” a la que Hillary adhiere abiertamente.

Sus palabras apuntan, de hecho, a los objetivos amorales y totalitarios de dicha ideología, como imponer el aborto legal y la homosexualidad. Por eso ella criticó las acciones emprendidas por sectores conservadores para cortar el financiamiento oficial al gigante abortista Planned Parenthood. Y al mismo tiempo elogió los pasos “hacia adelante” rumbo a la aceptación de “los homosexuales y las mujeres transexuales como nuestras colegas y amigas”.

Ya anteriormente, siendo Secretaria de Estado, la señora Clinton había afirmado que uno de los mayores problemas sociales de hoy es que se invoquen convicciones religiosas para “limitar los derechos humanos del colectivo LGTB”.

Ahora, su mal disimulada intención de crear una dictadura anti-religiosa le ha valido una andanada de críticas desde todo el país, resumidas en las palabras de Bill Donohue, dirigente de la Catholic League: “Nunca antes se vio a un aspirante a la presidencia de Estados Unidos atacar directamente las enseñanzas de la Iglesia Católica”.

La amenaza de una persecución anticristiana en la mayor democracia del mundo se configura, así, a partir de las propuestas de Hillary Clinton. ¿La veremos sumarse al triste cortejo histórico de mujeres que desde el poder buscaron oprimir la religión y la libertad de conciencia, como Jezabel en Israel, Herodías en Galilea o Isabel I en Inglaterra?
Cabe esperar que el pueblo norteamericano, debidamente advertido por sus líderes religiosos y políticos más esclarecidos, frustre las pretensiones de la precandidata y aparte así del horizonte esa perspectiva de pesadilla.

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