Lazos entre Don Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano PhD, y el General Don "Martín Miguel de Güemes". i. ISAAC3 ROQUÉ GÜEMES, b. 1846, Córdoba, Córdoba, Argentina; d. 29 de marzo 1920, Córdoba, Córdoba, Argentina. 10. ii. ENRIQUETA ROQUÉ GÜEMES, b. 1847, Córdoba, Córdoba, Argentina. iii. CONSTANCIA ROQUÉ GÜEMES, b. 10 1849, Córdoba, Córdoba, Argentina; m. PABLO C BELISLE, 09 Jun 1892, Córdoba, Córdoba,
La presencia del
pueblo en las luchas por la independencia, se concretó en el verbo de Patria.
El caballo fue uno de los compañeros de nuestros gauchos, en la titánica
empresa de construir nuestra Patria.
El paisanaje
era gente humilde de ojos acuosos y manos con penetrantes olor a cuero sobado.
Los gauchos nunca flaquearon en las sendas estrechas ni en los pedregales
ásperos, porque estaban hechos a las selvas enmarañadas y a las sierras
escabrosas, ya escalonando cerros o viviendo ocultos entre las breñas pero,
siempre, insomnes, vigilantes, enardecidos, para atropellar furiosos como el
río que de las nacientes baja tajando barrancas.
De una lealtad
inquebrantable, que no le preocupaba el dinero, y sobre todo, mantenía en todo
tiempo el sentimiento de la dignidad.
Entre los
documentos existentes en el Archivo Histórico de Salta se encuentra uno donde
muestra sobre las condiciones varoniles del gaucho cuando se lee lo siguiente: “Mi
esposo falleció el día viernes santo, en las inmediaciones de Jujuy, peleando
valerosa y heroicamente con los tiranos y crueles enemigos de nuestro
gobierno Americano. No hay sacrificio que no merezca la Patria, los que
derramen su sangre en el campo del honor, nunca mueren, porque viven siempre en
la memoria de sus compatriotas. Este placer, consuela mi viudez… Mi marido y yo
no tuvimos más caudal que nuestras vidas: mi marido perdió la suya…”
Son innumerables
los testimonios tanto de los patriotas como de los oficiales españoles e
ingleses que se refieren al accionar de los gauchos con su guerra de
guerrillas.
En estos momentos
que nuestra querida patria sufre de una crisis moral, falta de fe y de un
sentido nacional debemos tomar como ejemplo a aquellos hombres y mujeres.
El espíritu
de Mayo como el de crear una nación libre y soberana.
En el año 1821 una vida se apagó como una llama de
papel en el viento.
General: tú no has
muerto, No. Martín Miguel de Güemes, vive aún. Tu pueblo te acompaña. Ya te
reconocen a lo largo y ancho del país lo que hiciste por la libertad
hispanoamericana. Fuiste gaucho y señor de los valles y las montañas.
Hombre y centauro, carne
de combate. Hoy te vemos, señor de la Epopeya, caudillo de la empresa
libertaria de la “gran nación americana” conduciendo a tus gauchas montoneras en
aras de la gloria y la hazaña entre un ronco tronar de los guardamontes y un
ulular de lanzas y tacuaras; a los ponchos rojos incendiando el monte y un gris
polvaderal en las batallas...
General: te pedimos
aceptes este reconocimiento porque con tu fuerza moral, resignando tus
principios, seguiste luchando por la paz de esta nación hispanoamericana que
daba sus primeros pasos por su libertad e independencia.
En esta recordación no para llorar a un grande,
generador de toda una epopeya: a un caudillo de la resistencia; al señor gaucho
de las legendarias cargas a sable y lanza; a un firme puntal de la defensa de
los caminos del Alto Perú que vivió desde muy joven en las heladas arrogancias
de la montaña; en el sordo fragor de los torrentes o en la selva -vivero
salvaje de vegetación, de fieras y de alimañas-, sino para enriquecernos con el
ejemplo del hombre que durmió bajo las estrellas y a la luz temblorosa del
fogón, dándolo todo por la libertad americana; el general Don Martín Miguel de
Güemes.
Muchos, a la historia de los pueblos la escribieron
en base de las empresas guerreras y la gloria de los mismos está en razón
directa con el número de sus victorias. Tal vez sea este concepto que lleva a
hacer incompleta la biografía de los héroes, presentándolos casi siempre como
el arquetipo del militar, dejando con esto de lado al hombre, modelo de
carácter y ejemplo para la juventud.
Junto con sus gauchos salteños, jujeños y
tarijeños, con sus rostros impávidos por la emoción que da el cansancio, de
revueltas y sucias barbas y de miradas inmóviles, durante siete años de lucha,
regaron con sangre libertaria los campos de lo que hoy es Bolivia, Jujuy
y Salta.
Martín Miguel de Güemes no sólo debió
enfrentar a los enemigos de afuera, sino también a las pasiones humanas
internas; pero, nunca utilizó el poder que tenía para satisfacer mezquinas
ambiciones nunca utilizó el poder que tenía para satisfacer mezquinas
ambiciones personales, salvo para servir a objetivos fundamentales y nobles: la
independencia de la patria y la autodeterminación de los pueblos.
De ese mismo pueblo que lo llegó a llamar "el
padre de los pobres" en contraposición de otro que lo calumniaba y lo
negaba.
Güemes fue un hombre de una vida llena de renunciamiento, austera,
abnegada que sacó del dolor una fuerza; de la injuria un acicate y de la
derrota una revancha.
Martín Miguel de Güemes triunfó y hoy está sobre un
peñasco abrillantado de heroísmo y de gloria inmarcesible. Por su prematura
muerte, a los 36 años, no pudo reunirse en el Perú con San Martín y Bolivia,
cuando la patria más lo necesitaba.
No dudemos que su vida es ejemplo para hoy y
para la posterioridad. Güemes nació hidalgo y esa hidalguía venía de
lejos llevaba en su sangre flujos de nobles que le hubieran
permitido vivir para reinar, pero no, prefirió vivir para sufrir.
Desde muy niño y después como cadete convivió con
el campesino; lo vio reír y padecer; galopó con él por los montes, las
quebradas y los desiertos. Les enseñó el manejo de las armas y a
querer a la Patria hasta por ella morir. Y su nombre se propaló como el eco en
los cerros y corrió como el agua fresca de los manantiales.
Claro está que tenía una sólida base cultural que
la manifestaba en muchos de sus escritos, en donde surgen sus conocimientos
sobre temas jurídicos, literarios, filosóficos y militares.
Este hombre, a quien hoy estamos recordando, a lo
largo de su existencia despreció los bienes materiales para inclinarse a lo
espiritual, actitud muy propia a la de su formación católica.
Un ejemplo: " Arrojen de nosotros la
soberbia, el orgullo y la altivez, vicios que deshonran la humanidad y la
devoran, e imponen cadenas más duras, y pesadas, que los enemigos impotentes de
la España". Este pensamiento surge de la lectura de un oficio enviado
al Director Supremo Ignacio Álvarez Thomas, el 11 de octubre de 1815.
"Por defender los sacrosantos derechos de
la Patria" estuvo lejos de su familia y de sus intereses, sometiéndose
a privaciones y hasta momentos afligentes.
Güemes, gobernante capaz y probo en la dura tarea
de forjar la nacionalidad, en muchas ocasiones llegó a no percibir sus haberes
como mandatario y respaldó con sus bienes gastos de la guerra. En una carta que
le escribe a Belgrano, el 27 de junio de 1818, le dice: "Hoy mismo
marcho a Jujui... No ha podido ser antes, como he querido, porque usted sabe
que la pobreza, todo lo trastorna y retarda. Pero al fin, he conseguido que el
comercio me supla dos mil pesos, asegurando el pago a letra vista y
afianzándolo con sus bienes. A todo esto me obliga la necesidad y el amor al
país. Confieso a usted que cada cosa de éstas, es un sacrificio que
hago de mi misma persona, ofreciéndola a la libertad de la patria..."
De esta pobreza el propio doctor José Redhead,
médico de cabecera de Manuel Belgrano, el 6 de julio de 1813, en carta que le escribe
al Jefe de la Estación Naval de Sud América para proteger el comercio británico
en el Río de la Plata, comodoro Bowles, le señala, entre otras cosas: "...
¡usted puede creerlo!, los enemigos de Güemes en Tucumán crecen en proporción
de los sacrificios que él hace para defenderlos. En verdad se sienten movidos
por la envidia que, como usted sabe, es la pasión que gobierna a estos
naturales. Él (Güemes) poco se cuida de todo eso: atiende lo que debe hacer,
come asado cuando puede procurárselo, anda medio desnudo, sin un peso para
comprar vino o aguardiente, rara vez duerme bajo techo y deja a la
calumnia inventar cuantas historias se le antoje..."
Fue de nobles sentimientos y de incalculable
conducta. En un bando dirigido a los habitantes de Jujuy, el 22 de abril de
1819, manifiesta, entre otras cosas: ..."No quiero veros más
envueltos en lágrimas y sangre... no temáis a esos cobardes; corred presurosos
a humillar su orgullo hasta sepultarlos en el olvido y... para que dejéis
escrito a la posterioridad un eterno ejemplo de valor y constancia que excite
su emulación. Venid, por último, todos que yo en la escuela de los trabajos
donde aprendieron mis bravas legiones el arte de pelear os enseñaré la senda
del honor y de la gloria..."
Güemes, un gaucho entre los gauchos, al decir de
Atilio Cornejo "no concibió nunca que su provincia estuviera alejada de
la Nación y, por ende, de las demás Provincias Unidas del Río de la Plata y,
permanentemente, estuvo sometido a las decisiones del poder central,
vínculo de unión nacional que, en su concepto, era indestructible".
Lo recodamos a Güemes como un propulsor de la gran nación
americana como hombre de enseñanza, como maestro de almas, como ejemplo
de hombre de temple. En todo lo grande que puede ser un hombre. Oportuna
evocación ésta, cuando se dice que el mundo soporta una crisis moral.
No se dejó tentar con ofrecimientos que le efectuaron los
jefes realistas como: Pedro Antonio de Olañeta, Guillermo Marquiegui, Joaquín
de la Pezuela y José de la Serna, porque él fue: "Rico y noble por
nacimiento, todo lo ha sacrificado por la Patria, y no tuvo título de nobleza
más glorioso que el amor de sus soldados y la estimación de sus
conciudadanos".
Desde aquel 7 de junio de 1821, fecha que fue
herido de muerte nuestro héroe máximo, su vida comenzó a arder como una llama
votiva, agitada por el espíritu puro de la libertad y encendida por el amor
ante la imagen de la imagen de la patria. Patria y libertad, dos términos
inseparables como el fuego y la luz; como el heroísmo y la gloria. De él nos
queda su hombría como reflejo inasible que todo lo penetra y lo santifica.
Martín Miguel de Güemes está en la eternidad del
bronce y de la historia, desde donde, seguro estoy, está rogando que los
colores celeste y blanco de la bandera se confundan con el celeste y
blanco del cielo y que su sol no sea de guerra sino de esperanza y futuro de
todos los argentinos.
Responder a una carta del jefe realista Pedro
Antonio le Olañeta, le responde Güemes “No quiero favores en
perjuicio de mi país; éste ha de ser libre a pesar del mundo entero)... Nada
temo, porque he jurado sostener la independencia americana, y sellarla con mi
sangre”.
Posturas similares, la de su firme fe por la
libertad de su patria, la unión de las dieciocho provincias de esta América del
Sur hasta dar su vida misma hay impresas en cartas intercambiadas con: José de
San Martín, Manuel Belgrano, Juan Martín de Pueyrredón, Bernabé Aráoz, Pedro
Ignacio Castro Barros, Juan Facundo Quiroga, Francisco Ramírez, Juan Bautista
Bustos, Alejandro Heredia, Bernardo de O’Higgins, José Andrés Pacheco de Melo,
José Rondeau, José Artigas, José Pérez de Uriondo y Martín Rodríguez, algunos
de los nombres extra{idos de una larga lista de destinatarios y remitentes.
También sus principios los sostiene en actas,
proclamas y oficios como aquel que enviara al gobernador de Cuyo diciéndole: “...
yo no puedo prescindir del amor a la libertad y del alivio que debo
proporcionar a los afligidos hermanos del Perú. Nombrado General en
Jefe del Ejército de Observación, ha sido mi única atención la de
organizarlo y ponerlo en estado de abrir una campaña, que ha de sellar para
siempre nuestra suspirada independencia. A los doce días de recibida
la comunicación del excelentísimo señor capitán general, ya tenía dos mil
hombres dispuestos a llevar a cabo tan noble proyecto”.
Concluyo resaltando el verdadero sentido
americanista –hoy desconocido hasta por los propios salteños- del General Don
Martín Miguel de Güemes.
¨
Dicen que detrás de
un hombre inteligente hay una gran mujer. Es por ello que, aprovechando la
atención de ustedes, pretendo tributar un homenaje a todas las mujeres
(aborígenes, mestizas e inmigrantes) que fueron protagonistas de lo que hoy
puede ser la "gran nación Americana".
Iniciando este
reconocimiento no puedo extraerme del papel que cumplió aquella dama nacida en
Madrigales de las Altas Torres, en 1451, a Isabel la Católica, quien protegió a
Cristóbal Colón en su empresa conquistadora de 1492.
Antes de morir
encomendó y obligó "al rey y a los príncipes sucesores que pusieran
todos los esfuerzos para dar lugar a que los naturales y moradores de las
Indias y tierras firmes, ganadas y por ganar, recibiesen agravio alguno en sus
personas y bienes, sino que fuesen bien y justamente tratados, y si algún
agravio hubiesen ya recibido que lo remediasen y proveyesen".
Hay otra expresión que ennoblece a su majestad Isabel la Católica, su humildad. En su protocolo estableció que se le diera sepultura en el monasterio de San Francisco de Granada, cubierta con hábitos franciscanos en sarcófago bajo y cubierto con una lápida plana y austera; que sus funerales sean simples, sin pendones de luto y sin exageradas velas y de lo que debía gastarse en su inhumación se destine en dar vestidos a los pobres y para ayudar a jóvenes menesterosas que quieran consagrarse al servicio de Dios.
La reina fue el
alma dinámica, distribuidora de contribuciones y vituallas para la espléndida
campaña que desarrolló Cristóbal Colón aquel 12 de octubre de 1492, cuando con
sus navíos trajo a América la Cruz de Cristo, la cultura europea y el idioma.
Esta gesta, además, permitió la mezcla de sangre dando lugar al nacimiento de
una nueva raza, la mestiza.
Los primeros
españoles que llegaron a estas tierras se encontraron con que la mujer se
desempeñaba en inferioridad de condiciones con respecto a los hombres.
Por ejemplo, en los
mayas ambos comían por separado y si llegaban a encontrarse en el andar, la
mujer debía apartarse bajando la vista. Los aztecas, por su parte, podían
arrojar de sus hogares a las mujeres de mal comportamiento, haraganas o
estériles; aunque las mujeres maltratadas, o no debidamente mantenidas, podían
separarse de sus maridos; mientras que las viudas solamente podían casarse con
el hermano del difunto. Henri Laman dice que había prostitución y que los
plebeyos cedían a los nobles sus hijas como concubinas y que la poligamia era
posible en la medida de la fortuna del varón.
Entre los quichuas
existía la costumbre que el Inca, cuya esposa, diremos oficial, debía ser
hermana y podía tomar otras mujeres.
Por otra parte, se
cuenta que entre los mapuches, a la muerte del hombre, la mujer pasaba al hijo
mayor o pariente más cercano y sostiene que en la América pre-colombina las
tareas de horticultura estuvieron en manos de las mujeres.
Era costumbre de
los chibchas que el tributo al cacique se pagara con mujeres que, esclavizadas
tenían hijos con aquel. El mismo autor dice que esos niños se convertían en
manjar de su padre en actos de canibalismo repugnantes.
Son muchos los
testimonios sobre el estado en que vivía la mujer, que al día de hoy podemos
considerarlo como aberrante pero, hace mas 500 años atrás era parte de un
sentido de vida.
Al llegar los
conquistadores, muchos de ellos se unieron con las nativas y comenzaron a
gestar los primeros mestizos. Si eran casados, convivieron con las aborígenes
hasta que llegaron sus esposas; si eran solteros, hasta que se casaran con
peninsulares y otros formaron con las indias familias bien constituidas.
La historiadora
Lucia Gálvez, autora de "Mujeres de la conquista" reflexiona
que los españoles,"para tranquilizar sus conciencias, se conformaban
con bautizar y catequizar sus queridas, convertidas en una suerte de "amas
de casa" mientras durase el concubinato". Esta tesis, al
parecer, surge de lo que expresara Francisco de Aguirre: "...se
hace mas servicio a Dios en crear mestizos que el pecado que con ello se
comete".
Mientras tanto, en
España, muchas esposas de expedicionarios realizaban los tramites para poder
viajar al nuevo continente y encontrarse con su ser querido. En Europa, en
aquellos tiempos, había una súper población de mujeres.
Tenían varios
caminos a seguir: viajar a las tierras descubiertas con el deseo de contraer
matrimonio, mantener su soltería, o el convento.
En el tercer viaje de Colón,
se faculta por primera vez a viajar a treinta mujeres, quienes debieron hacer
una serie de trámites en la Casa de Contrataciones y, con posterioridad,
negociar con el capitán de la nave el precio del viaje. Una vez acordado el
permiso se le entregaba una lista de elemento que debían utilizar para el
viaje: ropa de cama, varias mudas de ropa, tasas y batería de cocina, bebidas y
alimentos para cubrir las necesidades de más de tres meses de travesía.
Teresa
Piossek Prebich -de quien he tomando algunos datos para esta nota- expresa: "todos
comían a igual hora, tras haber cocinado en el fogón común instalado en la
cubierta, que no se encendía se había mal tiempo. Los alimentos, salvo en los
primeros días que se encontraban frescos, al promediar el viaje estaban
enmohecidos o descompuestos, lo mismo que el agua, que se volvía hedionda y de
mal sabor. No obstante los sedientos pasajeros aguardaban ansioso el momento en
el que el capitán les hiciera servir la ración diaria".
La
mujer llegada a tierra firme debía cumplir numerosas tareas: la limpieza
de las viviendas, la cocina, la costura, el cuidado de los hijos y entenados,
la enseñanza de las primeras letras, la doctrina y ocupando el rol que le
correspondía al esposo, como la atención de enfermos y heridos, como centinela
y guerreando con los salvajes si era necesario.
Poco
tiempo pasó para que, entre españoles y nativas pudieran convivir dentro de un
marco de gran armonía.
Hasta
la Corona llagaron cuantiosas imputaciones de atropellos cometidos por parte de
algunos peninsulares, obligándola a dictar una seria de medidas tendiente a
proteger a las nativas y sus hijos. Entre otras, figuraban estar exceptuadas
del trabajo en las minas y de la labranza las indias con un embarazo mayor a
cuatro meses; las indias solteras debían trabajar con sus padres, y las casadas
no debían ser compelidas a efectuar trabajos mineros. La mujer aborigen no
pagaba tributo. Y no se la podía obligar a amamantar niños blancos cuando lo
estaba haciendo con los suyos propios; en los obrajes no se permitían trabajar
a mujeres, a menos que se tratara de la labor propia del sexo y fueran
acompañadas de sus padres, hermanos ó esposos.
En
auxilio de la moral de la mujer india, se prohibió que los padres regalasen a
sus hijas o que las tuvieren encerradas en su casa y, así también, se prohibió
la poligamia.
Con
respecto a las indias solteras, se les impidió que sirvieran a los caciques,
que anduviesen solas pastoreando ganados, ni que fueran criadas sin el permiso
de sus padres o las casadas de sus maridos.
Posteriormente,
nativas y peninsulares volvieron a encontrarse a través de la obra
evangelizadora, trabajando juntas en la difusión de la fe cristiana. Y como
fruto de este apostolado fue consagrado a través de los años, numerosos santos
americanos, ya sean indígenas, mestizos o mulatos.
Con
esta apretada nota, como ya lo expresara, solo he pretendido recordar todas las
mujeres (aborígenes, inmigrantes y mestizas) que con esfuerzos heroicos y con
sacrificios, fueron protagonistas de esta historia de América.
Finalmente me
propongo a tributar el homenaje a la mujer salteña que tras la lucha por la independencia,
guerra que en muchos casos dividió a la familia. Por sus ideales se separaron
maridos y mujeres; padres e hijos y hasta en algún momento debieron enfrentarse
en el campo de batalla hermanos contra hermanos. Así se escribieron las
páginas de la historia.
La tiranía del
espacio me obligan a abstraerme del nombre de algunas de ellas, dado que sus
aportes los hicieron dentro del mayor anonimato.
Veamos algunos
ejemplos: Para apoyar a los ejércitos de la patria con dinero, joyas y
vituallas a se puede mencionar, entre otras, a: María Josefa Álvarez de
Arenales, a quien San Martín la condecoró con medalla de oro y banda “al
patriotismo, para honrar el pecho de las damas que ha sentido la desgracia de
la Patria”; a Isabel Aráoz de Figueroa, quien puso en manos de Belgrano su
collar de perlas de valor considerable que había lucido durante el baile
celebratorio del triunfo del 20 de febrero para “las cajas del ejército”; a
Juana Azurduy de Padilla, que alcanzó el grado de teniente coronel y nominada
como la “heroína de América” quien entregó a sus cuatro hijos varones, muertos
en combates; a Milagro Cabreros de Retamozo de Plaza, nacida en Cachi, a
l5 años abrazó la causa de la independencia y al enterarse de la muerte de
Güemes se desprendió de sus joyas y bienes para que se continuara la guerra
gaucha; a Bernarda Díaz de Zambrano, quien donó importantes sumas de dinero
para el Ejército del Norte; a María Gertrudis Medeiros de Cornejo, quien debió
soportar persecuciones por parte de los realistas conocedores que esta
caracterizada dama radicada en Campo Santo más de una vez no hizo levantar la
caña de azúcar para proporcionarle alimento a la caballada de los ejércitos
patriotas. Su propiedad fue incendiada y ella trasladada a Jujuy cubriendo un
trayecto de casi cien kilómetros caminando y engrillada. Desde su cautiverio
buscaba el medio para hacer llegar informaciones a Martín Miguel de Güemes.
Merece un párrafo
aparte Carmen Puch de Güemes, esposa del General desde sus 18 años, quien
por el dolor del asesinato de su ser amado, buscó la muerte: inmóvil,
muda, cortándose su espléndida cabellera, cubriéndose su cabeza con
un largo velo, debilitándose en el sitio más oscuro de su habitación
hasta el 3 de abril de 1822, vale decir a los ocho meses que Güemes pasó a la
inmortalidad.
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA
CENTINELA DEL DESARROLLO NUCLEAR ARGENTINO
DOCTOR EN FILOSOFÍA DE TEOLOGÍA CRISTIANA
RED INTERNACIONAL ANTINARCÓTICOS "LOS CAIMANES"
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
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